El momento político que se vive, con la indignación que
causa el caer en cuenta de que las elecciones son parte de un sistema político
en el que no cuenta la voluntad popular, muestra que la vía electoral para
conseguir un sistema de gobierno democrático no sirve. A pesar de las
evidencias del fraude, se legitima a quien es puesto en el lugar de candidatos
y gobernantes por los capitalistas, y no por que sean realmente los que hayan
elegido la mayoría de los votantes (siempre menos que los que nos abstenemos de
participar en la farsa) sino por es suficiente con que las elecciones sigan
siendo legitimadas por quienes votan.
A pesar de saber que los grandes capitales y el aparato de
Estado paga y manipula a los medios de comunicación (incluidos ahí toda clase
de periodistas, editorialistas, encuestólogos, etc.), a los votantes que venden
su voto, a los funcionarios y burócratas de las instituciones que se encargan
de operar la farsa electoral, las elecciones logran convocar a poco más del 40%
de los electores.
Sabemos que los políticos profesionales de los partidos
opositores también viven de eso, son parte del sistema político que se encarga
de controlar y dominar a la población y de aplicar las políticas económicas y
sociales, las estrategias de seguridad policiacas que convienen a los
capitalistas. Sabemos que quede quien quede en los puestos de gobierno operará
dichas políticas. Sabemos quienes son los equipos que rodean a los candidatos
que parecen honestos y que por más que quieran (estoy suponiendo que hay uno
que otro candidato honesto y que quisiera gobernar para el pueblo) serán
copados por el sistema político, por el dinero y el poder. Son esos políticos
profesionales de los partidos de oposición y sus acompañantes de las
Organizaciones No Gubernamentales, de las asociaciones civiles, de las
organizaciones sociales corporativas, quienes logran convocar la ilusión de la
mitad de ese 40 % de votantes. Hoy todos han logrado convocar a una
manifestación publica sin precedentes en los últimos veinte años (luego de las
de los años noventas que convocaron los zapatistas, las protestas por la
explosión del sector reforma y el asesinato del cardenal Posadas), pero nos
seguimos preguntando hacia dónde se dirige el descontento.
Los políticos profesionales seguramente procederán para que
les concedan una mayor porción del poder del Estado y mayores cantidades de
dinero para que sigan haciendo política con el único fin de mantenerse en el
poder gubernamental. Los colectivos y personas que luchan por un cambio verdadero,
se enfocarán en la perspectiva de cambiar las formas de entender y hacer
política, más allá de los márgenes del capital y el Estado. Sabemos que hay
quien dentro de las movilizaciones apuesta a cambiar las formas de hacer
política. También que está lleno de grupos políticos y personajes que persiguen
conservar sus cotos de poder ante el peligro de despojados por la estrategia
neoliberal de guerra por la que optaron los grandes capitales.
En estas movilizaciones se observa a miles de personas de la
clase media que estuvieron dispuestos a votar y hoy a movilizarse en contra de
la imposición anunciada. Muchos de ellos no son ingenuos, aunque creyeron que
podría derrotar a la maquinaria del fraude, saben que no se puede demostrar, de
acuerdo con la legalidad secuestrada y tramposa, el proceso de defraudación.
Por eso, habría que cuestionarnos si la movilización, además de sublimar el
coraje y la desesperación, pretende negociar que el mal no sea mayor sino un
mal menor al busca una garantía de que no van a perder privilegios que les ha
concedido el propio sistema político: la seguridad de que no los alcanzara la
guerra, la que ya viven los de abajo, la seguridad del empleo y el salario que
actualmente tienen, que no destruirán sus negocios y pequeñas empresas, que no
perderán sus puestos de dirección en alguna de las instituciones de educación,
salud, etc., donde se han venido desempeñando.
Por cierto, es de agradecer que los militantes de base de
los partidos y organizaciones sociales electorales en esta ocasión no nos hayan
echado la culpa a los abstencionistas del fraude de que fueron objeto. A los
abstencionistas nos indigna que defrauden a quienes votaron honestamente.
Los de abajo que viven la guerra total del capital, no se
movilizan de esa forma ni en tiempos electorales. La resistencia
anticapitalista tiene otros ritmos, otros tiempos y espacios de lucha. En
tiempos de guerra no se opta por votar para legitimar la guerra.
Pensar las elecciones con la vieja forma de entender la
política, como estrategia (sea leninista o burguesa, que es el mismo paradigma
liberal) para tomar el poder del Estado, explica por qué se cree que del voto
depende el cambio de régimen. Así se vende en la propaganda electoral el
producto del negocio del poder, pero el que se logre o no un cambio de régimen
no depende de votar por uno u otro candidato. Se olvida que cuando se derrotó
al pri en las urnas ni siquiera cambio el régimen político, si acaso hubo una
modificación del sistema de gobierno: de un partido de Estado a uno de partidos
de Estado.
