
* Juan Manuel Roca prologa “Las llaves invisibles”, compilación de textos anarquistas del más grande titiritero colombiano, Iván Darío Álvarez. El libro, publicado por la editorial Domingo Atrasado, será lanzado el 22/4/2012 en la Feria del Libro de Bogotá, en la sala María Mercedes Carranza, 5:30 de la tarde.
“Qué siglo de manos”
Jean Arthur Rimbaud
Tenemos entre manos un pequeño y grande libro que echa a andar por “los caminos de la libertad”. Su autor, Iván Darío Álvarez, titiritero mayor, es uno de esos raros estudiosos inagotables del anarquismo en todas sus vertientes, que es como decir de un paisaje poblado de muchos ríos y vertientes que desembocan en la utopía libertaria de cada día.
Una vertiente inevitable es la que despega de su actitud refractaria frente a la que alguien llamó la “educastración”, esa empresa violenta que desde la pedagogía del garrote suprime la imaginación y busca el amansamiento colectivo y por lo tanto el gregarismo.
Ya está inscrito con tintas roja y negra en el “Diccionario anarquista de emergencia” que los niños son por naturaleza anarquistas. Y que no en balde “fue un niño quien se dio cuenta de que el emperador no tenía traje, que iba en pelo por las calles y que todo su fasto era invisible”.
Del tedio escolar y de sus imposturas, Álvarez recibió en contravía y por oposición a los anhelos de una “maestra senil”, una suerte de insumisión, un talante de rebelde sin pausa.
A despecho de los pases hipnóticos de la obediencia, de una formación en el conformismo y la aceptación, nunca dejó de jugar, como si supiera sin saberlo que el juego es anterior a la cultura, según la afirmación de Johan Huizinga.
Su “peterpanismo”, su negativa a regodearse en una supuesta madurez, toda vez que los frutos maduros son los que se encuentran a punto de caer, podridos sin ser saboreados o exprimidos, me parece que ha acompañado todos su actos desde su admirable insumisión.
De esa mirada frontal, de una pasión nunca claudicante, habla este cuaderno. Son las meditaciones de alguien que sabe, como los niños, darle un animismo a los objetos como también lo hacen los poetas, los brujos y en no poca medida los locos.
Ya está inscrito con tintas roja y negra en el “Diccionario anarquista de emergencia” que los niños son por naturaleza anarquistas. Y que no en balde “fue un niño quien se dio cuenta de que el emperador no tenía traje, que iba en pelo por las calles y que todo su fasto era invisible”.
“Todo comenzó con la risa de los niños y terminará con ella”, decía el más niño y el más ácrata de los poetas de Europa, de ese continente que bosteza, Jean Arthur Rimbaud.
Invocando sus feroces dudas ante la realidad, Álvarez ha puesto a lo largo de décadas sus manos al servicio de narrar episodios libertarios y pasajes humorísticos de la tragedia humana no exentos de lirismo. Lo ha hecho en muchos tinglados y teatrinos del mundo y lo ha hecho, también, en un importante número de páginas de reflexión y de crítica.
Iván Darío cree en la posibilidad de quitarle hibridez a los objetos, en darle un trato humano, demasiado humano, a títeres y marionetas.
Podría decirse que más que la clase obrera, haciendo un escamoteo paródico de la bella película de Elio Petri, los muñecos rebeldes van con más celeridad al Paraíso.
Tal vez por esa vieja creencia realizó una formidable pieza titulada “La rebelión de los títeres”, en un acto de feroz independencia.
En sus obras, como ocurre de igual manera con sus palabras, los muñecos no parecen manipulados sino integrados a sus manos, como si fueran parte de una nueva anatomía, como corrigiéndole la plana a la naturaleza desde esa sobre-naturaleza que es el arte.
En estos textos de diferentes épocas y de distintas procedencias, Álvarez logra crear una bisagra entre lo real y lo fantástico: para abrir esa puerta de una región encriptada, como todo utopista encuentra una llave invisible, una llave que quizá haya sido fabricada en la Cerrajería Durruti, en un pequeño local ubicado en una inexistente callejuela de Barcelona que sigue funcionando desde el más corto, pero también más fecundo verano de la anarquía.
En un país como el nuestro, que practica la autofagia como deporte, qué bueno es poder celebrar estas páginas de alguien que, además, es un celebrador de los amigos y la vida.
Por eso es grato que en este número de la Colección Cuadernos Anarquistas Iván Darío Álvarez reúna algunos escritos atomizados en los que ejerce su libertad creadora.
Entre otros temas libertarios va de un recuento de la formidable filmografía del cine anarquista (salud, mister Porton), a una exaltación anárquica del humor disolvente que sirve como blindaje contra los poderes. De paso brinda a la salud de quienes han tendido puentes entre el arte y la libertad.
Sus páginas son suscitadoras de otras reflexiones.
Si nos tomáramos el tiempo saludable de ver los nexos poderosos que existen entre grandes artistas de diferentes calibres y de diferentes corrientes con el detonante espíritu anarquista, de George Orwell a Herbert Read, de Henry David Thoreau a Albert Camus, de Antonin Artaud a Boris Vian, de Carlo Carrá a Franz Kafka, podríamos aceptar la afirmación de Federico García Lorca, que sin duda comparte nuestro autor: “El artista y en particular el poeta es siempre anarquista en el mejor sentido de la palabra”.
Todos estos espíritus impacientes antes mencionados, creo que hacen parte de la familia electiva -qué buen acto libertario es elegir a nuestra familia sin la dictadura de los vínculos sanguíneos-, de nuestro más virtuoso y singular titiritero.
“La anarquía obedece a una ética solidaria que respeta profundamente al individuo y no da licencias -como algunos creen-, para los abusos del poder, la autoridad o el crimen”, es un aserto que podría ser la nuez de las reflexiones de este libro, podría decirse que una especie de claro epicentro.
Ventrílocuo de silencios, cerrajero de lo invisible, fabricante de ganzúas hechas para violar los recintos de lo desconocido, suerte de médium que se niega a ser un invitado de piedra de la historia, Iván Darío le sigue un prontuario a la más chata y mediana realidad, a los envolventes y aparentes acuerdos de uniformidad y mansedumbre que en esta hora produce una legión de cortesanos, una pandilla de satisfechos al servicio del mejor postor, que siempre es el mayor impostor.
Juan Manuel Roca
[Tomado de http://hojablanca.net/nuevo/botellasdenaufrago/2012/04/19/puertas-abiertas-con-llaves-invisibles]
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