Enviado por Centro Latinoamericano de Economía Social
Así lo demuestra el estudio realizado por el Cinep 'Minería, conflictos sociales y violaciones de derechos humanos'.
La locomotora sigue avanzando, pero debe hacerse mucho para
que no se descarrile.Anda, pero con dificultades. De las cinco locomotoras que estableció
el Gobierno como pilares para jalonar la economía, la minero-energética es,
probablemente, la que más controversias ha generado, de acuerdo con el más
reciente informe del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep),
Minería, conflictos sociales y violación de derechos humanos en Colombia.
El año pasado hubo cerca de 64 acciones contra proyectos
mineros, desde marchas, reclamos, paros cívicos, bloqueos de vías y huelgas de hambre.
En el 57% de los casos las protestas estuvieron relacionadas con la extracción
de petróleo; en un 19%, con la de oro; en un 18%, con la del carbón, y en un
6%, con la de otros minerales. Cerca del 24% de ellas se debió al presunto
incumplimiento de acuerdos entre las empresas mineras y sus empleados; el 16%,
a posibles violaciones a los derechos de comunidades indígenas y
afrodescendientes, y el 14% fue por la protección del medio ambiente.
Hubo protestas en casi todos los departamentos. El informe
destaca, por ejemplo, que “a través de acciones sociales colectivas, comunidades
indígenas y afrodescendientes de Putumayo, Vichada, Nariño, Antioquia, La
Guajira, Boyacá, Casanare, Norte de Santander y Cauca, reclamaron su derecho al
territorio, expoliado por la avanzada de la exploración y explotación petrolera
(y de otros recursos naturales) y por la violación de sus derechos culturales:
a la autonomía, la libre determinación, a la vida y a la supervivencia como pueblos,
al consentimiento previo e informado”.
En departamentos como Tolima y Santander se presentaron
grandes manifestaciones contra dos importantes proyectos mineros: La Colosa, ubicado
en Cajamarca, Tolima. Presentado como uno de los yacimientos de oro más grandes
del mundo, ha puesto en disputa a las comunidades, la AngloGold Ashanti
—empresa que lo propuso— y el Gobierno.
Por otra parte, en Santander se ha generado un debate
mayúsculo desde que se vio la posibilidad de que la empresa GreyStar Resources explotara
el Páramo de Santurbán en busca de oro. La discusión llegó incluso a la
Asamblea departamental. Miles de pobladores de Bucaramanga salieron a protestar
contra el proyecto porque, según ellos, afectaría profundamente las fuentes de
agua que abastecen a esa ciudad de casi un millón de habitantes. El tema llegó
incluso a la Fiscalía y, mientras tanto, la empresa sigue maniatada.
Aunque El Espectador trató de comunicarse con el ministro de
Minas y Energía, Federico Renjifo, no pudo hacerlo. No obstante, en otras entrevistas
el funcionario ha dicho que se están tomando todas las medidas para que cada
vez más la extracción minera se haga en condiciones más responsables con el
ambiente y las comunidades. Pero el problema no acaba allí. Para colmo de males
grupos armados ilegales están extorsionando a los grandes y pequeños mineros,
para obtener así una importante fuente de ingresos.
El Cinep advierte que en muchas regiones del país existe una correlación: la violencia, las extorsiones y los asesinatos se han multiplicado en las regiones mineras y, cada vez más, los yacimientos están siendo controlados y pagan “peaje” a los grupos armados de todo tipo, desde las Farc y el Eln hasta las llamadas bandas criminales.
De acuerdo con fuentes de la Policía, una de las prioridades inmediatas es acabar los vínculos de ilegalidad en la extracción de minerales. De hecho, el presidente Juan Manuel Santos se ha referido en varias ocasiones a la minería ilegal como un “cáncer que hay que extirpar”. Además, el Gobierno tiene establecido un plan de formalización de los mineros informales del país para que se los pueda distinguir de los mineros ilegales y sea más fácil combatir a estos últimos. No obstante, la Confederación de Pequeños Mineros de Colombia ha dicho que este plan no está funcionando.
En este marco, el Cinep presenta una serie de recomendaciones al Estado y a la sociedad, entre ellas reformular la política minera del país, aplicar con pertinencia la consulta previa, proteger y respetar las zonas campesinas, definir las líneas de páramo, es decir, los lugares donde no se puede hacer minería, y mostrar una mayor efectividad en la titulación de las tierras de las comunidades.
A la sociedad, por su parte, se le recomienda generar espacios de reflexión, investigar las posibles violaciones a los derechos de las comunidades producidas por la explotación minera y acompañar los procesos. Queda claro que falta un debate más profundo.
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