miércoles, 9 de enero de 2019

Debate (A): ¿Quién asume en el siglo XXI la responsabilidad “histórica” de hacer la revolución?



Jacinto Ceacero



“Nuestro problema no es hacer posible el anarquismo hoy, mañana o dentro de mil años, sino avanzar hacia el anarquismo hoy, mañana y siempre.”

                  Errico Malatesta



Si en el siglo XIX y dos terceras partes del XX no existían, o existían pocas dudas, sobre el papel de la clase obrera (de la clase trabajadora industrial para Marx y campesina para Bakunin) como sujeto revolucionario, es decir, con la “responsabilidad histórica” de llevar a cabo la transformación social y construir la Utopía; desde la década de los sesenta del pasado siglo y en este siglo XXI esta situación está cambiando sustancialmente, debiendo preguntarnos no ya, de forma prioritaria, por las señas de identidad del “nuevo” sujeto revolucionario, su diversidad o previsible fragmentación como clase social (concepto que pertenece a una época pasada y ha sido potenciado, sobre todo, desde el marxismo) sino por las prácticas, actos, personas, voluntades revolucionarias... cuya justificación no consiste necesariamente en llevar a cabo “la revolución futura” sino en vivir día a día la revolución.




En la sociedad postindustrial, de capitalismo financiero y globalización del siglo XXI, la clase social obrera, antaño revolucionaria y con ciertas señas de identidad identificables y compartidas, ha perdido peso, número de personas que la integran, solidez, no es compacta, el tipo de trabajadores y trabajadoras que forman parte de ella no comparten objetivos, pudiendo, incluso, estar renunciando a su papel histórico determinante (papel, cuasi místicamente asignado por los entornos más marxistas y con menor énfasis entre los libertarios).



En el siglo XIX y XX, la clase obrera había desempeñado con solvencia ese papel histórico “coprotagonizando” (junto a otras fuerzas sociales) momentos revolucionarios. Pensemos, por ejemplo, en la revolución de la Comuna de París en 1871; en la revolución mexicana de 1910; en la revolución rusa de 1917; en la revolución social española de 1936 o la revolución china a partir de 1949 (evidentemente, momentos históricos con algunas similitudes y grandes diferencias ideológicas –anarquistas, marxistas, maoístas, trotskistas...– en relación al concepto de revolución o al papel asignado al pueblo y sus organizaciones).



Pero, ya en la segunda mitad del siglo XX, en una de las últimas revoluciones, la de mayo del 68, el sujeto revolucionario fue mucho más complejo, transversal y amplio que el de la clase obrera clásica. Herbert Marcuse así lo concebía y, por ello, identifica al sujeto revolucionario como una evolución de inclusión y apertura desde la clase obrera –que daba claras muestras de haber iniciado un proceso de aburguesamiento e integración en el sistema, quizás al haber interpretado el gran pacto social tras la II Guerra Mundial como un éxito de las luchas obreras– hasta sectores sociales intelectuales, estudiantiles, culturales, artísticos.



Esta transformación, que poco a poco se ha ido produciendo en la conceptualización e identidad del sujeto revolucionario, se ha exacerbado en las últimas décadas y muy especialmente a partir de la caída del Muro de Berlín y la consecuente expansión sin límites del modelo neoliberal capitalista globalizado.



¿Cómo explicar esta evolución nefasta en la autoconcepción de la clase trabajadora que le lleva a renunciar a ser el sujeto revolucionario? ¿Significa que ya no es posible la revolución, que está redefiniéndose quién es el nuevo sujeto revolucionario o que lo relevante hoy, para el movimiento libertario, debe ser identificar y potenciar las voluntades revolucionarias? Deben ser muchas las causas que nos han llevado hasta aquí, aunque podemos vislumbrar algunas:

- La creencia de que, como trabajadores y trabajadoras, han llegado a su techo laboral, social y personal, gracias a la opción política socialdemócrata.

- La desafección de la clase obrera de los procesos organizativos, del sindicalismo como herramienta, debida posiblemente al sindicalismo institucional y burocrático dominante.

- La división profunda entre la clase trabajadora con estabilidad laboral y la emergente “nueva clase del precariado” –término que conjuga los conceptos precario y proletariado–, como ya se conoce socialmente y que procede analizar.

- Si esto es lo que sucede en el primer mundo, no podemos olvidar ni dejar de pensar en las caravanas de migrantes en América, África o Asia que buscan un lugar para trabajar en la más absoluta desregulación laboral y social, dada la inseguridad económica y social de sus países y el “deslumbramiento” mediático que sufren.



- El proceso de robotización, la falsa autonomía laboral, el mito de la innovación y emprendimiento y los cambios en el mundo del trabajo hoy (deslocalizaciones, externalizaciones de la producción y servicios) producen importantes bolsas de desempleo, de opresión y condiciones laborales que rozan la esclavitud, como ocurre en la llamada eufemísticamente nueva economía “colaborativa”.

- La eficacia de un sistema educativo que alimenta la perpetuación de las reglas del sistema y el poder.

- Las nuevas tecnologías, redes sociales, capaces de convertir la posverdad en la realidad.



