Por La Vaca
En el barrio de Retiro, planeta Tierra, un poco más allá de
los trenes y la villa, culminó parte de una extraña tarea: juzgar al infierno.
El infierno no es metafísica religiosa, sino una institución terrestre,
trasnacional, con más sucursales de las que uno quisiera imaginar. Alfredo
Astiz con sonrisa deforme y escarapela redonda, y Jorge “El Tigre” Acosta
momificado, fueron parte de la docena y media de integrantes de los grupos de
tareas de la ESMA
sometidos a juicio después de 30 años de impunidad:
12 fueron
condenados a prisión perpetua: Alfredo Astiz, Jorge Acosta, Ricardo Cavallo,
Antonio Pernías, José Montes, Raúl Scheller, Jorge Rádice, Adolfo Donda,
Alberto González, Néstor Savio, Julio César Coronel, Ernesto Weber.
Dos resultaron
absueltos: Juan Carlos Rolón y Pablo García Velazco, que siguen presos e
imputados en otras causas.
Dos tuvieron penas
de 25 años de prisión (Manuel García Tallada y Juan Carlos Fotea), uno 20 años
(Carlos Capdevilla) y otro 18 (Juan Antonio Azic).
Las acusaciones
abarcaron el masivo secuestro alrededor de la Iglesia de Santa Cruz (11
personas, incluyendo a tres de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo y a
dos monjas francesas) y casos como el de la desaparición de Rodolfo Walsh,
entre 86 víctimas de secuestros, torturas y homicidios.
Y otra parte de ese universo estuvo en la calle, reuniendo
también a trabajadores de sindicatos, estudiantes, nietos recuperados,
murgueros, artistas y otros sobrevivientes. Los aparecidos en la Argentina no son
fantasmas ni espectros, sino todo lo contrario: frente al país de los
desaparecidos, el genocidio y la muerte, son los que se presentan, superan el
miedo, los que hablan, desobedecen, denuncian, no se resignan, contagian.
Tienen herederos en cantidad de experiencias sociales de todo tipo nacidas en las
últimas décadas. Son los que este 26 de octubre se abrazaban, reían y lloraban,
mientras del otro lado del blindex una docena y media de marinos adelantaban
las manos para que la policía volviera a ponerles las esposas, antes de
regresar a prisión.
Bandeja alta
El público de la bandeja alta, se sabe, está formado por
personas cercanas a los militares. Tres hombres canosos y trajeados esperaban
su acreditación para ingresar al sector en el 6º piso del edificio de Comodoro
Py, donde también estaban familiares de asesinados y desaparecidos. Mientras el
personal del Tribunal intentaba ordenar a tanta gente, uno de los canosos
murmuró: “El zurdaje que vaya a otro lado”. El sólo uso de la palabra “zurdaje”
implica acaso esclerosis múltiple, perversión militante, o que sigue siendo
aconsejable no subestimar la estupidez humana. Ya en la bandeja alta las
mujeres decían cosas como “mirá a Alfredo, es un ídolo”. Alfredo era Astiz,
infiltrado entre los familiares en la dictadura con el falso nombre de Gustavo
Niño, encargado de marcar sobre todo a las Madres. Pendiente de la cámara,
Astiz se colocó una escarapela redonda cuando lo enfocaban, y se la manoseaba
como planchándola. Sonrió varias veces. En el comienzo del juicio había hecho
lo mismo exhibiendo un libro llamado “Volver a matar”. Cuando la cámara dejó de
enfocarlo, Astiz se convirtió en estatua, aniquilado por tal indiferencia
televisiva.
En la bandeja alta acompañaron las condenas con risas
displicentes, intentaron cantar Aurora con un entusiasmo patético, y tiraron
papelitos.
Desde abajo se escuchaba a los aparecidos cantando: “Como a
los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar”.
Condenas y cumbias
En la calle la cita era a las 17 y a esa hora frente a la
mole gris de los tribunales de Comodoro Py quedaba claro quiénes están desde
siempre y desde la primera hora. La Agrupación HIJOS ya tenía montado el escenario
donde se emitirían los videos con los prontuarios de los genocidas
sentenciados. En el asfalto, los trabajadores. El Sindicato de Televisión
(CGT), ATE Capital, el de los estibadores del puerto, el de los empleados
judiciales, sin cánticos y con pocas banderas, sin alarde y con estoica firmeza,
vieron ir llegando a los cientos que, de a dos, de a tres o de a seis, fueron
inundando, gota sobre gota, la puerta de Comodoro Py. El micrófono estuvo a
cargo de los jóvenes, de los HIJOS. Como en los tiempos de la Mesa de Escrache Popular la
inconfundible música de Actitud María Marta sonó para recordar cómo se logró
que aparezca esta justicia, al igual que la única consigna cantada también allí
a viva voz por la multitud: “A dónde vayan los iremos a buscar”.
