miércoles, 29 de julio de 2020

Pandemia y poder autoritario. El coronavirus como ariete de la ofensiva totalitaria





Antonio Galeote

Estos días hemos visto a las masas haciendo realidad el sueño de los teóricos del comunismo estatista y del fascismo. Se ha conseguido que la gran mayoría de los ciudadanos sean –ellos mismos– los que aplican las decisiones totalitarias del poder. El disidente, que en este caso es simplemente cualquiera que salga a la calle o que esté en contra de que le cierren el pequeño negocio que da de comer a su familia, es un elemento peligroso. Es alguien que –dicen con énfasis– está poniendo en peligro la vida de todos. De hecho, según el sistema, es un asesino en potencia. Por tanto, hay que aislarlo, perseguirlo, denunciarlo y neutralizarlo.
 

En esta línea, cualquier ciudadano que cuestione la supresión de los derechos fundamentales y pretenda ejercerlos, se convierte en un enemigo de la Constitución (de la que sea), es decir, en un enemigo del pueblo. En consecuencia, debe ser controlado. Y ya ni siquiera es necesario que ese control sea ejercido directamente por los aparatos de la seguridad del Estado. Los controladores, los vigilantes, los policías, son los propios ciudadanos, los vecinos, que observan y delatan a los disidentes. Es todo un éxito. El poder ha conseguido infundir en la gran mayoría de los ciudadanos la histeria colectiva y totalitaria de las masas contra cualquier disidencia. Todo ello, barnizado de un buenismo dulzón, cursi e hipócrita, supuestamente progresista. Canciones, aplausos, buen rollo..., todo muy guay. No olvidemos, por otra parte, que en el caso español, esta operación del totalitarismo antidemocrático está liderada por un Gobierno de coalición entre los progresistas del PSOE y la autodenominada nueva izquierda de Podemos. La actuación del progresismo vuelve a ser vergonzosa e indigna, propia de un grupo de pequeños burgueses arribistas al servicio del poder. De cualquier poder.

Algunos teóricos del leninismo y del fascismo llegarían al orgasmo intelectual viendo este cuadro. Desde sus ventanas, los ciudadanos recluidos, entusiastas cómplices y cumplidores de las decisiones arbitrarias y totalitarias del poder, espían y detectan a los disidentes. Y a partir de ahí, son ellos los que ponen en marcha los mecanismos policiales del sistema para acabar con estos elementos que cuestionan el orden establecido. Es el sueño, nunca totalmente conseguido, y ahora casi cumplido, de los creadores de instituciones como el KGB soviético, la Stassi de la Alemania comunista o la Securitate de la Rumanía de Ceaucescu.

Es especialmente destacable el hecho de que los más entusiastas militantes de esta histeria colectiva generada por el totalitarismo del poder sean los progres, los socialistas, los que defienden las posiciones intelectuales de la pequeña burguesía supuestamente ilustrada. Manejando con una alta eficacia totalitaria y manipuladora los medios de comunicación crean primero una sensación de miedo y desconcierto entre la población, para luego presentar al poder como la salvación. Así, los ciudadanos llegan a convencerse, como autómatas, de que actuar contra sus propios derechos es su obligación. Y actúan de manera compulsiva, como autómatas, delatando además al que no admite esta vía. Lo que está ocurriendo actualmente convierte a George Orwell en un tipo aburrido, rutinario, simple y sin imaginación.

Manipulación de masas

Este nuevo totalitarismo tiene vocación globalizadora. Recorre Europa, pero también refuerza las posiciones autoritarias del nacionalismo estadounidense. La combinación eficaz de las técnicas de manipulación de masas está consiguiendo un alto grado de solvencia en un hipotético ranking de las experiencias totalitarias. Las masas manipuladas son las que se encargan de dar una base sólida a estos experimentos, y además vigilan incansables a cualquier sospechoso de disidencia. Estamos ante un paso más hacia la degradación de los supuestos derechos civiles en los sistemas capitalistas supuestamente democráticos. Si el sistema económico se va transformando, su cobertura oolítica también experimenta cambios. El capitalismo productivo, fundamentado en la inversión que crea empresas y puestos de trabajo, va siendo sustituido por la consecución de amplias ganancias mediante la simple especulación financiera. Esta transformación exige ciudadanos cada vez más automatizados, sin formación, sin cultura, sin capacidad de análisis y, por tanto, sin capacidad de resistencia. Porque son estos ciudadanos los que están destinados a pagar el coste de esta transformación del capitalismo. Para el sistema, se trata de combinar la eficacia con la apariencia democrática.

En consecuencia, los gestores del sistema hacen ensayos, pruebas. La epidemia del coronavirus, al margen de su origen real, que es difícil que consigamos saber algún día, es una oportunidad para restringir derechos. El golpe a las más elementales garantías civiles y democráticas es tremendo. Además, se promueve la colaboración en el experimento de masas conveniente aleccionadas, dirigidas y manipuladas mediante mecanismos diversos, como los medios de comunicación, que en muchos casos utilizan y manejan los sectores supuestamente más ilustrados, los autodenominados progresistas. Y las masas colaboran con entusiasmo.

