Antes, los habitantes de esta vereda sentían la guerra cercana pero nunca les había llegado a sus casas. Desde el año anterior, el dolor, la rabia y la impotencia empezaron a formar parte de su vida cotidiana. El 5 de julio de 2010 el ejército nacional comenzó a hacer presencia constante en esta comunidad. Los combates se intensificaron presentándose semanal y quincenalmente.
Los desplazamientos iniciaron. La gente salía de sus casas con los niños en sus brazos sin ropa y sin zapatos a los sitios de asamblea permanente. Ahí, toda la comunidad analizaba las verdaderas causas del conflicto y proponían acciones para defender el territorio.
Se realizaron entonces recorridos a los sitios donde se encontraban los grupos armados para exigirles su retiro. Esto se convirtió en la excusa para ser señalados por ambos bandos. “La guerrilla nos dice: están con ellos o están con nosotros. El ejército nos dice lo mismo. Ninguno entiende que no estamos con los que portan las armas porque nadie que cargue un arma está defendiendo la vida” dice un comunero de la zona.
A pesar del esfuerzo de la comunidad por defender su territorio, el horror de la guerra empañó una vez más sus sueños y su tranquilidad.
El jueves 15 de septiembre de 2011 los combates iniciaron a las 6 de la mañana cuando la gente apenas comenzaba el trabajo en sus parcelas. “Las balas salían de ambos lados, tocó devolverse a la casa a proteger a los niños” dice un habitante de la región.
El temor se apoderó de la gente porque las detonaciones cada vez más se sentían cerca de sus casas. Aun así, al anochecer, congregados en asamblea permanente decidieron ir a dormir con la esperanza de que las bombas se callaran al llegar el amanecer.
Sin embargo, el sonido de las metrallas reemplazó el canto de los gallos en la madrugada. Nuevamente, todo el día hubo combates. Guerrilla y ejército, atrincherados en medio de la población civil, lanzaban artefactos por encima de las casas.
Uno de estos artefactos impactó junto a la casa de un comunero dejando heridas a 6 personas, 3 de ellas menores de edad. La guardia indígena llegó al sitio para evacuar a los heridos. “Cuando llegué, se me vinieron las lágrimas al levantar los heridos. Pero no fue por cobardía, fue por la rabia que sentía en ese momento” dice un guardia recordando ese instante.
Los heridos fueron evacuados en moto, pero Maryi Vanesa Coicue, de 11 años, no alcanzó a llegar al puesto de salud más cercano. “Yo recogí la niña, estaba pálida, con sangre en su pecho. Suspiró y me apretó fuerte la mano, luego la soltó. Ahí me di cuenta que ya no podía hacer nada por ella. Después, todo quedó en silencio” afirmó un guardia indígena.
Tuvo que morir una niña para que las armas se callaran. Solo en ese momento ambos grupos armados se retiraron del territorio. La guardia indígena alcanzó a algunos miembros del ejército y les dijo que lo que había sucedido era culpa de ellos porque no tenían que combatir en medio de la población civil. Ellos respondieron que lo único que hacían era recibir órdenes y si no las obedecían podían ir presos.
Otros guardias alcanzaron unos guerrilleros para reclamarles por lo sucedido. Ellos dijeron que no habían sido quienes lanzaron la bomba. “La verdad es que no importa quién lanzó la bomba, son culpables todos los que vienen a nuestros territorios con sus armas a pelear en medio de nuestras casas” expresa con dolor un comunero.
Mientras el silencio se apaga en medio de los gritos de dolor de los familiares de Maryi Vanesa, la comunidad de El Credo prepara una marcha para exigirle a todos los grupos armados que se vayan, que no regresen, que los dejen vivir en su autonomía. “Reclutan pobres para que maten pobres. Nosotros sabemos que detrás de esto está el gobierno y las empresas multinacionales tratando de dejarnos sin territorio y sin vida. Por eso queremos que esta muerte no quede en el olvido, queremos que todo el mundo sepa que en el Cauca nos están exterminando. Queremos que se sepa la verdad” dice un guardia indígena antes de regresar con la madre de Maryi Vanesa para darle un poco de consuelo.
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