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viernes, 6 de julio de 2012

Bolivarianismo e izquierda dominicana: debate. Entrevista a Rafael Uzcátegui


Por Leandro Morales

El solipsismo mediático, según el cual la revolución es porque es televisada, da forma de expresión y contenido al imaginario político en que se contra interpelan, más por lo que tienen estructuralmente en común que por las ocurrencias de zorra y pavón que los distancia, chavismo y oposición.

La obra de Rafael Uzcátegui, la del periodista, la del escritor y la del revolucionario ácrata, suma de conocimiento y experiencia, de observación y sensibilidad, se ocupa precisamente de denunciar, por un lado, las falacias retóricas y mediáticas del anticapitalismo y anti-imperialismo del gobierno bolivariano; por el otro, hace la genealogía de las continuidades entre el neopopulismo de mercado del chavismo y el populismo provincial del capitalismo de compadres y reinas y reyes de belleza de la derecha venezolana. Venezuela, la revolución como espectáculo, el libro de Uzcátegui en que éste totaliza, con mostraciones y demostraciones irrecusables, esa visión en perspectiva, desde fuera y desde dentro de una supuesta revolución cuya ideología se ha convertido en el nuevo sueño dogmático de la izquierda latinoamericana.

La propuesta de Rafael Uzcátegui es muy simple: ahí el catalejo y ahí, ante las narices de los creyentes, las lunas de Júpiter. Luego, son dos las actitudes que podemos asumir ante lo que Uzcátegui dice en esta entrevista. 1) No mirar ni saber porque con uñas y dientes nos aferramos a nuestros dogmas. 2) No mirar ni saber porque para qué, si sabemos y vemos que sus argumentos llevan verdad y realidad y esa verdad y esa realidad sumadas podrían costarnos (costarle a la izquierda) otro siglo de desilusiones y arrepentimientos y complejos de identidad ante el pragmatismo (el progresismo) triunfal de una derecha que no tiene reparo en dejar que ex guerrilleros, ex cuadros de partidos comunistas, ex líderes sindicales, ex mártires todos de las dictaduras liberales y neoliberales, le administren las crisis de gobernabilidad y sacien con gastos estatales (en misiones y milagros y megaproyectos de ingeniería militar y civil que contribuyen, a fin de cuentas, a elevar la demanda de los bienes producidos por las empresas nacionales y transnacionales del peibe del orden establecido) las insatisfacciones sin limites de los nuevos pobres del mercado global. 

 
LM: En La República Dominicana, la izquierda, sin distinciones de matices doctrinales o de organización, es responsable del bulo según el cual los conflictos sociales y políticos en el contexto de la llamada revolución venezolana se correlacionan en un tablero de dos extremos. En el extremo izquierdo y hacia abajo se sitúa el gobierno de una revolución anticapitalista y anti-imperialista; mientras a la derecha y hacia arriba se hallan los actores de la reacción oligárquica (copeyana y adeca), las conspiraciones de los medios de comunicación corporativos y la burguesía neoliberal pro-Washington. La pregunta de sentido común, antes de entrar de lleno en las reflexiones críticas, es saber qué ocurre entonces con las personas, las organizaciones y los movimientos, que ni se representan ni actúan ni luchan según las posiciones de esas fichas. Tú que como intelectual y activista libertario has estado ahí, desde antes y desde después de la recomposición bolivariana del Mercado y el Estado venezolano, ¿qué puedes decirnos al respecto?

