Por Luis Esteban G. Manrique
El pase a la segunda vuelta del nacionalista Ollanta Humala (31,7% de los votos) y de Keiko Fujimori (23,4%), hija del ex presidente Alberto Fujimori, cuyo legado autoritario reivindica sin matices, y el desplome del gobernante Partido Aprista Peruano (PAP), que pasará de 30 escaños a cuatro o cinco en el Congreso, revelan la magnitud de la frustración de los votantes con un modelo que ha dado excelentes resultados macroeconómicos pero que no ha distribuido con igualdad la riqueza creada y cuyos avances en el terreno social han estado muy por debajo del promedio regional.
Sería difícil imaginar un retrato económico con mayores luces que las que deja el segundo gobierno de Alan García en cuanto a inversión extranjera directa, reservas de divisas, aumento de las exportaciones o reducción de la deuda pública. Perú recibió inversión extranjera por un total de 7.500 millones de dólares en 2010, cuatro veces más que en 2005, el equivalente al 5,5% del PIB. Las reservas internacionales alcanzaron el año pasado un récord de 44.000 millones de dólares, frente a los 22.000 de 2005.
El pase a la segunda vuelta del nacionalista Ollanta Humala (31,7% de los votos) y de Keiko Fujimori (23,4%), hija del ex presidente Alberto Fujimori, cuyo legado autoritario reivindica sin matices, y el desplome del gobernante Partido Aprista Peruano (PAP), que pasará de 30 escaños a cuatro o cinco en el Congreso, revelan la magnitud de la frustración de los votantes con un modelo que ha dado excelentes resultados macroeconómicos pero que no ha distribuido con igualdad la riqueza creada y cuyos avances en el terreno social han estado muy por debajo del promedio regional.
Sería difícil imaginar un retrato económico con mayores luces que las que deja el segundo gobierno de Alan García en cuanto a inversión extranjera directa, reservas de divisas, aumento de las exportaciones o reducción de la deuda pública. Perú recibió inversión extranjera por un total de 7.500 millones de dólares en 2010, cuatro veces más que en 2005, el equivalente al 5,5% del PIB. Las reservas internacionales alcanzaron el año pasado un récord de 44.000 millones de dólares, frente a los 22.000 de 2005.
Desde 2006, el PIB per cápita se ha duplicado hasta los 5.200 dólares. La deuda pública se redujo al 23% del PIB, la mitad en los últimos 10 años. En 2005 el pago de la deuda absorbía el 27% del presupuesto, ahora solo el 12,9. En 2010 el país creció un 8,3%, más que cualquier otro país de la región, con una inflación del 1,7%, también una de las más bajas de la zona. Según el Banco Mundial y como resultado de todo ello, la pobreza se redujo del 54 al 35% en los últimos 10 años y la extrema pobreza del 17% al 11,5%.
Sin embargo, las encuestas preelectorales señalaban que un 70% quería un cambio y fue Humala quien más insistió en ello. Es fácil entender la popularidad de ese mensaje cuando se considera que entre 2001 y 2010 el PIB creció un notable 73%, pero en ese mismo periodo el salario mínimo pasó de 410 a 600 soles, aunque en términos reales (descontando la inflación acumulada) sólo aumentó un 16%.
Lo mismo sucede con la participación de los salarios (PS) en el PIB, que alcanzó un mínimo histórico justo en los años de mayor crecimiento. La PS en el PIB es del 62% en la UE y del 66% en EE UU. En América Latina la mejor proporción la tiene Chile (38%), seguido de Brasil, Colombia (36%) y Argentina (30%). En el caso peruano es de apenas el 23. En contrapartida, el excedente de explotación (constituido principalmente por los beneficios empresariales) subió del 59 al 63% entre 2003 y 2010.
Nadie podía pretender que después de una década agraciada por una coyuntura extraordinaria de elevados precios para las materias primas que exporta, el país pasara a ser un nuevo Chile. Pero dicha coyuntura abría oportunidades excepcionales para luchar contra la exclusión. Y se dejó pasar la oportunidad. No es extraño que los responsables –el ex presidente Alejandro Toledo, su ex ministro de Economía, Pedro Pablo Kuczynski y el PAP hayan sido los mayores perdedores en la primera vuelta del 10 de abril.
La pobreza sigue siendo un problema grave en la sierra rural, donde arrasó Humala: el 66% de la población es pobre y un tercio vive en la extrema pobreza. Según el Índice de Oportunidades Humanas del Banco Mundial, que mide la igualdad de oportunidades en cuanto al acceso a servicios sociales, Perú está en el puesto 13 de 17 países en América Latina.
Un 20% de las familias carece de agua potable o electricidad. Lo que revela una sociedad insolidaria donde la miseria y el egoísmo son las verdaderas enfermedades. No resulta extraño, por ello, que un 50% de los electores optara por “el cáncer o el sida” como calificó Mario Vargas Llosa la opción entre Humala y Fujimori. El suyo fue, en cierto modo, no el voto de los ignorantes, si no el de los ignorados.
