Carlos Solero
El escritor Eric Blair nacido en 1903 en Motihari, cuando la India estaba bajo dominio británico, y a quien conocemos por su seudónimo de George Orwell supo captar con agudeza los males de nuestro tiempo.
En sus novelas Rebelión en la granja y 1984 se observan crudos alegatos contra el totalitarismo enquistado en las sociedades contemporáneas, la usurpación de la voluntad libertaria de los pueblos por parte de elites de simuladores sedientos de dominación y poder, así como la emergencias de sociedades de control del pensamiento y las acciones por la manipulación ideológica y las cámaras omnipresentes.
Ya en su novela Que no muera la aspidistra, previa a la partida hacia la España revolucionaria de 1936, primero como cronista y luego como miliciano antifascista, Orwell anticipa en su narración con singular lucidez un mundo que devenía perverso, dramático, impiadoso.
Queda patentizada la sordidez del capitalismo, las miserias materiales y morales de las grandes urbes, con sus ritos seductores del consumismo compulsivo y la domesticación de las clases subalternas. Nos muestra las vidas grises de los proletarios acuciados por la rutina y las imposturas de las clases acaudaladas, frívolas y huecas girando en el vacío.
Pero no sólo estos relatos merecen nuestra evocación sino también los ensayos sobre el fanatismo y el nacionalismo, narcóticos letales que impulsan a las masacres y las guerras.
La época turbulenta de la que estamos siendo protagonistas fue avizorada hace ya tiempo, pero también las posibilidades de una resistencia colectiva y solidaria libre de dogmas.
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