martes, 31 de enero de 2017

Debate (A) - La religión: Cuando lo sagrado aprisiona a lo maravilloso


Wolfi Landstreicher

Es probable que los seres humanos siempre que hayan tenido encuentros con el mundo a su alrededor y hayan echado a volar su imaginación, han despertado una creciente sensación de asombro, una experiencia con lo maravilloso. Hacer el amor con el océano, devorar el hielo, una luna con sabor a menta, saltar hacia las estrellas en una loca y deliciosa danza. Tales son las perversas imaginaciones que hacen ver tan aburridas a las concepciones mecanicistas del mundo. Pero, en esta era, tristemente, el brillo del industrialismo con su superficial lógica mecanicista, que provienen desde la visión del mundo de los contadores[6] del Capital, ha dañado muchas mentes, quitando la razón de la pasión y la pasión de la capacidad de crear sus propias razones y encontrar sus propios significados en la experiencia y la creación de lo maravilloso.

Así, muchas/os van a lo sagrado en busca de las sensaciones de placer y de maravilla, olvidando que lo sagrado por sí mismo es la prisión de lo maravilloso.

La historia de la religión es en realidad la historia de la propiedad y del Estado. Todas estas instituciones están fundadas en expropiaciones, que juntas componen la alienación social, la alienación de los individuos de su capacidad de crear sus vidas a su propia manera. La propiedad expropia el acceso a los individuos a la abundancia material del mundo, poniéndola en las manos de unas/os cuantas/os que le ponen rejas y le colocan un precio. El Estado les expropia a los individuos la capacidad para vivir sus vidas y sus relaciones a su propia manera, dejando estas en manos de unas/os pocas/os, en forma de poder controlar la vida de las/os demás, transformando su actividad en fuerza de trabajo necesaria para reproducir el orden social. De la misma forma, la religión (y sus actuales paralelos, la ideología y la siquiatría) es la institución que expropia la capacidad de las/os individuas/os para interpretar sus interacciones con el mundo tanto alrededor como al interior suyo, poniéndolas en manos de unas/os cuantas/os especialistas, las/os que crean interpretaciones que sirven a los intereses del poder. El proceso por el cual estas expropiaciones son llevadas a cabo no está realmente separado, más bien completamente interconectados, formando una red integrada de dominación, pero pienso, en este tiempo, cuando muchas/os anarquistas parecen prestar atención a lo sagrado, es útil examinar la religión como una específica institución de dominación.

Si, actualmente, al menos, en las democracias de tipo occidental, la conexión entre la religión y el Estado parece ser relativamente tenue, residiendo en los arrebatos dogmáticos de un Ashcroft[7] o la bendición ocasional del Papa, originalmente el Estado y la religión eran dos caras de la misma entidad. Cuando los amos no eran dioses o los mismos altos sacerdotes, estos aún estuvieron ordenados por un dios por medio del alto sacerdote, especialmente consagrado para representar a dios en la Tierra, así como para gobernar en su nombre. Por tanto, las leyes de los gobernantes eran las leyes de dios; sus palabras eran las palabras de dios. Es cierto que eventualmente las religiones han distinguido las leyes de dios de las del Estado. Generalmente, estas religiones se desarrollaron en medio de la persecución de personas y por consiguiente, sintiendo la necesidad de aparecer como un poder más fuerte que el del Estado. Así, estas religiones apoyaron el concepto de dominio, de una ley que gobernaba sobre las/os individuas/os, así como por sobre los Estados terrenales. Si los antiguos hebreos pudieron distinguir entre líderes “divinos” y “no divinos”, y si los primeros cristianos pudieron decir “Deberíamos obedecer a dios más que a los hombres”, tales declaraciones no eran llamados a la rebelión, sino hacia la obediencia a una autoridad superior. La biblia cristiana hace explícito esto cuando señala “dadle al César lo que es del César” y “sométanse a los poderes que existen, porque ellos son ordenados por dios”. Si algunos extractos de las escrituras judeo-cristianas pudieran inspirar la revuelta, es poco probable que sea la revuelta de los individuos en contra de todo lo que les roba la vida. Más bien, sería una revuelta contra un determinado Estado, con el objetivo de reemplazarlo por un Estado basado en las “leyes de dios”.

