domingo, 13 de enero de 2019

Otra Cumbre del Clima de la ONU, otro fracaso que nos acerca a la extinción



Periódico Todo por Hacer (Madrid)



Entre el 3 y el 16 de diciembre de 2018 se celebró el COP24 en Katowice (Polonia), una nueva conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático que buscaba coordinar los esfuerzos de los Estados para limitar el aumento de las temperaturas a niveles “significativamente inferiores” a los 2ºC, siguiendo los compromisos del COP21 de París de 2015. Una vez concluida la cumbre nuestros peores temores se ven confirmados: si no contábamos con motivos para ser optimistas hace tres años en Francia, tampoco los tenemos ahora al término de la conferencia polaca.



Las cumbres del clima: historia de un fracaso



A cada cumbre que se sucede las expectativas creadas son mayores, se nota que el reloj del tiempo se va acelerando y que ninguna decisión de ninguna de las cumbres ha conseguido frenar los grandes problemas para los que se supone que se reúnen: la subida de la temperatura global, la emisión de gases de efecto invernadero o la desertización. Por ello podemos afirmar que todas las reuniones han supuesto un fracaso. Un fracaso anunciado cumbre tras cumbre, que aunque existan ONG que traten de darle un aire de legitimidad y pluralidad, no son más que un espacio de representación de los intereses de las élites por mantener sus beneficios a costa del planeta. La comunidad científica ofrece datos y estudios acerca del futuro desolador que nos depara de continuar las emisiones de gases de efecto invernadero como hasta ahora y el consecuente aumento de la temperatura global. Además el movimiento ecologista va más allá y señala al propio capitalismo como incapaz de resolver el problema, pues atentaría contra los intereses económicos del mercado.



El Acuerdo de París de diciembre de 2015 [1] se celebró en su día como un hito histórico, si bien ya señalamos por entonces que se había tratado más de un espectáculo que de un progreso real [2]. Incluso Naciones Unidas admitió más tarde en un informe que las “contribuciones nacionales previstas no eran compatibles con los escenarios de 2° C”. ¿Por qué se fija esta cifra de 2ºC? Porque si mantenemos el ritmo actual de emisiones de gases de efecto invernadero, las consecuencias ambientales y sociales pueden ser devastadoras. Un ejemplo llevado a nuestro terreno: de no corregirse esta tendencia, dos tercios de la península ibérica podrían convertirse en una zona desértica o semidesértica. Ahí es nada. Así que digamos que el más que un reto, es un imperativo. Una exigencia científica y social.



Pero aunque este acuerdo se cumpliera por todos los países, sería del todo insuficiente en la lucha contra el cambio climático, puesto que solo agregan las demandas de un sector muy concreto. En los consensos alcanzados en la capital francesa no se trató en profundidad temas como la justicia climática, el hecho de que los países con mayores tasas de emisión tengan que reparar sobre los que no tienen tantas emisiones, no se ha hizo todo lo posible por aumentar la descarbonización, ni se incluyó, por ejemplo, la cuestión de los refugiados climáticos, poblaciones que tienen que desplazarse debido a que el cambio climático les impide continuar con sus modos de vida tradicionales en el territorio que habiten. Los acuerdos tomados permiten una gran variedad de interpretaciones, por lo que cada cual hará un poco lo que quiera, hasta la próxima cumbre en la que volverán a repetir la misma ceremonia.



Y, con todo, un año después Donald Trump ganaría las elecciones de EEUU y se retiraría del Acuerdo de París, echando por tierra los tibios avances que se habría logrado. Si bien el resto de Estados permaneció en el Acuerdo, de poco sirve si el país más contaminante del mundo en términos brutos – junto con China e India – no lo respeta.



En 2017, justo antes del COP23 en Bonn, la ONU alertó de nuevo de que “la plena implementación de las actuales contribuciones determinadas a nivel nacional —condicionales e incondicionales— hace muy probable que el aumento de la temperatura sea de, al menos, 3°C para el año 2100, lo que significa que los gobiernos deben comprometerse de forma mucho más contundente en la revisión programada para 2020”. ¿Fue esto lo que se hizo? Nos imaginamos que ya conocéis la respuesta.



COP24, la última Cumbre del Clima



Un año más tarde, llega el 14 de diciembre de 2018 y la Plataforma de Pueblos Indígenas se encuentra organizando una protesta a las puertas del plenario del COP24, gritando “¿qué queremos? ¡Justicia climática! ¿Cuándo la queremos? ¡Ahora!”. Es el día en que está previsto que los participantes de la Cumbre (la cual, insistimos, es vital para la supervivencia de la vida en un planeta que ya ha sobrepasado el grado centígrado de calentamiento respecto a los niveles preindustriales y que tenía el mandato de cerrar el reglamento de los Acuerdos de París) están próximos a alcanzar las conclusiones de las largas negociaciones. Finalmente, no las presentan el día previsto, debiendo alargarse un par de días más hasta llegar al día 16, después de que el organizador de la conferencia, un polaco calvo con cierto parecido a Mortadelo llamado Michal Kurtyka saltara por encima de la mesa, en una celebración desbordante de alegría.