Ya no se trata sólo de limitar algo tan elemental como el derecho de los ciudadanos a moverse. Incluso se habla de confinar a los ciudadanos no ya en sus casas, sino en lugares decididos por el Estado. Es la aplicación de una pena de prisión, pero sin juicio previo. Y en sistemas democráticos. Kafka habría sonreído. Estamos ante un gigantesco ensayo de control global muy potente y sofisticado, dado que el sistema está poniendo las nuevas tecnologías digitales al servicio de este nuevo totalitarismo. En países de la antigua Unión Soviética, en toda la Unión Europea, en zonas de Asia, etc., se está utilizando la tecnología digital más sofisticada para el control de los movimientos individuales de los ciudadanos. Con el pretexto de la lucha contra el coronavirus, por supuesto.

Tecnologías al servicio del totalitarismo

Las ciudades se están llenando de cámaras de videovigilancia, con modernos sistemas de reconocimiento facial para identificar a los disidentes. Y las operadoras multinacionales de las nuevas tecnologías telefónicas están colaborando, lógicamente, con los gestores de estas técnicas policiacas. Así, están facilitando a los gobiernos los datos individuales de los ciudadanos para que pueda establecerse un seguimiento de la trazabilidad de los teléfonos móviles. El pretexto, la justificación, es evitar que un infectado por el coronavirus pueda contagiar a personas sanas. Pero, de hecho, estamos ante una operación que servirá para que, por ejemplo, los gobiernos puedan saber, mediante la geolocalización, dónde nos encontramos en cada momento y con quién nos estamos reuniendo.

La Unión Europea ha llegado a un acuerdo con las operadoras de móviles para que le faciliten los datos que les permitan poner en marcha este agresivo programa de control individual de los ciudadanos de la Unión. En España está previsto el control y rastreo de más de 40 millones de teléfonos móviles. ¿Es creíble que esta información se utilice sólo para la actual epidemia? Los gobiernos están haciendo rastrear millones de móviles de sus ciudadanos, y en algunos países europeos, los principales operadores de telefonía están entregando a las autoridades no sólo los datos, sino las conversaciones telefónicas, para rastrear así más eficazmente los contactos.

En la mayoría de los casos, estas medidas se aplican sin ningún control judicial ni político, ya que la puesta en marcha de estas operaciones de vigilancia masiva de la población depende sólo de acuerdos entre los gobiernos y las compañías operadoras, unos acuerdos totalmente opacos para la opinión pública y para cualquier mecanismo de control democrático. En el marco de este amplio despliegue se utilizan sofisticadas tecnologías de información digital encriptada, con descargas de las correspondientes aplicaciones, para hacer más exhaustivo y detallado el control de los desplazamientos de los titulares de los teléfonos, sus encuentros e incluso la distancia entre los participantes en esas citas.

Es destacable, en todo este episodio, el papel que están jugando los medios de comunicación, aplaudiendo la supresión de derechos civiles, el control tecnológico de los movimientos de los ciudadanos, la presencia de los militares en las calles y el cierre, de hecho, del Parlamento. En este proceso de auténtica complicidad con esta nueva modalidad de totalitarismo, los medios completan su trabajo generando pánico y angustia entre la población, para que acepte sin protestas las imposiciones totalitarias. En cualquier caso, sigue siendo sorprendente que un país como España, que sufrió cuarenta años de franquismo, acepte ahora con entusiasmo, con aplausos y con una servil sumisión el inicio de una operación que podría desembocar en algo similar a una nueva dictadura. Y si a alguien le parece exagerada esta afirmación, que mire hacia Hungría.

Nos encontramos, por tanto, ante una ofensiva muy amplia y profunda contra los derechos civiles de los ciudadanos, con el argumento de conseguir frenar la pandemia del coronavirus. Esta vez, además, la población, manipulada por los medios de comunicación y por el sistema en general, y víctima de su progresiva falta de formación, se ha movilizado en el apoyo a esta regresión democrática. El sistema consigue así una nueva victoria, en esta ocasión muy importante. Su lógica, su justificación, es mantener a toda costa la situación actual, aumentando su control policial totalitario y masivo sobre la población. Un cartel que circulaba por las universidades de Es-tados Unidos durante el verano de 1968,con la foto de un policía antidisturbios fuertemente armado masacrando a un hombre que, tumbado en el suelo, sangraba abundantemente, llevaba el siguiente texto explicativo: “Hay tiempos en que el orden debe ser mantenido porque el orden debe ser mantenido”.

[Texto extraído del artículo titulado “Virus y totalitarismo”, publicado originalmente en el periódico Solidaridad Obrera # 377, Barcelona, julio-agosto 2020.]


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