Pero la religión es mucho más que la sola tradición judeo-cristiana. Es por eso necesario el examinar el concepto de “sagrado”, por sí solo, la idea que parece estar en el corazón de la religión. En estos días frecuentemente oigo a la gente lamentarse de la pérdida de lo sagrado y no puedo dejar de reír. En este mundo en el que fronteras, límites, rejas, alambres de púas, leyes y restricciones de todo tipo abundan, ¿qué hay allí dentro que no sea sagrado? ¿Qué existe que podamos tocar, interactuar o disfrutar libremente? Pero, por supuesto, yo malentiendo. La gente está lamentándose hoy la pérdida de lo maravilloso, del placer, de ese sentimiento expansivo de consumirse y ser consumido por un vibrante universo viviente. Pero si esto lo lamentan, entonces ¿por qué hablan de la pérdida de lo sagrado, si el concepto de sagrado por sí mismo es lo que separó la maravilla y el placer del mundo y lo puso en un lugar aparte?

Lo sagrado, en realidad, nunca significó lo que es maravilloso, inspirador o alegre. Esta significó aquello que está consagrado. La consagración precisamente es el proceso de separación de algo que es parte de la vida normal, de la libre e igualitaria disponibilidad para que todas/os lo usen como quieran, con el propósito de ser dejado a un lado para una determinada tarea. Este proceso comienza con el surgimiento de especialistas en la interpretación del significado de la realidad. Estas/os especialistas están consagrados por sí mismas/os, separadas/os de las tareas de la vida normal y alimentadas/os por los sacrificios y las ofrendas de aquellas/os para quienes interpretan la realidad. Por supuesto, la idea de que puede haber algunas/os con una conexión especial con el significado de la realidad implica que hay solo un significado que es universal y que por tanto necesita atención y capacidades especiales para ser entendido. Así, primero como chamanes y más tarde como curas, estas personas sagradas expropiaron la capacidad de los individuas/os para crear sus propios significados. Los poéticos encuentros de una/o con el mundo se vuelven insignificantes, y los lugares, las cosas y los seres que son especiales para un individuo son reducidos a simples caprichos, desprovistos de un significado social. Ellos son reemplazados por las instituciones, los lugares y las cosas sagradas determinadas por el sacerdote, el que entonces las mantiene alejadas de las/os profanos mujeres y hombres, solo presentados por medio de la apropiada mediación del ritual, para garantizar que las mentes de los rebaños permanezcan “nubladas” para que así no vean la actual banalidad de “lo sagrado”.

Es precisamente la naturaleza de lo sagrado, como separación, lo que da nacimiento a los dioses. Examinando desde más cerca, ¿qué es un dios, sino el símbolo del extravío de la capacidad humana para ser, para actuar por una/o misma/o, para crear la vida y los significados a la manera que una/o desee? Y la religión, al crear dioses, sirve de hecho a la clase dominante de una forma más esencial. Está ciega a las/os explotadas/os acerca de la verdadera razón por la que ellas/os están separadas/os de su capacidad de determinar su propia existencia. No es un asunto de expropiación y alienación social sino de una separación que es propia de la naturaleza de las cosas. Todo el poder es de los dioses y nosotras/os solo podemos aceptar su voluntad, esforzándonos en servirles lo mejor que podamos. El resto es soberbia. De este modo, la actual expropiación de las capacidades de las personas para crear sus propias vidas, desaparece tras un destino determinado divinamente contra el cual no se puede luchar. En vista de que el Estado representa la voluntad de Dios en la Tierra, este no puede ser combatido, pero sí debe ser soportado. La única conexión que puede ser hecha con este poder sagrado es aquella ofrecida por la mediación del ritual religioso, una “conexión” que, por cierto, asegura la continuidad de la separación en cualquier nivel práctico. El fin de esta separación sería el fin de lo sagrado y de la religión.

Una vez que reconocemos qué es la consagración —esto es, una separación— lo que define lo sagrado, se hace claro el por qué la autoridad, la propiedad y todas las instituciones de dominación son sagradas. Todas ellas son formas sociales de separación, la consagración de las capacidades y de la riqueza que una vez fueron accesibles para todas/os nosotras/os, para un uso especializado al que las personas ahora no podemos tener acceso excepto por medio de los rituales apropiados que mantienen esta separación. Entonces es completamente acertado hablar de la propiedad, en un sentido literal, como sagrado y de las mercancías como fetiches. El capitalismo es profundamente religioso.