Lo que está sucediendo con el proceso electoral hoy es la
continuación de un operación política que inicio la clase dominante en el año
1997, cuando diseñó lo que denominó la transición democrática (no pierdo de
vista que a nivel local se configuró esta perspectiva con la llegada de Alberto
Cárdenas del PAN al gobierno de Jalisco en 1995). Una transición al estilo
México por supuesto, que los “grandes analistas” de elecciones y partidos no
acaban de entender. El modelo a la mexicana de cómo se alterna la guerra con la
paz controlada, sin dejar de tener a la mano a los militares y a las policías
de todo tipo, para quien no se ajuste a dicha paz controlada, amenaza
particularmente dedicada hoy para la clase media acomodada y acomodaticia, ya
que para los de abajo, la guerra es permanente.
En este sentido, estamos frente a un escenario que intenta
potenciar lo que se consolidó en 1997 con el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas y
luego se fortaleció con López Obrador en el DF, un sistema de cooptación y
compra de voluntades (sólo comparado con lo hecho por el PRM-PRI entre 1917 y
1940), en que lograron someter a los movimientos y luchas, al integrar decenas
de miles de dirigentes de organizaciones sociales al aparato administrativo de
gobierno y previamente al aparato de participación electoral, cada vez con más
características de empresa política con auditorias y profesionalización de
cuadros, etc. En un sentido semejante comparando las diferentes formas de
sometimiento Zibechi dice que “la derrota
por represión no es tan destructiva como la institucionalización”.
En este sentido, las elecciones son la otra cara de la
estrategia de contrainsurgencia del Estado y el capital. El sistema de partidos
y electoral es parte de las relaciones sociales que se basan en la división
dirigentes y dirigidos, dominantes y
dominados. Es ingenuo pensar que votar por el mal menor nos acerca a la
verdadera democracia cuando la situación actual es de guerra y represión contra
los de abajo.
Plantear que el voto serviría para impedir el regreso del
pri significa la vieja idea del voto útil. Es como aquello de que votar por uno
y no por otro, no es lo mismo, pero es igual. Y a veces peor en algunos
aspectos, por ejemplo lo sucedido con el voto útil para Fox en el año 2000 y su
sucesor Calderón. Así, haber votado para detener el mal, con un mal menor, es
colocarse en la perspectiva del Estado capitalista.
La falsa ilusión fincada de que votar puede evitar un
peligro mayor también se está haciendo añicos, sostener esta idea es ignorar
cómo funciona lo que el sistema de dominación ha recreado durante tantos años,
las elecciones. Es ignorar lo que significa todo el proceso de defraudación
electoral. A quién se le ocurre que la emisión del voto es decisiva para
decidir la orientación del régimen político, sólo quien se identifica con el
pensamiento político de los de arriba, del liberalismo burgués, del realismo
político, puede creer tal cosa. Además, parece que ya se olvido lo sucedido
luego del fraude electoral de 1988 cuando el pueblo pretendió levantarse con
posibilidades de ser una gran insurrección civil y pacífica. Hay quien lo llama
traición y quien simplemente recuerda con cinismo que de lo que se trata es de
un juego electoral por el poder estatal no de que se cumpla la voluntad de los
votantes
A propósito de lo que para muchos analistas es un gran
acontecimiento en esta coyuntura electoral, la movilización de los estudiantes
identificados con el #Yosoy132, que se volvió el signo del movimiento, aventuro
algunas reflexiones. Dice Gilly que dicho movimiento “desbarato el desvaído
paisaje de la campaña electoral”. En ese sentido lo que creo es que gracias a
la acción legitima de los jóvenes del Yosoy132 al exigir la democratización de
los medios de comunicación y que los candidatos atendieran a los debates que se
les convocara por otros, además del ife, procuró cierta legitimidad a la farsa
electoral. Así, consiguió que se animara la participación electoral, incluso en
la perspectiva deseada por la clase dominante que, como se ha venido
corroborando, tenía bien aceitada la defraudación electoral y no significó
mayor riesgo la protesta de los estudiantes.
Así, el YoSoy132 y la opción del mal menor, para el caso de
Jalisco, logran incluso empoderar a la derecha (que logró copar las
candidaturas de los partidos), pues coadyuvan a configurar toda una estrategia
en la que el voto útil ayuda a legitimar cualquier resultado. La derecha y los
grandes capitalistas deben de estar contentos, pues el surgimiento del Yosoy132
animó lo que venía siendo una campaña electoral desprestigiada y marginal.
Ahora, los márgenes de legitimación que se le otorga a la farsa electoral, se
amplían y la democracia burguesa también logra legitimarse. Al menos hasta
ahora, a pesar de las grandes marchas del día 7 de julio contra el fraude en la Ciudad de México y de
Guadalajara.
