Tomado de Tierra y Libertad No 291.
Escrito por J. Paniagua.
Erich
Fromm, en su influyente obra El
arte de amar,
considera que el amor no es un objeto (que debe "encontrarse"),
sino una facultad (la cual debe crearse y ser desarrollada). En una
sociedad moderna y capitalista, en la que el individuo está
subordinado a fuerzas externas, el individuo suele mostrar un temor
consciente a no ser amado cuando el miedo auténtico, puede que a
veces inconsciente, es a amar de forma real. Desgraciadamente, y una
muestra es el creciente éxito de superficiales libros de autoayuda,
una gran parte de personas esperan encontrar alguna receta del tipo
"cómo debe usted hacerlo" y eso suele llevarse también al
terreno afectivo.
El amor es una experiencia personal y,
considerándolo un arte, sí pueden establecerse unos requisitos
generales como en cualquier otro; Fromm alude a que la práctica de
un arte requiere siempre disciplina. Por supuesto, hablamos de una
palabra delicada que el individuo asocia al trabajo forzoso, a gastar
energía en fines ajenos; en una rebeldía algo infantil contra el
autoritarismo el individuo desconfía de cualquier forma de
disciplina, tanto de la proveniente de una autoridad externa
(irracional) como de la autoimpuesta (racional). Sin la disciplina,
la vida puede volverse caótica y sin posibilidad de concentración;
en nuestra sociedad, como puede comprobarse fácilmente, no hay
autodisciplina porque raramente hay concentración: se requiere
inmediatez en lo placentero y eficacia rápida en lo productivo, se
hacen multitud de cosas a la vez, se tiende a consumirlo todo
(incluso el arte y la cultura), existe numerosa ansiedad y
nerviosismo... Otro factor primordial es el de la paciencia, algo
obviamente necesario para dominar cualquier tipo de arte; es por eso
que la búsqueda de resultados rápidos supone no dominar nunca
verdaderamente una disciplina. El hombre moderno no posee disciplina,
concentración ni paciencia, ya que se le reclama constantemente la
rapidez. En ese sentido, es muy significativo y grato el lema del
movimiento 15M: "Vamos despacio porque vamos lejos". En la
sociedad moderna, todas las máquinas están diseñadas para lograr
rapidez; la búsqueda del máximo beneficio así lo determina y aquí
encontramos una vez más que los valores humanos están condicionados
por lo económico. Una condición también primordial para el dominio
del arte es la preocupación y resulta igualmente necesaria para los
afectos humanos, para la capacidad de amar.
La
visión de Fromm sobre el arte de amar es indisociable de su análisis
general sobre el ser humano y la sociedad. La persona que quiera amar
verdaderamente debe comenzar por practicar la disciplina, la
concentración y la paciencia; desgraciadamente, nuestra sociedad
está diseñada para todo lo contrario, la enajenación es el rasgo
más habitual. La vieja concepción de una disciplina autoritaria ha
dejado paso a todo lo contrario, el elogio de la pereza y de la
complacencia, y la sospecha sobre cualquier tipo de disciplina; la
capacidad de concentración suele ser nula, el individuo ni siquiera
es capaz de estar solo consigo mismo, requisito indispensable para
estar preparado para amar por mucho que parezca una paradoja, y suele
entregarse a otra persona como si fuera algo así como un salvavidas.
No es fácil estar solo consigo mismo, tendemos a la inquietud y a la
angustia, y nos abordan toda clase de pensamientos que solemos
racionalizar (en este ámbito, esta palabra significa que nos
autoengañamos con falsos razonamientos). Sería bueno aprender a
estar solos con nosotros mismos un tiempo diario, huyendo de
pensamientos que interfieran, lo mismo que aprender a concentrarnos
en las actividades concretas que realizamos; esa capacidad de
concentración va asociada en el diálogo a conversaciones que no
sean triviales ni abstractas y sí asociadas a la experimentación y
la profundización en cuestiones concretas. A pesar de todo, aunque a
nuestro alrededor se produzcan pensamientos y conversaciones
triviales, si tratamos de establecer un trato directo y humano pueden
lograrse efectos sorprendentes en los demás. La concentración en la
relación con los otros supone, fundamentalmente, poder escuchar; es
habitual que unas personas no se escuchen unas a otras y asocien la
conversación al cansancio, la concentración adecuada puede
convertir el diálogo en algo placentero.
