Por Leandro Morales
¿Cuántos efectos hacen una causa? ¿Cuántos accidentes, una necesidad? ¿Cuántos particulares, un universal?
¿Cuántos efectos hacen una causa? ¿Cuántos accidentes, una necesidad? ¿Cuántos particulares, un universal?
Estas interrogantes hacen diana en los límites de la critica que múltiples organizaciones, movimientos sociales, partidos e intelectuales de la izquierda del socialismo siglo XXI, han dirigido, en días recientes, al gobierno bolivariano y a su presidente Hugo Chávez Frías. El motivo de tales críticas no podía ser más justo: la detención ilegal y la extradición sumarísima de Joaquín Pérez Becerra a Colombia desde Venezuela.
La forma de esta crítica tiene fundamentalmente tres contenidos. El primero se refiere al hecho en sí; pues todo parece indicar que ambos gobiernos, el de Venezuela y el de Colombia, actuaron con despego a los derechos del ciudadano y periodista Joaquín Pérez Becerra. El segundo apunta al contenido ético. Cómo se justifica la entrega de un revolucionario a un gobierno que es, en su accionar y en su discurso, la contra hecha institución, a escala de todo un país, ante cualquier intento de ruptura estructural con el orden de los intereses económicos de las transnacionales del capitalismo imperial en América Latina. El tercer contenido continúa donde termina el segundo: la captura y la entrega de Becerra la hizo un gobierno que se dice socialista, con estridencias ideológicas que lo diferencian del resto de los países girados a la izquierda en la región.
La intriga y la preocupación y la vergüenza colman a quienes hasta ahora han defendido y quieren seguir defendiendo el proceso bolivariano. Así, más o menos, se expresan - luego de circunstanciar minuciosamente las anomalías legales en el desempeño de las autoridades venezolanas – los firmantes de la Carta pública a Hugo Chávez Frías. Para exigir a los líderes del proceso una rectificación de rumbo, los firmantes reconocen que otros han corrido la misma suerte, especialmente los milicianos de las guerrillas colombianas.
Pero, si mal no hago memoria, en la ocasión de la última captura en Venezuela de los guerrilleros del ELN, que luego de un ataque a marines del para-estado de Santos, fueron entregados a la INTERPOL colombiana, el silencio en gran parte de los que ahora protestan fue la nota dominante. ¿Por qué ahora y no antes esta indignación general? Si el gobierno bolivariano desde la primera captura y entrega de varios guerrilleros de las FARC y el ELN, en el marco del pacto de Cartagena en agosto del 2010, ya había establecido, sin apego ni a decoro ni a derecho, el rumbo que iba a seguir, a contra viento y marea de lo que pudieran o no opinar los seguidores del proceso dentro y fuera de Venezuela. Para despejar cualquier duda, fue el propio Chávez quien hizo la entrega, también sumarísima, de cuatro guerrilleros a autoridades colombianas en la mentada fecha y el mentado lugar.
¿Cuántas capturas y entregas más se requieren para interrogarnos sobre las causas y ver más allá de los efectos, los accidentes y los particulares?
Una de las virtudes prácticas de la izquierda ha consistido en disponer de un cajón de herramientas conceptuales para analizar y explicar y sacar a la luz la esencia de los fenómenos. Sin embargo, esa virtud ofende a sus vicios, y no es la primera vez, cuando se hace gobierno y gobiernista. Entonces los acontecimientos pasan y los acontecimientos quedan pendientes en una sucesión puramente empírica sin que nadie dé cuenta de sus leyes. A ningún militante, ni a ningún intelectual de izquierda le ocurriría observar el comportamiento y las acciones de los partidos, los estados, las instituciones todas, de las sociedades capitalistas y no pensar que por detrás, por delante, por arriba y por debajo se finge el cadáver delicioso del poder y la riqueza de una nación.
Pero la insuficiencia de la crítica a esta indignante desviación (se pueden a este nivel sumar todos los descalificativos disparado contra Chávez) consiste precisamente en que se hace para racionalizar y justificar y disculpar eso que se ha separado del rumbo y se ha extralimitado aquí y ahora en la persona de Becerra. Si bien había desacuerdos con ciertas políticas del gobierno bolivariano, la línea imaginaria que los movimientos y los partidos e intelectuales afines a la revolución habían trazado, pese a que ya Chávez y sus ministros merodeaban indecorosamente su frontera, aún no había sido cruzada. Lo que explica que sea ahora y no antes que de manera tan unánime y públicamente se haya roto el silencio en torno a la contradictoria colaboración de dos Estados tan espectralmente opuestos, según el juicio espectral de quienes creen que en Venezuela está en marcha una revolución anti-capitalista y anti-imperialista.
Como dice Rafael Uzcátegui en su libro La Revolución como espectáculo : “…para mantener la línea de propaganda acerca de que Venezuela agrieta el modelo de dominación de los Estados Unidos , “es necesario suprimir una gran cantidad de hechos”.
