Humberto Decarli
Venezuela es un país donde la frivolidad reina
como hecho noticioso. Los concursos de belleza representan un momento estelar
dentro de la cotidianidad estimulados por la promoción de los medios de
difusión además de la precisión explanada sobre las informaciones de farándula,
las celebridades, el deporte y el entretenimiento. Crean expertos en béisbol,
el básquet y la
Vinotinto. Así como se banaliza la corrupción y a nadie
impacta un nuevo hecho antiético los comicios electorales se han convertido en
todo un acontecimiento que coloca en vilo a la opinión pública cada vez que
ocurre.
La conducta media del venezolano está conformada
por prácticas sociales creadoras de subjetividades rígidas con un simbolismo
instalado en el alma nacional, creador de mitos y racionalizaciones increíbles.
Las telenovelas, los obituarios, el alto nivel de religiosidad caldo de cultivo
para cualquier timo y la postura de un presidente escindido de su condición,
son expresiones características de la nación.
La
absolutización electorera
Así las cosas, estamos en presencia de un suceso
manido como es el de una elección, máxime si es presidencial en un país donde
la coercibilidad estatal está
concentrada en la figura del Jefe del Estado. El 7 de octubre significa, dentro
del contexto antes indicado, un hito más en la saga electorera en la cual ha
incursionado la nación desde el año 1958 y profundizado hasta el infinito
durante la experiencia gubernamental chavista. La elección significa algo así
como el alfa y la omega de la vida y las expectativas nacionales. Da la
sensación de vivir un hecho de magnitud histórica por la polarización
presentada hasta la presente fecha, con una connotación finalista y como si el
futuro estuviese absolutamente en juego.
Para nadie es un secreto que las decisiones
relevantes no se toman por razones electoreras como por ejemplo la devaluación
conocida vox pópuli. Cualquier otra
medida, por más necesaria que sea, conoce de una diferimiento post octubre.
Los torneos electorales se limitan a una pléyade
de ofrecimientos sobre los múltiples problemas atravesados por el país sin
detenerse a explicar la parte adjetiva, vale decir, la forma y el procedimiento
a materializar la panacea. Verbigracia, si hay desempleo, por razones
estructurales, se anuncia la elaboración de un plan ad-hoc comprendiendo generalidades fáciles de enunciar como si
fuera un problema circunstancial.
Las
elecciones enervan los problemas sociales
Los programas asistencialistas de esta
administración, que responden a la lógica clientelar, constituyen una oferta
gubernamental. La oposición, para no quedarse atrás, ofrece convertirlas en
leyes. Si el chavismo estimula el culto a Bolívar ahora surge la afirmación de
ser Capriles Radonski un descendiente del presidente de Colombia fallecido el
17 de diciembre de 1830. El juego populista es a dos y cada cual aspira a
superar al otro en el paisaje de la demagogia.
Es una carrera de proposiciones sin incorporar a
los grandes planteamientos el contenido programático y las ofertas siguen el
ritmo de los gustos, por demás conservadores y reaccionarios, del hombre común
en Venezuela. Nada se dice sobre el I.I.R.S.A., la barbarie carbonífera del
Zulia ni tampoco sobre el Plan Mesoamérica. La desnacionalización petrolera no
existe ni las políticas monetarias creadoras de la inflación ni los tratados
sobre la doble tributación tampoco son considerados en el debate comicial.
El panorama anterior no es accidental porque el
espacio ofrecido por el poder abarca el abanico de posibilidades de administrar
la renta petrolera o alcanzar cuotas o resortes del negocio democrático formal.
Es una probabilidad demarcada nítidamente para actuar en ella.
La
polarización
Venezuela políticamente está conformada por dos
opciones asfixiantes del espectro electoral. Si antes fueron las dos caras de
la misma moneda (AD y Copei), ahora se presentan el chavismo y la oposición. El
oficialismo ejecuta un desempeño clientelar y electorero al máximo pero con un
perfil de concentración del poder y la perspectiva de ser dueño del aparato
estatal. La MUD
en cambio ofrece una orientación más flexible pero en la misma línea populista.
Reflejan la misma manera de gobernar: el clientelismo, el rentismo petrolero y
la alineación de Venezuela en el contexto de las directrices de los centros
mundiales de poder.
Empero, por un manejo maniqueo crean la matriz
de dos oportunidades distintas en apariencia para estrangular al electorado. El
chavismo quiere continuar su pésima gestión siguiendo la saga de la bolsa de
comida, la educación mediocre e ideologizada, la mayor dependencia del Estado y
el miedo a volver al puntofijismo. La oposición habla de una vaga inclusión
social, unas fuerzas armadas no partidizadas, la secuencia de las misiones y
sobre todo, la fobia al estalinismo simbolizada en la reelección.
No se ha construido una opción distinta en
materia social a las dos formaciones mencionadas y de allí la dificultad de
resistir a esta elección. El voto no tiene sentido para llevar a cabo una
transformación en Venezuela; siempre ha servido para distraer y enajenar a la
gente de su terrible cotidianidad diaria. Participar en una elección sólo puede
servir para insertarse en el modelo reinante, distanciarse de la gente y entrar
al mundo de la representatividad.
Corolario
Ir al voto por el simplicismo de apostar al mal
menor es inconsistente y exuda pragmatismo. Ya en 1998 cuando Chávez fue
presentado como la salvación frente al esquema Ad-Copei devino en un remedio
peor que la enfermedad. Igual fue lo sucedido a la caída de la dictadura
perezjimenista: la gobernabilidad sucedánea fue tan nociva que a diez años de
la defenestración del militar de Michelena la gente votó por su partido porque
la ineficacia de la democracia representativa hacía a la gente añorar al
régimen castrense. Aplicar un tacticismo mecánico es perder la perspectiva
porque al final el resultado es contraproducente.
Se puede tomar como una referencia actual a
México donde Peña Nieto y López Obrador se disputaron los dos primeros lugares
en la carrera presidencial. Significan, al igual que los otros dos contendores
(Josefina Vásquez y Gabriel Quadri) el mismo menú populista. Pensar en otras
posibilidades es creer en lo imposible porque el cartabón estructurado por el
poder no da para otra senda que la servida.
Concomitante a razones doctrinales existen
motivos de naturaleza real para no participar, creer y confiar en estas
elecciones. Lo acertado, viéndolo desde una óptica libertaria, es abstenerse.
Haríamos así una Pica en Flandes al unir simultáneamente los principios con la
realidad.
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