Jose Gregorio Rivas Hernandez
He visto como compañeros anarquistas -no sólo de este punto geográfico, sino más allá de él, en otras latitudes y longitudes- se han mostrado complacientes con el proceso “revolucionario socialista” que acá se vive, dejando a un lado una de las ideas centrales y núcleo teórico del anarquismo como es la crítica al Estado; al respecto, Bakunin expresó con contundencia en su obra “Dios y el Estado”: “ Explotar y gobernar significan la misma cosa: la una completa a la otra y le sirve de medio y de fin.”
Esta contradicción parece muy normal, considerando que el reconocido lingüista Noam Chomsky, habiéndose definido como anarquista, ofrece patrocinio intelectual a otros Estados, en retribución quizá de la publicidad que recibieron sus libros, o más bien, buscar a sus 81 años, el protagonismo político del que algunos intelectuales en diferentes momentos históricos han sacado provecho. Queda en evidencia que la libertad no es sólo un mero conocimiento, más importante aún, es un profundo sentimiento.
Con todo respeto hago saber esta inquietud, pues la discusión en lugar de centrarse en cómo unir esfuerzos para alcanzar un modelo de sociedad autogestionada, libre de las imposiciones estatales y de transnacionales, se ha centrado en determinar si es posible o no un anarquismo complaciente con la estructura de poder del Estado. No podemos caer en la tentación facilista de trabajar sobre la base de lo ya existente, pues esto implicaría la continuidad y perpetuidad del sistema. Es necesario, entre otras cosas, dar el paso superador de la economía de mercado.
Si en definitiva, el anarquismo está condenado a servir y doblegarse ante el Estado, habré de volver a mi nihilismo con rasgos existencialistas y pesimistas, corriendo el riesgo de regresar a la montaña porque sencillamente el hombre es una causa perdida. Pues si Zaratustra no regresó a la montaña, mucho menos yo; me aseguraré de no terminar de este modo; si así es la realidad tocante, la lucha consistirá en negar y rechazar el anarquismo a manera de una especie de anarquista del anarquismo.
Llegué al anarquismo por medio del nihilismo y el existencialismo; no a través de de ideologías políticas de izquierda. Quizá parezcan ideas descabelladas y sin sentido; si así fuere, no pienso perder mi tiempo creando y estructurando un sistema filosófico que sustente tales ideas sólo para demostrar que si es posible tal cosa. Con el hecho de que yo mismo esté convencido, me basta.
Por lo anteriormente expuesto, considero particularmente que el anarquismo no tiene lugar alguno en ese espectro político simplista, obsoleto, vigente y reinante desde tiempos mucho más allá de la revolución francesa, que además ha producido innumerables pugnas en las sociedades humanas. Vaya revolución. Una revolución que se sostiene con ideas del siglo XIV quizá. Es hora de evolucionar, es hora de desechar lo inútil, lo inservible… lo obsoleto.
En este punto geográfico, la situación actual se ha conformado de tal manera, que han hecho suponer que estas ideas vagas acerca de socialismo o de izquierda son nuevas, lo cual es totalmente falso. Sin embargo, asumiré para la alegría de algunos, que estas ideas son realmente inéditas o, mejor aún, para su tristeza, debido a la vaguedad de las mismas, si es que esto tiene alguna importancia para alguien.
En medio de esta moda oportunista del socialismo del siglo XXI venezolano, se puede apreciar claramente la ya acostumbrada pugna, aparentemente ideológica, entre la izquierda y la derecha, surgida de la arraigada, histórica y tradicional distinción del espectro político. Un espectro político que se muestra en su máxima expresión unidimensional, como línea recta, cual cuerda sometida a dos tensiones producto de dos masas en movimiento, que ejercen fuerza en direcciones opuestas sólo para el beneficio de poder de unos pocos.
Una pugna aparentemente ideológica, puesto que ninguno de los extremos, “socialistas” o “liberales”, conocen con precisión y exactitud el conjunto de ideas fundamentales que caracterizan a una y a otra. No conocen las ideas de si mismo, ni mucho menos aquéllas a las que dicen oponerse con tanto frenesí. Ni un extremo, ni el otro, se habrán tropezado en su camino con “El capital” de Marx y Engels, o con “El hombre unidimensional” de Marcuse; mucho menos con el “Ensayo sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones” de Adam Smith o con el “Camino de servidumbre” de Von Hayek.