En otras palabras, en las actuales circunstancias, la crítica de las organizaciones, los partidos y los intelectuales afines al llamado proceso venezolano, además de articularse sin los instrumentos teóricos y metodológicos que emplea cuando analiza y explica los acontecimientos del mundo capitalista, ejerce empirismo de las apariencias. Los hechos han sido sustituidos por los dichos y las representaciones mediáticas de la revolución. Si para la oposición al oficialismo la revolución es porque no es televisada; para el chavismo la revolución es porque es televisada.
Luego, los silencios de antes y las voces de ahora son dos monedas de una misma cara. El silencio de antes se explica recurriendo a la misma baza de las otras revoluciones traicionadas (la cubana, la nicaragüense): callar para no dar armas a los enemigos de proceso. Las voces críticas de ahora se pronuncian en espera de que sus protestas corrijan el rumbo equivocado.
Pero es menester una y otra vuelta de tuerca más y todas las vueltas que sean necesarias. There is something rotten en la revolución de este gobierno y en el gobierno de esta revolución.
Desde las organizaciones y movimientos sociales, desde los partidos y los círculos intelectuales del socialismo del siglo XXI, desde el malestar de los que defienden y quieren seguir defendiendo el llamado proceso, se elevan ahora indignadas voces de protesta. Piden explicaciones. Piden a la cúpula ministerial y militar del gobierno bolivariano que rectifique.
Por efecto de una especie de mise en abîme (puesta en abismo) del rumbo de los acontecimientos, los enunciados de las criticas se desdoblan en sus enunciaciones y lo que se dice puede muy bien ser dicho al derecho y el revés. Por cada reflejo doblado en otro reflejo, nos interpela el contexto y la historia de otros silencios en las voces de los que ahora protestan: las críticas ni han sido suficientemente críticas ni han sido suficientemente contestatarias.
En los hechos les va peor: la sordomudez de antes y las voces de ahora se suman para encubrir hechos muchísimo más indignantes y cuestionables que los ocurridos a los guerrilleros colombianos (a los dioses gracias que por lo menos tienen armas para defenderse) y ahora a Joaquín Pérez Becerra, quien tiene un estado europeo que da la cara por él.
En Venezuela, los anarquistas, los partidos de la izquierda no gubernamental, los movimientos autónomos y las organizaciones independientes, han denunciando, por años, por haberlo experimentado en carne propia, ese supuesto cambio de rumbo de esa supuesta revolución. Y mientras otros protestaban y eran blanco de las descalificaciones ideológicas y la criminalización de sus luchas, la intelectualidad del socialismo del siglo XXI, la izquierda gubernamental y los movimientos del proceso, le hacían eco a la propaganda de los ministros y los militares que acusan de contrarrevolucionarios a quienes resisten el canto de sirenas del poder, a quienes resisten ser rebaño de transmisión de la partidocracia bolivariana.
Es trágico-cómico que quienes antes habían sido incondicionales del proceso sean ahora diana de las mismas descalificaciones ideológicas que el chavismo afilara contra los anarquistas, los activistas de los movimientos autónomos y los militantes de la izquierda no gubernamental. En palabras de los ministros y cancilleres de la revolución, esta crítica de los intelectuales del socialismo del siglo XXI es un chantaje de la ultra izquierda.
Es menester volver una y otra vez sobre el cuadro y la glosa que Rafael Uzcátegui, durante años, ha venido mostrando y demostrando a todo aquel se atreviera, al margen del “tour de los ministros”, a ver la realidad venezolana con sus propios ojos, a oír pegadas las orejas al caracol de la retórica del chavismo. Su libro, La revolución como espectáculo, es el emblema conceptual, tanto por lo que muestra como por lo que demuestra, de ese contra-poder revolucionario que el gobierno de la partidocracia chavista, pese al hostigamiento de sus militantes y a la criminalización de sus protestas y sus luchas, no ha podido domesticar.
Los sindicalistas son víctimas del sicariato a sueldo de quienes pretenden silenciar sus denuncias, sus protestas y sus reclamos; las tierras de las comunidades de indígenas y campesinos son contaminadas y colonizadas por las transnacionales y las nacionales del gas, el petróleo y el carbón; mientras en estridente contrapunto una voz, en cadena nacional, porfía que entre los ganaderos, los patrones de las empresas y las transnacionales, la policía y el ejército del gobierno bolivariano protegen a los obreros, a los indígenas y a los campesinos.
Los movimientos sociales y ambientalistas, la izquierda socialista y anarquista, por décadas, lucharon contra las injusticias políticas y económicas de la cuarta republica. Luego, cifraron en el advenimiento de la llamada revolución bolivariana, la posibilidad de una transformación realmente democrática y libertaria a nivel de todas y cada una de las instancias de la sociedad. En la Venezuela del llamado proceso siguen documentando y denunciando los mismos males de siempre, las mismas infamias, las mismas desigualdades políticas y económicas, el mismo estado y el mismo mercado. Sólo que antes eran perseguidos y encarcelados como comunistas y revolucionarios. Ahora son criminalizados como delincuentes comunes, sometidos a kafkianos procesos judiciales, intimidados con descalificaciones ideológicas; por ese mismo Estado que, en sus funciones de agencia de seguridad policial del capital global y las guerras del imperio, entrega revolucionarios al gobierno colombiano.
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