Emiliano Teran y Francisco J. Velasco
Hace
algunos días, el intelectual venezolano Luis Britto García publicó el artículo
‘Constitución y Unidad Nacional’ (23 de julio,
http://luisbrittogarcia.blogspot.com/2017/07/blog-post_23.html) en el cual
ofrecía su visión sobre la cuestión indígena en Venezuela, y su relación con el
Estado, el territorio y los llamados “recursos naturales”. Vemos con mucha
preocupación este artículo por sus implicaciones, que van más allá de lo
teórico, en la medida en la que plantea una serie de sospechas sobre los
pueblos indígenas del país y el sentido de la lucha por sus derechos y
territorios, asomando subrepticiamente una eventual criminalización de los
mismos. Este planteamiento se produce en un contexto de políticas progresivas
de flexibilización económica, relanzamiento e impulso de numerosos proyectos
extractivistas, crecientes presiones del capital transnacional y cambios
constitucionales en puerta.
En
el texto, Britto García plantea que existe una estrecha identidad entre las
reivindicaciones de los pueblos originarios en toda América Latina, y diversos
organismos de asistencia e intervención estadounidense (como el Indian Law
Resource Center), que en teoría persiguen consolidar la autonomía de estos
pueblos sobre sus territorios. A lo largo del artículo, el autor presenta casos
en los que señala que las estrategias de movimientos indígenas latinoamericanos
son tuteladas y dirigidas desde Washington, como sería el caso de los misquitos
en Nicaragua, los mayas de Belice, los yanomami en la Amazonía y grupos
similares en Ecuador. Su conclusión apunta a una generalización en la cual
indica que “gran parte” de estos movimientos en toda la región estarían
entonces bajo el paraguas de los financiamientos de los EEUU, siendo
instrumentos pasivos para favorecer al imperialismo con el objetivo de afectar
la soberanía y unidad de los Estados Nacionales y apropiarse de los recursos
naturales de nuestros países.
Inspirado
en esta sospecha, Luis Britto cuestiona la categorización de “pueblo” que la
Constitución Bolivariana de Venezuela de 1999 (CRBV) le asigna a los indígenas
debido a que supuestamente en los artículos 119 al 126, se le otorgarían a
éstos derechos distintos y superiores respecto al resto de la población
venezolana y se sentarían las bases para constituir numerosos Estados distintos
del venezolano. En este sentido, el autor propone bajar de rango valorativo a
los pueblos originarios, denominándolos ahora solo como ‘comunidades’, al
tiempo que sugiere se deje de usar el concepto de ‘tierras’ para hablar solo de
‘habitats’. Queda también claramente cuestionado para Britto el hecho que el
Estado tenga que realizar consultas previas e informadas a los indígenas para
poder ejecutar el aprovechamiento de los recursos naturales de la Nación.
A
nuestro juicio estos planteamientos están descontextualizados y son
tendenciosos y miopes. En primer lugar, es falso que el reconocimiento de la
existencia de diversos pueblos (en plural) en la Nación venezolana, dé cabida a
supuestos derechos “superiores” de los indígenas y allane el camino a la
posibilidad jurídica de afectación de la integridad territorial, debido a que
la CRBV es bastante clara en su Artículo 126:
“Los
pueblos indígenas, como culturas de raíces ancestrales, forman parte de la
Nación, del Estado y del pueblo venezolano como único, soberano e indivisible.
De conformidad con esta Constitución tienen el deber de salvaguardar la
integridad y la soberanía nacional. El término pueblo no podrá interpretarse en
esta Constitución en el sentido que se le da en el derecho internacional”
(subrayado nuestro).
Si
se revisa el conjunto de artículos del Capítulo VIII ‘De los derechos de los
pueblos indígenas’, y se hace además hincapié en la explicita delimitación y
aclaración que plantea el artículo 126, no queda claro en qué medida éstos
supuestamente amenazarían la unidad de la nación.
