lunes, 7 de marzo de 2016
Proyectos locales autogestionados con aspiraciones globales
Capi Vidal
A pesar de que los gobiernos cambian una y otra vez, ninguno de ellos aporta soluciones económicas novedosas. Recordemos que el anarquismo siempre ha sostenido que los poderes económico y político están vinculados; aunque no necesariamente el primero sea consecuencia del segundo, ya que cada uno tiene su propia dinámica. En cualquier caso, los modernos gobiernos democráticos, de uno u otro pelaje, parecen subordinados a las grandes corporaciones multinacionales.
Si alguna vez gobernara Podemos en España, cuyo ímpetu transformador ya se ha rebajado bastante, en cualquier caso, es dudoso que actúe de una manera muy diferente a cualquier otra fuerza socialdemócrata. Es decir, tal vez aprobando alguna que otra ley social para tranquilidad de su electorado, pero sin ningún cambio real de fondo. La realidad es que existe una economía globalizada, donde impera la ley del más fuerte, aceptada cada vez más por regímenes poco o nada democráticos. Los gobiernos apuntalan de una u otra manera, con represión más o menos explícita, esa “ley del más fuerte”. Los anarquistas, por supuesto, no queremos que haya división de clases, por supuesto, pero tampoco represión política. No está de más insistir en ello constantemente, ya que la propaganda igualitaria de ciertos gobiernos, además de ser engañosa, asegura la represión y la dominación.
Las propuestas de los anarquistas, como no podrían ser de otra manera, apuestan por la construcción, política y económica, desde abajo. Por supuesto, para buscar siempre una federación de esos proyectos locales y con la aspiración de que en ella entren todas las regiones del país y del planeta. Esta democracia directa, aunque a algunos anarquistas no les gusta usar esta palabra por estar pervertida por la representación parlamentaria (llamémosla también “acracia”, aunque esto causara el rechazo de otras personas; no importa el lenguaje, sino los hechos), realizada de abajo a arriba (en lugar del centro a la periferia), junto a proyectos económicos locales autogestionarias, debería ser una alternativa al poder político (los Estados) y a ese libre mercado globalizado de capitales y mercancías, que asegura la explotación de los más débiles e incluso hunde las economías de países enteros si así le conviene. Es en definitiva, una lucha por potenciar lo local, en un contexto de libertad, igualdad, y solidaridad, con aspiraciones internacionales. La producción económica tiene que estar en manos de las personas afectadas y asegurar lo esencial a todos ellos.
A estas alturas, es complicado y esperanzador esperar que una gran revolución auténticamente social lo cambie todo. Es por eso que es imprescindibles trabajar sobre estos proyectos locales libertarios, con soluciones concretas que se demuestren viables. La autogestión obrera, a pesar de que ha sido finalmente aplastada o absorbida, tiene numerosos ejemplos en la historia. Las grandes sindicales han eliminado de sus aspiraciones el control por parte de los trabajadores. Aunque la descentralización que demandan los anarquistas se ha demostrado como posible en la industria moderna, esa ausencia de las grandes organizaciones, siempre cuestionables (ya que cuanto mayor son, más parece que abandonan sus aspiraciones revolucionarias), a pesar de tener el federalismo como parte de su estructura, tiene que ser cubierta ahora por las personas libremente organizadas. Por supuesto, es muy loable, y yo diría que casi necesario, que tendamos a vivir lo mejor posible en el sistema jerarquizado y explotador actual, pero si nos llamamos anarquistas es que aspiramos a una transformación radical. Unos determinados valores nos empujan a pensar que solo la autogestión económica está en consonancia con ellos y a crear proyectos de todo tipo en consecuencia. El capitalismo y la sociedad de consumo nos proponen constantemente actividades banales; no estaría de más buscar alternativas permanentes a las mismas y enriquecer así nuestras vidas.
Hay propuestas anarquistas que eliminan la gran industria, en incluso la gran ciudad, en sus propuestas de una sociedad sin dominación. Nos gusta pensar que ese proceso autogestionario, de descentralización anticapitalista y desestatalización, puede producirse también en la moderna industria y en las grandes urbes. En cualquier caso, solo el tiempo y la experiencia nos puede decir cuál es la vía verdaderamente transformadora, siempre aceptando esas premisas y prácticas libertarias: descentralización, federalismo, autogestión, solidaridad, apoyo mutuo… A pesar de nuestra insistencia cultural y educadora, es la práctica junto al conocimiento los que fortalecerán los deseos y las conciencias revolucionarios. Actualmente, una mayoría de personas aceptan esos paradigmas imperantes en la actualidad; jerarquía estatal, de tal manera que existe la permanente creencia de que un gobierno finalmente eficaz y benévolo será el que gestione adecuadamente el capitalismo (la gran explotación de unas personas sobre otras).
Por otra parte, la competencia, incluso en las bases, prevalece sobre cualquier posibilidad de cooperación y autogestión. Lo que pretenden los anarquistas es que sean las personas las que protagonicen y gestionen sus vidas, en todos los ámbitos, por lo que hay que trabajar para demostrar que todos esas paradigmas pueden y deben cambiarse. Si nos limitamos a esperar un gran fenómeno que nos saque del apuro, a pesar de que lleve el apelativo de libertario, tal vez estemos cayendo en una abstracción y engaño similares al de los que esperan soluciones “desde arriba”. La alternativa al capitalismo globalizado, y también a todo tipo de dominación en otros campos, es crear nuestro propio proyecto local libertario, de apoyo mutuo y solidaridad, con la aspiración de que acabe convirtiéndose en una gran alternativa global.
[Tomado de http://acracia.org/proyectos-locales-autogestionados-con-aspiraciones-globales.]