jueves, 17 de julio de 2014

Francisco Prada: El último quijote trujillano



Mariángela Gatta
gatta.mariagela@gmail.com / @mariangatta

Más allá de la figura alargada y enjuta que se asemejaba a la de Don Quijote, Francisco “El Flaco” Prada compartía con el ingenioso hidalgo de La Mancha la afición por emprender gestas heroicas. No le pareció suficiente con que el Día de la Raza hubiese sido renombrado como el Día de la Resistencia Indígena, pues aspiraba a verdaderas reivindicaciones: que los territorios ancestralmente pertenecientes a los aborígenes les fuesen devueltos. Esa fue una de las utopías de El Flaco, una bandera que izó por décadas en nombre de la justicia. Sus conocimientos de antropología y sociología, validados por la Universidad Central de Venezuela, se fortalecieron con su caminar por los terrenos indígenas. Denunció entuertos, encabezó manifestaciones, enfrentó a los ganaderos y luchó consecuentemente por los derechos de los moradores originarios de esta tierra.

Francisco Prada cobijó en su casa a los Yukpas que siguieron el litigio del líder Sabino Romero, Alexander y Olegario Romero. En el hogar de El Flaco y su compañera, la también antropóloga Laura Pérez Carmona, ellos se sentían como en su natal Sierra de Perijá: lavaban la ropa en el riachuelo que corre por la casa y dormían entre las flores y árboles del lugar. Prada siguió la querella judicial hasta sus últimas consecuencias, y cuando el cacique Sabino fue liberado – pues no había pruebas en su contra – lo celebró, pero asimismo alertó el peligro que lo acechaba. Cuando finalmente fue asesinado, su reclamo se convirtió  en un llanto de impotencia.


Ahora El Flaco quijotea en el infinito, convertido en polvo de estrellas. El último Quijote trujillano ya no está, pero con nosotros quedan sus sueños de libertad. Su legado nos conmina a luchar. Nos insta a no conformarnos con las arbitrariedades y a ser un pecho de coraje que se abra al cambio y a las transformaciones. Cuando nos sentamos en torno a su cadáver insepulto sentimos que nos mira, que nos ve cuando ejecutamos las honras fúnebres.

En su sepelio, con música de Alí Primera, colocaron sobre su urna el rifle que él y Argimiro Gabaldón empuñaron en los tiempos de guerrillas y cantos de barro. Allí  llegan, uno tras otro, políticos, artistas populares, defensores de los derechos humanos…Se dan cita hombres y mujeres de bien que se declaran siempre alertas, siempre de pie contra las injusticias.

Los actos en su honor comenzaron en la Universidad de los Andes (Núcleo Trujillo), sede del Museo de Arte Popular Salvador Valero, una hermosa herencia que él nos deja. Siguieron en la plaza Bolívar de Trujillo, en un acto eminentemente político que congregó la solidaridad, pero también las diferencias. Finalmente, El Flaco Prada retornó a Escuque, su primera y última morada. Allí quedó para siempre ese Quijote que aún resuena, y resonará, aunque físicamente ya no esté entre nosotros.

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