En
segundo lugar, los reclamos a una supuesta amenaza indígena tienen cierto toque
de cinismo en la medida en la que, en la realidad concreta, estos derechos
consagrados han sido sistemáticamente violados y son realmente escasas las
conquistas que se han obtenido hasta la fecha. Más aún, no pocos problemas y
conflictos se han suscitado en lo que concierne a la demarcación de tierras
comunales, la consolidación de asentamientos y la ausencia de consultas
previas. Luchas como la de los yukpas, liderada por Sabino Romero al precio de
su vida; los actuales reclamos de diferentes pueblos indígenas de los estados
Bolívar y Amazonas por la carencia de consultas para la realización del proyecto
del Arco Minero del Orinoco, y por la urgencia de políticas efectivas contra el
flagelo de la minería ilegal, son algunos ejemplos de los desmanes cometidos en
contra de los derechos de los pobladores originarios venezolanos. De nada sirve
preocuparse por “la actitud del gobierno estadounidense hacia los indígenas en
su propio territorio”, si se escribe un artículo haciendo completo mutis en lo
que respecta al drama de nuestros propios indígenas.
Así
que, en vez de inquietarse por lo que establecen unos artículos que no se han
cumplido, el profesor Britto García debería denunciar el incumplimiento de los
mismos, debería investigar cuáles son las presiones que han obstaculizado su
respeto fiel, para terminar perpetuando la situación de injusticia social y ambiental
que secularmente ha afectado a los pobladores originarios.
En
tercer lugar, Britto García apela a ejemplos foráneos para justificar el
argumento de la potencial ‘amenaza independentista’ de los pueblos indígenas,
cuando es importante dejar en claro que no hay indicio de movimiento
separatista alguno en Venezuela que haya sido generado o que esté en gestación,
teniendo a los indígenas como base social.
La
contracara del problema planteado por Britto, que no es reflejada en su
artículo, es el marco histórico de expoliación y exclusión permanentes que, a
lo largo de varios siglos, han sufrido los pueblos originarios latinoamericanos
y venezolanos. Es en esta perspectiva histórica que hay que entender las
tensiones que generan en nuestros días los problemas de tierra y territorio que
corresponden en justicia a cada uno de esos pueblos y comunidades, y que pueden
ser precisamente la causa de un deseo de separación, tal y como ocurrió con los
misquitos en la Nicaragua sandinista de los años 80, caso citado por el autor
como ejemplo de sedición.
Cabe
recordar que la cúpula sandinista, comenzando por el propio comandante Tomás
Borge, admitió haber cometido lo que califican de graves errores al ignorar y
considerar peyorativamente la cultura, las formas organizativas y
socio-productivas propias de los misquitos y los afrodescendientes de la costa
atlántica nicaragüense, lo que, conjuntamente con la represión desatada en su
contra, propició la captación de un reducido sector de este pueblo por factores
somocistas y contrarrevolucionarios. No obstante, es necesario señalar que,
luego de llevar a cabo una autocrítica y con el concurso de expertos, se
produjo una rectificación por parte de las autoridades sandinistas quienes
reconocieron las molestias causadas a esa población y aceptaron la solución
honrosa de la “Autonomía de la Costa Atlántica”.
Convertir
a los pueblos indígenas en chivos expiatorios de las maniobras separatistas de
grupos dominantes blancos y mestizos, que buscan imponer su perspectiva de clase
y sus intereses para apropiarse de determinados recursos, es sumamente injusto
y desvía la atención de las verdaderas causas que generan estos procesos.
En
cuarto lugar, el reconocimiento de los indígenas como ‘pueblos’ es en cambio un
logro histórico obtenido a partir de sus luchas y movilizaciones, consagrando
el hecho de que, antes que ‘extranjeros’ o ‘marginales’, son los pobladores
ancestrales de los territorios de nuestra actual República, y merecen el
resarcimiento ante la discriminación y el despojo histórico del desarrollo
capitalista/colonialista.
