Caracas, ciudad de contrastes y una de las capitales más violentas de nuestra América. En dónde pocos apuestan por la aplicación de políticas alternativas en procura de la disminución de esa violencia. La derecha no supera su adicción autoritaria a la restricción de derechos y a la aplicación legal o no de la violencia estatal en contra del pueblo pobre, quien siempre será el enemigo; por otro lado, la izquierda no se halla, no sabe qué hacer y se encuentra entre dos extremos, que van desde el liberal laissez faire, laissez passer, hasta tratar de ser más reaccionarios que los de derecha pero coloreando todo de rojo y colocándole calificativos como “socialista” o “bolivariano” vaciando de contenido cada vez más a estos importantes significantes.
Pero el bicentenario nos ha dejado mucho y de su abundante cosecha podemos recoger también lecciones sobre cómo lograr mayor seguridad para nuestros derechos. La experiencia alucinante de las fiestas bicentenarias en Caracas puede constituirse como ejemplo de una acertada política integral y multiagencial para los derechos de todos, que construyen ciudadanía y que fortalecen los vínculos de horizontalidad, fraternidad, solidaridad, confianza, respeto, tolerancia, simpatía e identidad de los caraqueños.
La toma de espacios públicos para la cultura, el ocio y la diversión colectiva, con adecuada iluminación y una mínima y controlada presencia estatal, con funcionarios debidamente formados, equipados y distribuidos por la ciudad, junto al pueblo en la calle disfrutando de la misma durante las 24 horas del día (sin toques de queda), conforman una magnífica táctica para restarle espacios a la violencia. Lo importante es comprender que el fin es el goce exponencial de los derechos, y que consecuencialmente con ello se merma la inseguridad de todos. Este tipo de iniciativas politizan, empoderan e incluyen, con ello se le resta la clientela al sistema penal, ya sea como victimarios o víctimas, que a la larga se confunden entre sí, ya que pertenecen a los mismos sectores excluidos.
Como bien lo decía Baratta “solo un proceso democrático (y no la administración tecnocrática de la desigualdad y de los riesgos) puede permitir el proyecto de una política de seguridad entendida como política de derechos, porque sólo esto es, al mismo tiempo, un proyecto de seguridad de la ciudad y un proyecto de ciudad, de comunicación política, de sociedad”. Entonces, no se trata solo, por una parte, de hacer canales de TV alternativos, de hacer políticas asistencialistas temporales que no se institucionalizan posteriormente, ni de “políticas juveniles” llevadas a cabo desde espacios securitarios por burócratas pasados de años, que terminan más bien criminalizando –en algunos casos inadvertidamente- a nuestros jóvenes y hasta a la misma política social; y por otra, tampoco se trata del proyecto securitario “sesudo” del especialista, del experto o del séquito ministerial. El asunto son las políticas reales e institucionales de inclusión popular y de mínima presencia estatal, éstas son las mejores opciones para la seguridad de los derechos de todos. No es con la retórica participacionista del burócrata, quien con ella intenta negar las obligaciones y responsabilidades del Estado, ocultándose siempre detrás del pueblo para no hacer nada; por el contrario, el Estado debe asumir su rol pacificador y protector de los más vulnerables (en el entendido que somos un Estado Social y Democrático de Derecho y de Justicia), cuando esto suceda avanzaremos hacia la ciudad que todos queremos.
Caracas te hace, te construye, te destruye, te reconstruye, la odias, la amas, somos Caracas, nosotros la hacemos y la podemos rehacer y reinventar como nos plazca. Otra Caracas es posible, pero también necesaria. Ojalá no tengamos que esperar doscientos años más para poderla ver.
Keymer Ávila
Pero el bicentenario nos ha dejado mucho y de su abundante cosecha podemos recoger también lecciones sobre cómo lograr mayor seguridad para nuestros derechos. La experiencia alucinante de las fiestas bicentenarias en Caracas puede constituirse como ejemplo de una acertada política integral y multiagencial para los derechos de todos, que construyen ciudadanía y que fortalecen los vínculos de horizontalidad, fraternidad, solidaridad, confianza, respeto, tolerancia, simpatía e identidad de los caraqueños.
La toma de espacios públicos para la cultura, el ocio y la diversión colectiva, con adecuada iluminación y una mínima y controlada presencia estatal, con funcionarios debidamente formados, equipados y distribuidos por la ciudad, junto al pueblo en la calle disfrutando de la misma durante las 24 horas del día (sin toques de queda), conforman una magnífica táctica para restarle espacios a la violencia. Lo importante es comprender que el fin es el goce exponencial de los derechos, y que consecuencialmente con ello se merma la inseguridad de todos. Este tipo de iniciativas politizan, empoderan e incluyen, con ello se le resta la clientela al sistema penal, ya sea como victimarios o víctimas, que a la larga se confunden entre sí, ya que pertenecen a los mismos sectores excluidos.
Como bien lo decía Baratta “solo un proceso democrático (y no la administración tecnocrática de la desigualdad y de los riesgos) puede permitir el proyecto de una política de seguridad entendida como política de derechos, porque sólo esto es, al mismo tiempo, un proyecto de seguridad de la ciudad y un proyecto de ciudad, de comunicación política, de sociedad”. Entonces, no se trata solo, por una parte, de hacer canales de TV alternativos, de hacer políticas asistencialistas temporales que no se institucionalizan posteriormente, ni de “políticas juveniles” llevadas a cabo desde espacios securitarios por burócratas pasados de años, que terminan más bien criminalizando –en algunos casos inadvertidamente- a nuestros jóvenes y hasta a la misma política social; y por otra, tampoco se trata del proyecto securitario “sesudo” del especialista, del experto o del séquito ministerial. El asunto son las políticas reales e institucionales de inclusión popular y de mínima presencia estatal, éstas son las mejores opciones para la seguridad de los derechos de todos. No es con la retórica participacionista del burócrata, quien con ella intenta negar las obligaciones y responsabilidades del Estado, ocultándose siempre detrás del pueblo para no hacer nada; por el contrario, el Estado debe asumir su rol pacificador y protector de los más vulnerables (en el entendido que somos un Estado Social y Democrático de Derecho y de Justicia), cuando esto suceda avanzaremos hacia la ciudad que todos queremos.
Caracas te hace, te construye, te destruye, te reconstruye, la odias, la amas, somos Caracas, nosotros la hacemos y la podemos rehacer y reinventar como nos plazca. Otra Caracas es posible, pero también necesaria. Ojalá no tengamos que esperar doscientos años más para poderla ver.
Keymer Ávila
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