domingo, 9 de diciembre de 2018

¿Libertad para qué? Una aproximación ética a la pedagogía libertaria



Joan Bardella

A petición de gente amiga, vamos a intentar rastrear algunos problegómetros del conocimiento aplicados a la pedagogía libertaria desde una perspectiva ética, no con la intención de llegar a verdades últimas, sino con la intuición de que, de entrada, aquello que más apreciamos, podemos destruirlo, si lo definimos clara, nítida y unidimensionalmente. Hemos de entender que la educación es una práctica reflexiva, intuitiva, creativa y sensible que se construye al andar, e intentarla definir, es como intentar definir La Sociedad Libertaria, única y uniforme, hecho que juega radicalmente en contra de la misma. Así que lo que perseguimos es ordenar cuatro intuiciones, si eso es posible, con la intención de abrir líneas de fuga al pensamiento uniforme, y totalizador, ayudándonos a avanzar, a nuestro propio colectivo, en una particular búsqueda de prácticas libertarias que nos permitan enfrentarnos a las prácticas sociales neuróticas que impone el capital. Para ello nos ayudará a introducir el tema Edgar Morín, un comunista renegado y expulsado de su partido (hecho que siempre nos crea simpatía aún que no adhesión), el cual ha intentado pensar la complejidad sin morir en el intento.
 
Pues siguiendo a nuestro autor en su artículo:  Antropología de la libertad (http://www.ugr.es/~pwlac/G16_01Edgar_Morin.html), podemos considerar que toda libertad implica libertad de elección, esto es, libertad para y no, o no tanto, libertad de. Tal y como afirma nuestro autor, para que ésta sea efectiva se nos presenta como necesarias dos actitudes, a saber: Una subjetiva y otra objetiva.

Todo ser humano está condicionado por su biología y psicología (carácter subjetivo de la libertad), pero como organismo complejo, las mismas, son la base de toda posibilidad de elección; mi cuerpo y mi yo, a la vez que me constriñen, son toda posibilidad de facto para la libertad; para escoger. De hecho, este rasgo característico de los seres humanos, no es compartido con los organismos biológicos más simples. De la misma manera, que no podemos escoger nuestra especie, nuestro ADN, ni el lugar y la época en que nacemos; tampoco escogemos, en principio, nuestra cultura y nuestras relaciones sociales al nacer. Así que, necesariamente, toda cultura es introyectada inicialmente; es un condicionante exógeno de la libertad, junto al medio físico y social. Se da, pero, que la cultura misma, transmitida como tradición, principalmente a través del lenguaje, es posibilidad de elección y libertad, puesto que en toda forma cultural subyace un a priori, esto es, según Ortega y Gasset, el momento fundacional de toda posibilidad de cultura: El acto creativo, recreativo y creador. Y es que la mente humana siempre crea. Si cada generación humana estuviera condicionada por la tradición y la reproducción de la misma, se nos presentaría como imposible toda ética como libertad de elección. Esto, no nos sitúa en un romanticismo filántropo que desconoce la opresión de pensamiento que impone la cultura dominante. Es simplemente que identificamos la natural tendencia humana a la creación y la saludable posibilidad de desobediencia mediante la elección de una vida ética y libertaria; ya no sólo como la necesaria crítica al sistema opresor, sino, y esto es lo importante, como formas de construcción y exploración colectivos de los límites de nuestra libertad, para empujarlos y desplazarlos, en un impulso vital que pretende reventar la alienación de la creatividad humana a la que intenta someternos el pensamiento único.