La justicia social es precisamente una de las dimensiones de la pugna entre pensadores socialistas y liberales; lo demás no cuenta, ni políticos, ni seguidores de políticos, ambas categorías sólo son masa amorfa y aglutinada. Esto no es más que una arrogancia intencionada, y dirigida con el fin de lograr el despertar del hombre -en especial de los seguidores de políticos- y su auténtica autonomía.
“La justicia social se refiere a la organización de la sociedad de tal modo que el bien común, al que se espera que todos contribuyan en proporción de su capacidad y oportunidad, esté al alcance de todos los miembros para su uso y goce normales”, Fagothey. La justicia social es aspiración del hombre, del mismo modo como lo es la libertad y la igualdad.
En este sentido, se han diferenciado dos posturas: la igualdad de oportunidad y la igualdad de resultado. En cuanto a la igualdad de oportunidad, históricamente ha sido preferida por el pensamiento liberal, puesto que grosso modo, se basa en la diferenciación de resultados por decisiones individuales, la iniciativa individual, la competencia y la superación personal, eliminando además las barreras legales. Lo propio ocurre con la preferencia de los pensadores socialistas por la igualdad de resultados, ya que todas las decisiones se hallan concentradas en las manos del Estado, lo que por consiguiente exime de la responsabilidad individual y de la libertad; aunado a esto, requiere necesariamente de una redistribución de los recursos y la riqueza, que en la práctica llevan a cabo forzadamente.
Por estos lares es frecuente ver a algunos socialistas venezolanos del siglo XXI, hablar ingenuamente a favor de la “igualdad de oportunidades”, asociándolas de manera tan básica con el socialismo, sólo porque aparece retratada la palabra “igualdad”. Otros, probablemente sabrán lo que están diciendo, y esto no denota otra cosa más, de que estamos en presencia de un capitalismo socialista o socialismo capitalista, realmente da igual. Lo cierto es que se manifiesta a través de un capitalismo de Estado.
El anarquismo desde una perspectiva dialéctica, se considera la síntesis resultante de una tesis representada por el socialismo y una antítesis representada por el liberalismo. Análogamente, podría hallarse alguna alternativa entre las antinomias de igualdad –de resultados y de oportunidades- derivadas de la noción de justicia social. Sin embargo, considero que la realidad refleja un problema más complejo como para pretender resolverlo con la simpleza dialéctica. Esto sería trabajo de un pensador y no de un seudopensador como yo.
En todo caso, al mejor estilo proudhoniano, sería necesario construir un equilibrio funcional que permita la convivencia de aquellas tendencias que en sí mismas son contradictorias, igualdad de oportunidades por un lado, e igualdad de resultados por el otro.
Como diría Mijail Bakunin: “Libertad sin socialismo es privilegio e injusticia; socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad”. Quizá, bien valdría decir: oportunidad sin resultado es privilegio e injusticia; resultado sin oportunidad es esclavitud y brutalidad.
¡¡¡Levantate y lucha, salud y libertad!!!
Con todo respeto hago saber esta inquietud, pues la discusión en lugar de centrarse en cómo unir esfuerzos para alcanzar un modelo de sociedad autogestionada, libre de las imposiciones estatales y de transnacionales, se ha centrado en determinar si es posible o no un anarquismo complaciente con la estructura de poder del Estado. No podemos caer en la tentación facilista de trabajar sobre la base de lo ya existente, pues esto implicaría la continuidad y perpetuidad del sistema. Es necesario, entre otras cosas, dar el paso superador de la economía de mercado.
Si en definitiva, el anarquismo está condenado a servir y doblegarse ante el Estado, habré de volver a mi nihilismo con rasgos existencialistas y pesimistas, corriendo el riesgo de regresar a la montaña porque sencillamente el hombre es una causa perdida. Pues si Zaratustra no regresó a la montaña, mucho menos yo; me aseguraré de no terminar de este modo; si así es la realidad tocante, la lucha consistirá en negar y rechazar el anarquismo a manera de una especie de anarquista del anarquismo.
Llegué al anarquismo por medio del nihilismo y el existencialismo; no a través de de ideologías políticas de izquierda. Quizá parezcan ideas descabelladas y sin sentido; si así fuere, no pienso perder mi tiempo creando y estructurando un sistema filosófico que sustente tales ideas sólo para demostrar que si es posible tal cosa. Con el hecho de que yo mismo esté convencido, me basta.
Por lo anteriormente expuesto, considero particularmente que el anarquismo no tiene lugar alguno en ese espectro político simplista, obsoleto, vigente y reinante desde tiempos mucho más allá de la revolución francesa, que además ha producido innumerables pugnas en las sociedades humanas. Vaya revolución. Una revolución que se sostiene con ideas del siglo XIV quizá. Es hora de evolucionar, es hora de desechar lo inútil, lo inservible… lo obsoleto.