La historia de la religión occidental no ha sido de simple aceptación de lo sagrado y de dios (en este punto no tengo suficientes conocimientos como para hablar de las religiones no occidentales). Durante toda la Edad Media, y después, existieron movimientos heréticos que fueron tan lejos hasta el punto de cuestionar la existencia misma de dios y de lo sagrado, expresado en el lenguaje de su tiempo —los Hermanos del Libre Espíritu, los Adamitas, los Ranters y muchos otros— negaron la separación que definió lo sagrado, reclamaron la divinidad a su manera y por tanto, reapropiaron su voluntad y su capacidad para actuar en sus propios términos, para crear sus propias vidas. Esto obviamente los ubicó en contra de la sociedad alrededor de ellas/os, la sociedad del Estado, de la economía y de la religión.

A medida que el capitalismo comenzó a aparecer en el mundo occidental y a expandirse por medio del imperialismo colonial, también surgió un movimiento de revuelta contra este proceso. Lejos de ser un movimiento que pretendía traer de vuelta un idílico pasado imaginario, este llevó dentro de si las semillas de la anarquía y el comunismo verdadero. Esta semilla revolucionaria fue desencadenada gracias a las interacciones de gente de varias culturas diferentes quienes estaban siendo desposeídas/os de diferentes maneras — el pobre de Europa, cuyas tierras fueron “enrejadas”[8] (¿podría yo decir consagradas, lo que extrañamente parece sinónimo de robadas?), forzándolos hacia los caminos y los mares; africanos expulsados de sus tierras, separados de sus familias y culturas y forzados a la esclavitud; y los pueblos indígenas, en las tierras que ya están colonizadas, se encuentran a sí mismos desposeídas/os y muchas veces asesinadas/os. No eran raros los levantamientos a lo largo de la costa atlántica (en Europa, África y América) en el siglo XVII y a comienzos del XVIII, y usualmente involucró cooperación igualitaria entre todos aquellos grupos de explotadas/os y desposeídas/os.

Pero, para mi mente, una de las principales debilidades de este movimiento de revuelta es que nunca pareció liberarse a sí mismo de la visión religiosa del mundo. Mientras la clase capitalista expropiaba cada vez más aspectos del mundo y de las vidas de las manos de los individuos, reservándolos para sus propios intereses, y haciéndoles accesibles solo por medio de la apropiada mediación de los rituales del trabajo asalariado y el intercambio de mercancías, los rebeldes, la mayor parte, no pudieron dar el paso final de rebelarse completamente contra lo sagrado. De esta forma, solo opusieron una concepción de lo sagrado a otra, una moralidad contra otra, dejando, por tanto, lugar para la alienación social. Esto es lo que hizo posible que la democracia y el capitalismo humanitario o el socialismo pudieran recuperar esta revuelta, en la que “el pueblo”, la “sociedad” o “la raza humana” juegan el rol de dios.

La religión, la propiedad, el Estado y todas las otras instituciones de dominación se sostienen sobre separaciones fundamentales que generan la alienación social. Como tales, ellas constituyen lo “sagrado”. Si queremos volver a ser capaces de captar lo maravilloso como propio, para experimentar asombro y placer directamente como queramos, para hacer el amor con los océanos o bailar con la estrellas, sin la intervención de dioses o curas diciéndonos qué debe significar esto, o para hacerlo más simple, si queremos poner nuestras vidas en nuestras manos, creándolas como queramos, entonces, debemos entonces atacar lo sagrado en todas sus formas. Debemos profanar lo sagrado de la propiedad y la autoridad, de las ideologías e instituciones, de todos los dioses, templos y fetiches, cualesquiera que sean sus bases. Solo de esta forma podemos experimentar a nuestra manera de todo lo que hay en el mundo interior y exterior, sobre las bases de la única igualdad que puede interesarnos, el reconocimiento igualitario de lo que es maravilloso en la singularidad de cada una/o de nosotras/os. Solo de esta forma podemos experimentar y crear lo asombroso en toda su belleza y maravilla.

Notas

[6] El autor se refiere a los contadores o “book-keepers”, quienes se encargan de dejar registro de las acciones financieras relacionadas con negocios (N. de la T.)

[7] El autor se refiere a John Ashcroft, ex Fiscal General de los Estados Unidos, como alguien abiertamente cristiano que ocupa un cargo de suma importancia en un Estado que se vanagloria de ser laico (N. de la T.)

[Extraido del ensayo "La red de la dominación", que en versión completa es accesible en http://es.theanarchistlibrary.org/library/wolfi-landstreicher-la-red-de-la-dominacion?v=1485735971.]


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