Ángela Urondo, la hija de Paco, leyó un poema que el
desaparecido Mario Gali escribió en 1973 como para hacer explícito lo que allí
estaba en escena: ser los ojos, los oídos y la voz del gran acto de justicia
que es la memoria.
Demoró más de tres horas verlos en la gran pantalla,
sentados en el banquillo, mientras el frio y la
espera fue tensando el ánimo: “35 años y todavía tienen que discutir el
fallo”, se murmuraba.
Graciela Daleo, una de las sobrevivientes y testigo de la
causa, se aferraba a los abrazos. Un poco más allá Victoria Donda, con la
mirada húmeda, se acurrucaba en el cariñoso gesto de sus compañeros. Dos pasos
más acá, el ahora diputado bonaerense Víctor De Genaro y por allá, el ahora
funcionario del Ministerio de Seguridad, Ricardo Dios, vestido de traje, y
presente como hijo de desaparecido.
Cada uno, cada quien, fue puro silencio cuando a las 20.18
comenzó la lectura de la sentencia. Ese silencio que se hace escuchar y sentir
y se convierte en latido colectivo. El grito estalla con la primera condena a
perpetua y se repite una docena de veces hasta convertirse en apretones,
palmadas, miradas que se entrecruzan para dar cuenta de la intensidad del
momento compartido. Luego, increíblemente, suena una cumbia. Y otra. Y otra
más. Bailan las Madres. Bailan los trabajadores. Bailan los Hijos. Bailan los
veteranos referentes de derechos humanos -como Graciela Rosemberg, de la Liga- y chicos de seis, diez
o tres años. Bailan los sobrevivientes, Alguna vez fue Sting el que nos cantó
“Ellas bailan solas”. Lo que parece sentirse hoy ahí, en la calle de Comodoro
Py, es exactamente eso: la alegría del fin de 35 años y tres horas de una
poblada, injusta, impune soledad.
Voces
Lilia Ferreyra (última pareja de Rodolfo Walsh, integra
actualmente el Centro de Estudios Legales y Sociales) dijo a lavaca: “Estoy muy
conmovida. Recuerdo el título del último cuento publicado de Rodolfo: “Un
oscuro día de justicia”. Hoy se iluminó. Al escuchar la sentencia sentía que de
algún modo era la respuesta al alegato que el propio Rodolfo escribió hace 35
años en su Carta Abierta a la
Junta Militar. Y escuchar que también son condenados a
perpetua los responsables no sólo por la desaparición de Rodolfo y todos los
demás. Pero hablando de lo más personal e íntimo, siento la conmoción de haber
podido sobrevivir, porque todos esos textos inéditos de Rodolfo que se
secuestraron y por los cuales ahora están siendo condenados, yo era la única
que los conocía y estaban en nuestra casa de San Vicente. Al mismo tiempo es
sentir esa tensión entre la vida y la muerte, y lo que puede significar la vida
cuando sirve de testimonio por los crímenes cometidos. Mi cuerpo se enfermó
antes de esto. Colapsó. Estuve una semana sintiéndome físicamente muy mal. Algo
se desarticulaba. Y es curioso. Hoy es como que me siento que todo volvió a
encajar. Las partes encajan. El pasado y el presente encajan en este momento de
justicia”.
Graciela Daleo (secuestrada en la ESMA, una de las principales
testigos en todos los juicios que se vienen llevando a cabo incluyendo el de
los ex comandantes en 1985): “Yo que tengo tantas palabras, casi no tengo
ninguna. Salvo para decir que celebremos este claro día de justicia, que no es
un techo sino un piso en el que nos afirmamos para seguir la lucha. Y lo que
rescato es que, sobre todo, esto hace aparecer a nuestros compañeros como
militantes políticos y luchadores. Y a nosotros también. Por eso nos
desaparecieron. Y ahora, a quienes aparecimos nos hace seguir tratando de
contribuir a lo que es el resultado de una lucha colectiva. Hubo organizaciones
de nuestro pueblo que tuvieron innegablemente una dinámica profunda para que
esto ocurra, como las organizaciones de derechos humanos. Pero esto es
colectivo. Ojalá lo viva como una victoria todo nuestro pueblo. No puedo dejar
de señalar que este triunfo ha sido muy costoso. Jorge Julio López está
desaparecido y él también contribuyó a esto. Que las próximas victorias
incluyan también el castigo a los culpables de la desaparición de Julio”.
