Por Ricardo Mella.
Tuve, en vísperas de las pasadas elecciones, la humorada de
asomarme al paraíso de cierto teatro donde se celebraba un mitin
electoral. Era para mí un espectáculo nuevo en el que tomaban parte
antiguos amigos de amplias ideas con gentes nuevas de limitadísimas
orientaciones. Salí de allí con la cabeza caliente y los pies
fríos. Tuve que soportar una regular jaqueca de providencialismo
político y, naturalmente, sufrí las consecuencias. Estoy
maravillado. No pasan días por las gentes. No hay experiencia
bastante fuerte para abrirles los ojos. No hay razón que los aparte
de la rutina.
Como los creyentes que todo lo fían a la providencia, así los radicales, aunque se llamen socialistas, continúan poniendo sus esperanzas en los concejales y diputados y ministros del respectivo partido. «Nuestros concejales harán esto y lo otro y lo de más allá.» «Nuestros diputados conquistarán tanto y cuanto y tanto más.» «Nuestros ministros decretarán, crearán, transformarán cuanto haya que decretar, crear y transformar.» Tal es la enseñanza de ayer, de hoy y de mañana. Y así el pueblo, a quien se apela a toda hora, sigue aprendiendo que no tiene otra cosa que hacer sino votar y esperar pacientemente a que todo se le dé hecho. Y va y vota y espera.
Tentado estuve de pedir la palabra y arremeter de frente contra la
falaz rutina que así adormece a las gentes. Tentado estuve de gritar
al obrero allí presente y en gran mayoría:
«Vota, si, vota; pero escucha. Tu primer deber es salir de aquí
y seguidamente actuar por cuenta propia. Ve y en cada barrio abre una
escuela laica, funda un periódico, una biblioteca; organiza un
centro de cultura, un sindicato, un círculo obrero, una cooperación,
algo de lo mucho que te queda por hacer. Y verás, cuando esto hayas
hecho, como los concejales, los diputados y los ministros, aunque no
sean tus representantes, los representantes de tus ideas, siguen esta
corriente de acción y, por seguirla, promulgan leyes que ni les
pides ni necesitas; administran conforme a estas tendencias, aunque
tu nada les exijas; gobiernan, en fin, según el ambiente por ti
creado directamente, aunque a ti maldito lo que te importe de lo que
ellos hagan(*). Mientras que ahora, como te cruzas de brazos y duermes
sobre los laureles del voto-providencia, concejales, diputados y
ministros, por muy radicales y socialistas que sean, continuarán la
rutina de los discursos vacíos, de las leyes necias y de la
administración cominera. Y suspirarás por la instrucción popular,
y continuarás tan burro como antes, clamarás por la libertad y tan
amarrado como antes a la argolla del salario seguirás, demandarás
equidad, justicia, solidaridad, y te darán fárragos y más fárragos
de decretos, de leyes, reglamentos, pero ni una pizca de aquello a
que tienes derecho y no gozas porque ni sabes ni quieres tomártelo
por tu mano.
«¿Quieres cultura, libertad, igualdad, justicia? Pues ve y
conquístalas, no quieras que otros vengan a dártelas. La fuerza que
tú no tengas, siéndolo todo, no la tendrán unos cuantos, pequeña
parte de ti mismo. Ese milagro de la política no se ha realizado
nunca, no se realizará jamás. Tu emancipación será tu obra misma,
o no te emanciparás en todos los siglos de los siglos.
«Y ahora ve y vota y remacha tu cadena.»
(*) Aclaración del transcriptor; Aunque a ti te de igual lo que ellos hagan.
"Solidaridad Obrera", Gijón, 25-XII-1909
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