Por Humberto Decarli
Si algo caracteriza a la presente administración ha sido
el atraso en múltiples asuntos a pesar de haber contado con un soporte
financiero como nunca antes lo hubo en la historia republicana. Ha sido su
rasgo fundamental racionalizado en un magistral encubrimiento radicado en la
publicidad, la propaganda y el carisma del Jefe del Estado. Frente a cada
frustración por negligencia emerge un espectáculo capaz de olvidar las metas
incumplidas.
Así, el problema de la vivienda define lo antes
aseverado. Durante doce años no se ha llegado a construir más de treinta mil
unidades habitacionales anuales lo cual significa un fracaso descomunal en esta
materia. Sin embargo, esta situación fallida se ha transformado gracias a la
iniciativa publicitaria apta para omitir tanta incuria.
Primero, explotando las estafas inmobiliarias existentes
desde hace mucho tiempo. Una gran movilización del Indepabis materializó la
maniobra para preterir tan pobre desempeño. Después con el manejo de la ley
inquilinaria desde una normativa inclinada hacia los propietarios vigente desde
el año 2000 y luego un gran escándalo con la puesta en vigencia de un nuevo
cuerpo legal favorable al arrendatario.
Igualmente la política laboral del Estado ha sido de omisión.
La Disposición Transitoria Cuarta constitucional ordena a la Asamblea Nacional
la reforma de la Ley Orgánica del Trabajo en dos aspectos: aumentar la
prescripción de las acciones laborales a diez años y volver al anterior régimen
de prestaciones sociales. Más de diez años ha tardado el órgano legislativo
nacional sin legislar a pesar de que el Tribunal Supremo de Justicia ha
declarado con lugar acciones de inconstitucionalidad por mora legislativa.
Ahora el presidente alega que va a promulgar una nueva
Ley Orgánica del Trabajo antes del primero de mayo del próximo año y que la
anterior fue impuesta por el F.M.I. pero durante doce años permitió unas normas
diseñadas por ese organismo multilateral.
Asimismo, en el caso de la electricidad buscó en la naturaleza
la responsabilidad de su incapacidad escondiendo la verdadera razón, vale
decir, la ausencia de inversiones en el ramo no obstante haberse advertido esa
necesidad con anticipación.
A la incapacidad del Estado para detener la inflación se
apela a la lucha contra la especulación como si fueran lo mismo y así confundir
a la gente en la apreciación de ambos fenómenos económicos.
La ineficacia en grado superlativo es la caracterización
diáfana de este gobierno sin haber una justificación para ello por lo nutrido
de los petrodólares derivados de la venta del barril a un alto precio. Frente a
una praxis errática emerge un mecanismo de distracción para diluir la
conciencia colectiva contando para esa meta con exceso de recursos financieros,
los espectáculos televisivos y una devoción de ciertos sectores populares con
el caudillo para creer lo imposible.
Esta actuación se
inscribe en fenómenos sociales repetidos por experiencias conocidas como el
nasserismo egipcio y árabe, el nacional socialismo alemán, el peronismo
argentino, el fascismo italiano y el estalinismo soviético y el cubano. Empero,
tantos retardos pueden horadar los dogmas de fe internalizados en sus
seguidores y llegar a alcanzar coyunturas inesperadas como siempre nos ha sorprendido
la historia.
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