ERRICO MALATESTA (1853-1932)
[Casi todo lo que sigue es parte de la polémica que E. M. sostuvo sobre estos temas en 1897 con el exanarquista Saverio Merlino, recogida en los “Escritos” de Malatesta, editados por la Fundación Anselmo Lorenzo de Madrid en 2002. El último fragmento es de un texto de 1922, incluido en “Malatesta, vida e ideas”, antología preparada por V. Richards, publicada por Tusquets Editor de Barcelona en 1977. En todo caso, son reflexiones claras y persuasivas de pleno significado para los debates actuales.]
«Los anarquistas permanecen, como siempre, adversarios decididos del parlamentarismo y de la táctica parlamentaria. Adversarios del parlamentarismo porque creen que el socialismo solo debe y puede realizarse mediante la libre federación de las asociaciones de producción y consumo, y que cualquier gobierno –el parlamento inclusive- no sólo es impotente para resolver la cuestión social y armonizar y satisfacer los intereses de todos, sino que constituye por si mismo una clase privilegiada con ideas, pasiones e intereses contrarios a los del pueblo, a quien tiene forma de oprimir con las fuerzas del pueblo mismo, Adversarios de la lucha parlamentaria, porque creen que ésta, lejos de favorecer el desarrollo de la conciencia popular, tiende a deshabituar al pueblo del cuidado de sus propios intereses y es una escuela, para unos de servilismo, y para otros de intrigas y mentiras.
Estamos lejos de desconocer la importancia de las libertades políticas. Pero las libertades políticas no se obtienen sino cuando el pueblo se muestra decidido a conseguirlas; ni, una vez obtenidas, duran y tienen valor sino cuando los gobiernos sienten que el pueblo no soportaría la supresión de las mismas. Acostumbrar al pueblo a delegar en otros la conquista y la defensa de sus derechos, es el modo más seguro de dejar vía libre al arbitrio de sus gobernantes. El parlamentarismo es mejor que el despotismo, es verdad; pero sólo cuando representa una concesión hecha por el déspota por miedo a lo peor. Entre el parlamentarismo aceptado y elogiado y el despotismo sufrido por la fuerza, con el ánimo dispuesto a rebelión, es mil veces mejor el despotismo.» [“Escritos”; pp. 276-277]
«Para nosotros, en cambio, la abstención esta estrechamente ligada con nuestras finalidades. Cuando llegue la revolución nos negaremos a reconocer los nuevos gobiernos que traten de implantarse, no queremos darle a ninguno un mandato legislativo; por tanto, tenemos necesidad que el pueblo tenga repugnancia a las elecciones, se niegue a delegar en otros la organización del nuevo estado de cosas, y que, más bien, se encuentre en la necesidad de actuar por sí mismo. Debemos hacer que los obreros se habitúen desde ahora –en la medida de lo posible, en las asociaciones de todo género- a regular por si mismos sus propios asuntos y no sigan con su tendencia a delegarlos en otros.» [Op. Cit.; pp. 291-292]
«Merlino sigue hablando de la actividad propagandística que se puede desplegar por medio de las elecciones; pero no piensa en lo que se podría hacer si, rechazando la lucha electoral, se llevase esa actividad sobro otro campo más consecuente con nuestros principios y nuestros fines. Merlino cree en la conquista de los poderes públicos; pero nosotros no querríamos esa conquista, ni para nosotros ni para los demás, ni aún si la creyésemos posible. Somos adversarios del principio de gobierno y no creemos que quien fuera al gobierno se apresuraría luego a renunciar al poder conquistado. Los pueblos que quieren la libertad, demuelen las Bastillas; los tiranos en cambio, piden entrar y fortificarse, con la excusa de defender al pueblo contra los enemigos. Por tanto no queremos que el pueblo se acostumbre a mandar al poder a sus amigos, o pretendidos tales, y esperar su emancipación de su ascensión al poder.
La abstención para nosotros es una cuestión de táctica; pero es tan importante que, cuando se renuncia a ella, se acaba por renunciar también a los principios. Y esto por la natural conexión de los medios con el fin.» [Idem; pp. 306-307].
«El parlamento se ha arrogado el derecho de hacer las leyes y nosotros, que de las leyes somos las víctimas, debemos por fuerza contar con él si queremos que estas leyes, en tanto haya leyes, sean lo menos opresivas que sea posible. Pero como no creemos en la buena voluntad de los diputados y aspiramos a la abolición tanto del parlamento, como de todo otro gobierno, no nos proponemos nombrar “buenos” diputados, sino presionar sobre aquellos que hay, sean cuales sean, agitando al pueblo y metiéndoles miedo. Y cuando falte una eficaz agitación popular, haremos todavía presión sobre cada diputado para que eche en cara al gobierno sus abusos, pero lo haremos porque, o ellos se prestarán a nuestros deseos o no se prestarán y se verá su mala voluntad. … Nosotros nos alegramos si algún diputado echa en cara a los ministros su infamia; pero no dejamos por ello de considerar al parlamento responsable de lo que hace el gobierno,… ni cesamos de tener a ningún diputado en la mala estima que merece quien aprovecha la ignorancia y el borreguismo de los electores para hacerse delegar un poder que no puede resultar sino en daño del pueblo.» [Idem: p. 339]
«…Estamos de acuerdo en que pueden darse circunstancias en las que el resultado de unas elecciones, en un Estado o en un Municipio, pueden traer buenas o malas consecuencias y que este resultado podría quedar determinado por el voto de los anarquistas si las fuerzas de los partidos en lucha fueran casi iguales. Generalmente se trata de una ilusión; las elecciones, cuando estas son tolerablemente libres, no tienen más valor que el de un símbolo: son una muestra del estado de la opinión pública, que se habría impuesto por medios más eficaces y con mayores resultados si no se le brindase el desahogo de las elecciones. Pero no importa: incluso si se lograran en una victoria electoral pequeños progresos, los anarquistas no deberían acudir a las urnas y dejar de predicar sus propios métodos de lucha.» [“Malatesta, vida e ideas”; p. 113]
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