miércoles, 11 de enero de 2017

Repensando los ejércitos


Anónimo

* Este texto apareció originalmente en una compilación de textos preparada para un encuentro antimilitarista celebrado en Trieste, Italia, en 2009. Esos textos son parte del libro Ejércitos en las calles: Sudamérica, Montevideo, Tutía Ediciones, 2016.

Toda construcción de identidad individual se hace, necesariamente, en oposición a otras identidades. Afirmamos la autopercepción de nuestro ser en tanto podemos diferenciar que existe un afuera, una otredad, con la que interactuamos desde un yo sensible. En este sentido, nuestra conciencia va creando un relato, una narración, de lo que ella misma es y de sus características identitarias, en el largo proceso de interacción con otras.

Si bien esto es cierto como mecanismo natural en la creación de cada identidad individual, también es cierto que su construcción colectiva está atravesada por procesos más complejos ya que todo relato de afirmación identitaria en una colectividad, tiene una intencionalidad específica. Si existió un momento en que los colectivos humanos, gregarios y de manada, se autopercibían en una identidad colectiva producida por la vía de los hechos y sin una intencionalidad que la dirija, el Poder se ha autoproclamado como guardián de un relato que él mismo construye en función de sus intereses, intentando convencer y construir identidades individuales funcionales.

Un Estado es, entre otras cosas, un relato, una violencia narrativa que se impone por la fuerza a un conjunto de individuos que no necesariamente se autoperciben como una colectividad, pero que pasan a serlo por gracia y obra del relato mismo. Esto, desde luego, no es posible sin una ejercitación constante, sin un mecanismo de convencimiento y una violencia física palpable.

A estos efectos, el ejército puede ser entendido como el ámbito de mayor penetración y victoria del Estado y su relato, en la psicología humana. Un soldado ha sido ejercitado, de ahí el origen del término, en el convencimiento y la defensa de una narración particular que el Estado sostiene. Pero no hablamos sólo del relato en lo que tiene que ver a un Estado particular, su historicidad, sus fronteras o “rasgos identitarios”. La psicología del ejército es la psicología de aceptación de la Autoridad hasta sus últimas consecuencias, del no cuestionamiento de las órdenes, del abandono de toda idea de libertad, de mutilación de la espontaneidad en el comportamiento, de humillación y negación del individuo. Un ejercitado por el Poder tendrá el mismo uniforme que todos, se cortará el pelo de la misma manera, caminará con la misma artificialidad que los demás y aceptará la defensa del relato aun cuando eso signifique, sin excepción alguna, la muerte y degradación de la vida en todas sus manifestaciones.

Siendo entonces el ámbito de mayor penetración en la mente de los seres humanos es también, desde luego, la mejor herramienta para llevar adelante la contención y supresión de toda disidencia, de toda individualidad o colectivo que se aparte del relato de modo visible y se proponga combatirlo. Como sabemos, la mente de un soldado bien ejercitado no tiene ningún reparo en matar a aquel que la autoridad le diga que mate, de hecho, para eso ha sido moldeada su nueva identidad.

Así las cosas, es esperable que exista un rechazo instintivo, en el sentido más animal y esencial del término, a la artificialización del comportamiento que el ejercitado ostenta y a los mecanismos a través de los cuales se ha llegado al mismo. Sin planificación alguna, emerge una reacción espontánea y visceral de todo aquel que no ha sido adoctrinado, rechazando al soldado, los marcos simbólicos de lo militar, sus mecanismos organizativos y sus estructuras jerárquicas. Pero, sobre todas las cosas, existe un reconocimiento instantáneo y fulminante de que el soldado ha reprimido, o definitivamente destruido, buena parte de su vitalidad, entendida esta como la energía que guía el comportamiento humano favoreciendo la vida y la libertad.

Por lo dicho, el relato que el Estado impone por la fuerza, necesita de una nueva narración que justifique sus mecanismos y herramientas. Si el Estado debe explicar las razones de la existencia del ejército y de la muerte de la vitalidad en los soldados, es porque debe justificar su propia existencia, lidiando con el rechazo generalizado que él mismo genera.