Una
idea adecuada de lo que es la paciencia la obtenemos cuando
observamos a un niño intentar caminar, cae una y otra vez hasta que
logra finalmente tenerse en pie; los adultos podrían hacer grandes
cosas si tuvieran la paciencia de un niño y se concentraran en fines
realmente importantes. Fromm recuerda que la capacidad de
concentración va asociada a hacerse sensible con uno mismo, lo cual
no significa estar analizándose ni pensando constantemente en uno
mismo. Nos referimos a adoptar conciencia sobre una determinada
situación, como el estar cansado o deprimido, a analizarla en
profundidad y no a racionalizarla buscando todo tipo de falsas
excusas. La persona media tiene una imagen aceptable de lo que es
sentirse bien físicamente, por lo que sí suelen ser sensibles a sus
procesos corporales; en el caso de los mentales, no es tan sencillo,
ya que a menudo no se tiene un modelo aceptable alrededor, se suelen
acomodar al funcionamiento síquico de las personas cercanas y,
sintiéndose normales adoptando esa norma establecida, no indagan más
allá. Para ser sensible con respecto a uno mismo, habría que tener
una imagen del funcionamiento humano completo y sano; no hay
respuesta sencilla a esta cuestión, pero lo que es evidente es que
los modelos de la sociedad capitalista contemporánea son cualquier
cosa menos arquetipos de grandes cualidades morales (figuras del
deporte, del espectáculo, mediáticas, etc.).
En
cuanto a las cualidades importantes para la capacidad de amar, Fromm
menciona como primordial la superación del narcisismo. Éste,
consiste en la experimentación como real solo de lo que ocurre en
nuestro interior, mientras que los fenómenos externos carecen de
realidad de por sí y solo se valoran como útiles o perniciosos para
uno mismo. En el polo opuesto, estaría una objetividad que
contemplara a las personas y a las cosas tal y como son, sin que
influyan en ese juicio nuestros deseos y temores. En una u otro
medida, todos nos vemos influenciados por nuestra orientación
narcisista, por lo que la visión objetiva se ve afectada. Fromm
considera identificable el pensar objetivamente con la razón y, para
ello, es necesario ser humilde en el sentido de conocer nuestras
limitaciones. En el ámbito afectivo, para la práctica del arte de
amar es necesario desterrar el narcisismo, por lo que hay desarrollar
la humildad, la objetividad y la razón. Debemos tender a la
objetividad y ser sensibles hacia aquellas situaciones en que no
somos objetivos, hay que discernir entre la imagen que nos
construimos de una persona (debido a la deformación narcisista) y
tal y como es esa persona al margen de nuestros intereses,
necesidades y temores. Ser objetivo y racional es primordial, pero no
solo con la persona amada, es necesario abarcar esas cualidades a
todos los que nos rodean o no tardaremos en entrar en nuevas
distorsiones.
Entramos
ahora en un análisis también muy esclarecedor. Si hemos visto la
polisemia de palabras como "autoridad" o "disciplina"
y comprendido que pueden ser beneficiosas sin van asociadas a una
condición racional, algo similar ocurre con la fe. La fe no tiene
que ir asociada a una creencia ciega e irracional (sumisión a una
autoridad), puede ser perfectamente racional y ser una convicción
arraigada en la propia experiencia mental o afectiva. Tal y como lo
expresa Fromm, la fe racional no es primariamente una creencia, sino
una cualidad de nuestras convicciones, un rasgo de nuestra
personalidad. En este sentido, la fe es un importante componente del
pensamiento racional, el cual acaba formando parte de la creatividad
humana en cualquier campo; podríamos hablar de una "visión
racional", la cual es a su vez resultado de estudios previos,
pensamiento reflexivo y dotes de observación. Para Fromm, la fe
racional forma parte del proceso, desde la concepción de esa visión
racional, pasando por una hipótesis probable y plausible hasta la
formulación de una teoría científica. Se trata de una fe propia de
un individuo activo y creativo, arraigada en la propia experiencia y
en la confianza en el propio poder de pensamiento, observación y
juicio. Así, la fe racional es un componente primordial también en
la esfera de las relaciones humanas; confiar en otra persona, tener
fe en su personalidad y en su amor. Aquí conviene aclarar que cuando
Fromm habla de una esencia humana (de un yo auténtico), no se
refiere a la inmutabilidad de las opiniones, sino a motivaciones
básicas que deberían ser inconmovibles (como el respeto a la vida y
a la dignidad humanas).