Y a propósito de una de las dos principales razones de existir
que se ha dado el Yosoy132, habrá que preguntarse si de cuestionar a las
empresas de medios de comunicación se trata, si no sería mejor hacerlo al
margen de la agenda que marcan los propios medios y los sujetos que establecen
los tiempos y los espacios de una comunicación para la dominación. Habrá que
preguntarse si sería pertinente crear de manera autónoma los medios de
comunicación que necesitamos y no ilusionarnos con la idea de que los
encargados de controlar y manipular a favor de la perspectiva del capital y el
Estado, nos harán el favor de democratizarse.
En fin, las prácticas políticas, entre ellas el discurso,
arraigadas en el capitalismo, al estar constituidas por formas de hacer
contradictorias, en permanente y discontinua resistencia a la relación social
de dominación, han venido concretándose de modo que se pueden apreciar según la
perspectiva desde dónde se les analice.
Colocarse a contrapelo del horizonte que los capitalistas
imponen, implica una forma de hacer en el presente que niegue todo lo que nos
niega, como sujetos que resistimos a la dominación capitalista, decir no a lo
que niegue nuestra potencialidad de autonomía, no a la tendencia a la
subordinación, dependencia y representación, No a la reproducción de la
división entre dirigentes y ejecutantes, de los que saben y los que
supuestamente no saben, de los políticos profesionales y las masas de votantes.
En estas condiciones de desprecio, despojo y cínica
explotación, estamos obligados a un quehacer político por la defensa de nuestros
espacios, tomar algunas medidas que pudieran ayudar a inhibir y desarticular
ataques a las resistencias y proyectos de autonomía que están en curso. Dicho
al modo en que lo hemos entendido, es la cuestión de cómo podemos forjar
algunas barricadas (políticas, sociales, culturales, etc.) para dificultar las
iniciativas del Estado y el capital, siempre en la lógica de la resistencia
anticapitalista y no en función de la agenda de la clase dominante, pues de lo
que se trata es de asegurar algunos avances que hemos logrado y en la medida de
nuestras capacidades consolidarlos.
En este contexto, es preocupante, como dice Zibechi, la
corrupción del pensamiento, corrupción que hoy padecen la mayoría de los
académicos y analistas de “izquierda”; ante la pérdida de la autonomía del
pensamiento radical, surge una perversión moral al pensar desde la perspectiva
del sujeto del poder y el dinero. Habrá que cuidarse de ser persuadidos por el
discurso del poder y el dinero.
Termino esta breve reflexión con lo que hace unos días
escribió Emanuel Rozental, a propósito del golpe de Estado en Paraguay, que el
sistema democrático burgués llevo a cabo. Rozental sostiene que no hay porqué
preocuparse de tener todas las razones ni los datos, ni redacción acabada para
tomar postura desde la resistencia anticapitalista y reivindica la necesidad
de:
“manifestar las verdades más duras y evidentes. Se trata de
señalar lo repugnante sin adornos ni giros y de aprender de los golpes y de los
errores para articular tejidos de resistencia populares, con agendas propias y
capacidad real…tenemos que hacer lo posible por no dejarnos enredar, por no
confundirnos en el activismo agotador y en las denuncias y análisis
agobiantes…nos exige sabiduría práctica y concreta…Expresar la ira que sentimos
, denunciar los abusos, hacer las exigencias sin que esto termine apartándonos
de la prioridad que nos convoca. Es decir, fortalecer la capacidad estratégica
de los pueblos…transformar las derrotas y los errores en experiencias, en la
ética práctica de nuestras contradicciones haciéndose camino…La maquinaria bajo
el modelo Colombia se aplica a objetivos específicos para eliminar una a una
todas las estructuras y formas de resistencia. Desapariciones forzadas,
tortura, amenazas, masacres, señalamientos, judicializaciones y montajes,
criminalización de la protesta social, compra de líderes, infiltración de
procesos y cooptación…La guerra para despojar y despejar territorios…la
represión para desmantelar la memoria, la conciencia la resistencia popular…Nosotras
y nosotros, los pueblos, quienes nos oponemos al poder del capital y de sus
cómplices, auxiliares y representantes, a partir de diferenciarnos de ellos, de
reconocerlos en sus intereses y en sus actos más allá de sus discursos,
necesitamos de agendas nuestras y de nuestras estrategias para fortalecer
nuestras capacidades, reconocer y no perder de vista nuestros objetivos y
aprender a resistirlos y a transformar la realidad para la vida en ese camino
de la resistencia…Si no tenemos agenda propia, vamos a someternos a la de
ellos…una agenda de lucha y resistencia orienta nuestros esfuerzos solidarios y
nos enfoca para no agobiarlos, para sumar capacidades de manera oportuna, para
no cansarnos, para encontrarnos y alcanzar resultados, para ir aprendiendo y
enseñarnos a resistir, a defender lo que es nuestro y colectivo”.
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