lunes, 4 de febrero de 2019

Opinión: ¡Guerra!



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En el 2013 hice un viaje al sur de Venezuela. En dicho viaje tuve la oportunidad de hablar con una persona de unos sesenta años. Demacrado por una enfermedad, este señor era un anciano, un despojo. Sus arrugas denotaban más experiencia y más sabiduría de la que los simples números de su edad pudiesen hablar.

Hablando sobre la situación que ya atravesaba Venezuela en aquel entonces, el anciano dijo algo que siempre guardaré en mi memoria, algo que en definitiva me marcó. El hombre argumentaba que lo que a nosotros nos hacía falta, en realidad, no era otra cosa más que una guerra. Todo ello surgía a raíz de la polarización que él veía, de la violencia asesina que ya era el pan nuestro de cada día para ese momento.



Para el anciano era vital que hubiese un desenlace, una conclusión para nuestro problema. El caso de Alemania en la Segunda Guerra Mundial era referente para él, ya que, era innegable, la guerra ayudó a refundar a Alemania en la potencia mundial que es en la actualidad. Decía el señor que quizás, con un poco de suerte y un poco de esfuerzo, luego de una gran confrontación nacional podríamos volver a surgir cual ave Fenix de nuestras cenizas. Podríamos resetear los años vividos, la actualidad, y vivir de un nuevo comienzo, de una nueva ilusión de armonía.

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Esta idea podrá parecer una locura, una simple excentricidad producto de una vejez mal llevada. Lo cierto es que no es así, lo cierto es que más de una persona en el territorio nacional deseaba que sucediese lo mismo. Mujeres, hombres, jóvenes, personas sin distingo de clase o credo: una importante capa de la población venezolana deseó siempre que hubiese una guerra, que pudiésemos de una vez por todas ver el desenlace de una situación que se había alargado demasiado, que ha languidecido en esta terrible calamidad.

Lo que el anciano no sabía y lo que muchos venezolanos parecen desconocer es el hecho de que Venezuela vivía día a día distintos tipos de desenlaces. Desde el comienzo de la revolución ha habido una guerra no declarada, una suerte de beligerancia en la que una y otra vez el Estado planteaba una estrategia, se valía del dinero y de las armas para afrontar la situación y vendía su victoria como la reivindicación de todas las injusticias de la humanidad –cuando en realidad se trataba de la reivindicación del poder por el poder mismo.

El poder, así, emprendió una lucha para sostenerse de manera indefinida. Una lucha que ha costado vidas, familias, historias y nuestra propia identidad. No hubo una guerra, pero vivimos una. La población huyendo en el territorio y fuera de él, lo militares en posiciones claves, potencias extranjeras tras nuestras riquezas, parte del territorio ocupado, la indolencia del gobierno y terrorismo de Estado. Sin quererlo deseamos algo que en definitiva terminó cumpliéndose. Los muertos no pueden hablar, habrá dolores que jamás podrán sanar. El recuerdo de los días rojos jamás podrá pasar como algo normal, como una cosa que no nos marcó.

Es imposible obviar el desastre. Será difícil olvidar la huella de esa furia violenta que nos arruinó y arrojó a la más oscura de nuestras horas.

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Hoy, desde el exterior, se pregona un discurso que supone lo contrario a lo que el anciano de aquel 2013 comentaba. Al parecer, se ha vuelto de interés global que en Venezuela no haya un conflicto armado. Hay temor, comprensible, a que haya una intervención, una invasión que desde el extranjero socave las bases de nuestra cultura, de nuestra sociedad y nuestras instituciones.

Todos quieren paz. La paz como lugar común, vaciado de sentido. La dictadura ha asesinado, violado derechos humanos, encarcelado a sus adversarios y mandado al exilio a un número importante de venezolanos. El mundo exige de nosotros una sensación de normalidad que en definitiva perpetúe a Maduro en el poder, que alargue las condiciones de desigualdad que reinan a lo interno del país.

Hay temor anti-imperialista, cuando ya en el país hay rusos y chinos. Se nos pide que demos solución a la crisis, cuando nuestro problema no tiene solución interna. Hay temor al derramamiento de sangre, cuando miles han muerto a causa de la violencia asesina. Hay temor por desplazamientos masivos, cuando ya contamos con casi cuatro millones de venezolanos en el exterior. Hay temor a que suceda algo, cuando ya ha sucedido lo inimaginable, lo abominable.

El mundo nos habla como intentando prevenir algo, como intentando enseñarnos, hacernos comprender nuestro propio infierno. No comprende el mundo que ya somos desplazados, refugiados, sobrevivientes. No comprende el mundo que ya nosotros entendemos nuestra situación, que ya sabemos la miserable circunstancia que vivimos, que ya han muerto amigos, que ya se han roto familias, que ya no volveremos a la inocencia de antes. No comprende el mundo que ya hay guerra y que ya estamos despedazados.

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No logran entendernos pues nunca nos han preguntado, honestamente, qué nos ha sucedido, cómo hemos llegado a esto. Si tan solo alguien pudiese escucharnos, aunque sea una vez.

Extraído de http://soyperonoestoy.blogspot.com/2019/02/guerra.html

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