Por Decio Machado
El socialismo del siglo XXI es un concepto que aparece en la escena mundial en
Según su obra Socialismo del Siglo XXI, Dieterich determina un modelo de Estado que
se inspira en la filosofía y la economía marxista, y que se sustenta sobre
cuatro pilares: el desarrollismo democrático regional, la economía de
equivalencias, la democracia participativa y las organizaciones de base.
Dieterich descubrió la aplicación práctica de sus teorías en
la Venezuela
chavista, gobierno del que fue asesor hasta 2007, momento en el que cayó en
desgracia para el régimen. A pesar de que varios gobiernos latinoamericanos
mantienen como definición ideológica el socialismo del siglo XXI, tanto para
bien como para mal, todos ellos han hecho renuncia de la mayoría de las tesis
teóricas esbozadas por el pensador alemán.
A mediados del 2006, el presidente Chávez expresaba
públicamente: "Hemos asumido el compromiso de dirigir la Revolución Bolivariana
hacia el socialismo y contribuir a la senda del socialismo, un socialismo del
siglo XXI que se basa en la solidaridad, en la fraternidad, en el amor, en la
libertad y en la igualdad". Y con notable indefinición sobre su hoja de
ruta proseguía: "debemos transformar el modo de capital y avanzar hacia un
nuevo socialismo que se debe construir cada día".
Más tarde, el 8 de enero de 2007, Chávez le diría a la
jerarquía eclesiástica venezolana durante el acto de juramentación de una
recomposición de su gabinete: “Les recomiendo a los obispos que lean a Marx, a
Lenin, que vayan a buscar la
Biblia para que vean el socialismo en sus líneas, en el viejo
y nuevo testamento, en el sermón de la montaña”. Este mismo día Chávez se
definió también como trotskista e identificó al socialismo del siglo XXI como
una doctrina que posee elementos ideológicos tan variados como el
marxismo-leninismo, el trotskismo y el socialismo cristiano.
Para Chávez, el primer elemento sobre el que se articula el
socialismo del siglo XXI es su vinculación con la práctica política que tuvo
sus orígenes en la década de los 80 con el diseño de lo que vinieron a llamar el
“árbol de las tres raíces”: raíz bolivariana –planteamiento afrancesado sobre
la igualdad y la libertad, combinado con la visión regional de integración
latinoamericana-; raíz zamorana –basada sobre la figura de Ezequiel Zamora,
espíritu romántico de los liberales de su tiempo y combinado con fuerte
reivindicación de reforma agraria-; y raíz robinsoniana –basada en la figura de
Simón Rodríguez, tutor de Bolívar y uno de los precursores de la educación
popular en América Latina-. El tronco de este “árbol de las tres raíces”, a su
vez impregnado de marxismo, es el pilar sobre el que se sustentó inicialmente
la ideología del proceso bolivariano y el socialismo del siglo XXI en
Venezuela.
En medio de semejante “tutti frutti” ideológico, el
presidente Chávez afirmaba que el primer socialista de la historia de la Humanidad fue Cristo, y
que por lo tanto el socialismo del siglo XXI debe nutrirse de las corrientes
más auténticas del cristianismo.
Bajo el discurso del socialismo del siglo XXI, a Chávez le
siguieron Evo Morales en Bolivia (enero del 2006), y Rafael Correa en Ecuador
(enero del 2007).
Pero más allá del debate filosófico sobre la religión, hay
varios elementos que marcan la diferencia entre el socialismo del siglo XXI y
las diversas alternativas revolucionarias que se ido construyendo a lo largo de
la historia.
Remontándonos al pasado
Tras la muerte de Friedrich Engels (1895), el alemán Eduard
Bernstein, considerado como el padre del revisionismo y uno de los fundadores
de la socialdemocracia, plantearía entre otras cuestiones, que el socialismo no
se construiría como consecuencia de la toma del poder por parte de fuerzas
revolucionarias, sino fruto de la acumulación de pequeños cambios producidos
por la acción social dentro de los límites establecidos por las necesidades
mismas del desarrollo económico. Bernstein entendía como fundamental combinar y
armonizar las ventajas de una economía capitalista, prestando especial atención
a las fuerzas productivas que el capitalismo genera, sin cuestionar la
propiedad privada de los medios de producción, aunque sí contemplando una
necesaria regulación estatal del mercado y la economía.
