lunes, 26 de diciembre de 2016

Los filibusteros del 1600: la libertad a toda vela



Nelson Méndez

[Nota previa del autor: Revisando materiales de archivo encontré este antiguo post, que se publicó en junio de 2000 en http://www.analitica.com/bitblio/nelson_mendez/filibusteros.asp. Como ya no está disponible en Internet esa vieja dirección y entendiendo que el texto aún puede tener interés para la curiosidad lectora, aquí se difunde nuevamente.]

En el siglo XVII, el poderío ibérico en América, y especialmente en el Caribe, tuvo un gran enemigo que no fue Francia, Inglaterra u Holanda sino la Cofradía de los Hermanos de la Costa, compuesta por hombres de muy diverso origen y nacionalidad a quienes se conocerá como «filibusteros» —del holandés vrij bouiter, ‘el que va a capturar botín’—, que en inglés será freebooter y en francés filibustier.

Para España se trata de bandidos y piratas, para las naciones adversarias del poder peninsular son bandidos... o aliados. Esos calificativos no preocupan a los filibusteros mismos, por esencia libertarios "avant la lettre" a quienes nada importa como no sea su condición de hombres libres, en el mar que es la libertad y agrupados en la Cofradía, que será un peculiar ensayo de sociedad anarquista. Pero alguna vez hay que bajar a tierra, y debe ser en lugar seguro. Ese lugar será la isla de La Tortuga.

Siendo muy inciertos o inexistentes los registros sobre el origen de la hermandad, lo más probable es que deba buscarse entre los llamados bucaneros. En el norte de la isla de La Española (hoy Santo Domingo), explorada y ocupada desde los tiempos de Colón pero con poco valor e interés para los españoles, fueron a tener desde fines del s. XVI numerosos aventureros, esclavos blancos y negros fugitivos, prisioneros huidos, que aprendieron de los indios arawacos a preparar el «bucán», la carne ahumada de jabalí y otros animales que cazan en la boscosa región. El negocio de estos bucaneros es comerciar carne ahumada y frutos varios con los barcos en travesía. Pero en 1620 los españoles les atacan para hacerse de ese comercio y desarticular a ese núcleo extranjero y no católico. La derrota es fácil, pero no su captura. Un gran número cruza el canal que separa a La Española de la vecina isla de La Tortuga y se refugian allí, donde fijan residencia permanente, volviendo a la isla mayor a cazar, pero no a quedarse. El ataque trajo otra consecuencia: la necesidad de defenderse en conjunto y organizarse. Así nace la Cofradía de los Hermanos de la Costa después de 1620 y sobrevivirá hasta 1700.

¿Cómo se organizaron? ¿Qué discusiones hubo? ¿Por qué ese nombre? Nada hay escrito aunque no eran todos analfabetos y hubo hombres ilustrados, incluso nobles, pero que como los otros, al pisar la isla era nada más, y nada menos, que un «hermano». Lo que nos ha llegado son ecos de una tradición oral de esta fraternidad, que vivía en libertad separada apenas por un brazo de mar de la sociedad que los expulso, o de la que alejaron voluntariamente. Escuchemos esos ecos.

«Sin prejuicios de nacionalidad ni de religión». No se es francés o inglés, católico o protestante, se es un hombre al que se critica o elogia como individuo. El primer registro de una división de ingleses contra franceses, en 1689, señala ya el fin de la Cofradía. Tampoco crearon un idioma común o una nacionalidad nueva, nadie trató de imponer nada al otro.

«No hay propiedad individual». No se refiere al botín sino a la tierra. Nunca hubo lotes ni en La Tortuga ni en las zonas de caza. Tampoco los barcos eran propiedad individual y el capitán que llegaba a la isla con uno, perdía sus derechos sobre él. Cualquiera que preparase una expedición podía utilizarlo.

«No hay la menor injerencia sobre la libertad individual». No hay actividades obligatorias, ni prestaciones forzadas, ni impuestos, ni presupuesto general. No hay código penal y las querellas se resuelven de hombre a hombre. Nadie está obligado a combatir, se participa en las expediciones voluntariamente y voluntariamente se las deja; por esto no ocurre ni hostigamiento ni venganza. No hay ningún registro de persecución contra el hermano que abandone el filibusterismo.

«No se admiten mujeres». Se refiere a las europeas y ninguna podía desembarcar en la isla. No así las mujeres negras o indígenas. Cuando el agente oficial francés D’Ogeron intenta, en 1667, convertir La Tortuga en colonia de su país, utiliza no la fuerza sino el quebrantamiento de esa norma. Trae 100 mujeres blancas, que pese a ser «rameras sacadas de la cárcel, pelanduscas recogidas en el arroyo, vagas sin vergüenza», se ubican fácilmente entre los hombres del lugar. Se forman parejas, sin casamiento, en las que la mujer no es la esclava sino la compañera, pudiendo reclamar la ruptura de la unión en caso de maltrato. Pero no obstante se iniciara allí el aburguesamiento de los filibusteros, y junto con la ropa zurcida y los niños aparecerán el adulterio, las intrigas y rencillas vecinales.

En toda constitución hay derechos y deberes. En la Cofradía las normas antes descritas no señalan ningún deber para con la comunidad que no se preocupa de proteger a los débiles. De lo único que se protege es de la tiranía y la mejor manera de hacerlo es fortaleciendo la importancia de cada individuo. Son los derechos de cada uno los que garantizan la libertad, y cuanto más numerosos y más fuertes los miembros, mejor será la garantía de subsistencia y de equilibrio para el conjunto. Para esta hermandad las necesidades militares son imperiosas y obligan a designar jefes para el combate. Pero se trata solo de un cargo militar, determinado por elección y revocable en cualquier momento. El Gobernador, que así se llamará, deja sus funciones cuando la contingencia bélica es superada. Recuérdese que faltan más de 150 años para la independencia de los Estados Unidos y para la Revolución Francesa, pero en La Tortuga ya hay elecciones. Mientras mantenga este consenso, el gobernador —como el capitán de un navío— tiene una autoridad indiscutida. También había un Consejo de Ancianos, formado por los más veteranos, quienes velaban por la pureza del espíritu libertario de la Cofradía, especialmente vigilando las condiciones de ingreso de nuevos miembros a través de un noviciado sui generis llamado "matelotage", donde el aspirante debía compenetrarse con el espíritu y la conducta de la fraternidad o ser rechazado.

La consolidación del capitalismo y de nuevos poderes imperiales europeos en el Caribe acabó con la extraordinaria experiencia de los Hermanos de la Costa. El filibustero se hizo «corsario», agente de potencias europeas con patente de corso para asaltar enemigos de esos Estados. Otros cayeron en un mero bandidaje naval que perdió todo matiz anarquizante. Pero la leyenda nunca olvidará esa inédita aventura de libertad que navegó a pleno sol de las Antillas.


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