La
propuesta de Britto García de eliminar constitucionalmente su condición de
pueblos, reproduce el patrón colonial que ha intentado, racismo por medio,
homogeneizar a los pueblos diversos, a las diversidades culturales que los
constituyen, subsumiéndolos en la identidad nacional monocultural y generando
permanentes procesos de etnocidio.
En
su artículo, Britto confunde pueblo con Estado. En este sentido es necesario
subrayar que el reconocimiento de los pueblos indígenas no tiene porque apuntar
a la conformación de nuevos Estados. El autor incluso parece obviar el
importante debate sobre plurinacionalidad que, reconociendo la existencia de
múltiples pueblos dentro de un mismo estado o constitución, nutrió los pilares
ideológicos del ciclo progresista latinoamericano, del proyecto del Socialismo
del Siglo XXI (también pensado como indoamericano) y de la idea del Buen Vivir.
En
el territorio de Venezuela no hay pueblos que no formen parte de la venezolanidad,
que es una y múltiple. Lejos de atentar contra la identidad nacional, el
reconocimiento de los derechos culturales y materiales de los pueblos indígenas
(que nunca deberían ser disminuidos sino mas bien aumentados) constituyen un
componente fundamental para el enriquecimiento significativo y permanente de
nuestra identidad y nuestro patrimonio cultural. Britto García debería entonces
sumarse al coro de voces que exige la consulta a todos los pueblos y
comunidades que hacen vida en nuestro país cuando se trata de proyectos y
megaproyectos negociados con grandes transnacionales que involucran recursos y
elementos estratégicos relativos a la cesión de soberanía, la destrucción
masiva de fuentes de agua, biodiversidad y suelos.
Los
verdaderos riesgos de pérdida de soberanía y fragmentación del territorio
nacional se asocian hoy en día a las políticas y proyectos extractivistas (como
por ejemplo ocurre con el Arco Minero del Orinoco), que se insertan en la
lógica y las prescripciones del proyecto regional COSIPLAN-IIIRSA. Como
sabemos, dicho proyecto tiene como propósito la integración de los diversos
territorios de América del Sur, con miras a facilitar el flujo de los ‘recursos
naturales’ expoliados por el gran capital y el reforzamiento de la inserción subordinada
de nuestros países en la globalización neoliberal.
En
quinto lugar, con relación al asunto del poder político, Britto invoca a la
razón de Estado. En este sentido, conviene recordar que los imperios coloniales
y los Estados republicanos post-independencia surgieron en el marco de un
antagonismo étnico territorial contra los pueblos y comunidades indígenas,
contra sus matrices de vida y sus modos de convivencia. La reducción de la
presencia indígena a un asunto geopolítico y de seguridad de Estado, tal y como
lo hace Luis Britto, nos retrotrae a ese antagonismo anclado en el
eurocentrismo.
La
reivindicación cerrada de “la soberana potestad del Estado de explotar los
recursos naturales, sobre todo los del subsuelo, en la totalidad del territorio
nacional”, orienta el argumento político-intelectual del autor hacia el interés
y la gestión que realizan las élites administradoras del extractivismo y de la
renta en el país, actores que, en coalición con el capital transnacional (sea
estadounidense, chino, ruso, europeo, etc.) son los que a fin de cuentas
deciden qué, cuánto, cuándo y dónde se extraen los apetecidos “recursos
naturales” para el mercado mundial.
La
postura de Britto implica pues, un posicionamiento preferencial ante ese
antagonismo étnico territorial que se desarrolla contra los pueblos y
comunidades indígenas durante estos procesos de expansión de la apropiación de
la naturaleza. De ahí que desestime y desvalorice claramente la consulta previa
a los indígenas. Y ante la supremacía de esta potestad estatal, no son sólo los
pueblos originarios quienes se ven desarmados, sino también cualquier
experiencia territorial (tales como experiencias comunales, productivas y
comunitarias) que se pudieran oponer a cualquiera de estos proyectos, a pesar
de que en la CRBV estén contempladas las consultas populares y abiertas (arts.
