Por Luis Carlos Díaz
www.periodismodepaz.org
Durante 2011 tuve la oportunidad de dar
clases en algunas escuelas Fe y Alegría de Caracas. Me emocionaba conocer la
sede de Las Mayas, la que está cerca de La Rinconada, porque aparecía en uno de
los documentales sobre el sistema nacional de orquestas infantiles y juveniles.
Resulta que parte de la magia de esas orquestas tuvo como primer hogar las
instituciones del corazón rojo y los tres niñitos agarrados. La otra escuela
fue la Manuel Aguirre en Petare. Muy arriba. Un oasis escolar en medio de la
arquitectura caótica, abigarrada y color ladrillo de los barrios caraqueños.
Para alguien que venía de un liceo público en Charallave, que se había fracturado por la mitad porque se estaba hundiendo en su propio pozo séptico, conocer otra escuela pobre pero limpia, cuidada y con gente comprometida, era la muestra de que siempre había mejores formas de hacer las cosas desde la escasez.
La primera pregunta en ambos sitios era si había bajas profesorales que hubiesen significado el cierre de una materia y pasar a los chamos por “promedio”. Esa práctica en mi liceo público, en el año 2001, se aplicó por un profesor que vino 4 veces y no hizo las evaluaciones que debía. Pocos años después el fenómeno se multiplicó: pasaban a los jóvenes de grado sin ver matemática, física o química por falta de profesores. En otros liceos de Fe y Alegría que visité aquello no había pasado.
En las sesiones de los talleres que realizamos sobre infociudadanía y herramientas digitales para maestras, personal administrativo y madres de la comunidad, había una constante: en los sectores populares la tecnología no es una cotidianidad, aunque sí una aspiración que se conquista con grandes esfuerzos. Imposible no recordar la tesis de la investigadora Raisa Urribarri: Internet sí sube cerro, pero de a poquito.
La red ya tiene 2 mil millones de usuarios en el mundo, la primera capa de privilegiados. La siguiente capa es aún más pobre. No cuenta con infraestructura ni tiempo para dedicarle a la conexión.
Con los maestros había otro dilema: ¿quién va a invertir en un teléfono cuando se cobra menos de sueldo mínimo? ¿Cómo hablar de una computadora en casa cuando la economía familiar está ajustada? Ser profesionales de la educación no les garantiza un salario digno en un país que pone más énfasis en los sueldos de los militares que en el de los educadores. Sin embargo el empeño se mantenía. La herramienta es un trampolín a la sociedad del conocimiento así que en el futuro inmediato la computadora estaba en su lista.
Cuando esta semana Trina Bajo, del Fe y Alegría Las Mayas y el Don Pedro en San Agustín del Sur, me dijo que sabía lo que era una netbook y que se había podido comprar una para hacer un curso a distancia, cayó la locha del aprendizaje doble. Trina no esperó a que le regalaran una, como prometió el proyecto Canaima a los educadores. Ahora vive un proceso educativo a nivel de apropiación del computador y nuevamente como estudiante a distancia. Eso es espíritu. El mismo que contagiaba a toda la comunidad que protestó el jueves a las puertas del Ministerio del Poder Popular para la Educación.
Somos diferentes
El problema es muy sencillo: la educación
popular subvencionada es un modelo educativo favorable para todas las partes
implicadas en la ecuación. La escuelas se instalan en lugares donde el Estado
no tiene presencia, su infraestructura es mantenida por los aportes de
donantes, empresas, campañas, rifas, comunidades educativas, aliados y
cómplices. El Estado, según el convenio firmado en 1991 y renovado cada año
entre la AVEC y el Ministerio de Educación, se encarga del salario del personal
docente y administrativo. No sólo es su aporte sino que es su obligación,
porque constitucionalmente debe garantizar educación gratuita. Al final los
niños y niñas reciben una educación de calidad y no se les condena a la
exclusión estructural. Un trato así, de hecho, es más ventajoso para el Estado
porque por un lado le sale más barato y por el otro sabe que tiene como aliados
a miles de religiosos, religiosas y trabajadores comprometidos a los que se les
va la vida en su misión de educar.
En 2011 se le asignó a este proyecto el
mismo presupuesto de 2010. Un presupuesto insuficiente que puso a las escuelas
en una disyuntiva: o trabajaban hasta septiembre, que era hasta donde alcanzaba
la cobija, o laboraban hasta diciembre esperando que el Ejecutivo aprobara una
partida extra para cubrir los tres meses de salario que conforman el aguinaldo.
En total son 200 millones de BsF para unos 50 mil trabajadores que le alegran
la vida a más de 500 mil beneficiarios.
Esa situación se avisó en marzo, y luego
repetidamente a lo largo del año. El 15 de diciembre, con los maestros en la
calle, el Ministerio de Educación dijo que no había fondos. Que no había plata
ni fecha para comprometerse.
La situación se agrava porque en mayo se aumentó el salario de los maestros en un 40%, pero la partida presupuestaria para la educación popular de calidad tampoco se ha aprobado aún. Por lo que se adeuda mucho más, y pasó el año bicentenario, el año de preparativos para el derroche pre-electoral de 2012, y no hay dinero para los maestros más pobres del país. Esos que desde hace meses el Estado condena a cobrar menos de sueldo mínimo a pesar de ser profesionales de la educación.
Dos tesis crudas de esta hoguera digital: 1. No poder sacarle réditos políticos a un proyecto popular, nacido de las entrañas del barrio, los saca del orden de prioridades para el Estado. 2. No comprender el valor de Fe y Alegría como la más exitosa franquicia social hecha en Venezuela, o no poder cooptarlo, se paga con burocracia.
El Estado ha demostrado una generosidad impresionante con el Sistema de Orquestas y el potencial educativo que tiene el programa que lo sustenta, sin embargo ha sido bastante ciego para ver cómo en 19 países está el logo del corazón rojo y la gente alegre. Del 23 de enero para el mundo.
Sin embargo esa misma desidia
gubernamental, que espera a última hora para moverse, se confronta con el
empeño obstinado de miles de maestros y centenares de escuelas que no pararon
actividades, como las bolivarianas, que no se disfrazan de revolucionarios
porque lo son hace décadas y lo son auténticamente, porque lo mismo dan clases
con libros y computadores del ministerio, de Microsoft o Citeci.
Los maestros se cansaron de mandarle tweets a Candanga, se cansaron de darle declaraciones a VTV que luego no se transmitían, lo que no se van es a cansar de exigir justicia y defender la fe en una navidad sin aguinaldos.
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