Si observamos las políticas propugnadas por los llamados
gobiernos “revolucionarios” de Venezuela, Bolivia o Ecuador, podremos comprobar
que en ningún momento dichos gobiernos han cuestionado al capitalismo, sino más
bien se ha procedido a mejorar las condiciones económicas de los sectores más
debilitados a través de fuertes programas asistenciales e incrementos
salariales superiores a los desarrollados en la época neoliberal.
De igual manera, tras el neoliberalismo que dejó al Estado
reducido a su mínima expresión, los gobiernos del socialismo del siglo XXI
reconstruyeron dicho Estado,
incrementando notablemente su intervención sobre el mercado y
convirtiéndolo en ejes motores de sus respectivas economías nacionales.
El presidente Correa resumía muy bien esta cuestión en
referencia a su gestión: “básicamente estamos haciendo mejor las cosas con el mismo modelo de acumulación,
antes que cambiarlo, porque no es nuestro deseo perjudicar a los ricos, pero sí
es nuestra intención tener una sociedad más justa y equitativa” (El Telégrafo,
15/01/12).
Para Bernstein, las instituciones políticas creadas por el
liberalismo eran un avance fundamental de la humanidad y los socialistas lo que
debían hacer era mejorar dichas instituciones en lugar de cuestionarlas. El
viejo socialdemócrata consideraba fundamental la permanencia del sistema
parlamentario de representación, lo que en la práctica significó en Europa la
imposibilidad de desarrollar políticas dirigidas a la consagración de la
democracia participativa, radical y directa, hoy tan demandada por los
movimientos contestatarios a la crisis actual.
A ese respecto, los gobiernos del llamado socialismo del
siglo XXI –especialmente Bolivia y Ecuador- no han buscado fortalecer los niveles
de autonomía, organización y participación de la sociedad en la toma de
decisiones, como tampoco han desarrollado políticas de resignificación social
de sus instituciones. En lugar de eso, estos gobiernos se han caracterizado por
intentar controlar a través de políticas clientelares a las organizaciones
sociales, anulando su anterior capacidad de movilización –por considerarla un
factor de desestabilización política- y criminalizando la protesta social.
En contraposición, basta ver como el partido de gobierno en
Ecuador procesa como metodología de selección para sus candidatos a
legisladores ante el próximo comicio electoral, un mecanismo que combina la
popularidad con los niveles de lealtad hacia su líder, ignorando procesos
democráticos internos que pudieran contemplar mecanismos de primarias u otros
por los cuales participe el conjunto de la sociedad.
De igual manera, la búsqueda del estado del bienestar por la
socialdemocracia europea, es confundida por los gobiernos del socialismo del
siglo XXI con los objetivos plasmados en las constituciones de Bolivia y
Ecuador de la búsqueda del Buen Vivir (suma qamaña en Bolivia o sumak kawsay en
Ecuador), ignorando así que el concepto del Buen Vivir nace en la periferia
social de la periferia mundial carente de los elementos engañosos del
desarrollo convencional que ha conocido mundo industrializado.
En resumen, el llamado socialismo del siglo XXI no pone en
cuestión ni la economía de mercado, ni la propiedad de los bienes de
producción, ni tampoco el sistema de precios, con lo cual carece de elementos
nuevos que merezcan destacarse, quedando lejos de la fórmula planteada por el
marxismo de Mariátegui en cual indicaba que “tenemos que dar vida, con nuestra
propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano”.
Contradicciones socialistas
Es desde esos parecidos con la socialdemocracia europea
desde donde se puede entender que los procesos latinoamericanos que se
denominan a sí mismos como los más radicales, generen incongruencias en el ámbito
del sector financiero privado como las siguientes:
• En Venezuela, la Superintendencia
de las instituciones del Sector Bancario (Sudeban) ha definido el pasado mes de
abril a este período como “el mejor momento en su historia”, haciendo
referencia a la situación actual de la banca. La Sudeban calificó con 71.67
puntos la salud de su sistema bancario, aplicando el método internacional de
evaluación Camel, el cual toma en cuenta aspectos como: suficiencia
patrimonial, calidad de activos, gestión administrativa, liquidez y
rentabilidad. Así, los primeros siete bancos privados en ganancias para abril
de 2012, obtuvieron unos resultados netos de 4.951 millones de bolívares. Según
fuentes oficiales, en julio del 2011, la banca privada había ganado ya un 81,7% más que en el mismo período del año
anterior, pasando de 498,5 millones de dólares a mediados de 2010 a 846,2 millones doce
meses después, todo ello a pesar de la que economía se había contraído un 7,1%.
