martes, 9 de diciembre de 2014

Poesía: Extraño Fluido


Grupo Surrealista de Madrid

El Grupo Surrealista de Madrid, editor de la revista Salamandra y activista en favor de otra vida, habla de eso que, como un rumor sordo, un aliento o un escalofrío, recorre la materia para producir, a veces, una afortunada revelación, un deslumbramiento feliz. Hablamos, claro, del enigma que se expone y de la respuesta que se fragmenta. Dicho de otro modo, lector, y para tu tranquilidad: más allá del poema, POESíA.

Para cumplir con tal propósito, he aquí esta selección de respuestas a la primera pregunta de una reciente encuesta sobre la poesía del Grupo Surrealista de Madrid. Intervenciones de: Eugenio Castro, Manuel Crespo, Javier Gálvez, Jesús García Rodríguez, Vicente Gutiérrez Escudero, Julio Monteverde, Noé Ortega, Antonio Ramírez y Jose Manuel Rojo.

- ¿Cómo se manifiesta en usted la poesía, es decir, cómo la experimenta y cómo la vive?

La poesía no es únicamente el poema escrito, sino todo aquello referido a la vida cotidiana capaz de instaurar en su flujo monocorde un sobresalto por el cual es posible considerar la existencia como sorprendente y extraña, como un don singular que debemos apurar hasta el fondo. La poesía, entendida como poiesis, creación de mundo y sensibilización de lo que nos rodea, proporciona una vivencia inmediata, no intelectual sino anímica, desorientadora y por eso mismo, amplia (M. C.).

La experiencia poética es, por el hecho de ser algo que tiene lugar en la subjetividad, intransferible. En el momento en que se produce un hallazgo, yo lo experimento como una irrupción de lo enigmático en mí, que deriva en lo que percibo como un verdadero desbordamiento en mi interior (N. O.).

La poesía puede darse en cualquier parte y de mil modos diferentes (J. M.).

He aquí unos buenos ejemplos de poesía en la vida cotidiana: en 1953 André Breton es acusado de degradación de monumento histórico por haber frotado con el dedo una pintura rupestre en la gruta de Cabrerets, tal vez con la misma voluptuosidad con que hubiera acariciado una vulva femenina; el 8 de octubre de 1996, la casa okupada de la calle Lavapiés de Madrid, fue desalojada por la policía. Algunos de los okupas que se resistían a salir, con ayuda de unas máscaras blancas, se disfrazaron de fantasmas y accedieron a los tejados, mientras los policías registraban las habitaciones de la casa, ya vacía; el 5 de febrero de 1998, Bill Gates recibía los impactos certeros de cuatro tartas lanzadas por la Banda de los Tartazos, liderada por Noel Godin; en Las Vegas, Nevada, un estadounidense de 46 años atraca unas oficinas del Banco de América. Al salir a la calle, se detiene en las puertas del edificio y empieza a reír a carcajada limpia, mientras se pone a repartir billetes de 100 dólares entre los transeúntes (V. G. E.).

Si el hecho de vivir en el mundo cotidiano supone una cadena de rutinas que permiten que la vida social sea, la poesía como experiencia introduce una ruptura insensata, en el sentido de que rompe una norma o ley que hay que mantener, se supone, incólume (J. G.).

Allí donde el hombre se libera en la libertad alcanzando el placer que desea (placer que se puede concretar en el humor, en la belleza, en el lirismo, en el amor, en el conocimiento, en la revuelta etc.), allí reside, para mí, la poesía. Y el intermediario entre estos dos polos, el camino que lleva de uno a otro, no es otro que la imaginación. Por tanto, la poesía es también una lucha, un proceso activo de tránsito hacia un estado ausente pero, de una forma u otra, ya intuido como posible (J. M.).

La poesía es el proceso que lleva a la autoconsciencia de la libertad inalienable a todo ser humano, la libertad que es núcleo de todo ser humano, que se manifiesta en ese momento en que se siente libre no como proyecto o deseo, sino como realidad concreta y vivida, por mucho que las circunstancias evidentes lo nieguen. Así pues, la poesía nos planta en la cara la consciencia de nuestra libertad intrínseca al hecho de existir, pero a la vez nos hace ver cuánto acallamos esta libertad, cuánto nos amoldamos a las circunstancias que nos invitan a acallarla (A. R.).

En esta libertad primordial concibo mi relación real con la poesía, un real que no tiene por qué someterse al dictado de lo social ni obedecer a sus prerrogativas, a lo que llega a desbordar porque la poesía se rebela y se condensa como la violencia original que es, desplegando su sombra profunda y larga por la que cae cualquier interés en consumirla: como el amor, la poesía no se consume sino que se consuma como vida intemporal y asocial, ya que atraviesa todas las épocas y acarrea en su discurrir un ser en presente que se vivifica al contacto con el mundo incógnito en el que de nuevo adviene, sobre el que siembra el germen fecundo de su actualización (E. C.).

También en lo que a la poesía se refiere, todas las causas perdidas vuelven a resurgir para plantar batalla una vez más en el campo abierto de su propio olvido. Y entre los soñadores del pasado y los soñadores del futuro, se extiende el mismo sueño siempre interrumpido y siempre renaciente (J. M. R.).

El potencial pragmático de la poesía es nulo, pero su potencial utópico es inmenso. Hasta ahora, en nuestra sociedad, el paso de lo utópico a lo pragmático ha sido imposible, y se ha visto truncado en miles de ocasiones. Queda por ver si es posible o no, y cómo, un momento de la historia en que lo utópico y lo pragmático se ensamblen, o se den juntos en las ideas y en la vida de un grupo humano determinado. Si se llega a ese punto, el potencial transformador de la poesía es gigantesco. En el momento en que la esfera de lo pragmático llegue a ser impregnada por la poesía, su función será transformar la vida (J. G. R.).

La poesía es el modelo indiscutible y el programa máximo a seguir en la lucha por la verdadera vida y la transformación del mundo, y a la vez la mejor vara de medir, la que menos engaña, sobre los presuntos éxitos que nos dicen que ya se han conseguido tanto en la vida como en el mundo. No hay falsificación que permanezca indemne ante sus ojos, ni conformismo mediocre que no se avergüence ante un rigor que desconoce el compromiso (J. M. R.).

La poesía está desligada de toda funcionalidad. Ocupa el espacio al que el trabajo ya no puede acceder. La poesía permite al hombre mantenerse ligado integralmente a todos los seres y a todas las cosas del universo. La poesía es, sencillamente, la negación de todo valor inhumano, y la afirmación desinteresada de una violencia: la de ver claro con el ojo partido en dos (J. G.).

[tomado de Artarquía (suplemento cultural del periodico Solidaridad Obrera) # 10, Barcelona, primavera 2006. El número completo es accesible en http://www.soliobrera.org/pdefs/a10.pdf.]


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