Les escribimos con urgencia, ya saben, estamos de golpe de estado... parlamentario. Aunque la voz "parlamentario" habla de hablar, aquí no se ha hablado de nada.. dicen los que gobiernan fácticamente ahora que no ha pasado nada de nada. Lo dice el presidente golpista, Federico Franco y lo dice su secretario-ministro de información Martín Sanemann: acá no se puede hablar de golpe porque no ha habido tortura, ni muertes ni tanques en las calles. Y claro, con toda nuestra experiencia latinoamericana en la piel respecto a golpes de estado, tenemos en la mente que sin tanques, milicos con la cara pintada, ametralladoras apuntando desde camionetas verdes que crucen raudas las avenidas... no podemos hablar de golpe de estado... Estos aprendices de déspotas juegan con eso- con que tenemos en la cabeza tantos golpes contra el pueblo a punta de metralleta militar que algo no tan estridente que eso, no nos parece golpe- y por ahí nos pasan por encima. Porque creemos que lo militar, el trabajo de los militares, la función militar lo han de hacer sólo aquellos que integran las fuerzas armadas, con sus uniformes, modos, adornos y maneras y toda esa parafernalia a la que nos tienen acostumbrados.
Por eso, y en la urgencia de decir algo desde nuestro
antimilitarismo, nos concentraremos en algunas ideas, ideas sueltas con las que
podamos ir armando alguna conversa, discusión. Las ideas girarán en torno a si
existen golpes de estados parlamentarios sin milicos, al desempeño de la
policía, al orden cronológico de las cosas, a la experiencia histórica, y lo
que vaya surgiendo.
Policía y milicos, una misma cosa: Post matanza de
Curuguaty, el cerco sobre ese distrito lo efectuaron tanto policías como
militares, enviados por Lugo (presidente aun en esa momento). Es más, el
trabajo conjunto entre policía y fuerzas armadas es algo a lo que el gobierno
Lugo nos tenía acostumbrado: operaciones en el norte contra el mediático EPP. A
nivel latinoamericano, la acción conjunta policial-militar es algo acostumbrado
en situaciones de "crisis". De hecho, pareciera ser que definimos una
crisis como tal no por la convocatoria a bomberos, o cruz roja o
paramédicos,sino por la salida de militares a la calle, así como en las favelas
de Rio de Janeiro y en el postsunami chileno, o en la cárcel venezolana o en..
cada país podrá mostrar donde y cuando esto ha sido verdad en los últimos años.
Policías y militares parecen actuar en conjunto y confundirnos con su desempeño
tan similar.
La policía, los nuevos milicos: quienes nos reprimieron
efectivamente estos días fueron los policías, aliados con la prensa. La versión
policial de la matanza, que hablaba de francotiradores y emboscada encuentra
eco y vocería en los medios formadores de opinión. En la concentración popular
en la plaza frente al congreso los días del juicio político a Lugo, 21 y 22 de
junio, son los policías quienes hacen labor de inteligencia e infiltración en
las masas urbanas y campesinas concentradas ahí. Difunden rumores, esparcen el
miedo y la amenaza en vinculación estrecha con las grandes empresas de
comunicación impresa y audiovisual. Fotos de francotiradores policiales sobre
los tejados de losedificios que dan a la plaza, incluído el propio Congreso
Nacional, son reproducidas por los medios informativos y difundidas por las
redes sociales virtuales, azuzando el miedo a una redición de la masacre del
marzo paraguayo de 1999. Instalaron y multiplicaron el terror, la policía y la
prensa. A la hora del veredicto del juicio político a Lugo, instaurado ya como
presidente golpista el intragable Federico Franco, la policía despliega poder de
fuego concentrado, no letal, sobre un sector de las decenas de miles de
manifestantes concentradas en esas plazas del centro histórico de Asunción.
Bombas lacrimógenas, balines, porras y despliegue de caballería sobre quienes
huían a refugiarse de la andanada. Con ese fuego concentrado desmovilizaron al
pueblo resistente y por otro lado, desmotivaron a un pusilánime Lugo de
acercarse al pueblo en resistencia.
La policía cumplió en estos días los cometidos que en
nuestras cabezas le hemos dado a los milicos como propios de ellos cuando
hablamos de golpe de estado: ocasionan la crisis atacando al pueblo campesino
provocando una masacre, siembran el terror desmovilizando a la gente y anulando
a la dirigencia política que podría direccionar una respuesta al golpe, con la
gente en la plaza tan dispuesta a seguir liderazgos.. que le han dejado en
bolas, como se dice. Ha sido la policía quien ha puesto lo que de fuerza
necesitaba el golpe. La policía ha cumplido la función militar de destruir la
amenaza de contragolpe popular aniquilando por vía de la amenaza y de la
represión incruenta pero efectiva a ese pueblo urbano y rural reunido en
resistencia al golpe en esas plazas.