• En Bolivia, según datos de la Autoridad de Supervisión
del Sistema Financiero (Asfi) se revela que las utilidades que obtuvieron las
entidades pertenecientes al sistema financiero a junio del 2011 fueron de 176,2
millones de dólares, superando en 7,88% las obtenidas por este sector durante
toda la gestión 2010. Son 21 grupos corporativos, empresariales y de
inversiones los propietarios de todo el sistema bancario boliviano.
• En Ecuador, el crecimiento acumulado del sector bancario
privado fue durante los tres primeros años de gobierno de Correa (2007-2009) un
70% superior al de los gobiernos
neoliberales anteriores en el mismo período. En 2010 el sector bancario
privado alcanzó un 15’4% de utilidades más que en el ejercicio 2009, y en el
2011 un 52% que en el ejercicio 2010, aproximándose sus utilidades a 500
millones de dólares.
Y similares incongruencias encontramos respecto al sector
económico privado:
• En Venezuela, el mismo presidente Chávez declaró el pasado
18 de mayo que el crecimiento del sector privado está por encima del público.
Pero no solo es el sector privado que más crece, sino que si consideramos el
excedente de explotación venezolano, concepto que comprende los pagos a la
propiedad (intereses, regalías y utilidades) y las remuneraciones a los
empresarios, así como los pagos a la mano de obra no asalariada, veremos que
este pasó del 49,02% en 1999 al 61,30% en el 2010. Es decir, los 400 mil
empresarios existentes en Venezuela se llevan mayor parte de la tarta, por
encima del trozo que le corresponde a los 14 millones de trabajadores
asalariados existentes (sumados trabajadores formales e informales). Según
datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) de Venezuela y a pesar de las
mejoras respecto al índice Gini en el país, tras más de una década de gobierno
“revolucionario”, el 20% de los hogares con mayores ingresos económicos devenga
el 45,56% del ingreso total, mientras el 40% de los hogares más pobres apenas
se apropia del 15,1% del ingreso.
• En Bolivia, hasta noviembre del 2011, las
recaudaciones fiscales lograban un
record histórico. Según el ministro de Economía y Finanzas, Luis Arce Catacora,
el ingreso tributario más importante es el Impuesto a las Utilidades
Empresariales (IUE), que representa el 24% del total de las recaudaciones
impositivas. Dicho monto representa que prácticamente un cuarto de los ingresos
de impuestos que recibe el Tesoro, y está generado por las utilidades
proporcionadas por el sector privado. Arce se congratulaba de dicha situación
indicando que “le está yendo muy bien al sector privado, porque están pagando
grandes cantidades por el Impuesto a las Utilidades Empresas. Y nos alegramos
que les vaya bien a los empresarios privados, porque mientras sigan
contribuyendo (…) a las recaudaciones tributarias, el país seguirá teniendo
estos récords de recaudaciones impositivas”.
• En Ecuador, tras más de cinco años de gobierno de la
revolución ciudadana, 62 grupos económicos concentran el 41% del PIB, teniendo
el sector privado un beneficio superior al 54% del que obtuvo durante los
mismos períodos de gobiernos inmediatamente anteriores a Correa, los cuales
eran de perfil neoliberal.
En resumen, el llamado socialismo del siglo XXI, carente
como se puede ver del histórico concepto de lucha de clases, ha permitido que
en sus respectivos países, los sectores excluidos de la sociedad nunca
estuvieran menos mal, y que sus grupos económicos poderosos nunca estuvieran mejor.
Algo muy parecido al rol desarrollado en Europa por la socialdemocracia durante
la segunda mitad del siglo pasado.
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