Domingo Alberto Rangel
Hace veinte años o
quizás menos, el comandante Hugo Chávez habría sido derrocado por un golpe
militar. No habrían resistidos sus colegas de las Fuerzas Armadas la tentación
del golpe de cuartel. Ahora los militares se ven forzados, cada vez que adviene
a su cabeza la idea del golpe militar, a pintar consignas subversivas en el
solitario baño de la guarnición donde sirven o pintar consignas parecidas a las
que suelen verse en las autopistas urbanas.
¿Por qué, desde el punto de vista sicológico, los militares
tienen que descargar sus instintos de venganza a través de los letreros que, en
el baño de los cuarteles, pinta la mano presurosa en una medianoche solitaria
cuando solo el rondín que manchó la pared está despierto en el vasto inmueble
del cuartel? Los editoriales más peligrosos para el gobierno, detrás de los
cuales anda todo un pelotón de espías para localizar los individuos o los
grupos organizados que mantienen un espíritu de insurgencia latente en el seno
de los o rg a n i s − mos militares, no pasan de los baños. No hay cuartel que
no tenga un baño lleno de letreros que en la mañana borra la mano diligente del
empleado que asea esos establecimientos militares para que en la noche
reaparezcan como consignas que golpean la política militar del régimen.
Hasta ahora los emplazamientos de los diarios más o menos
empapados de lo que ocurre tras el muro de los cuarteles, no han recibido
ninguna respuesta pública de los altos jerarcas militares. Los generales y
almirantes más extrovertidos y locuaces vienen guardando silencio, así las
materias sean aquellas que hacen chorrear la sangre como toro en suerte de
muletas. Hay un silencio demasiado permanente en los altos mandos castrenses
para no pensarse que obedece a una política deliberada. Hay una política de
callar las declaraciones y artículos que publiquen los jerarcas militares o
civiles de la oposición porque se teme encender unos fuegos fastuosos que bien
podría transformarse en vivaces candelas y llegar a dimensiones de incendio
pavoroso. El generalato y el almirantazgo han optado y seguirán optando por la
prudencia del que prefiere u opta por los labios cerrados. Puede empero, optar
por otra política el conjunto de generales y almirantes y el Ministerio de la Defensa levantar la
prohibición del comentario o de la explicación si, por ejemplo, persistiendo
con la política de los labios cerrados prosperan ciertas interpretaciones
susceptibles de hacer creer los oficiales en servicio activo que la situación
es tan grave o tiende a serlo que los órganos del comando supremo han preferido
no levantar más el avispero. Sea lo que fuere, existe una situación corrosiva
que impide toda declaración relacionada con la coyuntura militar y ello no deja
de ser grave.
Los altos mandos han conseguido, supongo que es obra de
ellos, volver en la materia que les compete la situación que regía en épocas
pretéritas la vida castrense en lo que atañe a declaraciones y especies
periodísticas relacionadas con la situación militar. En la llamada Cuarta
Republica la materia castrense desapareció de las inquietudes y de la temática
periodística. Nadie se refería, en los últimos cinco años de ese periodo a las
cuestiones militares. Y como el doctor Rafael caldera, presidente en ese periodo
o postrero, no abordaba ningún tema, lo castrense, pese a haber estallado un
golpe contra Carlos Andrés Pérez que desató lenguas y resucitó conciencias, la
tendencia a callar lo militar fue aplastante.
Lo militar entonces sigue callado. Nadie sabe qué pasa en
los establecimientos castrenses donde se guardan las armas de la República. El
comandante Chávez ha marcado todo un periplo completo. Comenzó con una
vocinglería de vendedor de esquina pero los años lo han ido apagando y hoy, a
tres lustros casi del ejercicio de la Presidencia de la Republica , es un
buhonero silencioso lo cual es en él una contradicción absoluta. Chávez callado
es como si un conjunto de guacharacas enmudecieran de repente. Algo muy grave
estaría pasando, eso creerían los habitantes del país ante tan irregular
situación.
Pero, no hay posibilidad o peligro de golpe de estado. Un
país armado, como es la
Venezuela de estos tiempos, implica un disuasivo frente a los
golpes de cuartel. Hay millones de armas, desde revólveres calibre 38 o
metralletas sofisticadas que se han vuelto vulgares en los arsenales
particulares. Todo alzamiento puede convertirse en el prologo de una guerra
civil. Basta que se divida la fuerza pública, como aconteció en España en 1936,
para tener una guerra con toda su barba. En las esferas dirigentes del sistema
hay una extremada prudencia frente a este tema. Tanto en el gobierno como en la
real oposición de su Majestad, analizan el momento casi frialdad de cirujano.
Nadie arriesga, ni siquiera guardando todas las precauciones para mantener el
silencio o la compostura. No se llega a la guerra civil porque aquí hay
tendencias que llevarían a la guerra en el plano de lo económico y sobretodo,
en lo social y eso asusta a los que tienen algo que perder. Pero en la esfera
de lo militar y lo político de todas maneras hay gigantescos diques que
represan las aguas del eventual conflicto armado, que por ellos no deja de ser
posible.
En lo económico y social hay clases sociales enteras que no
se sienten obligadas a seguir en el conjunto nacional. Es la verdad, los
marginales o muchos de ellos no sienten la obligación o el mandado de
permanecer dentro del pacto nacional, pero tampoco hay sobre ellos una presión
hacia el escape que sea constante. La situación que tienen tales capas sociales
puede mantenerse mucho tiempo en un punto de inercia. No hay peligro de
secesión que haga temer por el naufragio del pacto social. Las naciones vecinas
o cercanas tampoco tienen programa de propiciar desbarajustes de tal tipo. Por
encima de todo, Venezuela es más solida hoy que casi todos sus vecinos o que
todos, con excepción del Brasil. Hay no obstante, una crisis grave que podría
llevar a sacudidas muy fuertes. Y la propaganda oficial o los mensajes de
esperanza de la leal oposición, no la pueden resolver.
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