Los militares han ayudado a decidir las cosas con su
neutralidad. Objeto de deseo por la derecha, se les ha prometido el oro y el
moro para obtener de ellos un silencio profesionalmente cómplice. Las promesas
van desde "deshumillarlos" (en realidad nadie sabe cómo es qué fueron
humillados por el gobierno Lugo, quien al contrario ha sido quien más
rápidamente ha ascendido a la oficialidad joven), profesionalizarlos y dotarlos
de juguetes nuevos, vía EEUU, país al cuál se le ha ofrecido abrir una base
aero-militar en el Chaco para desplegar ahí aviones de combates modernos con
los cuales deslumbrar a los países vecinos. También algunas ofertas referidas a
sueldos y beneficios. Todo esto en pago a "no tomar partido" y
"ser institucionales", cosa que en la práctica ha sido colocarse del
lado de los golpistas. Para reafirmar estos lazos, el gobierno parlamentario
golpista ha hecho aparatosas declaraciones sobre un montaje de un intento de
intervención del canciller venezolano sobre el ejército los días del golpe de
estado.
Este escenario: de participación de la policía en la gestión
de los golpes aparece con fuerza en los últimos años, tanto por exceso retórico
de la izquierda latinoamericana en el poder como por el peso de los hechos. Las
actuaciones de la policía en situaciones de crisis en Ecuador, Bolivia y México
dan cuenta de ello. Más cercana al juego político y a los nuevos poderes reales
que se mueven en América Latina, como el narco y los movimientos sociales, la
policía tiene una capacidad de diálogo y posicionamiento del que carecen hoy
las fuerzas armadas; éstas, se encuentran disminuidas en lo demográfico, pero
aumentadas en un poder de fuego no planeado para escenarios locales, sino para
las guerras de desplazamiento global que se prometieron con fuerza a contar de
mediados de los noventa. Así, la policía se ha transformado en un agente político,
económico y semi mafioso que gestiona paz social por prebendas y granjerías.
Tal cual las fuerzas armadas con respecto a los gobiernos civiles en
latinoamérica hasta los años 60, cuando decidieron desplazarlos totalmente.
El orden cronológico: El militarismo de golpe y el
conservadurismo neoliberal civil vuelven de la mano en los lugares donde su
impronta cultural no se ha desvanecido del todo. Honduras y Paraguay son países
donde la experiencia de un gobierno a medias progresista era una novedad en su
historia. Países donde las transiciones democráticas se asentaban sobre el
dominio de las élites deudoras de las dictaduras y en que los procesos de
memoria, verdad y justicia respecto a los derechos humanos no habían tenido la
suficiente fuerza simbólica para por si misma desempoderar a las fuerzas
armadas profesionalmente formadas en la mítica dictatorial. La caída del poder de las fuerzas armadas en
ambos países tenía que ver más con ajustes de poderes internos en la élite
dominante. Los desajustes culturales de un giro progresista fueron tomados como
una terrible amenaza al poder establecido y con ese fin se movilizó a la
policía y fuerzas armadas (o se neutralizó a esta última) para volver al país a
un cauce "tranquilo". El militarismo retorna más fácilmente en donde
las prácticas culturales militaristas no han sido cuestionadas en profundidad;
donde el autoritarismo, el machismo, la discriminación, la jerarquización, el
clasismo, el racismo y la violencia como forma de resolver los conflictos sociales
siguen imperando como modelos de identidad social, ayudando a desarrollar en
ciernes prácticas de paramilitarismo, esto en combinación con movimientos
sociales estigmatizados, dependientes y excesivamente controlados por la
formalidad política. Ello ayuda a
entender el despliegue de soberbia, autoritarismo, machismo y homofobía que
hemos visto en días recientes en Asunción del Paraguay.
Pendiente: queda pendiente el pensar cómo enfrentamos desde
el antimilitarismo esta nueva oleada de golpismo militarista
"encubierto" y como apoyamos resistencias que no entren en la lógica
guerrerista de la resistencia heroicista y machista tan propia de la izquierda
admiradora de uniformes y banderitas. Cómo hacemos frente a la militarización
de la policía y a la policización de los militares, situación que ayuda a que
la resolución golpista de las crisis políticas aparezca como apetecible por el
bajo costo simbólico y de vidas que este aparenta llevar en un principio (la
experiencia hondureña nos sirve para entender que las masacres al estilo
Curuguaty no se repetirán, la aniquilación será por goteo, sobre blancos
específicos). Nos falta también entender este nuevo tipo de expresión y acción
militarista para poder despertar solidaridades adecuadas a lxs compas que
queden inmersos en estas situaciones y poderles acompañar efectivamente.
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