viernes, 1 de agosto de 2014

Opinión y debate: cuando los males llegan...


Anónimo - Julio de 2014, en algún lugar del Estado argentino.

Varias de las ciudades controladas por el Estado argentino finalmente tienen los espacios verdes que los ciudadanos reclamaban: cientos de milicos invaden las calles, los uniformes crean un paisaje desolador, hay verde pero no es césped ni son árboles. Sumándose al azul, ya no del cielo, sino de las diversas policías que organizan día a día la industria del delito, gendarmería invade el territorio y no tarda en instalarse para, en pocas semanas, entrar en confianza y empezar la represión, los chanchullos y los “abusos de autoridad”.

¿Quién puede confiar en quienes escriben las leyes y son dueños de las armas? Los ciudadanos, es decir los seres humanos ciudadanizados, no solo confían sino que orgullosamente los mantienen y, en el máximo de la estupidez, les aplauden. Pudo verse con la llegada de gendarmería a algunos barrios, puede verse en cada período de elecciones cuando se festeja al verdugo de turno o a los aspirantes a ello.

Quienes llegamos a fin de mes con lo justo, si es que llegamos, sabíamos que este iba a ser un año difícil. Los gobernantes también lo sabían y redoblaron la apuesta represiva, sin descuidar el proyecto represivo a largo y corto plazo. Del otro lado, la gran mayoría de los explotados y oprimidos indiferentes en el “mejor” de los casos, aplaudiendo en los peores, ni piensan que la represión les puede tocar a ellos, que mañana podríamos tener que salir masivamente a reclamar como sucedió y sigue sucediendo.



Para apelar a un mínimo de entendimiento de los “honestos ciudadanos que no se meten en nada” hay que tirarles en la cara «el próximo podés ser vos» o «la próxima puede ser tu hija» lo cual es angustiante, ya que no debería ser necesario apelar al dolor propio para poder comprender el ajeno. No hay que enfrentar la situación porque «el próximo puedo ser yo». Que le pase algo a mis semejantes es motivo suficiente. ¿Pero quiénes son mis semejantes? Aquí el concepto de clase social nos parece el más oportuno: semejantes somos quienes tenemos que vender nuestro tiempo y fuerza para vivir, quienes no vivimos de las demás personas. Pero no se trata de una realidad local sino mundial, nos define ser esa clase internacional que en su propia existencia se opone a las ganancias de los explotadores y opresores de todo el planeta, porque a mayor ganancia de ellos mayor es nuestro padecimiento. Es una gran mentira que si les va bien a los ricos nos va bien a todos, que los intereses de la nación son los intereses de todos quienes habitamos allí. Los burgueses ganan más dinero cuando nos dejan sin laburo, cuando nos hacen trabajar más tiempo, más duro, comer peor comida y vivir en peores condiciones. Entonces cuando nosotros, proletarios, aceptamos sin rechistar toda la ideología de la burguesía estamos yendo contra nuestros intereses de clase y nuestras propias necesidades.

La delincuencia existe. Existe uno que te roba el teléfono en la calle y también otro que roba desde su despacho. Al primero se lo culpa de todos los males y al segundo se lo elige, se lo aplaude, se lo vota, se le compran sus productos y se le creen sus mentiras. La ideología del “sálvese quien pueda” es repugnante, tanto cuando un pobre roba a otro como cuando un empresario contamina un río por sus ganancias, aunque claro, hay una pequeña diferencia de condiciones, de billetes y de daños a corto y largo plazo.

El fenómeno de la delincuencia que muestran día y noche por la tele no es una sensación pero tampoco es lo único que sucede. Bien se podrían mostrar constantemente la destrucción del planeta, el robo diario a millones de trabajadores por sus patrones o noticias de personas movilizadas no por su egoísmo sino por un sentido de comunidad. Sin embargo, la publicidad de la inseguridad tiene una utilidad, porque cuantos más crímenes haya, más miedo tendrá la población y cuanto más miedo tenga la población, más aceptables se volverán todas las medidas represivas del Estado y el Capital. Se concede tanto espacio a la “inseguridad” como si se tratase de una novedad cada día. Esto sirve a toda una serie de medidas para reprimir ya no sólo a quienes se manifiestan abiertamente contra este sistema sino también, y especialmente, a todas las mujeres y los hombres que por su condición social son los explotados y oprimidos en este antagonismo de clases. Estas medidas preventivas sirven para el fichaje y el control de quienes tarde o temprano tendrán que rebelarse si no quieren perecer, de quienes no tienen salidas individuales como prometen en la televisión, de quienes deben luchar como un solo ser para poder vencer.