Los colectivos humanos han tenido enfrentamientos armados de todo tipo desde que existen situaciones de competencia por recursos, pero los mismos fueron llevados adelante por grupos auto organizados que, al cesar el enfrentamiento, se diluían. Resuelto el conflicto, las necesidades de un grupo organizado para el mismo dejaban de existir, haciendo innecesaria su presencia y los individuos que lo habían constituido volvían a sus prácticas habituales, desarticulando las relaciones jerárquicas que se pudieran haber generado. Pero el Estado es una estructura estable producida para garantizar una escasez artificial, una apropiación de recursos y beneficios que un pequeño grupo realiza en relación a la mayoría. La misma no hace más que perpetuar la competencia por recursos con otras colectividades y retroalimenta la necesidad de un grupo especializado que la lleve adelante. Por tal motivo, el Estado, en tanto relato violento, es indisociable de la aparición de los ejércitos en su sentido más esencial y del uso de la violencia física ya no para resolver una situación de escasez, sino para perpetuarla.

La justificación del relato del Poder plantea la necesidad de la Autoridad, estable y burocratizada, y la centralización y concentración de la fuerza en especialistas, como solución a la angustia colectiva que la falta de recursos produce. Pero siendo que el Estado es el causante de esa escasez artificial y el Ejército la herramienta producida para el enfrentamiento por recursos, éste último no tiene otro objetivo más que garantizar que la escasez no se resuelva nunca, ya que su resolución disolvería la razón misma que argumenta la existencia de ambas entidades. De este modo, Estado y Ejército no poseen otro enemigo más que la propia población que pretenden representar o defender y es ella el foco de la violencia que organizan. Dicho de otro modo, el Poder produce un problema y se propone como la única solución al mismo.

Desde luego, la psicología del relato del Poder funda sus bases en el miedo e intenta camuflar cada movimiento buscando un tercero que oficie de enemigo o responsable. La perpetuidad de la angustia colectiva es posible sólo si puede ser manipulada y dirigida hacia el lugar que se quiera, direccionándola constantemente hacia nuevos blancos u objetivos.

Con este conjunto de espejos deformes en el que vernos, la identidad colectiva a la que estamos violentamente invitados a participar no puede más que incentivar todo tipo de miserias individuales. Un individuo que construye su identidad en un colectivo que tiene por elementos de cohesión la angustia crónica, el miedo descontrolado, la escasez perpetua y la constante búsqueda de enemigos; probablemente naturalice la inseguridad y el malestar e intente esconderlos detrás de un orgullo desmedido. Probablemente entienda que la competencia y no la cooperación es el estado natural del ser humano, que siempre desee algo externo como manera de ocultar su angustia y piense en establecer relaciones de poder y control sobre sus semejantes como práctica habitual de vida, siendo celoso, posesivo y cosificador. Viéndose una y mil veces en los siniestros espejos que la sociedad del Poder le acerca, creerá que la Autoridad es necesaria y no encontrará manera de obrar por su cuenta.

Puestos a funcionar de este modo, resulta esperable que los individuos y colectivos humanos pierdan de vista que han naturalizado situaciones y procesos completamente antinaturales. Pero, y con consecuencias mucho más complejas, se ha invisibilizado el hecho de que el orden establecido solamente puede mantenerse en pie profundizando los pilares que lo sostienen.

Debido a que existirá constantemente una fuerza vital que guíe a individuos y colectivos a resolver la escasez y a dar con la causa de la angustia para extinguirla, existirán cada vez más recursos y propuestas de manejo de los mismos. De hecho, los seres humanos nunca produjeron directamente tanto alimento como en el presente. Por tal motivo, el Poder, en su afán de mantener el orden violentamente establecido, deberá concentrar cada vez más los recursos en pocas manos, deberá aumentar el control sobre las poblaciones, reprimirá de manera cada vez más violenta los relatos disidentes y continuará una propaganda cada vez más agresiva y malintencionada, creando la ilusión de que toda su maquinaria es necesaria y que sólo con ella se solucionarán los problemas.