RU: Hola, saludos y gracias por el interés en nuestra opinión. Hay que comenzar diciendo que la promoción del conflicto polarizado ha sido una estrategia a cuatro manos alentada no sólo por los representantes de los partidos políticos opositores y los medios de comunicación privados, sino también por el propio gobierno bolivariano. Esa visión reduccionista y maniquea ha sido muy efectiva para simplificar, hasta literalmente la estupidez, la comprensión del fenómeno experimentado por Venezuela desde 1998 y el disciplinamiento de buena parte de la población a través de la política mediática y mediatizada. Esta polarización, cuya una de sus consecuencias es el estrechamiento del campo perceptivo de la gente, ha neutralizado e inmovilizado a los sectores que cuestionan tanto el autoritarismo bolivariano como las pretensiones de la socialdemocracia y la democracia cristiana de la oposición. Otra consecuencia importante ha sido la desarticulación y fragmentación de todo el movimiento social por el cambio que se originó en el país después del Caracazo, 27 de febrero de 1989, y que fue capitalizado electoralmente por Hugo Chávez en 1988. Estas dos razones, más los conflictos históricos propios de algunas organizaciones, han impedido que con nitidez -a diferencie de, por ejemplo, Bolivia- se configure una red, plataforma, espacio, o como se quiera llamar, de gente revolucionaria de izquierda que intente promover una alternativa diferente de la falsa polarización que copa el conflicto político en Venezuela. Por ahora las diferentes organizaciones y grupos de izquierda revolucionaria que no estamos con la oposición ni con el gobierno, somos criminalizados por ambos extremos del espectro político. Hay que destacar que el chavismo no reconoce que exista disidencia revolucionaria a su modelo de dominación, y nos ubica en el mismo bando que la derecha más reaccionaria, calificándonos de "peones del imperialismo" y "oligarcas". Para cierto chavismo, enriquecido con el presupuesto estatal y con cuotas de poder que nunca antes tuvieron en su historia, somos el sector con más necesidad de neutralizar, por lo que la represión física y las intimidaciones vienen, en mayor medida, de estos "militantes" que de los órganos oficiales de represión del Estado.

LM: La izquierda dominicana se vertebra e invertebra en múltiples organizaciones y partidos dominados por personalidades que una vez reñían por razones ideológicas y ahora se patalean entre sí por problemas psicológicos (complejos, culpas y resentimientos). Una izquierda arrepentida y actualmente en la gestión de un gobierno de tres partidos (PRD, PRSC, PLD) cuyo Estado se maneja como una agencia de seguridad policial y militar a las órdenes de la élite gobernante, los banqueros y los empresarios nacionales y globales. Una izquierda acomplejada, que no se atreve a decir su nombre y se auto define como alternativa-progresista por contraste con la izquierda resentida, de un leninismo post-modernizado, vaciado frívolamente de realidad y contenido (los crímenes del bolchevismo, con Lenin y Trotsky en el poder, o se justifican cínicamente o no se discuten). Una izquierda cultural, ciudadana, feminista y ambientalista, cuyo discurso es cada vez menos comunicable a nivel de los pueblos, las comunidades y las personas afectadas por la criminalidad, el chantaje policial, el urbanismo, los daños al medioambiente y la desarticulación del tejido convivencial de sus vecindarios. Pero esa diversidad es sólo aparente. En todas sus variantes se trata de una izquierda estatolátrica cuya idea de hacer política consiste instrumentalizar en función del tacticismo parlamentoso o levantisco las luchas de los otros del sistema, los excluidos y los precariamente incluidos: personas a las que todos los días se le vulneran libertades y derechos, vecindarios o comunidades que protestan pacíficamente o violentamente por tal o cual injusticia o por la falta de tal cual servicio público y son sin contemplaciones víctimas del terrorismo de una policía perversamente concebida en la mente de video-juego de un presidente autista (que me perdonen los autistas por el analogo).

Esa manera partidista y estatista de hacer política explica el hecho de que nuestra izquierda sólo se entere (por mala fe o por ignorancia) de lo que dicen los intelectuales y los burócratas del turismo político bolivariano. Sin embargo, en los innúmeros escritos de que eres autor, como en tu libro Venezuela: La revolución como espectáculo, la realidad que muestras y demuestras es radicalmente distinta.

Desde tu experiencia revolucionaria y tu labor como escritor, háblanos de lo que realmente ocurre con las comunidades indígenas y campesinas, los sindicatos y los movimientos sociales autónomos que la hospitalidad política bolivariana no incluye en sus periplos.