A estos sucesos no tan extraordinarios cabe sumar otros que, decididos deliberadamente o no, sirven a los mismos fines: mantener el orden de los burgueses para que puedan seguir enriqueciéndose a costa nuestra. El encuadramiento de los proletarios en diversos partidos y sindicatos u otras organizaciones con otros nombres, pero que cumplen sus mismas funciones, han sido y son un freno y un obstáculo para la lucha, una ayuda para que todo este entramado de muerte continúe con normalidad. En los peores casos estas organizaciones llegan a negociar la vida y la existencia de sus miembros, en un sistema de delegación que permite que unos astutos dirigentes se llenen los bolsillos a costa de sus dirigidos. Cuando esto no sucede, estas formas organizativas buscan canalizar toda la rabia, el amor y la creatividad de los proletarios en “políticas serias” o “reclamos entendibles”, lo cual quiere decir buscar en el enemigo un interlocutor válido y hablar su propio lenguaje, entrar en su propio terreno (una de las peores decisiones en cualquier combate). Así, empantanados en una lógica paternalista, se le pide al político que nos de soluciones y al empresario que no nos explote, es decir, dos contradicciones irrealizables. En todo caso, se solicita al primero que emparche un poquito los problemas y al patrón que explote menos, lo cual es un pedido “más realista” así como miserable y asqueroso.

Alguno pensará que «suena muy bien pero es irrealizable», ¡lo que es irrealizable es modificar timidamente un poquito del sistema! ¡lo que es irrealizable es una revolución parcial, meramente política, económica o cultural, que deje intactos los pilares donde se asienta todo este sistema capitalista!

Luchar para transformar la vida es una necesidad vital, así como una posibilidad real que precisa de apoyos y simpatías, pero también de participación, compromiso y decisión. Las luchas deben dejar de entretenerse con lo superficial e ir a la raíz de los problemas. El lenguaje común debe compartirse entre nosotros y no con el oponente. Cuando hay un lenguaje común con el enemigo es porque hay un objetivo común y solo diferimos en cómo alcanzarlo. Al enemigo no se lo dialoga, se lo combate. Decidamos no dejar canalizar nuestras necesidades de manera democrática: la necesidad de organizarse en “derecho a reunión” o “libertad sindical”, la necesidad de expresarse en “libertad de prensa”, la huelga en “derecho a huelga” o la satisfacción de nuestras necesidades humanas como “derechos básicos”.

Quienes difundimos y escribimos textos como este no lo hacemos por altruismo o por caridad, por lástima o por ideología. Lo hacemos por nosotros mismos, y ese nosotros hace referencia a lo que expresábamos anteriormente: una clase social, el proletariado.

Hemos expuesto que las condiciones actuales no son las mejores, que la correlación de fuerzas con los que mandan no nos favorece. Y no tenemos una receta mágica para poder salir instantáneamente de esto. Sin embargo queremos, con estas palabras, contagiar una crítica de lo existente que se vaya propagando por todas partes como si fuese un virus. Una crítica que asumimos conversando, leyendo y estando atentos a lo que pasa y sucede a nuestro alrededor. Una crítica que necesariamente se hace carne y debe hacerse masiva. Para imponerse firme y ferozmente a este estado de cosas. Por estos motivos es muy importante hacer circular estas hojas y este tipo de reflexiones.¿Hace falta más unidad? Debemos comprender que si hoy somos débiles no es porque estamos divididos, sino que estamos divididos porque aún somos débiles. Nuestras condiciones de existencia pueden juntarnos (en el trabajo, buscándolo, donde habitamos, etc.) pero la lucha nos encuentra y nos hace tomar noción de nuestra fuerza.

Asumamos, en las luchas que ya suceden y en las venideras, que mientras haya trabajo y salario habrá desocupados y reclamos salariales, que mientras exista la propiedad privada habrá especulación inmobiliaria, que mientras haya Estado habrá represión y que mientras exista el dinero habrá codicia (se trate de Monsanto, el patrón de una empresa familiar, los narcos, los políticos, los curas o los sindicalistas).

Esta alerta antirrepresiva es impotente si seguimos siendo espectadores, si no la hacemos propia para contagiarla, mejorarla y hacerla práctica. Es nuestra responsabilidad responder o no responder ante la explotación y a la represión. De nosotros depende.

[Tomado de http://argentina.indymedia.org/uploads/2014/07/cuandolosmalesllegan.pdf.]


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