El Estado es, como hemos dicho, un relato y el Ejército, al mismo tiempo, es el ámbito de mayor penetración de ese relato en su dimensión más compleja y el grupo estable especializado que lo sostiene. Si los Estados entienden necesaria la constante presencia de los ejércitos patrullando las ciudades, es porque se les ha encendido una señal de alerta, porque temen que la conflictividad social estalle y no pueda ser encausada. Porque el relato no encuentra otra manera de sostenerse.

Paradójicamente, si la presencia constante y sistemática de los ejércitos en el día a día es naturalizada, la victoria del relato es total y parece estar blindada. Si la vida y el sentido común se militarizan plenamente y sin resistencia, probablemente la vitalidad del ser humano muera definitivamente.

“Ejércitos en las calles” resulta entonces un texto fundamental para visibilizar la frialdad con la que los Estados manejan sus previsiones de conflictividad y constante tensión por el crecimiento demográfico y las catástrofes ambientales que el capitalismo está generando. Una de sus tantas virtudes es la de basarse en textos públicos producidos por la OTAN, por lo que no propone posibles hipótesis que hacemos los que peleamos contra el Poder. Por el contrario, el texto se basa en lo que los Estados dicen explícitamente que están queriendo poner en práctica a los efectos de controlar una situación de creciente tensión.

Europa tiene, en estos momentos, un proceso de marcada desarticulación del conjunto de “coberturas sociales” que han sido denominadas como “Estado de bienestar”. Luego de los procesos posteriores a la segunda guerra mundial y la reconstrucción de las infraestructuras europeas, la política engendró un tipo de discurso que proponía al Estado como garante de determinado conjunto de derechos básicos tales como la cobertura sanitaria, el acceso a la vivienda, la educación universal, el empleo y el consumo como elementos cohesionadores de la sociedad. Con Keynes como representante y productor de una base teórica desde la economía, el Estado de bienestar propone la posible existencia de una economía capitalista en la que el Estado interviene como mecanismo de regulación y dinamización de los derechos sociales, desarrollándolos a la par del crecimiento productivo. Para esto, el discurso político consolidó un concepto que hasta el momento sólo parecía ser una abstracción poco definida: la tercera vía.

Dicho planteo se intentaba proponer como alternativa al binomio capitalismo-socialismo propio de la guerra fría y fue ganando terreno en buena parte de los partidos políticos de masas que accedieron al gobierno. Entendido como una serie de concesiones que el capitalismo debía brindar a la población luego de la brutal guerra que había generado, el Estado de bienestar y su “tercera vía” se proponían reconstruir el respeto y la fe, completamente perdidas, en el Estado y su capacidad de resolver la felicidad humana. Desde luego, dicho proceso vino acompañado de una ola represiva sin excepción a todo relato disidente

Entrado el siglo XXI, los Estados europeos comenzaron un sistemático desmonte de todas y cada una de esas concesiones, demostrando que las mismas sólo podían ser una situación pasajera y no un camino evolutivo de no retorno. El capitalismo nos propone un juego clásico en el que las poblaciones bailan una música siniestra en torno a un conjunto reducido de sillas. Como sabemos, cuando esa música se detiene los participantes se encuentran con el problema de que no hay sillas para todos y que algunos quedan fuera de la zona de confort y concesiones. Si en la primera mitad del siglo XX buena parte de los países latinoamericanos habían generado leyes de contención social, consolidando reivindicaciones de las luchas obreras; era porque Europa estaba siendo devastada por la guerra. Del mismo modo, si se pudo formular la hipótesis del Estado de Bienestar en el primer mundo, fue porque las dictaduras militares y el proyecto neoliberal de la segunda mitad del siglo XX barrieron con Latinoamérica.

Pero a diferencia del juego infantil en el que la música se detiene y solamente falta una silla, en el juego capitalista las sillas son muy pocas y los perdedores muchos más que los que disfrutan del bienestar.

