martes, 11 de diciembre de 2018

La plusvalía cubana o cómo se esclaviza a un trabajador




Humberto Decarli

Hay un acontecimiento acaecido hace pocos días que no puede pasar inadvertido. Se trata de la denuncia del tratado de salud con Cuba por parte del presidente brasileño Jair Bolsonaro quien dijo no tener problemas con los médicos que decidan quedarse en Brasil siempre y cuando hagan los estudios equivalentes, pagándoles sus salarios completos. Es conocida la dinámica de la cancelación de los sueldos a tales profesionales universitarios en un treinta por ciento porque el setenta por ciento restante se lo lleva el Estado antillano.
 
La teoría marxista del valor

El valor de la mercancía según el pensador de Tréveris radica en la plusvalía entre la compra al trabajador por parte del empresario de su fuerza de trabajo mientras se adueña del resultado del mismo para disponerlo siempre por encima de lo cancelado por la prestación del servicio. Haciendo abstracción de la vigencia de esa teoría marxista lo que llama la atención es que los Estados socialistas como patrono, perciben una cantidad enorme al aumentarse la tasa de plusvalía por la ausencia de sindicatos, huelgas y reformas economicistas en esos países.

Conducta del capital luego de la segunda guerra

Después de culminada la segunda conflagración, una de las iniciativas tomadas por los triunfadores fue impedir la repetición de tales conflictos y para ello apelaron al mantenimiento de los equilibrios macroeconómicos creando organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Y en el plano social se generó el Estado del Bienestar o WelfareState en Europa occidental donde se otorgó a los laborantes una seguridad social eficaz y sueldos completos amén de beneficios sociales colaterales.

No obstante, la dinámica obrero patronal se orientó hacia una espiral en la cual era indetenible el incremento de los salarios y los derechos y conquistas sociales. Esa fue la luz de alerta para que el factor capital tomara un nuevo rumbo con la finalidad de impedir este movimiento imparable.

La tecnología como freno a los ascensos sociales de los trabajadores

Ante ese circuito cerrado constituido por la presión de los trabajadores el capital hizo una inversión intensiva en tecnología para reemplazar al trabajo humano. El resultado fue la expansión de la automatización de la producción y del consumo en los países más avanzados económicamente. El trabajador era prescindible porque una máquina lo reemplazaba y en casos de labores monótonas y repetitivas arrojaba una mejor labor.

El uso de la informática y la electrónica desplazó al obrero normal y corriente. Así, en la medida que un país avanzaba en el campo de las industrias del futuro, de la ciencia y la tecnología, en esa dirección no requería obreros a su servicio. Ante esa situación superflua ha aumentado la exclusión social.

El desempleo ha subido porque la automatización reduce al mínimo la necesidad de trabajadores. El “ejército de reserva” del cual hablaba Marx cuando se refería al desempleo ya no existe porque al sufrir la expulsión del sector productivo la gente difícilmente vuelva a él. No hay la más mínima posibilidad de rotación del personal propia de economías industriales, mineras o agrícolas.

La plusvalía en los Estados socialistas

La plusvalía generada por los laborantes en los Estados socialistas es infinitamente mayor a la producida hacia las transnacionales. El Estado es el patrono más poderoso, en especial en las naciones donde es el eje de la economía y la política, como es el caso de Venezuela y Cuba. Las empresas estatales venezolanas, proliferadas durante las tres bonanzas petroleras venezolanas (1973, 1989  y la de los años dos mil), se conformaron, fusionaron y fracasaron. PDVSA, SIDOR, CORPOELEC, CANTV, las básicas de Guayana, eran emblemas del Estado capitalista y llegaron a suscribir convenciones colectivas que superaban con creces los parámetros mínimos legales. Ahora aplanan todo alrededor del salario mínimo como muestra de la igualdad por los niveles más bajos. En Cuba es diferente porque sus empresas nunca fueron privadas y las fuerzas armadas son mayoritariamente las propietarias de estas sociedades mercantiles con lo cual no existe ninguna tradición de lucha por conquistas sociales.

En general los Estados socialistas son las entidades de trabajo y mantienen un régimen salarial y de beneficios sociales decididos desde un solo lado porque no hay sindicatos, derecho a huelga ni supervisión alguna sobre el trabajo de los niños y las mujeres. Todo se resuelve con el acatamiento a las normas y en su defecto, hace su entrada la represión. Son Estados súper explotadores porque en general pagan salarios de hambre a sus laborantes sin envidiarle nada a los niveles de extracción laboral en la época de la revolución industrial.

Críticas ante esta muestra de expoliación

Muchos sectores de izquierda guardan un silencio cómplice ante esta coyuntura y es muy doloroso que un fascista como Jair Bolsonaro haya sido quien la haya hecho evidente en el caso de los médicos cubanos. Incluso, López Obrador piensa recoger el negocio de la Cuba fidelista anunciando que los contratará dándole oxígeno financiero a la dictadura de los politicastros.

Más grave aún es la conducta de organismos laborales internacionales como la O.I.T., que no opina en absoluto; ni el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas quien nada dice al respecto. Es importante acotar que esta situación se repite con todos los empleados del Estado cubano y de sus empresas. Es el esquema diseñado para sostener un esquema autoritario y represivo.

Conclusiones

Con el ejemplo tratado en este artículo el marxismo muestra su total incapacidad en materia económica. No puede esconder sus niveles de aprovechamiento del trabajo humano bien distante de una sociedad donde reine la igualdad, se eleve la calidad de vida de los hombres y las mujeres y se reduzca la pobreza. Más bien donde ha reinado se ha producido una fábrica de pobres llegando a tasas de menesterosos, indigentes y de inopia. Esa es la realidad del socialismo autoritario enmascarado en consignas de progreso no cumplidas en la praxis.


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