domingo, 22 de marzo de 2020

A favor de ser libres. Notas para contribuir a la reflexión y el debate filosófico en el anarquismo



Alfredo Vallota

Cuando abordamos el tema de la libertad lo primero que encontramos es una fantástica diversidad de la noción al punto que se registran más de 200 significados para la palabra. Podemos interpretar este hecho de dos maneras. Por una, un refrán dice que lo que tiene muchos significados tiene poco significado por lo que la palabra libertad sería una palabra vacía, una palabra comodín que se puede usar como y cuando nos convenga, tal como otras que abundan en castellano como en el Caribe “vaina”, entre los rioplatenses “boludo” en la política “democracia”, al punto que ciertos ácratas ahora se consideran “demócratas”. Por otra, podemos entender que el que haya tantas significaciones apunta a la importancia y el lugar central que tiene este asunto en la existencia humana y que muchos son los pensadores que han reflexionado sobre el tópico ideando concepciones diferentes.
 
Me inclino por esto último porque, en lo que conocemos, llevamos casi 5.000 años tratando este tema. La palabra más antigua registrada para lo que podemos entender como una noción de libertad es ama-gi que, en lengua sumeria, hacia el año 2300 a.n.e., literalmente quiere decir volver a la madre. Se refiere a una disposición del gobernante de la ciudad-estado de Lagash, cerca de la unión del río Tigris con el río Eufrates,entre 2380 y 2390 a.n.e. por la que se permitió que los esclavos regresaran a sus casas, al lar natal, “volvieran a la madre”, volvieran a sus orígenes, redimidos de la sumisión a la que estaban sometidos, es decir, recuperaban su libertad.

De este remoto origen podemos obtener una primera inferencia y es que libertad es una noción estrechamente relacionada, por lo negativo, con la sumisión y el sometimiento, derivada de la humana finitud que ese dominio evidencia pero también con la toma de conciencia de las ansias de librarse de toda fragilidad. De manera que, de la finitud de nuestros límites como resultado de que nos hacemos conscientes de nuestra propia muerte, surgen nuestras ansias de ir más allá de esos límites superándolos y nace la libertad.

Me atrevería a decir que cada uno que reflexione sobre el asunto puede llegar a elaborar una propia noción de libertad. Éste es un poco el motivo de este escrito, invitar a los lectores que mediten sobre un asunto que nos parece importante, lo hagan cuestión de conversación, vuelquen sus propias cavilaciones en sus charlas o lo hagan tema de lecturas, tanto sea para afirmarla como para admitir que debemos optar por una servidumbre voluntaria. Es siempre bueno recordar lo que decía Aristóteles cuando, preguntado en qué se diferencian los sabios de los ignorantes, respondió: “En lo que los vivos de los muertos”, porque el saber, en la prosperidad sirve de adorno, y en las adversidades de refugio.Y de eso trata el pensar, por lo que no se espere encontrar aquí la solución a la cuestión sino algunos aportes para esas reflexiones.

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A lo largo de los siglos en la discusión filosófica se han propuesto posiciones de quienes defienden que podemos ser libres y también las de quienes se les oponen. Estas objeciones tienen virtudes porque todo hallazgo de un factor que restringe la libertad es una contribución efectiva a nuestro afán de ser libres que hemos de superar si se pretende afirmar que el ser libre es una meta de los seres humanos. Estimando que ser libres se da por grados, cuanto más conozcamos de nosotros mismos y de nuestras limitaciones mejor podremos expandir esas constricciones. La cantidad de factores, conocidos, o por conocer, que concurren a nuestras decisiones, deseos y acciones hace cierta la afirmación cartesiana “el hombre es un desconocido para el hombre” pero conocerlo es una meta posible en la vida. Aristóteles sentó que podemos ser felices en esta vida merced al conocimiento y la libertad.

Los argumentos contra la libertad tienen un defecto común y es el afán de simplificación ya que cada uno se afinca en sostener que hay un factor que es el que comanda las acciones humanas dejando de lado precisamente lo que el conjunto muestra: que los seres humanos somos entes complejos que no podemos reducir a un solo aspecto. Nuestras acciones son resultado tanto de cargas genéticas, hormonales, de salud, ambientales, culturales, circunstanciales, factores que no conocemos de nosotros mismos y nuestra capacidad de reflexión racional que hacen imposible que podamos mirar nuestra conducta con un solo color y que hace que cada uno de nosotros sea único. Más cuando la libertad tiene su manifestación más alta en el plano más complejo del humano como es el de las decisiones morales, las estéticas, la capacidad creativa.

Estas reflexiones intentan llamar la atención acerca de estas simplificaciones, eliminar la identificación de la libertad con el azar, la casualidad. Nada se produce por azar, sin principio ni razón por lo que no puede ocurrir cualquier cosa. Bien podemos decir que azar es una calificación transitoria que señala que todavía no hemos encontrado la causa o el motivo que lo produce ya que nada sucede porque sí, por lo cual hemos de buscarla. Vinculado con esta posición está la que sostiene que se es libre si uno hace lo que quiere, o actúa por capricho o arbitrariamente. Es demostrable que los deseos tienen causas diversas. El que afirma que hace lo que se le antoja simplemente vuelve a la infancia, cuando el desconocimiento de sí mismo y del mundo le hacía parecer que sus acciones eran infundadas, sin ley ni norma porque, simplemente, las desconocía.

Podemos agregar un aspecto más, que han defendido filósofos como Hume y otros moralistas ingleses y que se inscriben en la contraposición de las ciencias humanas y las naturales. Se trata que en la naturaleza suceden hechos que no persiguen ningún fin. La lluvia cae pero ella no pretende regar los cultivos de los campesinos ni la manzana pretende saciar el hambre del muchacho que la come. Responden a una cadena de antecedentes que impone los consecuentes. Pero entre los seres humanos conscientes las acciones sí tienen un fin, persiguen una meta, pretenden alcanzar un objetivo. Como decía Hume aspiramos a un deber ser, un querer que no se deriva de lo que es y muchas veces se le opone. Las acciones que llamamos humanas implican la conciencia de una finalidad que actúa como una nueva causa, o vieja si recordamos a Aristóteles, que es ajena a la Naturaleza y que Kant instalaría en otro plano, el nouménico distinto del fenoménico en el que vivimos la vida corriente y, como mencionamos, es una forma de la libertad.

Las acciones propiamente humanas no escapan a la regulación que tienen los hechos, sino que agregan algo. Esto que agregan es una deliberación consciente, ponderada, la búsqueda de opciones o la creación de ellas, las rectificaciones, porque con nuestras acciones pretendemos lograr un fin en el ejercicio de nuestra autonomía. Los hechos puede que limiten nuestras acciones, o las condicionen, pero es lo que da sentido a nuestras acciones que pretenden cambiar esas circunstancias. Es como la famosa paloma kantiana que renegaba de la oposición del viento pero es, precisamente, el aire que se le opone lo que le permite volar. En las acciones propiamente humanas, además de la causalidad de los hechos naturales, intervienen aspectos que nos competen específicamente, que son propios de cada acción y de cada agente, como razones, motivos, móviles, valores que conforman nuestra posibilidad de actuar con grados de libertad que aspiramos a que se incrementen, que es lo propio de los humanos en el mundo de la naturaleza.


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