domingo, 22 de enero de 2017

Argentina; El capital o la tierra



Boletín La Oveja Negra

Desde 2004 se realizan en las sierras de Famatina —norte de La Rioja— investigaciones por parte de la Barrick Gold Corporation buscando diversos minerales, en especial oro. La respuesta de los pobladores comienza en ese mismo momento, acusando a la empresa de liberar, mediante explosiones mineras, metales pesados como arsénico y plomo, entre otros, que afectan negativamente al ecosistema para siempre. Estos metales pesados quedarían depositados en diques contaminando el agua aún después de cerrada la mina.

A mediados de 2011 la empresa Osisko adquirió el desarrollo del Proyecto Famatina. Este proyecto cubre 40 km cuadrados de una zona rica en oro, con una reserva probada de 8.97 millones de onzas. Poco importa si estas empresas son de Canadá, Argentina u otro país, la naturaleza no tiene fronteras, y la clase dominante que destruye el planeta tampoco. Si se queda el dinero en el país o “se lo llevan”, poco cambian nuestras vidas de trabajadores o desocupados. Nosotros tampoco tenemos patria; los explotados, oprimidos y contaminados de todo el mundo son nuestros hermanos, y los responsables de este sistema mundial, vengan de donde vengan o vayan a donde vayan, son un obstáculo para una vida que puede ser mejor, aunque nos digan que todos somos “ciudadanos” o “argentinos”.

Al grito de «El Famatina no se toca» y de «Agua sí, oro no», una gran cantidad de personas organizadas en asambleas, vienen realizando un corte permanente en el camino de entrada de la mina La Mejicana en el cordón montañoso de Famatina, para bloquear la entrada de la empresa Osisko, impidiendo el comienzo de las operaciones de exploración.

«En la figura que se llama oxímoron, se aplica a una palabra un epíteto que parece contradecirse; así los gnósticos hablaban de una luz oscura; los alquimistas, de un sol negro» manifestaba Jorge Luis Borges en El Zahir. A los oximorones presentados por Borges podríamos agregarle «capitalismo sustentable» o «inteligencia militar». Quedémonos con el primero. La producción capitalista es intrínsecamente depredatoria con el medio en que se desarrolla. Desde la génesis misma de este sistema perverso, la explotación de elementos naturales tenidos en cuenta como meros recursos (carbón, caucho, petróleo entre los primeros) es una constante que arrasa la biodiversidad por doquier.

Desde hace alrededor de 30 años surgieron las primeras voces alertando sobre la vía hacia al colapso que significaba la continuidad del capital; pacifistas, liberación animal, movimiento antinuclear, ecologistas en general, dieron el primer paso para una problemática que pronto tuvo que integrar la discusión revolucionaria. Si hace 30 años se decía que el mundo y su diversidad natural y cultural iban camino hacia a la destrucción, hoy ya la estamos viviendo.

En la región argentina, como país casi exclusivamente agroexportador, la modificación de biomas ha sido constante desde finales del siglo XIX. La región pampeana ha sido modificada en más de un 90% como causa de la explotación agropecuaria. Desde los años del menemismo, la introducción tecnócrata al agro argentino llevó además a un nuevo monopolio sobre la tierra, esta vez no solo en manos de familias oligárquicas sino también con grupos económicos multinacionales como Monsanto o Dreyfuss, imponiendo el cultivo de soja transgénica donde estas empresas proveen desde la semilla al glifosato, que envenena tanto a yuyos indeseables como a millones de seres humanos que mueren de cáncer en la región argentina. Desde hace alrededor de diez años, además de la región pampeana, se incluyó la zona del monte santiagueño y la selva de las Yungas en el Chaco Salteño al proceso de sojización, arrasando millones de hectáreas de selva de una de las regiones con mayor biodiversidad de Sudamérica, además de expulsar a campesinos, criollos e indígenas, que practican —o más bien practicaban— una explotación agraria a pequeña escala y sin perjudicar de manera significante el medio natural. En toda la región sojera son vertidos por año 200 millones de litros de glifosato.

Los montes y selvas del Litoral tampoco se han salvado. La provincia de Santa Fe perdió más de 100.000 hectáreas de sus bosques en los últimos quince años, aumentando la cantidad de casos de cáncer en sus habitantes a unos niveles alarmantes. La provincia de Misiones de la mano de la explotación maderera, en muchos casos ilegal, perdió casi el 50% de su selva lluviosa. Esto, en consecuencia, hizo crecer los cordones de pobreza de la región metropolitana, donde los habitantes viven de la dádiva estatal, de la prostitución o del cirujeo, acrecentando la marginalidad que, como si fuera poco, luego es reprimida.

En la región peruana, desde 2009 cientos de miles de personas enfrentan la explotación de la Amazonia, y por su condición de explotados indígenas son tratados por su presidente de «ociosos que piensan llevarnos a la irracionalidad y al retraso primitivo», es decir, lo mismo que dicen los burgueses de todo el mundo cuando el proletariado defiende la vida contra el avance capitalista. Pareciera que hay que progresar a toda costa, aunque nuestra vida se vaya en ello. Así y todo actualmente en todo el cordón cordillerano que va de Neuquén hasta Jujuy se han levantado miles de personas en contra de la megaminería. Pocas veces es tan patente el antagonismo extremo entre el Capital y la vida.

La obsecuencia oficialista que puso el grito en el cielo por las papeleras en Gualeguaychú ahora sale a justificar el genocidio por envenenamiento que su gobierno quiere llevar adelante. La oposición, que hace la vista gorda con situaciones iguales de graves en otras partes, toma la bandera de Famatina. La miseria del progresismo y la izquierda propone la nacionalización de las mineras, o en el mejor de los casos la “gestión obrera”. Parecen no entender que el envenenamiento y la destrucción ambiental provocada por el capitalismo continuarán por más que icen el trapo celeste y blanco todos los días o las montañas sean reducidas a polvo “bajo control obrero”.

Cada fracción burguesa intenta competir en función de su interés particular, pero para nosotros se trata de la calidad de vida en este planeta. La lucha antiminera es una lucha legítima contra el Capital, y si no se deja seducir con recuperaciones o reformas, se profundizará siendo la negación a todas sus formas. La llamada megaminería y demás desastres naturales motivados por la codicia y el progreso capitalista no son anomalías o hechos aislados, son la vía correcta que toma la ganancia sobre la vida.

No es no. Es la lucha por vivir.

[Texto extraido del volumen Boletín La Oveja Negra. Selección de Textos, Rosario, Lazo Negro, 2015. El libro completo es accesible en http://www.mediafire.com/file/8vxhbtx2d1cxq7a/librolaovejanegra2015%282%29.pdf.]


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