lunes, 26 de noviembre de 2018

Buenaventura Durruti: La pasión destructiva o la valentía ante las ruinas



Acácio Augusto

El anarquismo en España se inicia con fuerte influencia de Mikhail Bakunin, desde que el italiano Giuseppe Fanelli estuvo allá, en 1868, para divulgar las propuestas del ala antiautoritaria de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT).[16] La pasión destructiva podría ser atribuida a esa procedencia, mas nuevamente no se trata de conferir causas a efectos posteriores. Otro trazo relevante que coloca la experiencia española fuera de una racionalidad estatal es su desprecio por los registros sistemáticos de los hechos y las acciones, en contramano de la cultura estatal, que tiene predilección por los registros oficiales y por la compilación de documentos. Como ya se ha dicho respecto al corto verano de los anarquistas, esa no fue una preocupación, como anota Orwell al final de su relato: “nunca será posible hacer un relato completamente cierto e imparcial de los combates de Barcelona, porque no existen los registros. Los historiadores futuros no tendrán nada en qué basarse, salvo que se trate de un gran volumen de acusaciones y propaganda partidaria. Yo mismo poseo pocos datos además de lo que vi con mis propios ojos y de lo que supe por intermedio deotros testimonios oculares que considero dignos de crédito”[17]. Aun así, hay momentos que pueden ser vistos como pequeños acontecimientos capaces de resumir esa forma de ver el mundo. Entre los episodios en torno de la figura de Durruti y sus actitudes, tanto en relación a los enemigos, como en relación a sus compañeros, se muestra eso.
 
En septiembre de 1936, fecha de la entrevista, Durruti despuntaba como gran figura de resistencia armada al fascismo, aunque jamás se comportara como un líder o un estratega militar, conforme observó su compañero de la FAI y de armas, Ricardo Sanz: “ni Durruti ni nosotros éramos grandes estrategas”[18]. Asimismo, figuras que luchaban al lado de los anarquistas, como Gastón Leval, no veían en Durruti un liderazgo político. Según el relato de Leval compilado por Enzensberger, “Durruti se había convertido en un hombre influyente cuando lo reencontré, en 1936. No obstante, jamás lo habría imaginado como un líder político de gran calibre: “para mí, le faltaba el indispensable horizonte intelectual. Sin duda era un buen agitador cuando aparecía en público, mas no era un orador de peso”[19]. En fin, fuesen sus aliados o sus enemigos, no se reconocía en Durruti un liderazgo frío, capaz de practicar la moderación política. Para él, estaba en juego vencer al fascismo y avanzar en la construcción de un nuevo mundo por vivir.

Estas observaciones sobre el temperamento de Durruti y su actitud ante la guerra, condensan el impasse de los anarquistas entre hacer la revolución y combatir el fascismo, entre la pasión por destruir la sociedad como ella se encontraba y un cierto idealismo por la construcción de un mundo nuevo. Como observó Miravitlles, “no pasó mucho tiempo tiempo para que Durruti percibiera que el Comité Central era un órgano de poder. Allí se discutía, negociaba, votaba, había actas y trabajo burocrático”[20]. Esta percepción llevará a Buenaventura Durruti a abandonar el Comité en torno al frente antifascista y montar su propia columna de combatientes con la firme decisión de retirar el control de Zaragoza de las manos fascistas. En lo que se refiere a la pasión por la destrucción, hay una entrevista de Durruti a Pierre Van Paasen, datada en 1936, que evidencia esa decisión obstinada: “para nosotros, el asunto es vencer al fascismo en todas partes. Ningún gobierno del mundo combate el fascismo hasta su muerte. Cuando la burguesía ve que el poder se le escapa entre los dedos, recurre al fascismo para poder mantenerse. Hace mucho tiempo que el gobierno liberal de España podría haber dejado sin poder a sus elementos fascistas. En vez de eso, dio rodeos y llegó a compromisos y perdió el tiempo” [21]. Claro está que su decisión es por una lucha específica y sin concesiones contra los fascismos, fuera de posibles negociaciones políticas y arreglo de intereses. Además del combate directo al fascismo, él apunta, en esta entrevista, los límites de la acción gubernamental ante el fascismo siempre latente en la razón de Estado.

