Haroldo Dilla Alfonso
[Tomado de COMPENDIO, Boletín electrónico de la Red
Observatorio Crítico de Cuba, edición del 12/12/2012, accesible en
http://observatoriocriticodesdecuba.wordpress.com.]
Mi anterior artículo sobre un excelente libro de Jan Nijman
tuvo la virtud de atraer la atención de numerosos lectores, algunos de los
cuales opinaron sobre Miami. No faltaron los que lo hicieron con el corazón en
la mano, porque Miami es sin lugar a dudas un tema de gran emotividad para los
cubanos: unos porque la aman, otros porque la odian y también quienes
simplemente le temen.
Debo confesar que Miami no es el tipo de ciudad que me
atrae, posiblemente porque estoy en la última categoría. Como cubano, y por
haber estado en ella muchas veces, no me hubiera sido difícil colocar allí mi
laptop. Hubiera sido una oportunidad para vivir una intensidad que uno siempre
sospecha de esa ciudad y tener más cerca a amigos y familiares. Pero su formato
espacial y la polarización política que la recorre en cuanto al tema cubano
siempre me sugieren guardar distancia, desde los ya lejanos tiempos en que la
inolvidable María Cristina organizaba unas tertulias concurridas y explosivas
en su casa de Coral Gable.
Digo esto para prevenir al lector de que no soy un analista
imparcial, aunque reconozco que es probable que mi reticencia a Miami haya sido
un error que pague más adelante, teniendo en cuenta que vivo en una ciudad que
no es exactamente una meca cultural. Pero creo que el tema de Miami —como el de
La Habana— merece una reflexión pausada y fría.
Miami es una ciudad de una dinámica económica sin
comparación en la propia Unión Americana. Por ello es la ciudad que tiene una
dinámica demográfica más intensa, a diferencia de La Habana que está muriendo
demográficamente por desangramiento. Entre 1995 y 2000 la mancha metropolitana
de Miami recibió 338 mil migrantes domésticos, y expelió hacia otros lugares de
la Unión a 423 mil habitantes. El déficit migratorio se cubrió con la recepción
de 230 mil personas de otros países, principalmente América Latina.
Este ir y venir de personas —muchas de ellas de América
Latina y el Caribe— han producido un ambiente multicultural con pocos símiles
en el mundo y que constituye un activo urbano de inmenso valor. El 65 % de los
habitantes de Miami- Dade —un conglomerado de 2,5 millones de habitantes— era
de origen hispano y solo el 16 % era blanco no latino. El 72 % hablaba en casa
una lengua diferente al inglés. De las 403 mil firmas comerciales reportadas,
el 61 % pertenecía a hispanos. Un auténtico entrepot cultural en que, al decir
de Portes y Stepick ha ocurrido una suerte de “aculturación en reversa”
distante de los paradigmas asimilacionistas tradicionales del melting pot.
Y obviamente, esta dinámica va acompañada de una intensa
movilidad social ascendente que ha beneficiado a miles de familias. En
particular los cubanos han construido un enclave muy importante que se ha
beneficiado tanto de la altísima calidad educacional de sus migrantes en cada
momento, como de los programas educacionales en que pudieron insertarse.
Miami progresa materialmente y la ciudad se hace más vistosa
y agradable para sus millones de visitantes. Yo he sido uno de ellos —y lo soy
siempre que puedo— y no pienso renunciar ni a mi capuchino en Coconut Grove ni
a mi carísimo daiquirí en South Beach. Pero quedarme en Ocean Drive es no saber
exactamente qué es Miami. Porque se trata de una ciudad compleja y
contrastante, que no admite apasionamientos ni juicios binarios.
