Las diferentes medidas económicas impuestas por el gobierno nacional, que colocan el peso de la crisis económica en los que menos tenemos, han catalizado el descontento frente a la demagogia y la ineficacia del gobierno. El aumento permanente de los precios; el desabastecimiento de alimentos; la culpabilidad policial en la situación de inseguridad; la falta de agua, electricidad y en general de servicios públicos de calidad, el enriquecimiento súbito y escandaloso de los funcionarios públicos, así como de la burguesía amparada por el bolivarianismo, ya no puede maquillarse y esconderse por la propaganda.
Paulatinamente, l@s oprimid@s de diverso signo nos estamos encontrando y reconociendo en la calle. Por otra parte, la degradación permanente de la vida cotidiana está abriendo los ojos de amplios sectores acerca de la verdadera faceta capitalista y autoritaria del gobierno, recordando amargamente que tras varios años de bonanza económica, la riqueza fue a parar al bolsillo de unos pocos civiles y militares, mientras al pueblo sólo le llegaron migajas.
La rabia y la desazón, sin embargo, no deben cegarnos para continuar la lucha sin repetir los errores recientes. Por ello, el reto del presente es construir apoyo mutuo y solidaridad entre los de abajo, evitando a toda costa que el descontento sea canalizado ni por ese liderazgo, hasta ayer chavista, que tras ser marginado por el PSUV ahora "descubre" las contradicciones del proceso bolivariano, y mucho menos por las recomposiciones de los partidos políticos herederos del pasado, los cuales intentan retomar parcelas de poder para volver a sus viejas mañas.
El reto es, sencillamente, construir una opción diferente, y enfrentada, a estos dos sectores: tanto a la burocracia y boliburguesía roja rojita como a las momias y aristócratas de los partidos socialdemócratas y conservadores de oposición. Y nuestra alternativa debe erigir una cultura política, diferente del militarismo populista neoadeco ahora con etiqueta bolivariana, que tenga como principios insobornables la justicia social y la libertad. Esta crisis debe ser asumida, entonces, como una oportunidad para que lo viejo termine de morir y lo nuevo vuele sobre sus cenizas.
El enfrentamiento a los diferentes poderes debe comenzar en nuestro propio entorno, estableciendo puentes solidarios y horizontales con otros sectores en conflicto. En este camino, que no es más que el de la insurrección contra la resignación y la autoridad, no hay recetas mágicas ni atajos. Ese océano de posibilidades está sembrado de cantos de sirena, en donde tendremos que mezclar la innovación con las enseñanzas de las derrotas de la historia. La primera que se avizora en el horizonte es la tentación electoral, la seducción que la comodidad de las urnas de votación pueden sustituir el vértigo y lo impredecible de la organización y la lucha callejera.
Debemos tener siempre presente que una de las contribuciones del chavismo a la restructuración capitalista global ha sido la pacificación de los fuegos del 27 de Febrero, restableciendo la gobernabilidad con formas democráticas puestas en cuestión por las movilizaciones de la década de los noventas. Esta domesticación, en sintonía con el Consenso de Washington, ha permitido que las materias primas energéticas venezolanas continúen fluyendo, sin pausas, al mercado mundial. Un rol tal, destructor del medio ambiente y promotor de una cultura de generación de pobreza, no ha sido ni será puesto en cuestión por quienes se venden por los medios privados de comunicación como los contrincantes de Chávez. Es por ello que no son ni serán los votos, ni los acuerdos de élites, los que cambiaran realmente el actual estado de las cosas.
Es por ello que intentan, a toda costa, que abandonemos nuestras propias demandas y aspiraciones por una agenda electoral. Es la lucha de calle, sin dirigentes ni dirigidos, de compañeros y compañeras hermanados por la solidaridad y el reconocimiento mutuo, lo que los burócratas chavistas y opositores intentan obstaculizar por todos los medios.
Las razones para protestar, sin embargo, florecen como cayenas tras la lluvia. Los y las anarquistas seguiremos, como el sándalo, perfumando el hacha que nos hiere.
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