Leandro Morales
I. De
entre las innumerables declaraciones de mala conciencia de los partidos y las
organizaciones de izquierda con candidatos para las elecciones del 2012 en La República Dominicana,
hay una bastante curiosa, que merita ser resumida y analizada, antes de
espigarla en sus referentes y conceptos esenciales.
El
documento de dicha declaración dice lisa y llanamente: el programa del
candidato, del partido y la unidad que favorecemos, no importa. Como
sostén de tan paradójico enunciado se adelantan dos explicaciones: 1) Porque
los programas son “aleatorios y gelatinosos”, “se prestan a cualquier uso
demagógico”; “cualquier politiquero dice y pone cualquier cosa sobre el papel”;
2) El programa de nuestro candidato no importa porque también cae bajo la misma
caracterización: es demagógico, es aleatorio, es gelatinoso, “asume, promete,
afirma, lo que sea”, con tal de ganar electores.
Por más
absurda que resulte la segunda explicación, es la única posible, ya que en
ningún momento en el documento de la declaración, sus amanuenses se detienen,
como dictaría el sentido común, a defender y exponer las diferencias
conceptuales del programa de gobierno de su candidato con respecto a la
demagogia propia de los otros candidatos y partidos del sistema.
Según la
letra del documento lo que sí importa es la entereza moral del candidato de la
unidad (su comportamiento), sus convicciones (el progresismo), su liderazgo (su
partido); valoraciones que deben aceptarse porque los recursos universales del
“método” con que esa izquierda va a estas elecciones así lo ha determinado.
Sin
embargo, las razones que se esgrimen para descartar la importancia del programa
son antinómicas. Así lo demuestra el hecho de que en otros pasajes del
texto de la declaración se supedita la alianza entre el progresismo y el
agregado de sujetos sociales a quienes convoca, a acuerdos en base a un
programa : “Todos los componentes se comprometen con un programa mínimo orientado
al combate a la corrupción, el rescate de la soberanía nacional, la
satisfacción de la necesidad alimentaria del pueblo, el desempleo, mejoramiento
del sistema de educación y la salud, la seguridad ciudadana, entre otras
reivindicaciones impostergables”.
Ahora sí
empezamos a entender por qué el programa no importa: es la noche en la que
todos los gatos son pardos.
Por si
acaso, a salto de páginas, me tomé la molestia de hojear las propuestas
electorales de los dos grandes partidos del sistema y todos empiezan con el
mismo “había una vez”, que a juicio de los niños lo más maravilloso de los
cuentos infantiles. También pensé en Pascal: los parecidos que distan no hacen
reír, “hacen reír juntos por su semejanza”.
Los
contrastes entre las propuestas de los partidos de derecha y la izquierda
progresista, por el mismo sesgo demagógico al que se refiere el documento, son
tan secundarios como las semejanzas. Sin embargo, no está demás poner de
relieve el detalle de que las propuestas electorales de los partidos del
sistema son más izquierdistas que las del progresismo de esa izquierda. Claro,
objetaría el progresismo, la derecha no tiene por qué temer que la acusen de socialismo
o comunismo; en consecuencia puede darse el lujo de asumir una identidad que no
es la suya, más aún cuando esa identidad es precisamente lo que la izquierda, en estas
elecciones, intercambia con la derecha.
II. Para
que nada nos una, que nada nos separe. Fórmula de una escena ideológicamente
corrompida, no por éste o aquel partido de oposición o de gobierno, de
derecha o de izquierda, sino por ese intercambio casuístico de identidades que
reduce la política a una contienda mediática entre apariencias.
Si pasamos
de las apariencias a la realidad, nos damos cuenta de que el programa del
progresismo de esa izquierda es “aleatorio y gelatinoso” porque las demandas
que le confieren realidad a los sujetos sociales de su convocatoria son
aleatorias y gelatinosas.
En primer
lugar, no es suficiente la verdad y la realidad de las demandas de por empleo,
mayores ingresos, más consumo, mejores condiciones de trabajo, más
oportunidades. Desde los sectores más necesitados del país, a los estratos de
una clase media, venida circunstancialmente de más a menos o de menos a más,
esas demandas se manifiestan por todas partes y de múltiples maneras. Todos los
partidos, sin distinciones ideológicas, todos las organizaciones e
instituciones, privadas y públicas, en definitiva, todos reconocen el problema
en lo que éste tiene de telúrico y cotidiano. Nadie sin embargo, parece sacar el
corolario empírico y lógico de correspondiente. Basta con leer las propuestas
de los partidos, progresistas o conservadores, de derecha o de izquierda, para
comprobar que los problemas se ofrecen como soluciones. El mercado es el
problema y tanto la derecha como la izquierda proponen más mercado. El Estado
es el problema y, a vertientes iguales izquierda y derecha, recetan más Estado.
En segundo
lugar, como no se micropolitiza el imaginario contextual de esas demandas, entonces
no existe ninguna diferencia entre esos marginales, esas desempleadas, esos
trabajadores precarios y mal pagados, esas informales, esas profesionales y
empleados públicos de clase media, con el rebaño electoral que en tiempo de
elecciones los partidos del sistema, con la misma retórica aleatoria y
gelatinosa del progresismo, movilizan. Es el mismo sujeto porque son las mismas
demandas y las mismas carencias funcionales a las instituciones y los valores
del sistema. No se trata de un nuevo sujeto (irreductible a la dicotomía
Estado/Mercado) que cuestione el sistema porque siente e intuye, porque
entiende y padece que, con equidad o sin equidad, con sostenibilidad o sin
ella, con regulación o sin regulación, con privatizaciones o estatizaciones,
con apertura o monopolios, la riqueza de ese crecimiento de la producción y el
consumo (guiado, a receta de todos los partidos, por el gasto público y las
exportaciones) es al mismo tiempo miseria (económica, ambiental, social,
personal, convivencial, cultural).
Son las
demandas consumistas sin satisfacer de los nuevos pobres y la nueva clase media
del neoliberalismo lo que el programa electoral de ese progresismo de izquierda
promete gratificar. Esas demandas, vengan del estrato social que vengan, son
reaccionarias y tan sumisas al Estado-Mercado como al Estado-Nación.
Por último, si el programa de gobierno del progresismo es
“aleatorio y gelatinoso” es porque en su propuesta de más producción, más
consumo, más inversiones , más exportaciones, mete en un mismo saco, los
resentimientos de los nuevos pobres, los resentimientos de la clase media y los
resentimientos de las élites que aspiran a ocupar los puestos de mando y
ventajas macroeconómicas (monetarias y fiscales) que ahora ocupan los
empresarios, banqueros, militares y burócratas del actual gobierno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.