Si hablamos de cultura, hemos de hablar del lenguaje como el modo privilegiado en el cual ésta viaja, puesto que, como afirma Ernest Cassier, somos animales simbólicos. Pensando con Gilles Deleuze, podemos hacer una incursión viendo el lenguaje como un corte racional de la complejidad que supone la vida, la cual escapa a toda racionalización y a la que sólo podemos acceder, en principio, por intuición. El lenguaje, corta, congela, escasilla, clasifica y determina toda naturaleza siempre cambiante. ¿Cómo pensar el devenir? Pensar el movimiento es detenerlo en fotogramas territorializados, ya Heráclito afirmaba, en la antigua Grecia, que no era posible bañarse dos veces en el mismo río, ¡lo mismo ocurre cuando pensamos la libertad como forma fija y estable; la perdemos! Y ¿Cómo pensar el tiempo puro, sin espacio, como devenir constante y complejo de la diversidad? A pesar de la paradoja, no podemos quedarnos en un escepticismo que nos impida hablar para no reproducir, para no oprimir, para no vivir en la ilusión. Como afirmaba Nietzsche, la razón y el lenguaje son apariencia, es un intento de clasificar el caos para hacerlo comprensible pero, no nos confundamos, es una ilusión necesaria, según Nietzsche, es una de nuestras formas estrechas de conocer, una forma Apolonia, aun que no la única. Quizás otros lenguajes como en determinados estilos artísticos dionisíacos, que el primer Nietzsche identifica en la tragedia griega y en la música wagneriana, pueden ajustar-se más a la realidad del arroyo vital, pero éste es otro tema (la educación en y por el arte) que aquí, por motivos de espacio, no podemos abordar.

Volviendo a Deleuze, y siguiendo con nuestra idea de la creatividad humana, éste afirmaba que la filosofía es el arte de inventar conceptos, de manera que a nuestro chapucero modo, es la posibilidad misma de superar aquello que nos constriñe; el lenguaje también ofrece la posibilidad de ser empujado, desplazado, desobedecido; de crear nuevas realidades. Tal y como afirma García Calvo, todo aquello que no es nombrado o bien no existe, o bien existe de otro modo, ¡por eso el poder educativo Estatal y religioso, se afana en no mencionar conceptos como autonomía, igualdad, libertad, ayuda mutua, asamblea, etc. So pretexto de que son muy pequeños para comprender tales conceptos (¡aunque parecen no serlo para el teorema de Tales!).

Es un hecho que el peor mal que podemos afligir a un enemigo no es el negarlo, puesto que así aún existe, el peor mal es ignorarlo, no mencionarlo, aislarlo ¡y si no que se lo pregunten al perverso inventor del panóptico!

Así pues, de igual modo que el medio físico y social condiciona, a la par que posibilita, la vida humana; la cultura, que es el lugar que habitan las personas, es la misma posibilidad de elección. El lenguaje, como código simbólico, arbitrario y convencional, manipulado por el poder, nos ofrece a su vez una base fonológica, semántica, morfológica, sintáctica y pragmática, que posibilita que cada cual atribuya sentido a su mundo de vida, y esto es siempre una posibilidad de resistencia, una posibilidad de pensar y crear nuestro mundo, el mundo que queremos; es la posibilidad de pensar la utopía como intuición. Negar esta doble función del lenguaje y la cultura, (como constricción pero también como posibilidad) nos trae el discurso de la impotencia, de la sumisión a la palabra ya dicha como última palabra; negar la paradoja supone negar el hecho de poder leer el Quijote como tradición, a la par que crear poesía contemporánea.

Empero, se da que los factores determinantes de la libertad tanto endógenos como exógenos, permanecen en relación directamente proporcional en cuanto que, a más complejidad, más posibilidades de elección, esto es, más libertad. Y a menor complejidad, menos opciones de elección, en cuyo extremo de simpleza y constricción social, encontramos a los totalitarismos (ya sea fascista, comunista o capitalista) y las dependencias emocionales como condicionantes exógenos y endógenos respectivamente, de toda libertad. Contra más diversa una cultura, más rico un lenguaje o más variadas las relaciones sociales, más posibilidad de escoger entre una opción u otra, como condicionantes objetivos. Y a un pensamiento más diverso, a una creatividad más desarrollada, a una intuición más afilada y, en suma, una personalidad forjada en el deseo de la libre decisión, más posibilidad de tomar las riendas de la propia vida, indeterminándose así en lo posible, de los condicionantes subjetivos que encadenan nuestras mentes a la reproducción social. Así, centrándonos en la educación, intuimos que en todo aprendizaje se repite el momento fundacional de la cultura, su a priori; el acto creador. La mente no es una tabula rasa que se llena cual vasija. Cuando un niño o niña aprende lo que hace es investir de sentido su mundo físico, social y lingüístico-cultural; y esto es una creación cultural que solo el sujeto puede hacer para consigo mismo y así, mas tarde, acomodarlo socialmente en una negociación continuada de significados compartidos, con sus semejantes. Por eso, cada generación tiene que recrear la historia, volverla a inventar, si bien, no por ello, volverla a inventar de cero, con lo que podemos hablar de evolución cultural, y comprarnos un mechero en el todo a cien, en vez de esperar que un accidente azaroso nos descubra el fuego.

