jueves, 11 de mayo de 2017

Opinion sobre las recientes elecciones francesas



Humberto Decarli

Acaba de celebrarse los comicios presidenciales en Francia con el triunfo de un outsider, Emmanuel Macron. Derrotó en la segunda vuelta a Marine Le Pen con una ventaja considerable motivado a una radical polarización entre un burocrata de antecedentes grisaceos y rostro telegénico y una militante de la extrema derecha que ha crecido de manera consistente en el país galo y que obligó al balotaje debido a perder por escasamente el tres por ciento en la primera vuelta ante el nuevo presidente.

Mucha gente se ha alegrado por el resultado porque, independientemente de sus criterios neoliberales, al menos no hay un nuevo "brexit" europeo y tampoco existen posturas anti emigrantes como las de su rival. Sin embargo, emergen varias lecturas no cónsonas con una actitud optimista ante la irrupción meteórica de un líder mercadeado con imagen nueva y fresca, pero representante de políticas incapaces de resolver los problemas de la nación de la Comuna.

FRACASO DE LA POLÌTICA TRADICIONAL

La manifestación electoral francesa dio un golpe a la representación de los partidos políticos copantes de la escena desde el término de la segunda guerra. El gaullismo, el partido socialista y el comunista se redujeron a su mínima expresión debido al desgaste histórico provocado por sus conductas estáticas desarrolladas en el devenir contemporáneo.

El sector de izquierda que llegó de cuarto en la primera vuelta, encabezado por Jean Luc Melenchon, quien llamó a no votar en la segunda, es una agrupación quizá con restos de esa siniestra tradicional pero remozada por nuevos grupos.

La izquierda francesa estaba mimetizada con el sistema y realmente no era percibida como un agente de transformación. El partido socialista fue gobierno dos veces con François Mitterrand y no expresó sentimientos de cambio. El partido comunista, el mayor de Europa occidental luego del italiano, tampoco fue una luz de metamorfosis, simplemente una organización sumergida en el más pedestre parlamentarismo y cuando el mayo francés demostró estar de parte del statu quo.

EL ABSTENCIONISMO

La abstención alcanzó a más del veinticinco por ciento, cifra elevadísima en la historia electoral francesa lo cual delata el rechazo de la gente a esta clase de eventos, medulares en la praxis política de la democracia formal presidencialista vigente en Francia.

Este alto nivel de no participantes en el acto comicial aunado a la escogencia de una personalidad de reciente figuración política, joven, fundando una organización para servir de soporte electoral porque no la tenía, vinculado al sector empresarial, partidario de la Unión Europea y con una postura liberal y centrista, configuran un significante para el cartabón de poder galo, necesariamente relacionado con la crisis de la representación.

LA CRISIS DE LA REPRESENTACIÒN

El absolutismo comenzó a declinar cuando el rey Juan Sin Tierras, quien con su despotismo generó una rebelión de los nobles, concluyó en un pacto denominado Carta Magna, no cumplido al principio pero símbolo a la postre de la forma de reducir al autoritarismo y la concentración de poder. Con el tiempo evolucionó con las revoluciones burguesas más adelante enumeradas y el establecimiento de regímenes parlamentarios en muchas naciones de Europa, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, India, Israel y Suráfrica; y presidencialistas como Estados Unidos, Francia y varios países de América Latina.

Estamos presenciando en muchas partes del orbe el agotamiento del proyecto político fundado a partir de la Revolución Gloriosa británica, con base en un valor de la revolución liberal, la representación como mecanismo de solución democrática, antecedida por la francesa, la holandesa y la del parlamento en Inglaterra. Estas fases precedentes generaron al final una panacea para la administración del poder: su fraccionamiento para la búsqueda de equilibrio entre quienes dominan a la sociedad.
Esa erosión ha socavado la institución generada por el proceso creador de la estructura política fundada en elecciones con un mandato otorgado por el pueblo o los ciudadanos, como el argot del poder así los denomina, a un representante quien debe velar por los intereses de sus mandantes pero que la dinámica ha concluido en otra senda diferenciada entre ambos entes vinculados. Esa suerte de cheque en blanco ha eclosionado por la distancia y los objetivos de los gobernantes o parlamentarios producto de un acto comicial, muy distante al de la base.

En muchas partes del mundo han surgido personeros u organizaciones no previstas en el devenir histórico de la política como lo han sido Silvio Berlusconi, actualmente Beppe Grillo en Italia, Abdalá Bucaram en Ecuador, Nicolás Sarkozy y su cónyuge la modelo Carla Bruni en Francia, en Guatemala el cómico televisivo Jimmy Morales, actual presidente; en Filipinas fue presidente el cantante Joseph Estrada y el boxeador Manny Pacquiao senador con mayores aspiraciones, hasta llegar a Donald Trump cuya notoriedad devino por haber sido el dueño y organizador del Miss Universo, una entidad creadora de la degeneración femenina donde solo se resaltan los atributos físicos de la mujer en un contexto racista y dueño de un reality show donde humillaba a los participantes y el venezolano Hugo Chávez, como el mesías militarista justiciero.

PERFIL DEL FUTURO FRANCÈS

Que Marine Le Pen haya obtenido un 21% en la votación inicial, a solo tres puntos de Macron y llegado al 36% en la siguiente, es una señal de alarma por el avance de la xenofobia, el antisemitismo, el chauvinismo y la intolerancia, debido a la caída del modelo representativo. El welfare state o estado del bienestar es una reliquia histórica. Surgió por el peligro de insurrecciones al terminar la segunda guerra y se le otorgó en Europa occidental, y en Francia en especial, muchos derechos a los trabajadores y una eficaz seguridad social.

Ahora, con la vigencia del postcapitalismo, la rentabilidad del capital se elevó pero no así la redistribución de la renta pública y privada. Thomas Piketty, en su conocida obra El capitalismo del siglo veintiuno, analiza agudamente este fenómeno y las conclusiones obtenida es que el nivel de vida de las personas no avanza a pesar de haber mayor producción de bienes y servicios.  El país galo no es la excepción y apreciamos como se ha izado el desempleo y la economía informal, producto de la tecnología y la reingeniería, así como la exclusión social inferida de la estructura de un modelo económico inhumano.

Ante el anterior panorama no es accidental que el fundamentalismo islámico se haya activado en el país de la igualdad y la fraternidad. Hay una colonia francesa de origen árabe y musulmán, objeto de discriminación y racismo y emplea el terrorismo como una senda para su reivindicación.

FRANCIA LA PARADÒJICA

No creemos que Macron tenga un programa eficaz para enfrentar los problemas sociales sino políticas reivindicativas aproximadas para soluciones parciales. Vive en un modelo político, económico y cultural atascado en sus propias contradicciones sin ofrecer respuestas a las vicisitudes del mundo contemporáneo.

La heredera de las Galias ha generado genuinos actos de libertad pero también de opresión. El jacobinismo autoritario devino en el Termidor y el golpe del Directorio, esto es, el radicalismo atrabiliario desembocó en un gobierno de facto y a su vez en Napoleón Bonaparte. La revolución de 1848 y la Comuna de París terminaron en gobiernos retardatarios. Y para culminar, el mayo francés de 1967 dio la campanada libertaria en una nación estancada en la mediocridad del consumo y el hastío. Es la Francia contradictoria oscilante entre el avance y el retroceso. Ciertamente el ganador de las recientes elecciones presidenciales no es un factor de cambio aunque tampoco es un reaccionario extremista. Continuará con el establecimiento mas será el futuro quien determinará la posibilidad de un salto cualitativo social.


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