Rafael Uzcátegui
La ausencia de electores en las urnas el próximo 26S se ha convertido, en estos últimos días de campaña, en el principal enemigo a vencer tanto para el chavismo como para la oposición. Desde fines del año pasado la mayoría de las encuestadoras decían que había una franja importante del universo electoral, entre el 30 y el 40% según la firma, que se ubicaba en esa zona muerta que algunos denominan “Ni Ni” y otros “No alineados”. En segundo lugar, en un país con una alta cultura presidencialista, los comicios para cargos menores, históricamente, no han entusiasmado a la cantidad de electores y electoras que sí se sienten convocados y convocadas para la designación del primer mandatario. En principio, estas dos razones anunciaban la alta posibilidad que ninguna de las principales ofertas convenciera a un importante sector del país en los inminentes comicios de finales de mes.
Ante la falta de proyectos creíbles que puedan seducir a los transeuntes de dicha dimensión desconocida, algunos voceros de las candidaturas han enfilado baterías contra la abstención cuestionándola desde tres perspectivas: 1) Si no se vota no se tiene derecho a críticar 2) El no voto es sinónimo de apatía y desinterés por el país y 3) La abstención favorece a la oposición -o al chavismo-. Extendámonos en las refutaciones a estas apreciaciones.
1) Si no se vota no se tiene derecho a críticar: Un buen pedazo de la “izquierda” que hoy gobierna en el país, durante su larga experiencia en la oposición, utilizó el llamado a no votar como una herramienta táctica en repetidas ocasiones, y nada de esto mermaba ni su capacidad beligerante ni su naturaleza insurgente. Del otro lado, en las pasadas elecciones a la Asamblea Nacional, los principales partidos tradicionales consideraron que al no estar dadas ciertas condiciones su apuesta era la no participación en los comicios. Por esa decisión tampoco callaron sus opiniones. La Constitución vigente, en cuya defensa coinciden ambos bandos, no obliga a los ciudadanos y ciudadanas a optar por seleccionar por la opción del “menos malo” -o el menos peor-. El chantaje del disfrute de los derechos políticos sobre la precondición del voto excede al artículo 62 de la Carta Magna, que establece el sufragio como un derecho, y no como un deber. El silencio, el “ninguno/a me convence” y el “no estoy de acuerdo” es una opción tan válida y legítima como coincidir con alguna de las propuestas en contienda, y no existen razones éticas ni morales válidas -democráticas o revolucionarias, pongale usted el adjetivo- para desconocerla.
2) El no voto es sinónimo de apatía y desinterés por el país: Las razones para la abstención son tan diversas como las propias motivaciones para el voto. Efectivamente, existe tanta indiferencia y apatía en la renuencia electoral como en quienes sufragan por seguidismo, las diversas presiones de su entorno, expectativas de remuneración, moda o la apuesta a ganador. A su vez hay tanta claridad de intereses, objetivos y proyectos de país como los que muestran al final del día su dedo manchado. La diferencia entre unos/as y otros/as es que los segundos han sido convencidos o coinciden con quienes se han presentado a los cargos, mientras que los primeros no. Bien sea porque no comparten la visión de mundo de los candidateado/as, porque han tenido malas experiencias y/o rechazan de planos los partidos políticos presentes en la batahola, porque consideran que no hay reglas de juego claras o transparentes o porque rechazan el parlamentarismo y la representatividad. Por último, el ejercicio de los derechos políticos, la ciudadanía o la revolución es cosa de hechos concretos, de elecciones personales y colectivas reafirmadas permanentemente. Sugerir que la misma orbita en torno, exclusivamente, en torno a episodios litúrgicos es retroceder la participación a tiempos que dicen ser superados. El votar no es, o no debería ser, un acto de contrición religioso.
3) La abstención favorece a la oposición -o al chavismo-: Este argumento por ser el mas pueril no deja de ser eficaz. Pongámoslo en términos beisbolísticos, que parecen gustar a la fanaticada local. En el campeonato hay 8 equipos, digamos que son 8 propuestas de trabajo colectivo en deportes. Si usted se hace fanático de una, digamos, del Cardenales de Lara, esta de anteojito que su elección no favorece a los Leones del Caracas o al Navegantes del Magallanes. Y si de plano lo que le gusta es el fútbol su vocación deportiva no acarreará agua al molino de la Liga de Beisbol Venezolano. En las elecciones hay tantas opciones como candidaturas y partidos políticos que las respaldan, mas una: Ninguna le gusta, ninguna lo convenció, lo suyo es el Real Madrid. Es falso que en Venezuela existan dos y sólo dos alternativas políticas o que la oferta deba, necesariamente, restringirse al maniqueísmo de dos polos. Las cifras de personas que no votaron ofrecen tantas lecturas, y en este sentido necesitan ser interpretadas políticamente, como las que votaron por las candidaturas ganadoras. ¿No afirmaban los opositores que la alta abstención hacía ilegítima la actual Asamblea Nacional?, ¿No sostienen los chavistas que la abstención en Colombia es una señal de descontento con la era Uribe-Santos? En el actual panorama político venezolano la abstención, o su hermano menor el voto nulo, es el único mensaje claro -y que me perdone la profesora Margarita López Maya- que pueden enviar venezolanos y venezolanas contra la artificiosa e interesada polarización que se ha enseñoreado en los últimos tiempos, que reitere, como lo hacen los sondeos de opinión, el mayoritario rechazo tanto al pasado de la Cuarta como al presente de la Quinta.
Si usted ya esta convencido a quien darle su voto felicidades. Pero si duda, si las promesas lanzadas al viento no lo persuaden, si cree que las cosas deberian estar planteadas de otro modo o tiene la ligera impresión que los candidatos de su circuito darán su espalda a los electores tras probar las mieles del poder, simplemente pase y gane. La historia venezolana esta plagada de errores producto de la estrategia de apostar por el mal menor -o el menos peor-. El silencio puede ser tan poderoso como el más sonoro de los gritos.
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