Al mismo tiempo, existe un crecimiento demográfico ininterrumpido en la población mundial, pero particularmente en las zonas más pobres. Dicha situación viene provocando una migración sostenida y creciente que se dirige de las zonas cada vez más arrasadas, hacia las supuestas zonas de confort. Las guerras y ocupaciones que las potencias vienen llevando adelante en los países árabes para continuar la succión de recursos naturales, sumada a la sangría económica, empujan sucesivas oleadas de inmigrantes que intentan llegar al corazón europeo. A ellas se les suman las que huyen de la constante sangría económica en África y América latina, buscando el sueño capitalista del trabajo y la posibilidad de enviar dinero a sus familias.

Si bien esta inmigración ha sido funcional a las economías de Europa, aproximando mano de obra desesperada y barata, la misma no puede ser descontrolada ni aluvional. Por tal motivo Europa ha vuelto a levantar sus trincheras de combate y en los últimos años ha construido al menos 1.200 km de vallados y muros fronterizos. Hay un vallado que cierra toda la frontera de Bulgaria con Turquía, otro que cubre el paso entre Grecia y Macedonia, uno más en toda la frontera de Hungría y Serbia, Hungría y Croacia, Croacia y Eslovenia, Eslovenia y Austria. Todo está vallado para los recién llegados. El mar mediterráneo, otra enorme valla, es cuidado escrupulosamente por navíos militares que disparan primero y luego preguntan. Del mismo modo, existen dos enclaves de ocupación española en territorio marroquí, Ceuta y Melilla, que poseen vallados triples rematados con varias líneas de alambres de púa.

Para el control de fronteras de toda la Unión Europea en el año 2004 se ha creado la agencia Frontex, encargada de gestionar los mecanismos de represión y contención de los flujos migratorios. La misma ha sido la desarrolladora de los nuevos sistemas de patrullaje marítimo y la promotora de los vallados. No conformes aún, en el año 2015 se ha propuesto un proyecto de creación de una Guardia Europea de Control de Fronteras y Costas que tenga un grupo específico de militares no dependientes de ningún Estado particular.

A esto debe sumarse la política de “externalización de fronteras”, mediante la cual la Unión Europea establece acuerdos de cooperación con los países fronterizos no europeos a cambio de una vigilancia más dura de toda la franja fronteriza. De este modo, son los ejércitos y las policías de los países no europeos los que más inmigrantes asesinan, haciendo el trabajo sucio que mancharía la imagen de Europa.

Pero la lógica militar, como bien veremos en “Ejércitos en las calles”, no se limita al control de fronteras, sino que está planificada para el progresivo control y patrullaje de los ejércitos en las ciudades de todos los países de la Unión. La masificación de las ciudades, las muestras y adelantos de su inminente colapso a nivel de sustentabilidad, plantean un futuro de constantes revueltas populares que no podrán ser aplacadas por las policías locales. Al menos Bélgica, Bulgaria, Chipre, España, Italia y Malta; han reconocido que consumen más agua del promedio del proceso de recuperación natural de sus fuentes. Esto quiere decir que año a año sus manantiales se secan irreversiblemente, además de la contaminación creciente. Como complemento, el aire en Roma, Madrid, Milán, Londres o Bruselas; es considerado por la propia Unión Europea como altamente nocivo para la salud y su condición empeora año a año.

Pero con consecuencias mucho más palpables a corto plazo, se evidencia cada vez más que el capitalismo ha reducido sensiblemente el número de posibles ganadores en la carrera por el éxito a la que las poblaciones han sido sometidas y que la frustración y la angustia colectiva sólo pueden crecer.

Ante esto, la apuesta por la militarización no hace más que visibilizar el hecho de que los Estados entienden más rentable, económica y políticamente hablando, la represión que el antiguo Estado de bienestar.

La OTAN es una alianza militar entre Estados que se proponen mecanismos de coordinación y de apoyo en la resolución de problemas por la vía de la guerra. La misma está conformada por la casi totalidad de los países de la unión europea, E.E.U.U, Canadá, Islandia y Turquía; y aun cuando su objetivos declarados son los de la mutua protección ante una agresión extranjera, tiene una larga tradición en intervenciones contra la población civil de sus Estados miembros con objetivos políticos de manipulación de la opinión pública. En particular son destacables los atentados que la misma llevó a cabo en varias ciudades europeas bajo la denominada Operación Gladio. La misma estuvo centrada en la colocación de bombas en espacios públicos de ciudades para luego inculpar a los precursores de relatos de disidencia para estimular la llegada a los gobiernos de partidos de derecha. Son notorios, por su nivel de reconocimiento público y documentación probatoria, los atentados de Piazza Fontana (1969), las Masacres de Peteano (1972), el atentado a la estación de trenes de Bolonia, entre otros.

