jueves, 19 de enero de 2017

Anarquía y revolución en los siglos XX y XXI


Octavio Alberola

* Este post incluye la Introducción y la sección final de la ponencia de igual título que el autor presentó ante el I Congreso Internacional de Investigadorxs sobre el Anarquismo, Buenos Aires, octubre 2016.

Mi ponencia, para este Primer Congreso Internacional de Investigadores sobre anarquismo, tiene por objetivo contribuir a la “relectura histórica” del “itinerario ideológico” de la anarquía y la revolución en el siglo XX y XXI, a partir de mis reflexiones e interrogaciones elaboradas en el curso de casi setenta años de militantismo y de activismo anarquistas. Un militantismo y un activismo cuyo eje central fue, desde finales de los años cuarenta del pasado siglo hasta 1975, la lucha antifranquista[1], y, a partir de la muerte de Franco, más centrados en los debates y luchas por un mundo sin dominación ni explotación de finales del siglo XX y de lo que va del siglo XXI.

Un periodo de la historia, de casi tres cuartos de siglo, durante el cual se produjeron acontecimientos políticos y sociales que modificaron la faz del mundo y resultaron decisivos para conducir la humanidad a la situación actual. Tanto en su aspecto esperanzador como en el de confusión y desesperanza frente a un devenir cada vez más amenazador e incierto. Una situación inédita en la historia, por ser la primera vez que el paradigma emancipador, la revolución, ha dejado de ser el motor del progreso material y social de las masas explotadas, que parecen no soñar más de un mundo de libertad y justicia para todos. Ese mundo, encarnado en la palabra anarquía (¡hasta para los marxistas!), que hoy parece inalcanzable, utópico, una quimera pese a ser cada vez más necesario y vital: tanto para poner fin a la creciente desigualdad económica y política como para impedir la destrucción del planeta y la extinción de la especie humana.

Es pues lógico que, incluso los investigadores, nos sintamos interpelados por una situación tan grave y paradójica como la actual y que intentemos hacer todo lo posible por identificar las lógicas simbólicas, morales y pragmáticas que, ocultas o visibles, han condicionado los comportamientos humanos en los movimientos políticos y sociales que la han provocado. No solo por interés científico sino también para poder salir de esta situación y recuperar la esperanza en un mañana más prometedor. Una “salida” que exige comprender previamente por qué conseguirla y hasta soñarla parece hoy imposible . Una imposibilidad todavía mayor si se persiste en seguir los caminos seguidos por los marxistas y los anarquistas desde los tiempos de la Primera Internacional; puesto que, nos guste o no, estamos obligado a admitir que esos caminos se han vuelto obsoletos para conseguir la emancipación o, por lo menos, impracticables hoy[2].

¿Cómo negarlo? ¿Cómo negar que, sea por lo que sea y duela o no, los hechos siguen confirmando tal imposibilidad a partir de esos caminos? Lo reconozcamos o no, la historia muestra que la revolución, tal como ha sido concebida por estas dos corrientes emancipadoras, no ha conducido y no parece conducir a la emancipación. ¡Inclusive cuando se ha puesto fin al poder político de la clase capitalista! No solo porque el poder revolucionario, preconizado por los marxistas, se vuelve Poder y el Estado no desaparece, sino también porque el movimiento revolucionario anarquista, pese a denunciar el Poder y el Estado, no evita la resurgencia de tendencias y praxis autoritarias centralistas en su seno.

No es solo pues la impotencia del pensamiento emancipador a poner fin a la explotación y la dominación lo que interpela, lo más grave y paradójico es que pueda pervertirse, que no sea una garantía absoluta de la coherencia del ideal con su praxis. De ahí la importancia, para los anarquistas, de ser conscientes de tal paradoja. No solo se produce esta involución autoritaria cada vez que se pretende conquistar el Poder en nombre de los trabajadores sino también cuando el objetivo del movimiento revolucionario es destruir el Poder -como comenzó a producirse durante la breve experiencia revolucionaria anarquista española de 1936-1937.

En realidad, el problema no es tanto poner fin a lo viejo sino impedir que lo viejo reaparezca en lo nuevo. Por lo menos, como se ha visto, mientras las conciencias de los revolucionarios sigan colonizadas por el deseo consumista capitalista y el movimiento revolucionario siga basando la emancipación en el progreso sin fin del consumo -individual y colectivo- en un planeta que no es infinito. De ahí la necesidad y urgencia para los revolucionarios antiautoritarios de analizar el por qué de tal fracaso y de plantearse seriamente la cuestión de abandonar o reinventar la revolución.

Es pues por esto que, si el objetivo del Congreso es ampliar y profundizar el conocimiento sobre lo que fue, lo que es hoy y puede ser mañana el anarquismo, pueden ser útiles las investigaciones y reflexiones centradas esta cuestión/dilema y en cómo ha sido planteada en los medios anarquistas. No solo por ser decisivo un tal cuestionamiento para que el anarquismo sea una propuesta emancipadora, auténticamente acorde con el derecho de todos y todas a la libertad y a un bienestar sostenible, sino también para que el anarquismo vuelva a ser lo que fue en el pasado: el camino más coherente y eficaz hacia la emancipación.