En este punto geográfico, la situación actual se ha conformado de tal manera, que han hecho suponer que estas ideas vagas acerca de socialismo o de izquierda son nuevas, lo cual es totalmente falso. Sin embargo, asumiré para la alegría de algunos, que estas ideas son realmente inéditas o, mejor aún, para su tristeza, debido a la vaguedad de las mismas, si es que esto tiene alguna importancia para alguien.
En medio de esta moda oportunista del socialismo del siglo XXI venezolano, se puede apreciar claramente la ya acostumbrada pugna, aparentemente ideológica, entre la izquierda y la derecha, surgida de la arraigada, histórica y tradicional distinción del espectro político. Un espectro político que se muestra en su máxima expresión unidimensional, como línea recta, cual cuerda sometida a dos tensiones producto de dos masas en movimiento, que ejercen fuerza en direcciones opuestas sólo para el beneficio de poder de unos pocos.
Una pugna aparentemente ideológica, puesto que ninguno de los extremos, “socialistas” o “liberales”, conocen con precisión y exactitud el conjunto de ideas fundamentales que caracterizan a una y a otra. No conocen las ideas de si mismo, ni mucho menos aquéllas a las que dicen oponerse con tanto frenesí. Ni un extremo, ni el otro, se habrán tropezado en su camino con “El capital” de Marx y Engels, o con “El hombre unidimensional” de Marcuse; mucho menos con el “Ensayo sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones” de Adam Smith o con el “Camino de servidumbre” de Von Hayek.
La justicia social es precisamente una de las dimensiones de la pugna entre pensadores socialistas y liberales; lo demás no cuenta, ni políticos, ni seguidores de políticos, ambas categorías sólo son masa amorfa y aglutinada. Esto no es más que una arrogancia intencionada, y dirigida con el fin de lograr el despertar del hombre -en especial de los seguidores de políticos- y su auténtica autonomía.
“La justicia social se refiere a la organización de la sociedad de tal modo que el bien común, al que se espera que todos contribuyan en proporción de su capacidad y oportunidad, esté al alcance de todos los miembros para su uso y goce normales”, Fagothey. La justicia social es aspiración del hombre, del mismo modo como lo es la libertad y la igualdad.
En este sentido, se han diferenciado dos posturas: la igualdad de oportunidad y la igualdad de resultado. En cuanto a la igualdad de oportunidad, históricamente ha sido preferida por el pensamiento liberal, puesto que grosso modo, se basa en la diferenciación de resultados por decisiones individuales, la iniciativa individual, la competencia y la superación personal, eliminando además las barreras legales. Lo propio ocurre con la preferencia de los pensadores socialistas por la igualdad de resultados, ya que todas las decisiones se hallan concentradas en las manos del Estado, lo que por consiguiente exime de la responsabilidad individual y de la libertad; aunado a esto, requiere necesariamente de una redistribución de los recursos y la riqueza, que en la práctica llevan a cabo forzadamente.
Por estos lares es frecuente ver a algunos socialistas venezolanos del siglo XXI, hablar ingenuamente a favor de la “igualdad de oportunidades”, asociándolas de manera tan básica con el socialismo, sólo porque aparece retratada la palabra “igualdad”. Otros, probablemente sabrán lo que están diciendo, y esto no denota otra cosa más, de que estamos en presencia de un capitalismo socialista o socialismo capitalista, realmente da igual. Lo cierto es que se manifiesta a través de un capitalismo de Estado.
El anarquismo desde una perspectiva dialéctica, se considera la síntesis resultante de una tesis representada por el socialismo y una antítesis representada por el liberalismo. Análogamente, podría hallarse alguna alternativa entre las antinomias de igualdad –de resultados y de oportunidades- derivadas de la noción de justicia social. Sin embargo, considero que la realidad refleja un problema más complejo como para pretender resolverlo con la simpleza dialéctica. Esto sería trabajo de un pensador y no de un seudopensador como yo.
En todo caso, al mejor estilo proudhoniano, sería necesario construir un equilibrio funcional que permita la convivencia de aquellas tendencias que en sí mismas son contradictorias, igualdad de oportunidades por un lado, e igualdad de resultados por el otro.
Como diría Mijail Bakunin: “Libertad sin socialismo es privilegio e injusticia; socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad”. Quizá, bien valdría decir: oportunidad sin resultado es privilegio e injusticia; resultado sin oportunidad es esclavitud y brutalidad.
¡¡¡Levantate y lucha, salud y libertad!!!
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