Armando Chaguaceda & Rafael Uzcátegui
Tomando como referencia las
coyunturas abiertas por los procesos electorales del último trimestre de 2012
(presidenciales del 7 de octubre y regionales del 16 de diciembre) los autores
de este texto compartimos algunas reflexiones –nacidas de nuestro análisis e intercambio
sistemático- sobre los procesos en curso en la Venezuela actual. Nos
interesa en particular visibilizar el peso que, más allá de la hegemonía
ejercida por los partidos y liderazgos oficialista y opositor, deberá tener la
movilización de diferentes actores para detener las tendencias autoritarias y
expandir una democratización sustantiva de la vida política nacional.
En nuestras miradas reconocemos
algunas diferencias. Desde una perspectiva (Armando) se considera que la
oposición –en tanto alternativa realmente existente- tiene ante sí el reto y la
responsabilidad de, defendiendo sus espacios, contrapesar el poder del chavismo
y, con ello, garantizar en buena medida un entorno sociopolítico plural para
toda la ciudadanía. Desde otro punto de vista (Rafael) se enfatiza la necesidad
de un recambio radical de todos los actores políticos dominantes (oficialistas
y opositores) como condición para la consumación de un auténtico proceso democratizador
en el país. Sin embargo, aun con nuestras diversas perspectivas disciplinares (ciencia política, sociología) e ideológicas (socialismo
democrático, anarquismo), compartimos la creencia en la necesidad de abrir, en
un ambiente fraterno y respetuoso, debates en torno a aquellos temas que
preocupan a quienes defienden, por
igual, la necesidad de alternativas y escenarios que supongan más democracia,
justicia, inclusión y autonomía como apuesta de futuro para todos los
ciudadanos de Venezuela.
Armando Chaguaceda: Seguramente, los análisis de las opciones opositoras
frente a los escenarios futuros vendrán de la mano no sólo de politólogos o
juristas -quienes han hecho ya exhaustivos análisis del secuestro autoritario
de la arquitectura institucional y legal-, sino también de sociólogos y
demógrafos, que deberán dar cuenta del sostenimiento y/o crecimiento de la
fuerza social opositora, de sus mutaciones y de los puentes tendidos a sectores
populares desencantados del chavismo. En particular, ahora quiero enfocarme en
la relación que veo entre el fenómeno
movilizativo y la agenda opositora. Durante
los últimos años, éxitos como los obtenidos frente a la propuesta oficialista de
Reforma Constitucional (2007) y de Ley de Universidades (2010) se debieron, en
buena medida, a movimientos protagonizados por actores sociales (estudiantes,
trabajadores, etc.) que rebasaron las estructuras partidarias y los sectores
tradicionales de la oposición. Estos se posicionaron en el espacio público
concientizando a la sociedad sobre cambios legales e institucionales promovidos
por el chavismo (implantación de un Poder Comunal que vaciaría de recursos y
competencias a las autoridades locales y regionales electas, nuevo modelo
educativo “socialista”, etc) que supondrían una merma de derechos y libertades
de toda la ciudadanía, con independencia de su orientación política.
Me
parece innegable la importancia que para la oposición (y para toda la convivencia
democrática en una sociedad ideológicamente plural) tiene el conquistar y
defender espacios en los poderes del estado y en los gobiernos regionales. Una
mayor presencia en estos ámbitos haría más lento y/o potencialmente reversible el
proceso de centralización y concentración de poderes que el oficialismo ha
impulsado en los últimos cinco años, en procura de la hegemonía política
nacional. Además esta oposición ha reconocidos los costos pagados al privilegiar
(de 2002 a 2005) estrategias que en buena medida desconocían el orden legal y
político erigido después de 1999 (Constitución) y sus mecanismos
institucionales (electorales, representativos, participativos) como vía para
consolidarse como opción política.
Sin embargo, en un escenario de
asimetría de poderes como el que vive hoy Venezuela, la oposición tampoco
debería apostar en exclusiva a desarrollar su agenda desde los espacios institucionales
conquistados dentro del Poder Legislativo y los Gobiernos Regionales. La existencia de árbitros (Poder electoral y Judicial)
cuyos veredictos casi siempre benefician -por acción u omisión- al oficialismo;
y la vigencia de leyes que son formalmente respetadas pero fácticamente vulneradas
(mediante la aprobación de decretos y poderes ejecutivos que las rebasan) hacen
que las posibilidades de éxito de cualquier política más allá del chavismo
(proveniente de la actual oposición o de una hipotética –y poco probable-
tercera vía) deba apelar a la movilización ciudadana, pacífica, masiva y
respetuosa de los derechos garantizados por la Constitución de 1999.