Mi contribución/investigación[3] intenta ser una contextualización del por qué y el cómo se plantea hoy esta cuestión/dilema a los anarquistas, y me ha parecido pertinente presentarla aquí por considerar que, el devenir del anarquismo en momentos tan inciertos y convulsos, es un sujeto de gran interés también para los demás participantes de este Congreso. Pues, aunque pueda parecer poco pertinente plantear tal cuestionamiento en el ámbito académico, por considerar justificadas las reservas de David Graeber sobre “las limitaciones que la Academia impone al desarrollo de una práctica intelectual que no respete el ‘arriba-abajo’ realmente”[4], me parece legítimo esperar que este Congreso escape a las reservas expresadas por Graeber y sea un ámbito de reflexión abierta y comprometida con las luchas por un mundo de justicia y paz y por un mundo sostenible.

Dicho lo anterior, y dado el embrollo semántico existente hoy sobre algunos términos “conflictivos”, me ha parecido necesario -para evitar falsas interpretaciones- terminar esta introducción precisando el sentido que éstos tienen en mi texto. Comenzando por la palabra poder, que solo cuando cumpla la función de verbo no significará dominación de unos sobre otros. Siguiendo con la palabra autoridad, que solo se utilizará para significar dominación, imposición del que la ejerce sobre los demás. Y la palabra revolución que tendrá (como idea y praxis) el significado de proceso de transformación (pacífica o violenta) de la sociedad capitalista en una comunidad sin explotación ni dominación, en la que la libertad es común. Por ello estos términos irán con mayúsculas cuando sea necesario enfatizar su institucionalización e inscripción en las entrañas de la dominación.

   . . .

Conclusión provisional

Tras todo lo expuesto, que no tiene otra pretensión que la de ser un conjunto de reflexiones y cuestionamientos sobre lo que han sido el anarquismo o anarquía y la revolución en el siglo XX y en lo que va del siglo XXI, así como sobre lo que me parece deberían ser en lo que aún queda por andar de este siglo, no tendría sentido pretender sacar conclusiones definitivas. No obstante, me parece pertinente terminar mi contribución -a título de “conclusión provisional”- con estas consideraciones a tener presente hoy:

La primera es que, a pesar de haber sido el siglo XX un siglo de revoluciones que cambiaron la faz del mundo, el utensilio político que ellas eran ya no es utilizable para proseguir la lucha por la emancipación. Tanto la social como la humana. La propia palabra revolución ha perdido su poder seductor y es, además, inaplicable en los tiempos actuales. Razón por la cual se plantea, en todos los ámbitos del movimiento emancipador, el dilema de abandonarla o reinventarla para poder seguir luchando por el ideal emancipador. No cabe duda pues que este “gran cataclismo”[7] político y social es el resultado -en gran parte- de los “errores conceptuales y de gestión” de la izquierda en el siglo XX. Tanto de “la izquierda comunista como de la socialdemócrata”. De la comunista, “porque nunca confió en el pueblo y levantó muros para que éste no se fuera”, además de “encarcelar a los disidentes y no permitir que el pueblo actualizara –ni siquiera a través de procesos electorales- su opinión sobre lo que estaba ocurriendo”. De la socialdemócrata, “porque, al convertirse en una mera gestora del sistema, terminó por mimetizarse con él”. Errores “de gestión” que, en el caso de los comunistas, “ienen que ver con sus presupuestos fundamentales: “la estatización de los medios de producción, la idea de una vanguardia y de un partido único, la idea de un pensamiento político articulado sobre las necesidades de ese partido, el que el fin justifica los medios y la posibilidad de intercambiar libertad por justicia”. Todo lo relacionado con el paternalismo del Estado, que ya nadie se atreve a sostener y que, “junto a la gestión social demócrata, generaron una delegación de la política que dejó sin herramientas suficientes a esta izquierda, como para poder construir una superación de este sistema, el capitalismo, que es un sistema intrínsecamente perverso”.

La segunda es que estos “errores” han sido decisivos para la sustitución de los valores comunitarios por los valores individualistas capitalistas y eso es una rémora para el “pensamiento nuevo del cambio”: tanto del político como del social. Un “cambio” que, no lo es y no puede serlo porque, además de no potenciar y ni siquiera hablar de la emancipación, tampoco integra las exigencias ecológicas. Exigencias absolutamente necesarias, vitales para la preservación de la naturaleza y la continuidad de la especie humana. Una preservación amenazada de más en más por el sistema capitalista. Sistema que el “pensamiento nuevo del cambio” ni siquiera cuestiona, a pesar de considerarlo “perverso”.

Y la tercera, que es el corolario de las dos primeras, es la necesidad y urgencia, para los anarquistas, de seguir alertando sobre las causas del “gran cataclismo” que nos ha conducido a la gravísima situación en la que nos encontramos hoy. No solo porque urge concientizar a la gente sobre esta amenaza sino también sobre la necesidad de conciliar justicia distributiva y desarrollo sostenible para evitar que ella se cumpla. Pues tal es hoy la disyuntiva para todos los humanos: contribuir decididamente a esta concientización y responsabilización colectiva o resignarse a esperar inconscientemente la catástrofe anunciada. Una concientización que no solo es condición para la supervivencia y no revivir las peores pesadillas del pasado sino también para poder realizar la transmisión de inquietudes y aspiraciones emancipadoras a las nuevas generaciones.