Tener
fe racional en uno mismo y en los demás culmina en la fe en la
humanidad, en unas potencialidades del ser humano tales que pueden
fundar una sociedad regida por los principios de igualdad, justicia y
amor. Ese modelo social aun no ha sido creado, por lo que la
convicción para crearlo necesita de cierto grado de fe. Por
supuesto, aclararemos una vez más que no se trata de una mera
expresión de deseos, sino de una fe racional sustentada en logros
históricos y en la experiencia interior del individuo. Es evidente
que el grado de enajenación es tal, la amenaza de fuerzas externas
es tan constante, que impiden que gran parte de las personas tengan
convicciones guiadas por una fe racional en un mundo mejor; de esa
manera no tarda en llegar la "racionalización", entendida
en este caso como razonamientos distorsionadores que hacen que nos
autoengañemos y tratemos de engañar a los demás (uno de los más
habituales es considerar cualquier idea innovadora, no ajustada a los
canones de lo establecido, como utópica e irrealizable). La fe
racional expresada por Fromm tiene una lectura libertaria y
antiautoritaria, ya que sin ella acabámos aceptando lo establecido
(alguna forma de poder entendido como dominación). Sumisión al
poder es buscar la seguridad y tranquilidad, mientras que la fe
racional requiere riesgo y coraje en la innovación e incluso aceptar
el dolor y el fracaso. Fe y coraje son requeridas para iniciar
cualquier actividad, por muy dificultosa que sea, o para mantener las
propias convicciones incluso cuando no sean populares y nos
enfrentemos a la mayoría social. Otra actitud indispensable para las
relaciones afectivas es la actividad, que Fromm entiende, no como
"hacer algo", sino como una actividad interior, dar un uso
productivo a nuestras potencialidades: ser activo en el pensamiento y
en el sentimiento evitando la pereza interior manteniéndose siempre
vitalista y perceptivo. Esa productividad se realiza en todos los
ámbitos humanos, no solo en el afectivo, por lo que la teoría de
Fromm sobre el amor es indisociable de su crítica al capitalismo, a
la división del trabajo y a la posterior enajenación.
Desde
este punto de vista, el amor no es solo propio de la esfera personal,
se extiende a todos los dominios sociales, no existe "división
del trabajo" entre el amor a los nuestros y el amor a los
ajenos. Para Fromm, y aquí entra su loable confianza en la
fraternidad universal propia de individuos autónomos, el amor a los
próximos es la condición para extender el sentimiento a toda la
humanidad. El principio de equidad de la sociedad capitalista
(intercambio de bienes y servicios en el mercado) sería incompatible
para Fromm con el principio del amor, ya que prima el beneficio para
uno mismo (y no pocas veces la mentira es la herramienta para
obtenerlo). Es por eso que Fromm considera que la gente capaz de amar
realmente es una minoría en las sociedades occidentales
contemporáneas, se trata de un fenómeno marginal e individualista;
para convertirlo en un paradigma social, son necesarios importantes
cambios en la estructura política y socioeconómica. Las personas
están motivadas únicamente por sugestiones colectivas, su finalidad
es producir más y consumir más; toda la actividad está subordinada
a metas económicas y el ser humano se acaba convirtiendo en un
autómata. Para cambiar también las relaciones afectivas, toda la
maquinaria económica debe ser puesta al servicio del ser humano (no
al revés); las personas deberían capacitarse para compartir
experiencias y trabajo, y no repartir simplemente beneficios en el
mejor de los casos. El problema de los valores en una sociedad no
radica en algo externo a ella, sino que forma parte de su propia
estructura, la cual está directamente relacionada con la posibilidad
de desarrollar las potencialidades del ser humano.
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