viernes, 8 de agosto de 2014

¡Yo soy anarquista!


Eduardo Colombo

[Párrafos entresacados de la parte final del capítulo de igual nombre (pp. 15-29), incluido en el libro La Voluntad del Pueblo, cuyo texto completo es accesible en http://refractions.plusloin.org/IMG/pdf/Voluntad_del_pueblo_.pdf]

Después del congreso de Saint-Imier el movimiento anarquista está en pie y el corpus teórico que lo define está ya bien formulado. El anarquismo no es una doctrina cerrada, no es un dogma, estará siempre inacabado, pero a partir de ese otoño de 1872 está claro aquello que es anarquista y aquello que no lo es.

“La destrucción de todo poder político es el primer deber del proletariado”, y “toda organización de un poder político que se llame provisorio y revolucionario, para conducir a esa destrucción, no puede ser más que otro engaño, y sería tan peligroso para el proletariado como lo son todos los gobiernos existentes hoy”.

Dice Bakunin: "El pueblo no podrá ser libre más que cuando cree él mismo su propia vida organizándose de abajo hacia arriba por medio de asociaciones autónomas". El individuo no podrá ser libre si los otros no lo son. Bakunin define la libertad como el resultado de la asociación humana. La libertad es una creación sociohistórica, un valor positivo, la obra de todos y de cada uno. La gran diversidad de capacidades, de energías, de pasiones que aportan los seres humanos al interactuar unos con otros es la riqueza de la sociedad. Gracias a esta diversidad, “la humanidad es un todo colectivo, en el cual cada uno completa a todos y tiene necesidad de todos; de modo que esta diversidad infinita de los individuos humanos es la causa misma, la base principal de su solidaridad, un argumento todopoderoso en favor de la igualdad”, también declara el revolucionario ruso. Toda libertad humana que no sea un privilegio exige, necesita, la igualdad.

Para el anarquista, la igualdad es la igualdad de hecho, la nivelación de rangos y fortunas.

Creación sociohistórica, constante autoorganización y autoinstitucionalización, la sociedad humana será libre al romper el lazo con toda heteronomía, lo que significa también la abolición de la continuidad sociohistórica del principio de mando/obediencia constitutivo de todo poder social instituido, de todo “Estado”, es decir, el fin del paradigma de la dominación justa.

El corolario será la soberanía absoluta del demos, o, si se prefiere, la apropiación colectiva de la capacidad (poder) instituyente.

Esta libertad es una lucha constante y sin reposo, incluso en una sociedad anarquista. Lucha contra lo existente establecido para dejar lugar a lo que no es todavía.

Un anarquista que se contenta con la limitación de los poderes y que abandona la idea de la abolición del Estado y de la propiedad privada, un anarquista que acepta la libertad de disfrutar sus bienes y de su pequeña felicidad privada, si tiene una vida holgada en un país rico, un anarquista, digo, que acepta los límites que le impone el sistema establecido, no es un anarquista sino un liberal. Y no habrá “conciencia esquizofrénica” que pueda salvarlo.

Nosotros los anarquistas no tenemos, según parece, “una ciencia de la política”, lo que es seguramente verdadero si dicha ciencia es definida como un “discurso racional acerca de lo que es ‘menos peor’” (discurso del realismo político), y su función es ocuparse de la gestión de las relaciones de fuerza al interior del sistema establecido. Tenemos en su lugar una teoría de la revolución. Esto no resuelve –lo sé bien– el enorme problema de los medios de acuerdo con los fines a utilizar en
un momento histórico en el que las relaciones de fuerza nos son desfavorables, lo que es la norma, excepto en los períodos revolucionarios.

El llamado a la ciencia en lugar de la apelación al pueblo despierta, como en eco, esas viejas páginas de Bakunin sobre los "endormeurs" (los que con su discurso hacen dormir a los que los escuchan), niños mimados de la burguesía, intelligentsia patentada, decía él, “que se dedican exclusivamente al estudio de los grandes problemas de la filosofía, de la ciencia social y política”, y que elaboran teorías que”no tienen en el fondo otro fin que demostrar la incapacidad definitiva de las masas obreras”.

El sujeto de la acción social es, con toda evidencia, lo existente, y lo existente es múltiple, viviente, está atravesado por innumerables conflictos. Es el pueblo. Y el pueblo, sujeto al príncipe, bajo las lentes de la policía, siempre en lucha por sobrevivir, contiene en su seno la miríada de hombres y mujeres que, buscando lo imposible, construyen la libertad humana. Es el pueblo soberano el que hizo las revoluciones, y no veo por qué no habría de seguir haciéndolas.

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