Periódico Todo por Hacer
* Israel,
un estado-nación impuesto con armas, mitología y contra las personas nativas.
El
15 de mayo recuerda cada año el aniversario de la limpieza étnica en Palestina:
la Nakba (catástrofe), cuando 800.000 personas palestinas fueron expulsadas de
su tierra por las fuerzas sionistas siendo el origen de los hoy más de 6
millones de refugiados palestinos y palestinas, 70 años después.
El
proceso se inició unos meses antes, el 29 de noviembre de 1947 y se prolongó
por casi dos años. Cuando la ONU propuso partir Palestina en dos pedazos sin
consultar a sus habitantes, los paramilitares sionistas comenzaron un
meticuloso plan de rodear y atacar los pueblos palestinos por tres lados para
que la población tuviese que huir hacia la dirección deseada por los
asaltantes: hacia sus futuros campos de refugiados en Cisjordania, Gaza,
Líbano, Jordania o Siria.
La
elección por Palestina del 15 de mayo como conmemoración de este crimen sufrido
no es casual. El 14 de mayo de 1948 Israel proclamó su estado y cada año
celebra su “Día de la Independencia”. Aún está por saber de qué o de quién se
independizó Israel, compuesto por personas de múltiples países que acababan de
llegar como extranjeras e invasoras a Palestina.
El
régimen de Israel siempre ha recurrido a la existencia de un presunto ethnos o
pueblo judío para justificar su estado racista religioso. Mitología al margen,
ni las personas de religión judía de Etiopía, Bielorrusia o Iraq forman un
pueblo, ni las católicas de Polonia, Bolivia o Filipinas forman otro pueblo.
Por supuesto tampoco forman pueblos las personas que comparten otras creencias,
ideologías u orientaciones sexuales. Pero Israel se aferra a la fantasía para
dar sentido a uno de los productos exportados/impuestos desde occidente al
resto del planeta: “el estado-nación sustentado por un pueblo”.
El cóctel ideológico del sionismo en la
matriz del estado-nación
Durante
500 años en Europa se fueron construyendo los estados como artefactos políticos
que derivaron en el dominio u opresión hegemónica de unos grupos sociales hacia
otros. De ahí que fueran expulsadas las personas judías por los Reyes
Católicos, de Portugal, Inglaterra, etc, la expulsión de las musulmanas por
Felipe III o las guerras de religión y persecuciones en casi toda Europa para
lograr esos objetivos de estados-naciones con identidades uniformes y
homogéneas. Un paradigma impuesto en el resto del planeta y por supuesto en
Oriente Medio sin tener en cuenta la riqueza de grupos sociales y religiosos.
Los
sionistas llegados a Palestina, además de armas, portaban esta mezcla
ideológica de raíces culturales europeas para la construcción de su
estado-nación con su “pueblo etnoreligioso” como presunto sujeto. Junto a ello,
el componente colonial de supremacismo occidental ante las poblaciones nativas,
y el “derecho a la impunidad” (internacional y mediática) ante sus futuros
actos criminales en Palestina. Un “derecho a la impunidad” obtenido por la realidad
de haber sido una de las minorías religiosas históricamente perseguidas en
Europa. Toda esa maquinaria puesta en funcionamiento ha sido la que ha
conducido de forma incesante la praxis del sionismo de “más y más tierra para
nosotros y menos y menos población indígena en el territorio”. Este vector de
empuje siempre ha sido indiferente a la existencia de una supuesta izquierda
sionista cuyo campo de debate ha sido qué políticas aplicar, pero
exclusivamente para el grupo social dominante, muy similar a los diferentes
partidos en la Sudáfrica del Apartheid. Apropiarse de más y más tierra,
encerrar a la población palestina en guetos urbanos inhabitables o masacrar
periódicamente campos de concentración como el de Gaza, con los ilegales muros
que sean necesarios, ha sido el “programa indígena” de todos los partidos
sionistas en Israel.
Ese
cóctel ha quedado muy visible estas semanas. Si recordamos la imagen del
francotirador de la película La lista de Schindler que aleatoriamente dispara
contra prisioneros del campo de concentración, la emoción de cualquier persona
es de horror y espanto. Por el contrario, si tomamos las imágenes de estas
semanas de los francotiradores del ejército de Israel disparando aleatoriamente
a las personas palestinas dentro de su campo de concentración de Gaza, entonces
se disuelve el horror porque los medios de comunicación hablan de “choques” y
“enfrentamientos” y los gobiernos occidentales hacen “un llamado a la sensatez,
el diálogo y al proceso de paz”, que no es más que la pretensión de la
rendición completa del pueblo palestino.
Palestina sólo exige la legalidad
internacional, nada menos
Y
es que a pesar de la manipulación, la legalidad internacional que ampara a
Palestina sigue esculpida en piedra. Resoluciones de la ONU, Sentencia del
Tribunal de La Haya contra el muro de Cisjordania, IV Convenio de Ginebra y
mucha otra legislación incumplida hacen de Israel un estado forajido fuera de
la ley.
Una
de las resoluciones de la ONU irrenunciables para el pueblo palestino es la
194. Esta expresa el derecho al retorno de las personas refugiadas palestinas a
sus casas (muchas siguen en pie) en el territorio de lo que hoy se llama
Israel, ya sea a Tel Aviv, Haifa, etc, y a ser indemnizadas. Son más de 6
millones registradas por la UNRWA, la agencia específica de la ONU que Israel y
EEUU desean que desaparezca para borrar un organismo que recuerda
permanentemente que los refugiados palestinos no son producto de un huracán o
terremoto sino de un crimen contra la humanidad. Las personas refugiadas de
Yugoslavia o Ruanda regresaron con la pacificación de sus estados. Con
Palestina se aplica una eterna excepcionalidad en la aplicación de la ley.
Por
eso son ellas y ellos quienes tienen que exigir sus derechos con su vulnerable
cuerpo. Durante estas semanas y hasta el 15 de mayo próximo, en Palestina se
está desarrollando una gran movilización llamada la Gran Marcha del Retorno,
#GreatReturnMarch. Mujeres, hombres, menores y mayores palestinas acampadas
junto a las vallas y muros que les encierran, realizando una manifestación cada
viernes y siendo acribilladas aleatoriamente y a sangre fría con balas
explosivas. Ellas y ellos, agrupados en casi 200 organizaciones de base
palestinas, nos lanzaron hace 12 años una apelación a los pueblos y países del
mundo: Boicot, Desinversiones y Sanciones a Israel tal como se realizó
exitosamente a la Sudáfrica del Apartheid.
Cuando
ha habido una población nativa suficiente como para plantar resistencia a su
colonización, el artefacto colonial siempre ha sido derrotado, y así ocurrirá
en Palestina. El tiempo pondrá fin al macabro experimento, pero las decisiones
de los pueblos, de los gobiernos, de las universidades, incluso de las
empresas, con los crecientes boicots académico, institucional, cultural,
económico, etc. harán que llegue mucho antes el momento histórico de conseguir
el regreso de las personas palestinas refugiadas a un territorio de iguales
derechos para todos sus habitantes, independientemente de la religión,
identidad o grupo social.
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