Pero, centrémonos en esa nueva clase social, “el precariado”, que acabamos de señalar.



Intentando comprender qué sucede, en primer lugar, la clase obrera se ha transformado en función de cómo lo ha hecho el mercado laboral, de manera que hoy tener trabajo asalariado no es garantía de dejar de ser pobre (en España hay más de 10 millones de pobres). En segundo lugar, el paro estructural que, de manera implícita, precisa el sistema capitalista globalizado es la garantía para que, progresivamente, se haya pasado de la clase trabajadora a la clase del precariado.



La ideología dominante y las circunstancias económicas están creando un tipo de sujeto que no se reconoce revolucionario, ni se percibe como integrante de una nueva clase social, un sujeto que desconoce el significado de lo colectivo, que trabaja explotado y sigue siendo pobre, pasa hambre, puede ser desahuciado, que defiende el sistema de consumo del que es dependiente física y psicológicamente, cuyas circunstancias le obligan a ser sumiso, resignado, servil, que resiste a veces en la pura indigencia, un sujeto que forma parte de un nuevo grupo humano inerte e inerme actualmente, pero que al existir y tener formación puede despertar de su alienación y recuperar una conciencia de clase con capacidad revolucionaria.



El precariado está siendo identificado como la nueva clase social proletaria del siglo XXI según el economista británico Guy Standing y es fruto de la globalización y la competitividad que caracteriza al capitalismo actual. Entre las señas de identidad de esta nueva clase social a escala mundial (hay unos 1.500 millones de personas en situación de precariedad) podemos apuntar que posee inseguridad económica y profesional; está en permanente cambio y búsqueda de empleo, estudiando, rastreando en las redes; encadenando pequeños trabajos temporales, becas de formación, contratos a tiempo parcial; sujeta a recibir oferta de políticas sociales como el work-fare (trabajar sin cobrar); carece de derechos, acceso a las pensiones, a la regularización laboral, salario digno, a los mínimos derechos laborales y sociales; es candidata al desahucio.



Sin duda, a las personas integrantes de esta “nueva clase social” les une la indignación y ello les puede hacer sentirse grupo, emerger la disidencia, la subversión y evolucionar hacia convertirse en el nuevo sujeto revolucionario que no solo evite el apego a las ideas totalitarias y neofascistas sino que las combata.



Como bien señala Raúl Zibechi, el sujeto revolucionario no se define en torno a una sola condición, como la precariedad, sino que intervienen otras variables que sin duda hay que considerar, como el género, la etnia, el país de origen, la identidad personal, la ideología...



Para postmarxistas como Ernesto Laclau, tras la profunda crisis sistémica iniciada en 2008, el sujeto revolucionario lo componen todas y cada una de las personas y colectivos que desean enfrentarse con el sistema, ciertamente con una dispersión de luchas pero con objetivos claros de transformación social, junto a las organizaciones políticas comunistas, ya que la revolución pasa por ocupar el poder participando en procesos electorales al uso. Para el pensamiento libertario esta vía electoralista orientada a tomar el poder está suficientemente experimentada y siempre ha conducido a la frustración, al fracaso del movimiento obrero y al fortalecimiento del sistema que se quiere combatir.



Pero para el movimiento libertario, la gran discusión no reside en identificar teórica, empírica y deductivamente al nuevo sujeto revolucionario y esperar a que sus prácticas sean consecuentes, sino en identificar, potenciar, divulgar, expandir aquellas voluntades, aquellas prácticas de sistema alternativo real –ligadas a los principios libertarios, siempre con un funcionamiento de abajo arriba– que ya se están experimentando e, inductivamente, inferir quiénes integran el nuevo sujeto revolucionario.



Pensemos en los éxitos de las luchas sindicales contra la precariedad; las luchas de los movimientos sociales, ecologistas, animalistas, mareas ciudadanas, migrantes, antiglobalización, okupa; los éxitos de las luchas del movimiento feminista contra el patriarcado y por la emancipación de la mujer; la defensa de los servicios públicos; las empresas autogestionarias; la economía social y solidaria con democracia directa y apoyo mutuo; las plataformas por la amnistía social y la renta básica de las iguales; las experiencias de intercambio entre producción y consumo; comercio local; centros sociales autogestionados; el uso social de las redes sociales alternativas para construir comunidades autogestionarias... y, todo ello, según los principios anarquistas del federalismo e internacionalismo.



Aquí reside el vivero de la verdadera transformación social. La desesperanza no tiene cabida porque, para el movimiento libertario, la revolución comienza ya, en cada instante, en cada lugar del mundo, negándose a colaborar con el sistema y comenzando a tener prácticas libertarias, sin distractores electoralistas ni ilusiones de conquista del poder. Tú, yo, aquel, la otra, la gente que lucha día a día y no se rinde: ese es el germen de la nueva clase social que pretende transformar el mundo. Como dice Camus: “aunque la lucha sea difícil, las razones para luchar, al menos, continúan estando claras”.



[Publicado originalmente en el periódico Rojo y Negro # 330, Madrid, enero 2019. Número completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro%20330%20enero.pdf.]




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