Carlos Solero
En 1932 el escritor británico Aldous Huxley dio a conocer su novela titulada Un mundo feliz. En la misma expresa su rechazo de las sociedades totalitarias. El alegato de Huxley va dirigido tanto al régimen stalinista en pleno apogeo, así como también a las variantes capitalistas como el fascismo, el nazismo y también el capitalismo fordista en auge sobre todo en EE UU.
Sociedades de masas basadas en el culto del productivismo y del consumismo, en las que no hay margen para las emociones auténticas y la felicidad es inducida artificialmente a través de una manipulación continua. Inmensos laboratorios de experimentación genética producen seres alfa destinados a gobernar la sociedad y menos-beta servidores de los primeros. Un mega Estado mundial se ocupa a través de sus controladores, estratégicamente dispersos por el planeta que la disidencia no exista y el orden desigual y opresivo se perpetúe. totalitarism
Huxley contrapone a esta civilización capitalista con la periferia salvaje en la que seres marginados menos beta sobreviven sometidos a los alfa dominantes.
Si reflexionamos acerca de las sociedades de las que somos contemporáneos podemos observar que muchos de los dilemas planteados por Huxley reflejan esta perversa brecha diferencial y que su diagnóstico acerca del avance de las injusticias sociales mantiene su vigencia.
La persistente desigualdad económica y social, la dominación de las tecno-burocracias.
La creciente tendencia al control de las acciones individuales y el permanente ataque a las acciones colectivas solidarias, son algunos ejemplos de esto.
En la sociedad que describe Huxley el soma, una sustancia química que compulsivamente deben ingerir los habitantes, estimula una falsa sensación de bienestar, que impide todo cuestionamiento al orden establecido jerárquico y expoliador.
Unos pocos detentan el poder real y los muchos obedecen pasivamente entretenidos con las “fantasías animadas” que exhiben grandes o pequeñas pantallas, fijas o móviles. O bien fenecen por las hambrunas, las endemias y pandemias o las migraciones forzadas hacia continentes donde los aguarda la brutal represión, las prisiones concentracionarias, Europa, EE UU.
En el presente de continuo nos explican que este sistema que nos imponen garantiza la equidad, bien sabemos que son falacias al servicio de un esquema perverso de dominación.
El observar multitudes avalando comportamientos aberrantes contra niños y mujeres debería impulsar a la rebeldía colectiva pero en sentido opuesto, no sólo cuestionando el patriarcalismo, sino impulsando formas de relaciones sociales que destierren para siempre esas prácticas.
Largo es el camino a transitar para transformar las sociedades basadas en principios de solidaridad social, justicia y libertad. Pero libertad para las personas y no para el tránsito libre de las mercancías.
Pues el sistema económico, social y político vigente como se viene señalando hace dos siglos todo lo transforma en valores de cambio. Cosifica y aliena a las personas y rinde loas al capital-mercancía y sacrifica en los altares mercantiles a miles de seres humanos con guerras abiertas y encubiertas.
En 1932 el escritor británico Aldous Huxley dio a conocer su novela titulada Un mundo feliz. En la misma expresa su rechazo de las sociedades totalitarias. El alegato de Huxley va dirigido tanto al régimen stalinista en pleno apogeo, así como también a las variantes capitalistas como el fascismo, el nazismo y también el capitalismo fordista en auge sobre todo en EE UU.
Sociedades de masas basadas en el culto del productivismo y del consumismo, en las que no hay margen para las emociones auténticas y la felicidad es inducida artificialmente a través de una manipulación continua. Inmensos laboratorios de experimentación genética producen seres alfa destinados a gobernar la sociedad y menos-beta servidores de los primeros. Un mega Estado mundial se ocupa a través de sus controladores, estratégicamente dispersos por el planeta que la disidencia no exista y el orden desigual y opresivo se perpetúe. totalitarism
Huxley contrapone a esta civilización capitalista con la periferia salvaje en la que seres marginados menos beta sobreviven sometidos a los alfa dominantes.
Si reflexionamos acerca de las sociedades de las que somos contemporáneos podemos observar que muchos de los dilemas planteados por Huxley reflejan esta perversa brecha diferencial y que su diagnóstico acerca del avance de las injusticias sociales mantiene su vigencia.
La persistente desigualdad económica y social, la dominación de las tecno-burocracias.
La creciente tendencia al control de las acciones individuales y el permanente ataque a las acciones colectivas solidarias, son algunos ejemplos de esto.
En la sociedad que describe Huxley el soma, una sustancia química que compulsivamente deben ingerir los habitantes, estimula una falsa sensación de bienestar, que impide todo cuestionamiento al orden establecido jerárquico y expoliador.
Unos pocos detentan el poder real y los muchos obedecen pasivamente entretenidos con las “fantasías animadas” que exhiben grandes o pequeñas pantallas, fijas o móviles. O bien fenecen por las hambrunas, las endemias y pandemias o las migraciones forzadas hacia continentes donde los aguarda la brutal represión, las prisiones concentracionarias, Europa, EE UU.
En el presente de continuo nos explican que este sistema que nos imponen garantiza la equidad, bien sabemos que son falacias al servicio de un esquema perverso de dominación.
El observar multitudes avalando comportamientos aberrantes contra niños y mujeres debería impulsar a la rebeldía colectiva pero en sentido opuesto, no sólo cuestionando el patriarcalismo, sino impulsando formas de relaciones sociales que destierren para siempre esas prácticas.
Largo es el camino a transitar para transformar las sociedades basadas en principios de solidaridad social, justicia y libertad. Pero libertad para las personas y no para el tránsito libre de las mercancías.
Pues el sistema económico, social y político vigente como se viene señalando hace dos siglos todo lo transforma en valores de cambio. Cosifica y aliena a las personas y rinde loas al capital-mercancía y sacrifica en los altares mercantiles a miles de seres humanos con guerras abiertas y encubiertas.
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