Únicamente si el gobierno nacional siente que los costes de imponer una
política chocará con la resistencia activa de sectores importantes de la
población (en las calles y espacios públicos) la existencia de una oposición
parlamentaria y partidaria no significará un adorno legitimador con escasa
capacidad de influencia. Las lecciones derivadas de la interacción entre los
actores del sistema político y la presión y movilización sociales en varias
naciones del hemisferio (como es el caso de Bolivia) resulta en ese sentido especialmente
reveladora.
La
oposición deberá demostrar y consolidar claros avances en términos numéricos y
de presencia en zonas y estratos poblacionales otrora dominados por el
chavismo; y sus simpatizantes concientizar que una estampida migratoria, hija
del derrotismo, sólo favorecerá al oficialismo. No basta con mejorar sus
resultados electorales: los opositores tienen que combinar su presencia
institucional con una mayor acción colectiva -manifestaciones, foros, campañas públicas- desarrollada acorde a la
legalidad vigente, para aislar las tendencias golpistas -dentro y allende de
sus filas-, presionar pacíficamente al oficialismo y ampliar su base social.
Con independencia de como quede redefinido este 16 de
diciembre el ajedrez político territorial, la necesidad de una mayor
movilización y una defensa activa de derechos son claves para defender la
amenazada democracia venezolana. Un mapa electoral más plural es garantía de
sobrevivencia incluso para los movimientos sociales autónomos que rechazan
subordinarse a la MUD
o el PSUV. Si el oficialismo derrota en toda la línea a la oposición tendrá más
fuerzas para ir sobre los otros actores sociales y disciplinarlos -como ha
intentado con la ley de ONG y el acoso a las organizaciones defensoras de DDHH-
y para consolidar su modelo hegemónico y políticamente excluyente.
Rafael Uzcátegui: Desde 1999 se ha desarrollado en Venezuela una sui generis
estrategia para recomponer la gobernabilidad, formalmente democrática, en un
país seriamente lesionado por la insurrección popular de “El Caracazo”, 27 de
febrero de 1989. La crisis de los partidos políticos abrió la posibilidad del
surgimiento de un liderazgo carismático, Hugo Chávez, que reactualizaba las
principales matrices culturales y políticas que habían protagonizado el siglo
XX venezolano. Entre el período de creciente inestabilidad que transcurre entre
aquel 27 de febrero y el primer triunfo electoral de Hugo Chávez, una serie de
nuevos actores sociales (estudiantes, vecinos, ambientalistas, defensores de
derechos humanos, comunicadores alternativos, entre otros) habían construido un
tejido social, a diferentes niveles, que antagonizaba con la cultura partidista
establecida. Finalmente, aunque Hugo Chávez provenía de uno de los estamentos
tradicionales del país, las Fuerzas Armadas, logró capitalizar la voluntad –potencialmente
insurreccional- de cambio y reconducirla a las urnas electorales. Lo que
siguió, después de 1998, fue una estrategia múltiple y bidireccional para, por
un lado institucionalizar a los representantes visibles de los movimientos y,
en segundo término, sustituir sus lazos horizontales por la solidaridad
vertical con la presidencia de la república. La polarización posterior y la
fragmentación de algunas de las redes fueron algunas de sus consecuencias más
conocidas.
El gobierno bolivariano ha promocionado, por decreto, una
serie de organizaciones sociales de autonomía e independencia restringida, en
donde las identidades parciales deben fundirse y hegemonizarse en la identidad
“bolivariana” y cuya historicidad comienza en 1998. Entre otros recursos la
postergación permanente de las agendas propias de los movimientos ha sido
posible por una continua electoralización de su potencia como multitud. En la consolidación de la
subjetividad chavista, con más características religiosas que doctrinarias, la
campaña electoral es el rito cohesionador colectivo, donde se recrean
permanentemente los códigos y símbolos que visibilizan la pertenencia a la comunidad
litúrgica, y el voto es el acto final que representa la comunión con el
caudillo.
