Raoul Vaneigem
Titulo original:
Par delà l’impossible.
Publicado en el Nº2
de la revista L’Impossible en Abril del 2012.
Traducido por MLB
Traducido por MLB
El imposible es un universo
cerrado. Sin embargo, nosotros poseemos la llave y como lo sospechabamos hace
milenios, la puerta se abre sobre un campo de infinitas posibilidades. Este
campo, nos pertenece más que nunca y debemos explorarlo y cultivarlo. La llave
no es ni mágica ni simbólica.
Los griegos antiguos la llamaban
“poesía” del verbo “poiein”, construir, formar, crear. Desde que, junto con la
civilización mercantil, se instauró el reino de los príncipes y los sacerdotes
– cuyos lamentables residuos siguen apiñados en el cadáver de Dios – el dogma
de la debilidad nativa del hombre y de la mujer no dejó de ser enseñado, a
costas de la creatividad, facultad humana por excelencia. ¿La ley del poder y
del lucro no condena al niño a la vejez prematura cuando aprende a trabajar, a
consumir, a exhibirse en el mercado de esclavos en donde la picardía competitiva
ahoga la inteligencia del corazón y de la solidaridad?
Estamos expuestos a una desnaturalización
constante donde la vida es vaciada de su substancia mientras que la necesidad
de sobrevivir se reduce a la búsqueda animal de la subsistencia. El derecho
aleatorio a la existencia se adquiere al precio de un comportamiento predador
que negocia y rentabiliza el miedo.
Mientras que el trabajo
socialmente útil – agricultura natural, escuelas, hospitales, metalurgia,
transportes – se rarifica y se degrada, el trabajo parasitario, sujetado a los
imperativos financieros, gobierna los Estados y los pueblos dentro de una
burbuja financiera condenada a la implosión. El miedo reina y responde al
miedo. La derecha populista recupera el descontento popular. Muestra culpables intercambiables:
judíos, árabes, musulmanes, gente sin trabajo, homosexuales, extranjeros,
intelectuales y prohíbe así que nos enfoquemos en el sistema que amenaza el
planeta entero. Al mismo tiempo, la izquierda populista canaliza la indignación
en manifestaciones cuyo carácter espectacular dispensa de todo verdadero
proyecto subversivo. La “flor de la canela” del radicalismo consiste en quemar
bancos y organizar combates de gladiadores entre policías y “encapuchados” como
si este combate en la Arena pudiera estremecer siquiera la solidez del sistema
de estafa bancaria y de Estados, quienes, unánimemente, asuman el trabajo sucio.
En todas partes, el miedo, la
resignación, la fatalidad, la servidumbre voluntaria oscurecen la conciencia de
los individuos y atraen a las masas a los pies de representantes del pueblo,
que sacan de su estupidez los últimos provechos de un poder vacilante.
¿Cómo luchar contra el peso del
oscurantismo quien, del conservadorismo hacia la revuelta rabiosa y impotente
del izquierdismo, mantiene esa letargia de la desesperanza, aliada de todas las
tiranías, tan indignantes, tan ridículas, tan absurdas? Para acabar con las
diversas formas de gregarismo, cuyos gritos marcan el camino al matadero, no
veo otra manera que reanimar el diálogo que está al corazón de la existencia de
cada uno, el diálogo entre el deseo de vivir y el culto de una muerte
programada.
¿Con que aberración consentimos
pagar los bienes que la naturaleza nos prodiga: el agua, los vegetales, el
aire, la tierra fértil, las energías renovables y gratuitas? ¿Con que desprecio
de nosotros-mismos juzgamos imposible barrer, bajo el soplo vivificante de las
aspiraciones humanas dicha economía que programa su aniquilación acaparando y
saqueando el mundo? ¿Cómo seguir creyendo que el dinero es indispensable
mientras contamina todo lo que toca?
Que los explotadores se obstinan
en convencer a los explotados de su ineluctable inferioridad, está en la lógica
de las cosas. Pero que unos revoltosos y revolucionarios se dejen encarcelar en
el círculo artificioso de lo imposible, esto sí que es escandaloso. Ignoro
cuanto tiempo se demorará antes que vuelan en pedazos las tablas de la ley del
lucro, pero ninguna sociedad verdaderamente humana nacerá sin que se rompa el
dogma de nuestra incapacidad en fundar una sociedad sobre la verdadera riqueza
del Ser: la facultad de crearse y recrear el mundo.
Hasta que las palabras portadoras
de vida se hagan un sendero en el bosque petrificado, donde las palabras
heladas y gelatinosas consagran el poder de una muerte fríamente rentabilizada,
quizás es indispensable repetir incansablemente: sí es posible acabar con la
democracia corrupta, instaurando una democracia directa; sí es posible empujar
más adelante la experiencia de las colectividades libertarias españolas de 1936
y poner en obras una autogestión generalizada; sí es posible recrear la
abundancia y la gratuidad, negándose a pagar y poniendo un fin al reino del
dinero; sí es posible deshacerse del mercantilismo tomando al pie de la letra
la recomendación “hagamos nuestras cosas nosotros-mismos”; sí es posible sobrepasar
las imposiciones del Estado, las amenazas de las mafias financieras, los
predadores políticos de cualquiera etiqueta que se revindican. Si no salimos de
la realidad económica construyendo una realidad humana, permitimos una vez más
a la crueldad mercantil de castigar y perpetuarse.
El combate que se está dando en
el terreno de la vida cotidiana entre el deseo de vivir plenamente y la lenta
agonía de una existencia empobrecida por el trabajo, el dinero y los placeres
echados a perder, es el mismo que trata de preservar la calidad de nuestro
medio ambiente contra los estragos de la economía de mercado. Es a nosotros que
pertenecen las escuelas, los productos de la agricultura natural, los
transportes públicos, los hospitales, las casas de tercera edad, la
fitoterapia, el agua, el aire vivificante, las energías renovables y gratuitas,
los bienes socialmente útiles fabricados por trabajadores hoy en día cínicamente
expoliados de su producción. Dejemos de pagar por lo que es nuestro.
La vida antes que la economía. La
libertad de lo vivo revoca las libertades del comercio. Es en este terreno que,
a partir de ahora, el combate empezó.
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