Esa decisión, ese ímpetu por la lucha directa y la negativa a las negociaciones, se tradujeron en acusaciones contra los anarquistas y, especialmente, contra Buenaventura Durruti. Los comunistas llegaron a circular carteles en los cuales comparaban a los anarquistas con los fascistas –una forma de difamación hasta hoy utilizada. No obstante, lo que unía a comunistas y liberales contra los anarquistas giraba en torno de la política y de la estrategia militar. Dicho de una manera más directa, en torno de la abolición de instancias de poder en el combate al fascismo y su mantenimiento en la construcción de una nueva sociedad. Como quedará claro en el juicio enunciado a la distancia, a kilómetros del front de batalla, por León Trotsky: “esta argumentación [de negación en instituir una instancia de poder] demuestra suficientemente bien que la anarquía es una doctrina contrarrevolucionaria. Quien niega la conquista del poder se alinea en las filas de los que siempre estuvieron en el poder, o sea, en las filas de los explotadores”[22]. Si vemos entre los anarquistas una pasión por la destrucción de la sociedad como ella se encuentra, el comentario de Trotsky deja claro que incluso en las alas que se rebelaban al stalinismo, la pasión por el poder es una constante invariable.

En la entrevista ya citada, Durruti responde, de cierta, a esa acusación, al afirmar: “sabemos lo que queremos. Para nosotros, no significa nada que en alguna parte del mundo exista una Unión Soviética que obtuvo la paz y la tranquilidad sacrificando al fascismo bárbaro de Stalin los trabajadores de Alemania y China. Queremos la revolución aquí, en España, y la queremos ahora, no después de la siguiente guerra europea”[23]. Apartado de la estrategia y de la moderación política, Durruti sabía claramente lo que estaba en juego y se mostraba decidido a combatir pese al riesgo de perder la vida. Las respuestas enérgicas de Durruti sorprendieron a su interlocutor, quien lo interrumpió para preguntar si él no temía heredar apenas ruinas, a lo que Durruti respondió: “no tenemos miedo de las ruinas. Nosotros heredaremos la tierra, de ello no cabe la menor duda”[24]. Durruti argumentaba que, como obreros, ellos serían capaces de construir otra ciudad, ya que la existente también fue hecha por ello, y que sería, esta vez, libre del yugo del Estado y del Capital.

La respuesta de Durruti expresa la actitud de los anarquistas ante el impasse colocado por la lucha antifascista. Es fácil reconocer y criticar un cierto romanticismo heroico en esto y, así, confirmar los análisis de historiadores, como señalamos anteriormente, de una cierta fe anarquista. No obstante, el asunto es destacar cuál actitud engendró ésta en la acción de los anarquistas. En momentos en que, a las puertas del siglo xxi, revueltas en la calle y enfrentamiento con grupos neonazis se desbordan en todo el planeta, actualizar esa actitud es lo que mantiene viva la memoria como actualidad de la revolución española. Sin temer a la ruina y sin dejarse llevar por el argumento conservador (en el sentido literal de la palabra) que siempre teme a la abolición de las prácticas autoritarias y la audacia de las liberaciones. El argumento conservador defiende que es preciso mantener bases para la negociación y posibles acuerdos. Hoy, cuando nos podemos apartar de la utopía consoladora y de cierto heroísmo de los anarquismos de otrora, la actitud libertaria sigue sin temer a la ruina y afirmando la abolición de la autoridad en nosotros. La anarquía sigue como una obra de destrucción en construcción.

Notas

16. Hans Magnus Enzensberger. O curto verão da anarquia. Buenaventura Durruti y la Guerra Civil Española. Traducción de Márcio Suzuki. São Pau o, Companhia das Letras, 1987., pp.30-32.

17. George Orwell, Homenagem à Catalunha. Traducción al portugués de Fernanda Pinto Rodrigues. Lisboa, Antígona, 2007,  p.245.

18. Hans Magnus Enzensberger, 1987, op.cit., p. 158.

19. Idem, p. 157.

20. Ibidem, p. 150.

21. George Woodcock, História das ideias e movimentos anarquistas. Traducción al portugués de Alice K. Miyashiro, Heitor Ferreira da Costa, José Antônio Arantes y Júlia Tettamanzy. Porto Alegre, L&PM
Editores, v.2, 2002, p.223.

22. Hans Magnus Enzensberger, 1987, op.cit., p.149.

23. Buenaventura Durruti. “Os Anarquistas na Guerra Civil Espanhola – Buenaventura Durruti entrevista Pierre van Paasen” en George Woodcock. Os grandes escritos anarquistas. Traducción al portugués de Júlia Tettamanzi y Betina Becker. Porto Alegre, LP&M Editores, 1981, p. 223.

24. Idem, p. 224.

[Sección final de un articulo más extenso titulado “No temer la ruina: actualidad de la revolución española como práctica libertaria”, que en versión integral es accesible en https://erosion.grupogomezrojas.org/erosion-6-primavera-verano-2016.]


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