Sin embargo, la reconstrucción falseada de la historia y el
maniqueísmo que complementan el denominado “proceso bolivariano” tienen su
espejo y contraparte en la explicación de la crisis que hacen los principales
voceros de la oposición nucleada en la
Mesa de la Unidad Democrática (MUD) para quienes, palabras
más palabras menos, Hugo Chávez es un dictador comunista cuyo apoyo popular
está basado en las dádivas estatales y la represión. Si el presidente
venezolano se ha encargado de neutralizar todos los liderazgos parciales y
regionales que hacen vida dentro de su propio movimiento, la MUD hegemoniza la disidencia
bajo el chantaje de la unidad. Tras las aventuras insurreccionales del año
2002, y la deriva abstencionista parlamentaria del año 2005, los partidos
políticos opositores han consensuado -y priorizado- la estrategia electoral
para retomar el poder, abandonando y obstaculizando el terreno de las luchas
sociales. Esto posibilitó que por primera vez, desde 1998, las protestas
ciudadanas hayan disminuido durante el 2012 respecto al año anterior.
Las elecciones regionales venezolanas, tras el anuncio del
quebrantamiento de la salud del presidente Hugo Chávez, se redimensionan. Tras
las elecciones del 7 de octubre, ante lo que parecía la ofensiva del proyecto
estatista comunal (un nuevo estadio de la concentración de poder en el país)
las gobernaciones eran accesorias y divertimentos para la simulación
participativa. Después del 8 de diciembre, fecha de la revelación cancerígena,
se convierten en decisivos bastiones de la transición post-chavista, cualquiera
sea la dirección que esta tome. Considero que el mejor escenario, para una real
transformación de la cultura política hegemónica en esta esquina del Caribe,
sería la victoria del chavismo en las gobernaciones más emblemáticas del país,
incluyendo el eje de la confrontación: el estado Miranda. La derrota de
Henrique Capriles Radonsky implosionaría el actual liderazgo opositor,
personificado en buena medida por los mismos voceros políticos que hicieron
posible el caldo de cultivo para la vuelta del caudillismo mesiánico al
escenario político nacional. Con una media de edad de más de 50 años, los
caudillos menores de las organizaciones políticas y sindicales aglutinadas en la MUD no pueden representar a
otra cosa sino al pasado, ese mismo cuya interpelación fortalece
permanentemente a la figura de Hugo Chávez. Como los partidos políticos no van
a desaparecer -y representan el necesario contrapeso institucional- la crisis
posterior al 16 de diciembre catalizaría la aparición de nuevos actores y
liderazgos. En la otra acera, por su parte, el cataclismo ante la hipotética
desaparición de Chávez del escenario político dinamitará un movimiento
cimentado en base al culto a la personalidad. La desaparición del chavismo sin
Chávez será cuestión de tiempo. En su lugar quedará no una iniciativa
doctrinal-ideológica, sino una suerte de religiosidad popular que será testigo
del enfrentamiento de sus diferentes profetas.
Una opinión compartida: Ambos autores tenemos
consenso respecto al hecho de que el actual escenario puede ser propicio –lo
que no significa que dicho proceso sea algo inmediato, fehaciente e
irreversible- para la necesaria despolarización de la sociedad venezolana. Importantes
victorias contra la ofensiva autoritaria del gobierno nacional (la Reforma Constitucional
del 2007 y la anulación de la sentencia contra el sindicalista Rubén González,
entre otras) fueron posibles cuando sectores se despolarizaron para encontrarse
en la movilización callejera por objetivos comunes. Creemos que la construcción
de otras referencias sociopolíticas en Venezuela no sólo es un deseo de
utopistas o bienpensantes, sino una precondición para la real superación de la
crisis del modelo de desarrollo basado en la democracia
representativa-delegativa y la renta petrolera, del cual el chavismo es una
continuación y no una ruptura. Porque bajo una polarización construida a cuatro
manos -por el chavismo en el poder y la
MUD en la oposición- no hay cabal autonomía para las
iniciativas sociales y populares. Y porque será la transformación cultural y
societal inducida por los diversos actores y movimientos sociales, mediante la
difusión de valores y prácticas contrahegemónicas, las que modificarán
estructuralmente las realidades, más allá de la (mejor o peor) administración
del status quo que hacen los gobiernos y los partidos.
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