Lo expuesto hasta ahora nos lleva a la consideración del límite como posibilidad, al giro copernicano de lo determinado a lo indeterminado. La libertad se aprende como se aprende a andar, al nacer nos vemos máximamente condicionados, sea por las necesidades biológicas, psicofísicas, por la necesidad de acogimiento emocional, la seguridad familiar, etc. El niño y la niña no tienen una imagen de sí mism@s, de hecho está en construcción, siempre lo está; es un movimiento que solo la muerte o la neurosis detiene. El o la bebé, se siente parte de la figura afectiva y no reconoce siquiera sus límites físicos, es decir donde acaba su cuerpo, con lo cual difícilmente podrá elegir que quiere para él; podríamos decir que está alienado de su propio cuerpo y de su yo, en una relación simbiótica con la madre. Pues bien, sucede que las personas de menor edad, empiezan a reconocerse a partir de reconocer a la figura afectiva como lo otro, y este movimiento se da en una dialéctica negativa, es decir, en la posibilidad de que esta figura afectiva se auto-determine con un NO, frente a un deseo infantil dado. El límite hace reconocer al otro como lo otro y a interrogarse por el yo. Algo similar podría ocurrir en tiempos pretéritos con la muerte como limite total, la cual pudo abrir al Ser a investirse por su existencia a través de la autoconciencia. Y es que aquella genial proposición de Mijail Bakunin que afirma que mi libertad se proyecta en la libertad de las demás personas, conecta perfectamente con la capacidad humana de reconocimiento, no en cuanto a reconocer a las demás personas como humanas, como el aristócrata reconoce a sus súbditos, sino en cuanto que yo me reconozco en el otro como humano; como persona dotada de criterio y voluntad para escoger; me reconozco en la libertad del otro. Por eso, cuando las personas que me rodean amplían su libertad, la mía se proyecta en vez de constreñirse.

Pues bien, tenemos hasta lo dicho, que toda determinación subjetiva y objetiva es la base para qué, con cierto nivel de complejidad, el ser humano pueda elegir. Que todo mecanismo psicológico superior nace de una asimilación activa y creativa inter-psicológica, la cual posibilita, al acomodarse, los mecanismos intra-psicológicos de toda elección. Que el límite, más que una restricción, supone la autoconciencia de estar limitado/a. Las personas de menor edad, al empezar a tomar conciencia de su cuerpo, no disponen de una imagen ajustada de sí, su pensamiento es necesariamente egocéntrico y omnipotente. El descubrimiento de sus capacidades de acción, nace del conocimiento de sus limitaciones, lo cual actúa como fuerza propulsora del deseo, de la voluntad y de la libertad de elección con tal de superar dichos límites, y ahí es donde conectamos directamente con la ética, puesto que decidir que quiero, implica un juicio de aquello que cada cual considera que aporta valor a su vida. ¿Qué quiero? Lo hemos dicho, será la pregunta inaugural de toda ética de la libertad, porqué, lo repetimos, toda libertad implica capacidad de elección para, no libertad de, aunque ésta última esté implícita. ¿Qué quiero? es la pregunta resultante para la máquina deseante del yo.

Y... ¿que puede una educación libertaria ofrecer de cualitativo a este proceso?