RU: Como sabemos la historia no comenzó en 1988, con el triunfo electoral de Hugo Chávez, y uno de los errores más frecuentes de quienes desde el exterior hacen análisis sobre Venezuela es ignorar todo lo que ocurrió antes de esa fecha y que revela que más que una ruptura radical, el fenómeno bolivariano es una actualización de las principales matrices socio-políticas de la cultura venezolana. Haciendo un resumen apretado, hay que recordar que en el año 1989 ocurre el “Caracazo”, que ha sido definido por muchas personas como la primera revuelta de importancia contra el neoliberalismo. Entre otras razones, el pacto de gobernabilidad “democrática” construido después de la caída de la dictadura en 1958, tras décadas de desgaste, tuvo un golpe mortal en el año 1982, cuando una importante devaluación de la moneda inaugura un período desconocido para la gran mayoría de los venezolanos: la etapa de la crisis económica. Antes de esa fecha la renta petrolera, y especialmente la nacionalización de la industria de hidrocarburos –año 1975-, había generado los ingresos necesarios para que el Estado “democrático” experimentara diferentes ciclos de bonanza económica que, a su vez, permitieron la aparente redistribución de las ganancias energéticas en programas sociales de salud, empleo y educación, entre otros. El llamado “viernes negro” de 1982 abre un período de crisis económica que en un lapso de 7 años cataliza como nunca antes la crisis social. De 1982 a 1998 hay 16 años, por lo que una generación –por lo menos- creció teniendo a la combinación de estas crisis, la económica y la social, como su cotidianidad. El olvido que induce todo este tiempo transcurrido es el que permite que un presidente como Hugo Chávez, teniendo a su favor los altos precios petroleros, convenza a propios y extraños que la aplicación de políticas sociales como él las ejecuta, llamadas “misiones”, es la primera vez que ocurren en la historia de nuestro país. A pesar de la ignorancia de intelectuales como Noam Chomsky, que afirma que es la primera vez que los pobres reciben atención en salud de manera gratuita en Venezuela, es fácilmente demostrable que esto no es verdad. Otra discusión es si las políticas sociales de antes o de ahora fueron suficientes para disminuir estructuralmente la pobreza. El hecho fáctico es que antes existieron y ahora también.

Lo importante para tu pregunta es que la crisis de gobernabilidad posterior al “Caracazo” abrió un período de conflictividad que, entre otras características, permitió el protagonismo de nuevos actores sociales que demandaban un cambio. Y esta necesidad de renovación exigida por amplios sectores fue la capitalizada electoralmente por Hugo Chávez en 1998. Durante toda la década de los 90´s, diferentes redes, con diferentes niveles y grados de interconexión entre sí, se movilizaron en contra de la ofensiva neoliberal y por el empobrecimiento general de las condiciones de vida. Algunos de estos movimientos fueron el estudiantil, de vecinos, ambientalista, indígena y derechos humanos, entre otros.

Por ello, una de las estrategias desplegadas después del triunfo electoral bolivariano fue fragmentar el propio tejido social que lo había llevado al poder e imponerles, desde arriba, una nueva identidad política que reemplazara la solidaridad horizontal por una de tipo vertical y estadocéntrica. La promoción de la polarización política, a la cual me refería en la respuesta anterior, fue uno de los mecanismos para la reconfiguración de las identidades, y con ello de las propias lealtades políticas. De esta manera, desde el primer triunfo en las urnas de Hugo Chávez ha sido “el chavismo” la identidad privilegiada para quienes antes se definían como “indígenas”, “sexodiversos”, “ecologistas”, “feministas” y un largo etcétera. Hay que agregar, sin embargo, que este fue un proceso dialéctico pues muchos de los y las activistas deseaban ser institucionalizados/estatizados, con la ingenua idea que instalados en la arquitectura del poder iban a tener capacidad para transformar las cosas. Otra dimensión que hay que citar es la electoralización de sus dinámicas movimientistas, lo que les ha hecho hipotecar niveles importantes de su autonomía y supeditar sus propias reivindicaciones hasta después del triunfo electoral, en un país que todos los años, a excepción del 2011 ha tenido convocatoria a las urnas. Una tercera estrategia para la inmovilización de la capacidad beligerante de estos movimientos ha sido su propia deshistorización, inoculándoles la noción que su génesis es paralela a la del movimiento bolivariano.