Que tal sea hoy la principal tarea para los anarquistas no me parece discutible y, aún menos, por ser de más en más evidente la cínica incoherencia de los “nuevos” promotores del “cambio” con su fe en “cambiar desde dentro” el Estado. Pues, a pesar de reconocer las causas del “gran cataclismo” y de que, “como lo dijo Rousseau, la condición representativa del Estado es parte del problema”, puesto que “siempre unos pocos representan al conjunto, el pueblo”, siguen vendiendo la ilusión del “cambio” a través de sus Instituciones. Una cínica incoherencia o más bien cínica demagogia, puesto que, para atrapar votantes de “sensibilidad libertaria”, reconocen de tanto en tanto que la “condición representativa siempre deja fuera al conjunto” y cuando se está en el Estado “se representa lo que no está presente”, por lo que “llamar democracia a un sistema donde el pueblo no está presente es un exceso verbal”. Cómo no considerar urgente denunciar tan cínica demagogia si, a pesar de reconocer que el Estado es “una máquina perfecta de construir obediencia”, que está “construido sobre el esquema del Ejército y de la Iglesia” y “no esta pensado para gestionar las grandes masas si no es a través de la obediencia”, se sigue incitando a la gente a votar para que gobiernen los del “cambio”...

Denunciar esta “nueva” cínica demagogia y contribuir a la concienciación de la gente ante la amenaza ecocida es el desafío para los anarquistas hoy. Pues solo una tal concienciación puede despertar el instinto de conservación y provocar una reacción de autoestima y dignidad, para no soportar más la historia que hoy soportamos tan irresponsablemente. Y, si los viejos no somos capaces de asumirlo consecuentemente, contribuyamos a que brote la sorda cólera de la juventud exasperada ante la inconciencia suicida de las generaciones que la han precedido. Generaciones incapaces de evitar la regresión social y la continuidad de la destrucción medioambiental; pero satisfechas de seguir participando infantilmente en la gesticulación política que las ha permitido, que las ha hecho posible.

Desde hace tiempo, generación tras generación, todo va de mal en peor, y la juventud actual, esos millones de jóvenes, que han participado en las llamadas “primaveras” que han sacudido el mundo últimamente, lo saben. Saben cuál será su futuro si las generaciones que les preceden se empeñan en no dejarles decidir por si mismos. Esas generaciones preocupadas solo de guardar sus situaciones y poltronas, en este universo en el que los bienes están acaparados por una minoría de ancianos, y en el que el dinero es el Dios, que “trabaja” para sí mismo, sobre sí mismo, en circuito cerrado. Pues, a pesar de que la innovación tecnológica podría conducir a una economía participativa y solidaria, los Nuevos Amos del mundo, borrachos de su omnipotencia, siguen empeñados en servirse de ella para conducirnos al peor de los capitalismos, al ultraliberalismo más feroz y al despotismo tecnológico.

Esos millones de jóvenes saben todo esto, y de ahí que su cólera, por el momento retenida, no cese de crecer sordamente en todos los rincones del planeta -aunque, como lo hemos visto, estalle de tanto en tanto en un país o en otro. Por lo que es previsible que un día no muy lejano estallé simultáneamente por todas partes; pues, en cada consciencia “joven” hay hoy la convicción de que no hay otra vía que la de expresar activamente esta exasperación. Además de saber también que la historia se seguirá escribiendo día a día con lo que hacemos o no hacemos, que nunca podremos saber lo que ella será antes de vivirla y que, como se ha visto en el pasado, su pudo cambiar su curso y lo que parecía imposible fue posible después por la obstinación de los hombres en no darse jamás por vencidos.

Notas

[1] Descrita en el libro de Octavio Alberola y Ariane Gransac, El anarquismo español y la acción revolucionaria, 1961-1974, París, Ruedo Ibérico, 1975, reeditado en Barcelona, VIRUS editorial, 2004.

[2] Tema de mi tesis doctoral iniciada a finales de los años setenta en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, que tenía por título: “Aproche contrastive du Mouvement Ouvrier Espagnol: CGT-CNT”.

[3] Hecha a partir de lo abordado en mi libro LA RÉVOLUTION – Entre hasard et nécessité, con prólogo de Tomás Ibáñez , en curso de edición en Lyon (Francia) por el Atelier de Création Libertaire.

[4] En el libro colectivo Contemporary Anarchist Studies: An intructory anthology of anarchy in the academy, capítulo 10 : Anarchism, academy and the avanti-garde. Editado por el grupo editorial Routledge – Tylor and Francis Group, 2009.

[El texto completo de la ponencia es accesible en http://congresoanarquismo.cedinci.org/wp-content/uploads/2017/01/actas-final-congreso-anarquismo.pdf.]

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