* Una educación basada en los valores y la organización de la libertad aporta un entorno físico poco estructurado, donde cada persona puede crear y recrear su propio espacio y tiempo, ajustándose a sus diferentes ritmos y necesidades, ofreciendo así, un entorno seguro y rico donde empezar a desarrollar una iniciativa creadora y libre. Entendemos que un entorno demasiado estructurado, esto es, con normas rígidas y poco flexibles, materiales didácticos demasiado pautados, rígidos currículos que prescriben que, como y cuando aprender, juguetes altamente tecnificados, etc. No permiten la diversidad y el cambio, la expresividad creadora ni el ejercicio de la libertad, puesto que no dan pié a la iniciativa ni la elección; es decir, ¡mejor jugar con una caja de fruta vacía a la cual, niños y niñas, invisten de un montón de significados creativos (que si una casa por aquí, que ahora es un tren, que si siéntate que te arrastro..) que con una Play Station donde toda opción para la decisión creativa pasa por escoger si un jugador/a o dos!

* Unas relaciones sociales complejas, donde el valor de la decisión individual y colectiva es practicado desde la infancia, revalorizando el esfuerzo para la auto-superación, la responsabilidad ante las decisiones tomadas y el pleno respeto y reconocimiento para sí mismo/a y para el resto de personas del colectivo. La plena aceptación de cada proyecto individual de vida, es el derecho inalienable a la autoconstrucción del sí mismo, es la auto-realización del ser como máquina deseante precipitándose sin pausa hacia la utopía siempre en construcción.

* Un entorno culturalmente rico y motivador donde NO se transmiten conocimientos absolutos, sino, por el contrario, estrategias de auto-aprendizaje individuales colectivas, para que cada cual experimente el placer de aprender aquello que desea, cuando lo desea y como lo desea; y así, de manera individual y colectiva, conseguir cotas cada vez mayores de autonomía, fomentando valores como el apoyo mutuo y la solidaridad, a la par que movilizando metas del yo encaminadas a la satisfacción de aprender desvinculadas del premio, el castigo y la competición.

* La educación libertaria no toma la libertad en su valor absoluto, de hecho considera a la misma como un misterio. La libertad se entiende como un camino orientado a conseguir el máximo de libertad posible para cada momento, es decir, maximizar las posibilidades de elección. La libertad es siempre azar, riesgo, incertidumbre, ¡hay que atreverse a tirar los dados! La educación en y para la libertad es una invitación a una ética de máximos, una ética hedonista, una ética que revaloriza el deseo, la auto-construcción, el empoderamiento, la amistad, y una organización social basada en una ética discursiva de mínimos, es decir, una ética asamblearia que busca el valor de lo justo, no en la autoridad exógena impuesta, sino en el consenso de las partes implicadas en la toma de decisiones libres y responsables.


* Un entorno así diseñado posibilita al máximo la elección objetiva, recordemos, física, social y culturalmente, a la vez que capacita e invita a la ética, a la elección psicológica y subjetiva; última y única instancia de toda acción moral autónoma. La necesidad de informar de qué la educación es libertaria, recae sobre la posibilidad misma de que ésta sea cuestionada por los propios niños y niñas, puesto que toda práctica social, cultural y educativa está siempre apostando por una cosmovisión concreta, el negarla y creerla neutra, es negar la misma posibilidad de cuestionamiento y presentarla, como hace el poder con el lenguaje, como un absoluto totalizante y alienador.

Así pues, y para concluir, podemos afirmar que una educación libertaria, es una educación que apuesta por la complejidad, la diferencia, el cambio constante y el profundo respeto hacia la libertad individual y colectiva. La individualidad, insertada en una colectividad libre y responsable, donde, cada cual pueda auto-realizar su singular proyecto de vida en compañía de la amistad, el respeto y la ayuda de las personas que le rodean, potencia la actualización de las mejores capacidades humanas, hecho que se manifiesta, pensando con Spinoza, en saludables y permanentes estados de alegría, que quizás se asemejen a aquello que conocemos como felicidad.



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