Cada uno de los movimientos que nombras como ejemplo ha tenido avances jurídicos, institucionales y simbólicos que protagonizan la propaganda estatal acerca de los supuestos avances de los mismos.

Sin embargo en la realidad concreta lo que más abunda son los estancamientos y retrocesos. Por ejemplo el caso del movimiento indígena, para quien la Constitución de 1999 consagra una serie de derechos, como la demarcación de su territorio y regirse por sus propias leyes. Además, en el año 2007 fue creado un Ministerio para atender directamente su problemática, teniendo a una mujer (Nicia Maldonado) como ministra desde esa fecha y cada 12 de octubre se celebra oficialmente como “Día de la resistencia indígena”. Sin embargo su situación de exclusión y genocidio estructural no ha variado significativamente. Según cifras oficiales en 12 años apenas se ha demarcado el 2,5% de sus territorios, lo que habla bastante de la voluntad política estatal al respecto.

El único conflicto indígena que ha solicitado regirse por sus tradiciones y costumbres, caso del cacique yukpa Sabino Romero, fue rechazado por el Tribunal Supremo de Justicia. Los diferentes proyectos extractivos sobre su territorio se negocian sin su participación y consentimiento, adoleciendo de los estudios de impacto ambiental. Confundido y chantajeado, salvo episodios aislados, las organizaciones de los pueblos originarios se identifican a si mismo primero como “revolucionarias” y sólo después como indígenas, abandonando sus propios intereses de clase para movilizarse por la permanencia en el poder de la burocracia bolivariana. El movimiento campesino ha sido cooptado desde diferentes “frentes” y “federaciones” organizadas por el Estado, las cuales reciben algunos títulos de tierra y subsidios para el trabajo en el campo, en medio de la disputa de tierras entre los agentes estatales y los sectores privados. Sin embargo, como consecuencia de esta pugna han sido asesinados diferentes líderes campesinos, sicariatos que se mantienen en la impunidad.

En segundo lugar es evidente la desinversión real en el campo en un país que importa más del 70% de los alimentos que consume. Un examen de las políticas sociales revela que las mismas se siguen concentrando en los sectores urbanos y menos, mucho menos, en los sectores rurales. Para los sindicatos la situación no es muy diferente, cuando desde el propio Ejecutivo se ha cuestionado con insistencia la libertad y autonomía de las organizaciones gremiales, promoviendo la figura paralela de los consejos estatales de trabajadores sintonizados con el partido de gobierno. Cada dos años, aproximadamente, el gobierno central promueve desde arriba la conformación de una nueva central sindical. Las leyes del trabajo y los aumentos salariales son decididos unilateralmente por el presidente sin la participación de las organizaciones de trabajadores, ni siquiera por las afectas al proceso bolivariano. Desde el año 2005 más de 200 sindicalistas y trabajadores han sido asesinados en conflictos relacionados con la obtención de puestos de trabajo, 98% de estos casos se mantienen en impunidad. Más de 60 sindicalistas han sido judicializados por participar en manifestaciones por derechos laborales, siendo el caso emblemático el de Rubén González, quien estuvo 14 meses en prisión por apoyar una huelga de trabajadores, siendo gremialista del PSUV, y quien hoy en día espera el resultado del juicio en su contra. Por otra parte, sindicalistas combativos han sido asesinados durante el gobierno bolivariano por su defensa de los derechos de los trabajadores, y los casos también se mantienen en impunidad: Alexander García, Pedro Suárez, Richard Gallardo, Luis Hernández y Carlos Requena.

En Venezuela existen iniciativas sociales y revolucionarias que, con todo en contra, se siguen movilizando por sus intereses. Sin embargo, por razones obvias, no aparecen ni en los medios privados ni en los medios controlados por el Estado.  

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