70 y 299).
En
nombre del “pueblo” y el “desarrollo” de la Nación se ha justificado
históricamente y en abstracto esta soberana potestad del Estado de explotar los
recursos naturales, clausurando además las posibilidades de otras gestiones del
territorio y de alternativas económicas. Ya son harto conocidos los resultados
que han dejado estos modelos de desarrollo en América Latina (pobreza,
exclusión, destrucción ambiental y dependencia). Dichos resultados han motivado
históricamente la crítica y las reivindicaciones políticas de diversas
expresiones de la izquierda en la región, incluso en el marco de la reciente
experiencia de los progresismos. En este período político de los últimos
lustros, aunque se produjo una más justa distribución de las rentas, se agudizó
notablemente la agresión a los pueblos indígenas, a los territorios y los
ecosistemas, profundizando la dependencia de nuestros países al modelo primario
exportador y haciéndonos finalmente más vulnerables en el plano internacional
ante los efectos de la actual crisis económica global.
En
sexto y último lugar, es preciso reconocer que, renunciando a cualquier
pretensión de idealizar a los pueblos indígenas, éstos no solo constituyen una
parte esencial de la venezolanidad, sino que también encarnan modos de vida y
saberes de los cuales podríamos aprender para construir alternativas al modelo
capitalista rentista y al propio modelo civilizatorio. A pesar de las numerosas
agresiones culturales y físicas a las que son sometidos aún en la actualidad,
los pueblos indígenas venezolanos son los principales defensores de las aguas y
la biodiversidad del país, notablemente amenazadas por las lógicas depredadoras
del desarrollismo y las prácticas de apropiación informal sumamente dañinas. En
este orden de ideas, antes que amenazas y potenciales conspiradores, nuestros
pueblos originarios constituyen un factor fundamental que puede contribuir
medularmente para salir de la crisis profunda que vive la sociedad venezolana
en la actualidad. Es por ello que reivindicamos la consigna ‘Sabino marca el
camino’.
A
nuestro juicio, el artículo de Luis Britto García no cae en saco roto. Cada
texto tiene su contexto y se incorpora a campos en disputa sobre sujetos,
saberes, territorios, valoraciones, derechos y dignidades. Múltiples prejuicios
y apetencias subyacen detrás de la negación de los derechos de los pueblos
indígenas. Intereses de transnacionales mineras, petroleras, madereras, entre
otras; a los que se suman en su acción etnocida y ecocida mineros artesanales
–por lo general ilegales–; las élites burocráticas de los Estados que
formalizan y legitiman esta lógica de despojo, extracción y saqueo; todo ello
con el concurso de los aparatos argumentales de intelectuales orgánicos que
apuntalan estos procesos.
El
texto de Britto García parece útil para terminar de neutralizar el ya frágil y
carcomido derecho indígena, lo que generaría un desplazamiento jurídico para
finalmente allanar el camino de impulso a la mega-minería en el Arco Minero del
Orinoco y otra serie de proyectos, ahora de la mano de una mayor participación
e incidencia de las compañías transnacionales, como se evidencia en el nuevo
esquema de negocios propuesto por el Gobierno nacional. Visto así, el artículo
contribuye sobre todo a eso que el intelectual mexicano Pablo González Casanova
denominó hace ya un tiempo “colonialismo interno”.
Para
finalizar, preocupa la clara advertencia que hace Britto García a quienes
puedan oponerse a la tesis por él planteada: quien no esté de acuerdo con este
planteamiento es un secesionista, por lo que “todo el que quiera dividirnos es
nuestro enemigo”.
[Tomado
de https://www.derechos.org.ve/opinion/constituyente-y-re-colonizacion-indigena-una-respuesta-a-luis-britto-garcia.]
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