Sin embargo, estas conclusiones fueron recibidas con frialdad por activistas climáticos. Algo previsible, porque con el grupo de países liderado por Estados Unidos, Rusia y Arabia Saudí bloqueando las negociaciones, el objetivo de 2ºC parecía una quimera. Y así fue.



Uno de los puntos clave en los que la cumbre ha fracasado ha sido la no adopción de las conclusiones del último informe del Grupo de Expertos/as Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), que expone por un lado la necesidad de incrementar drásticamente los esfuerzos para frenar el calentamiento global y, por otro, la catastrófica situación que implicaría llegar a un aumento de más de 2ºC sobre los niveles preindustriales comparada con un incremento de menos de 1,5ºC. El documento deja a la mínima expresión el informe del IPCC y le quita cualquier carácter vinculante o de obligado cumplimiento. Adiós a la adopción por parte de la Comunidad internacional la reducción de las gigatoneladas de CO2 equivalente a una cifra en torno a 25 o 30 gigatoneladas anuales, como pide la comunidad científica.



El llamado Diálogo de Talanoa —el proceso por el cual los países buscaban aumentar la ambición climática y sus compromisos para reducir el calentamiento— tampoco sale bien parado. Se ha cerrado sin una respuesta clara sobre cómo se incrementarán los compromisos de los países para cumplir los objetivos del Acuerdo de París, quedando reducido básicamente a un párrafo.



Solo unos años para reducir a la mitad las emisiones, pero más allá de las conversaciones oficiales no se ha reflejado ese esfuerzo por aumentar la ambición. En vez de producir menos, vamos a continuar produciendo lo mismo, si no más, pero vamos a tratar de potenciar tecnologías, aun en desarrollo, que capturen y almacenen los gases nocivos que emitimos. Un tanto sin sentido para la situación de urgencia y que todo apunta a que será irremediable dentro de escasos años.



El capítulo referido a la financiación de todo el proceso de transición ecológica que las naciones del mundo deberían adoptar para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) tampoco parece que vaya a cumplir unos mínimos en Katowice. Sigue habiendo una cifra arbitraria para el Fondo Verde para el Clima —principal instrumento económico para la lucha contra el cambio climático— encima de la mesa, de 100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020, que ni siquiera se ha capitalizado ni el 10% desde 2009.



“No queda claro cómo se van a repartir todos esos créditos de carbono que se heredaban del protocolo de Kyoto, con lo cual vuelven los mecanismos de desarrollo limpio dentro del texto de Naciones Unidas, heredados de los mecanismos de desarrollo limpio que se habían definido en Kyoto pero sin evitar dobles contabilidades o que los países computen dos veces reducciones que solo se han reducido una única vez”, explica Javier Andaluz, de Ecologistas en Acción, en un artículo de El Salto [3]. “La frase más oída es rise up (álzate). Si la comunidad internacional, especialmente Naciones Unidas, no es capaz de afrontar este reto, nos levantaremos en exigencia de que el poder debe regresar a

las personas y echar así a los grandes contaminadores, tanto países como empresas, de estos marcos de negociación”.



¿Existen soluciones?



Al margen de las decisiones que se han tomado en esta cumbre, los pronósticos del agotamiento de los recursos naturales necesarios para la producción de energía barata, la pérdida de biodiversidad, el aumento de la temperatura global, los enormes procesos migratorios, el aumento de la población a escala global y la integración de mayores cantidades de población al mercado global son los problemas que realmente debieran preocuparnos, y para solucionarlos no caben ninguna de las medidas y buenas intenciones de Katowice.



Ante este panorama, ¿hay alternativas? Las soluciones fáciles no existen, claro está. Existen medidas viables que obligan a interrelacoinar el desarrollo sostenible con la equidad y la justicia social. Cualquier otro camino hará imposible el cambio. Para ello, los países del Norte Global debemos reducir en la próxima década y hasta 2030 nuestra intensidad de carbono en un 7% anual. Estas soluciones las describen desde Ecologistas en Acción en un recomendable artículo titulado “¿Es posible el 1,5ºC?” [4].



Parece que gobiernos y grandes empresas no están por la labor de asumir esta responsabilidad, por lo que no nos queda otra que desde la sociedad civil seguir presionando para que el cambio sea posible. Se trata del ya. Y se trata del ahora.



Notas:















[Artículo publicado originalmente en el periódico anarquista Todo por Hacer # 96, Madrid, enero 2016. Número completo accesible en http://www.todoporhacer.org/wp-content/uploads/2019/01/Todo-por-Hacer-n%C2%BA-96-enero-2019.pdf.]




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