Pero las coordinaciones entre los ejércitos y los Estados son a nivel mundial y si hablamos de la OTAN y la realidad europea, es porque no está disociada de la latinoamericana. Porque Licio Gelli, agente de la Italia fascista, fue uno de los encargados de organizar la Operación Gladio en Italia, pero también fue directo colaborador de la dictadura argentina y uruguaya. Porque Stefano Delle Chiaie, uno de los implementadores de los atentados en Italia, fue también uno de los organizadores del Plan Cóndor. Porque el relato del Estado es uno y las estrategias para llevarlo adelante se prueban y contagian de Estado a Estado, de ejército a ejército y de propaganda a propaganda.

Los mecanismos de avance de la militarización en las poblaciones no son unidireccionales y deben entenderse como un constante vaivén de experimentos que el Poder va llevando adelante en territorios controlados por diferentes Estados. Varias son las estrategias que fueron diseñadas en Europa y que luego se fueron aplicando en Latinoamérica, pero el sentido inverso es también un flujo muy claro. Argentina, por ejemplo, fue el primer país del mundo en tener un protocolo policial de identificación de población a través de las huellas dactilares ya a fines del siglo XIX, protocolo que fue copiado por todos los países europeos con el avance del siglo XX. Hoy son las policías europeas las que han avanzado en la expedición de documentos de identidad y pasaportes electrónicos que poseen un chip con información personal y detección a distancia; mientras que las latinoamericanas van adoptando el sistema poco a poco. Del mismo modo, muchos de los esquemas de control militar en ciudades, que Europa prevé para el futuro, ya han sido definidos y probados en la periferia de Bogotá o en Río de janeiro.

Nos hemos propuesto reeditar “Ejércitos en las calles” para propiciar esta reflexión y no para pensar que todo lo que sucede en Europa hoy, sucederá mañana en Latinoamérica. Porque nos interesa ver cómo existe un marco de constante intercambio de tecnologías y estrategias para avanzar en la creciente militarización de la vida.

Luego de la creación del terrorismo como el nuevo enemigo interno a vencer, todos los Estados se encuentran reformulando sus marcos legales para que el Estado de excepción se convierta en la regla. Sucede esto en la Francia de hoy, luego de los recientes atentados, así como sucedió en EE.UU luego de la caída de las Torres Gemelas o en Londres y sus atentados en estaciones de metro.

Al mismo tiempo, cualquier situación particular ha servido para declarar la excepcionalidad. Sirvió de excusa el terremoto de L`aquila, en Italia en 2009, para que los ejércitos tomaran el control del territorio y de la población. Estuvieron también en Nueva Orleans, luego del huracán katrina. En indonesia después del tsunami. Pero también fueron llamados a tomar las calles en Brasil en el último campeonato de fútbol.

Como mecanismo de trabajo analítico, nos hemos propuesto incluir el texto original y agregar análisis específicos sobre la militarización en la Latinoamérica de los gobiernos progresistas, para centrarnos luego en el caso del Mundial de Brasil 2014 y su uso para militarizar aún más la vida.

El Estado, ese relato que busca dar un nuevo paso en la calle y en nuestras mentes; debe ser enfrentado en esa doble realidad también. Reflexionando y reconstruyendo nuestra identidad individual y colectiva, pero también resistiéndolo en la calle. Desnaturalizar la presencia de los ejércitos en las calles, continuar vivo un sentido común que deteste a los soldados, es sólo una primera parte de un proyecto más amplio, el de avanzar nosotros en la destrucción del Poder.

[Tomado de https://periodicoanarquia.wordpress.com/2016/11/28/nuevo-libro-ejercitos-en-las-calles-sudamerica/#more-13304.]

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