La minería supone el 61% de las exportaciones –Perú es el primer productor mundial de plata, segundo de cobre y cinc y sexto en oro– lo que revela un país muy dependiente de los precios mundiales de las materias primas y de la demanda exterior, con una estructura productiva básicamente extractiva, de bajo valor añadido y que no crea empleos cualificados. Los departamentos de Cajamarca y Cusco, por ejemplo, grandes exportadores de minerales, tienen ínfimos niveles de desarrollo humano. Un 50% de la fuerza laboral está empleada en la economía informal, lo que hace que la productividad y la competitividad sean muy bajas. La teoría era que el crecimiento acumulado, las obras sociales y una reducción significativa de la pobreza habían generado una mayoría a favor del orden establecido y que ello se reflejaría inevitablemente en estas elecciones.
Ese deficitario panorama en política social, hace ingenuo pretender que la segunda vuelta enfrentara a dos partidarios del statu quo o que cambiara algo para que el resto siguiera igual. Al final, un tercio del electorado se distanció de los candidatos que encarnaban el sentido común oficial de la última década.
El resultado de la primera vuelta retrata, por ello, una democracia con elecciones libres, pero sin partidos políticos que articulen los intereses de la sociedad civil, y una economía de mercado que crece rápidamente, pero sin instituciones como la seguridad o la justicia, que le den consistencia social a medio y largo plazo.
Según el periodista Jaime Bedoya: “el ‘cambio responsable’ prometido por Alan García optó por no cambiar nada. Miento, se cambió el concepto de desarrollo por el de crecimiento, extrapolando –entre otras cosas– el número de teléfonos móviles, centros comerciales, más coches todoterreno, más transnacionales, más eufórica televisión basura, como señal de progreso antes que más educación, salud o justicia social”.
En un país donde el 44,5% del electorado tiene menos de 35 años, Humala, en cambio, centró sus promesas en ellos, prometiéndolos acceso a la educación y la posibilidad de mayor movilidad social.
Ahora, los candidatos derrotados están más que dispuestos a tomar partido por un lado u otro, pero su capacidad de endosar votos en un sistema sin partidos políticos dignos de su nombre es casi nula. Lo que existe son algunas afinidades electivas, que se pondrán en evidencia por el temor que primará entre el 50% de los electores que no votó por ellos: el miedo a un retroceso en el terreno de las libertades democráticas o en el del progreso económico.
Por Humala, que ha renunciado a sus antiguas simpatías chavistas, votó un tercio, pero casi el 70% no confió en él. Es más, pasó cinco años con un perfil político y cifras muy bajos, hasta el punto que parecía descartado como competidor en 2011. A Fujimori la votó una quinta parte del electorado, lo que implica que el 80% no lo hizo. Antes de la primera vuelta, un 65% decía que “en ningún caso” votaría a Humala, pero ahora esa actitud podría cambiar en buena parte de los votantes de Toledo e incluso entre los de Kuczynski.
En 2006, Humala perdió en segunda vuelta ante Alan García, de lejos un candidato mucho más temible que Fujimori. Si logra quitarle el miedo legítimo a buena parte del 70% que no votó por él, estará a un paso del poder. Va a ser difícil que ciertos aliados de Kuczynski, como Máximo San Román o Yehude Simon, acepten aliarse con sus antiguos perseguidores. El patriarca de la derecha peruana, Luis Bedoya Reyes, fundador del Partido Popular Cristiano, ya ha dicho que “Keiko es más peligrosa que Humala”.
Hasta Vargas Llosa comienza a darle el beneficio de la duda al exmilitar Humala: “La única manera en que puede convencer de que ha cambiado, de que es más hoy día un Lula da Silva que un Hugo Chávez, es si realiza unas alianzas muy concretas, sobre proyectos muy concretos y sobre personas muy concretas también”, ha comentado a la televisión chilena.
Para ganar, Fujimori, en cambio, debe más que duplicar su votación y atraer al centro y la derecha moderadas, que se forjaron peleando contra el régimen de su padre, por lo que, de aliarse con ella, corren el riesgo de perder su credibilidad y base social. A Humala le bastará recordar que el de Fujimori fue uno de los gobiernos más corruptos de la historia: la “utopía mafiosa” como le llamó un ensayista peruano.
Su padre, su “asesor” y “hombre fuerte”, Vladimiro Montesinos, y varios otros integrantes de su gobierno están en prisión por corrupción y asesinato. De ganar, Keiko tendría, literalmente, un “gabinete en la sombra”. Sus defensores dirán que ella no es una autócrata pero la respuesta de sus detractores será inmediata: Keiko no gobernará. Liberará a Fujimori y lo nombrará primer ministro o, nunca mejor dicho, “asesor presidencial”. Según Steven Levitsky, politólogo de la Universidad de Berkeley: “Se pueden tener dudas de Humala, pero de Keiko tenemos pruebas”.
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