Eduardo Luis Duhalde (abogado, militaba junto al diputado
Rodolfo Ortega Peña asesinado por la Triple A, logró escapar tras el golpe y fue
activo participante en las campañas de denuncias internacionales contra la
dictadura. Hoy es Secretario de Derechos Humanos). Dijo a lavaca: “¿Qué
sensación puedo tener? El 24 de marzo de 1976 por la noche fueron a buscarme al
domicilio donde creían que yo estaba, pero yo iba cambiándome, iba más
adelantado que ellos, hasta que pude salir del país. Hoy no puedo decir que
esto me produzca alegría; hay 86 muertos, desaparecidos, pero la sentencia
condenatoria es la satisfacción de haber logrado que se hiciera justicia”.
Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora: “Es
importante esta condena, pero tenemos que seguir, se tienen que abrir los
archivos para que se sepa qué pasó con cada uno de los desaparecidos, y se sepa
a quién entregaron los chicos de desaparecidos. No tiene que quedar un solo
genocida impune. Lo que ellos no hicieron, lo hacemos nosotros, que tengan un
juicio justo que se lleva a cabo con total respeto”.
Ana Careaga (ella misma fue secuestrada cuando tenía 16
años, embarazada, lo que hizo que su mamá, la paraguaya Esther Ballestrino de
Careaga, se convirtiera en parte del grupo fundador de Madres de Plaza de Mayo.
Ana resultó liberada, pero Esther resolvió seguir junto a las otras Madres, y
terminó siendo ella una de las desaparecidas. Ana preside hoy el Instituto
Espacio para la Memoria):
“Es un día histórico, pero es importante después de 35 años seguir avanzando
para que la sociedad tome conciencia de los crímenes aberrantes que vivimos.
Después de dos años en este juicio, uno no puede salir igual que como entró a
él. Esto tiene que ver con toda la sociedad argentina, no solo con las
víctimas. Esto no se cierra, falta mucho todavía, hay que reformar los juicios,
buscar la manera de hacerlos con mayor celeridad, pero bueno, siempre se luchó
así y así se fueron consiguiendo las cosas. Pero los que tiraron gente viva al
mar tienen que pagar por esos delitos. Es muy importante seguir avanzando en la
búsqueda de justicia, pero este es el avance que ha logrado la lucha histórica
de derechos humanos”
Estela Carlotto (presidente de Abuelas de Plaza de Mayo):
“Esto fue escuchar las voces es lo que sentimos en nuestro corazón. Recordar a
nuestros queridos desaparecidos. Estos bestias que parecen humanos, pero no lo
son, entraron esposados, y ahora perpetua, cárcel común. Sin ninguna venganza,
sino lo que corresponde en un país democrático, juzgar a semejantes bestias.
Salimos bien. Yo creo que es una inyección para seguir luchando por lo que
viene adelante. Por lo que falta. Sabemos que estamos condenando a los más
feroces. Faltan los civiles, los jueces cómplices, ya se ha comenzado con eso.
Y encontrar 400 nietos. Pero no hay que aflojar. Falta, pero hay que seguir
avanzando. A Astiz no lo quería ni mirar porque tenía un rictus como de
sonrisa. Muy patriota con la escarapela, pero no importa: ya está condenado”.
Adolfo y Perla Mango (del Equipo de Derechos Humanos de la Iglesia de Santa Cruz.
Allí se reunían los familiares, y fueron infiltrados por Alfredo Astiz. Once de
esos familiares fueron desaparecidos, incluyendo a Azucena Villaflor de
Devincenti, Mary Ponce de Bianco y Esther Careaga, y las monjas francesas Alice
Domon y Leonie Duquet): “Esto ha provocado un montón de sensaciones, de
alegría, de dolor. Escuchamos y acompañamos lo que dijeron las víctimas, y
estuvimos estos dos años apoyándolos todas las semanas. Lo más importante es
que se hizo justicia”.
Gastón Chillier, director ejecutivo del Centro de Estudios
Legales y Sociales (CELS) destacó la recomendación del Tribunal a Naciones
Unidas para que incorpore la eliminación de una persona por sus ideas políticas
como causal de genocidio. Comentó además a lavaca: “Esto ha sido
extraordinario. Después de muchos años la justicia llega, es un remedio para la
víctima y para la sociedad. Esto fortalece a las instituciones democráticas y
al Estado de Derecho para que no se vuelva a repetir. Está claro que las
sociedades n pueden avanzar sobre la base de los crímenes más aberrantes. Es un
paso importante de la sociedad argentina. Las absoluciones en definitiva son de
personas que están involucradas en otras causas. Pero que haya absoluciones
demuestra que estos juicios son legítimos y que las sentencias no están
escritas de antes”.
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