Rafael Uzcátegui
En el pasado seminario “Unión cívico-militar o militarización del país”, realizado el lunes 10 de noviembre en la Sala E de la UCV, y donde tuvimos la oportunidad de participar, nos quedó dando vueltas la frase dicha por Rocío San Miguel, directora de la ONG “Control Ciudadano”, citamos apelando a nuestra memoria: “Quienes señalan la posibilidad de un golpe de Estado olvidan el corporativismo propio de las Fuerzas Armadas. ¿Para qué dar un golpe de Estado si ya los militares como institución están gobernando?”.
El corporativismo, como concepto, remite a un sistema de organización o pensamiento, económico y político, que considera a la comunidad como un “cuerpo” sobre la base de la solidaridad social orgánica, la distinción funcional y los roles entre los individuos. Cuando escuchamos decir que los militares responden “con espíritu de cuerpo” es que a pesar de sus diferencias internas han desarrollado un sentido tal de pertenencia que un ataque contra uno de sus miembros es percibido como una amenaza al conjunto, por lo que el colectivo completo estaría convocado a responder en aras de su autopreservación.
Lo anterior tiene relación con una discusión histórica sobre las diferentes valoraciones realizadas sobre las Fuerzas Armadas como institución. Para buena parte de los marxistas las relaciones de clase se reproducen a lo interno del ejército, lo que generaría antagonismos entre la tropa y sus mandos similares a los que ubican entre el proletariado y los dueños de los medios de producción. De allí la calificación, habitual en América Latina, de los soldados como “obreros del fusil” y las diferentes estrategias para influenciar a los rangos bajos y medios a un proyecto “revolucionario”. Desde una perspectiva libertaria la mirada es diferente. Teniendo en cuenta el espíritu corporativo de los uniformados, la reiteración de una ideología, ritos, valores y símbolos devienen en que los militares se conviertan en una clase en sí mismos, por lo que hay mucha más probabilidad que un soldado raso se solidarice con los mandos de su batallón que con los vecinos de su barrio.
En este orden de ideas la defensa corporativa que realizan las Fuerzas Armadas sobre sus integrantes haría imposible, por citar ejemplos del pasado, la sanción a los responsables intelectuales y materiales de las masacres de El Amparo, Yumare, Cantaura y el Caracazo; explicaría la falta de sanciones a los militares golpistas del 2002; reiteraría las afirmaciones de las ONGs históricas acerca que los tribunales militares son un mecanismo de impunidad en caso de violaciones a los derechos humanos que involucran a funcionarios. También, condenaría a la soledad a los civiles que esperan que los militares atiendan a sus llamados de ponerse de espaldas a sus compañeros de armas.
Afortunadamente el foro ucevista puso las cosas en su sitio, y recordó que somos los civiles, y no los militares, quienes de manera democrática y humanista debemos consensuar un proyecto de país con libertas y justicia social para todos.
En el pasado seminario “Unión cívico-militar o militarización del país”, realizado el lunes 10 de noviembre en la Sala E de la UCV, y donde tuvimos la oportunidad de participar, nos quedó dando vueltas la frase dicha por Rocío San Miguel, directora de la ONG “Control Ciudadano”, citamos apelando a nuestra memoria: “Quienes señalan la posibilidad de un golpe de Estado olvidan el corporativismo propio de las Fuerzas Armadas. ¿Para qué dar un golpe de Estado si ya los militares como institución están gobernando?”.
El corporativismo, como concepto, remite a un sistema de organización o pensamiento, económico y político, que considera a la comunidad como un “cuerpo” sobre la base de la solidaridad social orgánica, la distinción funcional y los roles entre los individuos. Cuando escuchamos decir que los militares responden “con espíritu de cuerpo” es que a pesar de sus diferencias internas han desarrollado un sentido tal de pertenencia que un ataque contra uno de sus miembros es percibido como una amenaza al conjunto, por lo que el colectivo completo estaría convocado a responder en aras de su autopreservación.
Lo anterior tiene relación con una discusión histórica sobre las diferentes valoraciones realizadas sobre las Fuerzas Armadas como institución. Para buena parte de los marxistas las relaciones de clase se reproducen a lo interno del ejército, lo que generaría antagonismos entre la tropa y sus mandos similares a los que ubican entre el proletariado y los dueños de los medios de producción. De allí la calificación, habitual en América Latina, de los soldados como “obreros del fusil” y las diferentes estrategias para influenciar a los rangos bajos y medios a un proyecto “revolucionario”. Desde una perspectiva libertaria la mirada es diferente. Teniendo en cuenta el espíritu corporativo de los uniformados, la reiteración de una ideología, ritos, valores y símbolos devienen en que los militares se conviertan en una clase en sí mismos, por lo que hay mucha más probabilidad que un soldado raso se solidarice con los mandos de su batallón que con los vecinos de su barrio.
En este orden de ideas la defensa corporativa que realizan las Fuerzas Armadas sobre sus integrantes haría imposible, por citar ejemplos del pasado, la sanción a los responsables intelectuales y materiales de las masacres de El Amparo, Yumare, Cantaura y el Caracazo; explicaría la falta de sanciones a los militares golpistas del 2002; reiteraría las afirmaciones de las ONGs históricas acerca que los tribunales militares son un mecanismo de impunidad en caso de violaciones a los derechos humanos que involucran a funcionarios. También, condenaría a la soledad a los civiles que esperan que los militares atiendan a sus llamados de ponerse de espaldas a sus compañeros de armas.
Afortunadamente el foro ucevista puso las cosas en su sitio, y recordó que somos los civiles, y no los militares, quienes de manera democrática y humanista debemos consensuar un proyecto de país con libertas y justicia social para todos.
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