- Miami-Dade —y aquí me apoyo en los datos del censo 2010—
tenía un 17 % de la población en condiciones de pobreza (menos de 23 mil usd
anuales por familia de 4 miembros) y en la ciudad la cifra subía a un 27 %, lo
que la ubicaba en el quinto lugar de las ciudades grandes más pobres de los
Estados Unidos. El ingreso por hogar anual de la ciudad era de 43.605 dólares,
significativamente más bajo que en Florida, y mucho más que la media nacional
superior a los 51 mil. El coeficiente de Gini de su área metropolitana era de
49,4, similar al brasileño y dos puntos por encima de la media nacional. Era la
segunda ciudad con ingresos más polarizados de todo Estados Unidos, solo
superada por otra ciudad sureña: New Orleans.
Obviamente, podrá decirse que la pobreza es el resultado del
arribo de migrantes depauperados. Pero es necesario aclarar que entre los
pobladores más pobres de Miami están los afroamericanos, un sector que puede
reclamar autoctonía citadina con absoluto derecho. Solo que cuando uno va a
Miami nunca pasa por lo que queda del Overtown, o por Liberty City. Y si pasa,
no mira.
- En segundo lugar está el problema de la criminalidad.
Aunque ya la ciudad no es la misma en que Silvester Stallone y Sharon Stone
cobraban sus cuentas a puros bombazos, Miami parece ser perseguida por el halo
trágico del delito: gánsteres y narcotraficantes están en la base de todo con
tanta propiedad como Henry Flagger. La ciudad figura obstinadamente en la
cohorte de las ciudades más peligrosas de Estados Unidos, con índices muy
superiores a la media nacional, e incluso estatal, en temas como hechos
violentos, asesinatos, hurtos, robos con fuerza, etc. Por otro lado la ciudad
es famosa por sus continuos fraudes en temas inmobiliarios y de salud, y la corrupción
permea con fuerza su aparato público. En 2012 Forbes la clasificó como la
ciudad más “miserable” de Estados Unidos.
- De igual manera, la ciudad ha carecido de un planeamiento
estratégico de largo plazo, y en su lugar han proliferado los proyectos
localizados, altamente rentables, pero fragmentadores del espacio urbano. La
explosión demográfica de la ciudad fijó un ritmo vertiginoso de expansión sobre
los terrenos robados al pantano de los Everglades, lo que puso a disposición
del mercado inmobiliario una cantidad de espacio que parecía infinita. Los
miamenses de clase media, nativos y emigrados, aceptaron la idea de la buena
vida relacionada con una casita con jardín y piscina de unos 300 metros
cuadrados de área, ubicada en residenciales rectangulares, y cruzados por
raudas autopistas. Es una ciudad de automóviles, con sus insostenibles costos
ambientales y económicos.
- La ciudad se nutre de transeúntes más que de ciudadanos,
lo que conduce a una sociedad civil débil y espacios públicos devaluados. Opera
con un horizonte corto, como si todo fuera transitorio. Y ello se refleja en la
propia arquitectura urbana.
Su arquitectura —a excepción de algunos hitos memorables— es
poco llamativa, plana como si no aspirara a posteridad alguna, como si todo se
construyera con un permanente sentido de provisionalidad. Como si la creación
destructiva a que hacía alusión Schumpeter encontrara en esta ciudad una
constatación particularmente cruel.
Pero así y todo, reitero, voy siempre que puedo y disfruto
intensamente mis caminatas por Biscayne Boulevard. Y caminando, recuerdo
aquello que afirmó Pérez Firmat cuando escribió que Miami: “…es un cohete
cargado de futuro/… es un arcabuz cargado de pasado/… es nido, es laberinto/…
es agobio, es ansiedad, es alegría, es arrebato/… Miami: mi patria, mi paraíso,
mi podredumbre”.
Y siempre deseo a los miamenses —muchos de los cuales son
amigos y familiares— puedan seguir siendo felices en esta ciudad mágica en que,
según un promotor de negocios del siglo pasado, las fantasías del desayuno
podían ser realidades en el almuerzo, pero anonadantes fracasos en la cena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.