domingo, 13 de agosto de 2017

Península Ibérica: Muere Basilio Martín Patino, un cineasta anarquista

Javier Memba (diario El Mundo, Madrid)

Si hubiera que definir la filmografía de Basilio Martín Patino en dos palabras, serían calidad e integridad. Casi podría afirmarse que todo el derrotero por el cine de no ficción -llamarlo simplemente documental sería quedarse corto- que tomó su obra tras el estreno de 'Canciones para después de una guerra' fue debido, tanto o más que a los impedimentos de la censura, a no querer rendirse a las servidumbres de la producción tradicional. Sólo así puede entenderse esa singular trilogía integrada por 'Canciones para después de una guerra' (1971), 'Queridísimos verdugos' (1973) y 'Caudillo' (1974).

Sin embargo, igual que esos grandes pintores abstractos que previamente demostraron su maestría en el arte figurativo, Martín Patino se dio a conocer en la década anterior con 'Nueve cartas a Berta' (1966), uno de los títulos fundamentales del Nuevo Cine Español de los años 60. Cinta de ficción -si bien fuertemente arraigada en la realidad de los jóvenes españoles de la época- en ella resonaban, desde las cartas de José María Blanco White -uno de los grandes heterodoxos españoles- hasta la eterna Nouvelle Vague. Militante anarcosindicalista, había algo en Martín Patino -recién fallecido en Madrid- de esa integridad de los viejos anarquistas españoles de la diáspora. No hay duda, el autor de 'Queridísimos verdugos' -un acercamiento a los últimos "ejecutores de justicia" de nuestro sistema penitenciario- fue uno de los grandes heterodoxos del cine español.

Hijo de unos profesores católicos y hermano menor del conocido sacerdote José María Martín Patino, el futuro realizador nació en Lumbrales (Salamanca) en 1930. Ya estudiante de Filosofía y Letras, fue uno de los fundadores del Cine Club Universitario de la capital charra, que en 1955 organizó las célebres Conversaciones de Salamanca, primer análisis crítico del cine español en su conjunto.

Trasladado a Madrid tras la licenciatura en letras, se matriculó en la Escuela Oficial de Cine, donde en 1961 se diplomó en dirección con el mediometraje Tarde de domingo. Ya en su primer cortometraje Torerillos (1963) topó con la censura. Naturalmente, volvió a topar con los inquisidores con 'Nueve cartas a Berta' protagonizada por Emilio Gutiérrez Caba y Elsa Baeza.

En sus secuencias, un joven recién vuelto a España de su primer viaje a Londres, escribe a la hija de un catedrático español exiliado allí sobre el amor que siente por ella y la situación del país. Contra todo pronóstico, la cinta fue merecedora de la Concha de Plata en el festival de San Sebastián y conoció todo un éxito de público. Como también lo tuvo 'Canciones para después de una guerra'. Cuando consiguió estrenarse en plena transición, acabó por gustar incluso a los últimos franquistas, que volvieron a escuchar en su banda sonora las melodías de su juventud y a ver las filmaciones del NO-DO de las que se valía el filme.

Aunque también hubo otras películas de ficción -'Del amor y otras soledades' (1968), 'Los paraísos perdidos' (1985)- el resto del cine de Martín Patino fue de no ficción y, como dirían los anarquistas -si se me permite la expresión- autogestionado. Tenía una sala de montaje en su piso del Madrid de los Austrias y allí, a menudo con materiales de archivo, pudo hacer una buena parte del cine español más singular de su tiempo. Ya retirado, volvió a la calle con una cámara de video para grabar las protestas del 15 M. No podía ser de otra manera con un cineasta anarquista, como el gran Jean Vigo.

[Tomado de http://www.elmundo.es/cultura/cine/2017/08/13/59900aec22601d21378b45a9.html.]



Basilio Martín Patino, el creador único

Gregorio Belinchón

Cuando ustedes lean este texto, el ministro de Educación, Cultura y Deporte habrá enviado sus condolencias por la muerte de Basilio Martín Patino, la Academia de Cine habrá lamentado el fallecimiento del cineasta, y ya habrá varios obituarios publicados alabando su filmografía. Pero en vida, ¿quién se acordó de Martín Patino (Salamanca, 1930 - Madrid, 2017)? Como bien cuenta Rocío García, el mismo autor miraba con socarronería -poseía un brillante sentido del humor- la crítica a su obra: “Mi trabajo no es el de historiador, sino el de fabulador. No me gusta investigar, pero me meto en las cosas que me gustan. Me lo han criticado a veces, pero no me importa nada. Son una forma de expresión aunque puedan parecer chorradas”. No eran chorradas, sino la recuperación por el audiovisual de la memoria de varias generaciones, historias que intentó esconder el franquismo -y el tardofranquismo, que aún dura...- y levantar testimonio de lo que estaba ocurriendo, acontecimientos que a Martín Patino le parecía había recoger y documentar. Su olfato nunca le falló, la crueldad llegó cuando empezó a hacer efecto en el cineasta salmantino una enfermedad degenerativa que carcomió uno de sus mayores dones: esa memoria.

Nunca obtuvo un Goya, ni siquiera el de Honor, aun cuando su nombre apareciera en alguna junta de la Academia al inicio de los cónclaves para otorgar ese reconocimiento. Ni el Premio Nacional de Cinematografía. A él probablemente le hubiera dado igual, pero su nombre habría dado mayor fuste a esos galardones y no al revés. Recibió otros premios (Medalla de Oro de Academia de Cine, de Bellas Artes, trofeos en festivales de todo el mundo), poco parecen para un cineasta que aunó dos vertientes muy difíciles de ver unidas en otro creadores: una dimensión ética que marcó cada fotograma de sus cerca de cuarenta películas y una fuerza poética que hacía que cada uno de esos trabajos fueran tan brillantes como hipnóticos. Hoy merece la pena detenerse en algunos de ellos, surgidos de un cineasta anarquista, de un espíritu cultivado y libre, único en España y con pocos referentes similares en el resto del mundo, el hombre que recuperó la historia de nuestro país mientras otros la intentaban aplastar con su Historia oficial. Contra la censura y el olvido, ahí se colocó el cineasta.

Llega el momento de volver a ver Nueve cartas a Berta, Canciones para después de una guerra, Caudillo, Los paraísos perdidos, Madrid, Queridísimos verdugos o Libre te quiero, a luchar porque otros no impongan su narración de lo que ocurre o ha ocurrido, y a que el nombre de Martín Patino obtenga el mismo respeto que el de sus compañeros de oficio. No es hacer de menos a otros, sí de colocar en su lugar el de Martín Patino, que ha muerto a los 86 años demasiado joven y con demasiadas películas pendientes.

[Tomado de https://elpais.com/cultura/2017/08/13/actualidad/1502612423_579563.html.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.